Unidad N°2 del Programa: La Problemática en torno a la figura de autor
Sof BlueMonografía15 de Abril de 2023
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Unidad N°2 del Programa: La Problemática en torno a la figura de autor.
El tema que voy a abordar es el lugar del autor en la obra literaria y su vinculación con la problemática del sentido y la interpretación.
En La muerte del autor, Barthes plantea la problemática entorno al Imperio del autor. Al respecto, sostiene que, en materia de literatura, la importancia máxima la tiene la persona del autor, es decir que es centro, tanto su persona como su historia, sus gustos y pasiones, incluso la explicación de la obra se busca en aquel que la ha producido, como si fuese la voz de una misma persona, siempre la misma, el autor, la que estaría entregando sus confidencias.
Esta situación que plantea Barthes puede interpretarse a la luz de la teoría unicista del sujeto que implica, siguiendo las reflexiones de Beatriz Hall en Enunciados metafóricos, el enunciado tiene su origen en un único sujeto, es decir que un único individuo sería el responsable de cuanto dice. Desde esta perspectiva, sostiene Hall, se sostiene la confianza que el lenguaje es un vehículo que representa y comprende el mundo. Las palabras son etiquetas de las cosas. Esta perspectiva, señala Hall, plantea además que los sentidos son encontrados, entendiendo por sentido un conjunto de ideas, de objetos reales o situaciones efectivas vehiculizados por palabras y por enunciados. Es decir que, de acuerdo a esta postura, el lector podría verificar cuáles son los sentidos verdaderos de los textos que estarían allí para ser descubiertos. Esta condición del sentido se designa como veritativa y referencialista; en el primer caso se designa así porque se recurre a la noción de verdad; algunos sentidos serían verdaderos y otros falsos, y en el segundo caso, se denomina referencialista porque las palabras, enunciados, etc., remiten a cosas, ideas, objetos o situaciones, etc. que tendrían existencia en el mundo real. Desde esta perspectiva, se sostiene la confianza que el lenguaje es un vehículo que representa y comprende el mundo. Las palabras son etiquetas de las cosas.
La contracara de esta postura, señala Hall, sería la teoría no unicista del sujeto, ni veritativista ni referencialista del sentido. Aquí se considera que la lengua no es exterior al sujeto sino parte constitutiva de él. Los sentidos son parte de un proceso complejo de construcción, es decir que el sentido se construye. En esta construcción intervienen múltiples factores (ideológicos, históricos) Y lejos de ser lo que los lectores encuentran, los sentidos constituyen procesos que no preexisten al acto interpretativo. La relación entre lenguaje y realidad no es directa, porque las palabras no refieren a objetos del mundo real sino que refieren simbólicamente.
Esta teoría no unicista del sujeto puede pensarse en relación a la propuesta de Barthes en La muerte del autor, ya que plantea que es imposible averiguar quién escribe, porque la escritura es destrucción de toda voz. La escritura para Barthes, es un lugar neutro, en donde se pierde la identidad comenzando por la identidad del cuerpo que escribe.
Esta postura de Barthes respecto al distanciamiento del autor respecto de su obra, se opone a la consideración de la estética romántica, denominada por Barthes como el Imperio del Autor, que postulaba al creador de la obra, como un dios; el autor como fuente absoluta de todos sus sentidos. El autor como genio inspirado. Barthes sostiene que darle a un texto un Autor es imponerle un seguro, proveerlo de un significado último, cerrar la escritura.
Al respecto, Hall señala en Enunciados metafóricos que este proceder de vincular la obra con el autor, como creador de la obra y dador de sentido, es el de Boves cuando analiza la poesía de Antonio Machado. En este sentido Hall señala que esta forma de interpretar lleva a considerar al poema como nacido directamente del acto creativo del autor, provocando que tanto poeta y poema se fusionen, como así también sujeto autor y sujeto empírico con plena identificación.
Sin embargo, Barthes señala que si bien aún el Imperio del autor se considera poderoso, hace algún tiempo que algunos escritores se vieron tentados por su derrumbamiento. Barthes señala a Mallarmé, en Francia, como el primero en ver la necesidad de separar al autor de la obra. Indica que Mallarmé considera que es el lenguaje y no el autor el que habla. Barthes señala que para Mallarmé escribir consiste en una cierta impersonalidad; es la capacidad de sustituir al autor en beneficio de la escritura.
En este sentido, Viñas Piquer en “Historia de la crítica literaria” también señala, al igual que Barthes, a la poesía simbolista en general como antecedente de este derrumbamiento del imperio del autor, ya que fueron los que emprendieron una revolución poética respecto del lenguaje. Para los simbolistas, según explica Viñas Piquer, el poeta trabaja en un laboratorio para dar un sentido más puro a las palabras porque su función no es expresar al mundo sino suplantarlo. Es por ello, señala Viñas Piquer, que los simbolistas proponen el corrimiento de la imagen del autor como genio inspirado para sentar las bases de una literatura basada en el trabajo constante. Y sus poemas, según señala Viñas Piquer, centran su objetivo en proponer una pluralidad de sentidos en lugar de ajustarse a un solo significado.
También Viñas Piquer menciona como antecedes del derrumbamiento del “Imperio del autor” a Proust y a Edgar A. Poe. Explicar.
La consecuencia de este alejamiento del Autor, según Barthes, es que cambia el texto moderno porque cuando se cree en el Autor se supone que éste crea al libro, lo nutre, es decir que existe antes que él, mantiene con su obra una relación de antecedente que es la misma que un padre respecto a su hijo. Sino que el autor nace al mismo tiempo, junto con el texto. El autor devino en escritor, y el único poder que tiene es el de mezclar las escrituras, porque un escritor nunca es original, sino que lo que escribe proviene de otras citas que conforman el tejido de la cultura. Y ya no tiene ni pasiones ni sentimientos, sino solo ese diccionario del que proviene su escritura. Por eso Barthes considera que el sentido total de la escritura es un texto formado por múltiples escrituras, procedentes de varias culturas y que con otras establecen un diálogo, una parodia; pero existe un lugar en el que se recoge toda esa multiplicidad y ese lugar no es el autor sino el lector. En el lector es donde se inscriben todas las citas que constituyen la escritura. La unidad del texto no está en el origen, en el autor, sino en el destino, en el lector. Por eso Barthes concluye su texto invirtiendo el mito: el nacimiento del lector se paga con la muerte del autor.
Sin embargo, Foucault en Qué es un autor, se pregunta si en verdad el autor ha muerto o solo se lo ha silenciado. Al respecto sostiene que si bien se ha vuelto común hablar de la desaparición del autor, es posible que no se hayan tomado en cuenta las consecuencias que implican hablar de la muerte del autor. Propone, más que hablar de la muerte del autor, localizar el espacio que deja vacío la desaparición del autor y ver qué funciones hace aparecer.
En este sentido, Foucault sostiene que no se puede estudiar la obra en sí prescindiendo del autor porque tanto la obra como la individualidad del autor son ambas problemáticas. En consecuencia va a proponer revisar los problemas que conllevan el nombre de autor y cómo funciona como así también las dificultades que presenta.
En primer lugar, Foucault señala que el nombre de autor es un nombre propio y por lo tanto va a plantear los mismos problemas que el nombre propio, aunque sostiene que no son isomorfos, es decir no funcionan de la misma manera. Foucault para explicar este funcionamiento particular del nombre propio y el nombre autor propone el ejemplo de Pierre Dupont, y señala que si se llegara a enterar que Pierre Dupont no tiene los ojos azules o no vive en París, no cambiaría en nada la referencia, no se modificaría el vínculo de designación. Lo mismo que si se comprobara que Shakespeare nació en un lugar diferente a Inglaterra no modificaría quien fue Shakespeare. Pero si llegara a comprobar que los Sonetos no fueron escritos por Shakespeare sí se modificaría ese vínculo de designación. Ese cambio no deja indiferente el funcionamiento del nombre autor. Por eso para Foucault el nombre autor ejerce un cierto papel respecto de los discursos. Un nombre determinado permite agrupar un cierto número de textos, delimitarlos, excluir otros, es decir asegura una función clasificatoria.
También, sostiene Foucault, el nombre autor funciona para caracterizar un estilo, para reconocer que un texto es escrito por un determinado autor a partir del modo de ser de su discurso. Eso demuestra, según Foucault, que ese discurso no es una palabra cotidiana, indiferente, sino que se trata de una palabra que debe ser recibida de cierto modo y debe recibir un estatuto determinado en una cultura dada.
Asimismo, Foucault señala que el nombre autor tampoco se sitúa en la ficción de una obra sino en la ruptura que instaura un cierto número de discursos que están provistos de la función autor, mientras que otros están desprovistos de ella, como por ejemplo un contrato, una carta privada, que no tienen un autor. Es decir que la función autor es característica del modo de existencia, circulación y funcionamiento de ciertos discursos en el interior de una sociedad.
Foucault caracteriza la función autor a partir de cuatro rasgos. El primero es que los textos o discursos son objetos de apropiación. Foucault señala que esta propiedad tiene que ver con el régimen de propiedad de los textos cuando se decretaron reglas estrictas sobre los derechos de autor. Es decir que la función autor está vinculada al sistema jurídico e institucional que rodea y determina al universo del discurso. La segunda característica es que esta función no se ejerce de manera universal ni constante sino que los textos que en un momento fueron considerados literarios en la actualidad puede que no lo sean. En la edad media no importaba si un texto literario no tenía autor, pero a partir del siglo XVII-XVIII los discursos literarios solo se reciben como tales si se sabe de dónde vienen, quién los escribió, en qué fecha, etc. La tercera característica de la función autor es que esta función no se forma de manera espontánea sino que es el resultado de una compleja operación que construye un determinado ser de razón al que se le llama autor.
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