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Una interpretación de la interpretación.

macolaMonografía2 de Agosto de 2016

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Una interpretación de la “interpretación”

Índice

Introducción                                                                      Pág. 3

Un recorrido breve desde el origen de la hermenéutica   Pág. 3

La interpretación en el “mundo” moderno                         Pág. 4

Las sospechas contemporáneas sobre la interpretación  Pág. 7

Freud y “el ombligo del sueño”                                          Pág. 8

Conclusiones                                                                     Pág. 10

Bibliografía                                                                         Pág. 11

Introducción

        El objetivo del presente informe es desarrollar el eje temático sugerido en relación a “la interpretación”.

Para esto caracterizaré la misma desde su origen etimológico mediante un breve recorrido histórico, contextualizando la hermenéutica desde la perspectiva moderna, señalando puntos de ruptura con el mundo medieval-antiguo y nombrando aportes de autores de gran relevancia en la construcción de la subjetividad, Descartes, Kant y Hegel.

Luego, desarrollaré el cambio de paradigma que sufrió la interpretación producida por los llamados maestros de la sospecha: Freud, Nietzsche y Marx. Tomaré principalmente los conceptos de los dos primeros e intentaré hacer un enlace con los planteos freudianos acerca de las técnicas de interpretación de los sueños.

Agregaré además las caracterizaciones de la relación lenguaje e interpretación propuesta por Foucault, relacionado con lo expuesto sobre Freud y Nietzsche.

Un recorrido breve desde el origen de la hermenéutica

        La voz “interpretación” proviene del griego. Hermeneía es la palabra griega que se traduce usualmente en nuestra lengua como interpretación, significaba expresión de un pensamiento” en el sentido de “explicación” y de “interpretación” de aquello que era expresado.

        Platón en su diálogo Teeteto afirma que la hermeneía no es cualquier forma de saber o de decir, sino la expresión fundamentada de algo, en tanto lo interpreta o explica, y esto porque establece la relación con otros hechos o cosas (lo común) y a la vez su diferencia específica.[1]

También Aristóteles toma este concepto, establece una estrecha relación entre interpretación y lenguaje aún vigente en nuestros días. Entiende el lenguaje como phoné semantiké, o sea como articulación fonética que tiene algún significado.

Fija además, una estrecha relación entre el lenguaje y el hombre, ya que el lenguaje no sólo dice lo real, sino que también expresa las vivencias y los distintos “estados del alma”.

El Dr. Casalla dice que la interpretación es un arte (tekné), o un conocimiento (episteme) profundamente unido, desde su comienzo griego, con el lenguaje y con el hombre. Esos son al mismo tiempo, su reino y su condena.[2]

        Durante la antigüedad el ejercicio de la hermenéutica estuvo fuertemente ligado a la interpretación de los oráculos y de los signos ocultos, y a partir de la edad media, las técnicas y los métodos de interpretación se basaron en los textos bíblicos.

Esta hermenéutica medieval de la Biblia era una ciencia que podía ser ejercida en dos sentidos, bien como interpretación literal del texto, o bien como interpretación  simbólica que incorporaba otros elementos que desbordaban la inmediatez puramente lingüística.

En este caso, los signos son tomados como símbolos, con lo cual se carga su sentido alegórico, “dicen” más de lo meramente dicho y la exigencia de la interpretación.

Paul Ricouer destaca este carácter plurisémico del que el lenguaje, en principio y con mucha frecuencia, está distorsionado: quiere decir otra cosa de lo que dice, tiene doble sentido, es equívoco. El sueño y sus análogos se inscriben así en una región del lenguaje que se anuncia como lugar de significaciones complejas donde otro sentido se da y se oculta a la vez en un sentido inmediato, llamamos símbolo a esa región del doble sentido. [3]

La interpretación en el “mundo” moderno

La modernidad supone un quiebre con respecto al “mundo” anterior, se caracteriza por la ruptura del ritmo y del espacio, el pasaje del mundo a imagen y del hombre a subjectum (sujeto).

Se produce una fractura de aquella unidad cerrada y estable del mundo antiguo, que deviene en imagen a disposición de un sujeto (el hombre deviene a su vez ego cógito) que lo ordena y fundamenta de acuerdo con el dictado de sus valores e intereses.[4]

Por su parte el hombre moderno descubre que él es una “cosa” diferente del mundo y que su relación con éste es en esencia un enfrentamiento entre sujeto y objeto. El objeto no es meramente contemplado sino conocido para ser cambiado.

El problema ontológico (del ser) se vuelve ahora gnoseológico (del conocer), el hombre moderno se pregunta “¿Cómo puedo conocer?”.

        El primado el sujeto moderno comienza con Descartes, para quien el Yo es una “cosa que piensa” que en tanto res cogitans no puede dudar de su existencia mientras dure su pensamiento.

En el corazón de esta “revolución” están las nociones de razón y cogito. La razón es una facultad especialmente humana, a la cual Dios da garantías si y sólo si el hombre se atiene a as reglas que prescribe el método.

Por su parte, Kant bautizado por el idealismo alemán como “El moisés de nuestra nación”, dice la metafísica es ciencia o no es nada.[5]

De ahí surge su preocupación por un nuevo método de la metafísica, un procedimiento seguro de investigación para que sea posible el progreso en las ciencias, tal como Newton lo había logrado en el campo de la física.

Construye la idea de un “Yo trascendental”, el cual es un Yo del conocimiento, universal y necesario que se relaciona con los objetos y que necesita de la experiencia, tanto como del entendimiento para enlazar formas o intuiciones puras con categorías o conceptos que el sujeto trae a priori para ese conocer, y constituye de esta forma los juicios.

Luego es Hegel, quien considerando la conclusión kantiana como un relativismo logra hacer una síntesis de la razón práctica y la razón teórica, afirmando que no son excluyentes.

Profundiza el concepto de razón en lo que se da a llamar idealismo absoluto. Ahora sí parece haberse llegado a la tierra prometida: si todo lo real es racional y todo lo racional es real, vivimos por cierto “en el mejor de los mundos posibles”.[6] No tardaría mucho en llegar la paradójica deconstrucción.

         Entrada ya la modernidad, junto a la hermenéutica teológica empiezan a constituirse otras de diferente tipo, profana, jurídica e histórica.

Foucault, en “Nietzsche, Freud, Marx” dice que para comprender el sistema de interpretación que fundó el siglo XIX, el de nuestra pertenencia, se debería tomar una referencia lejana como por ejemplo la técnica del siglo XVI. En aquella época lo que daba lugar a la interpretación era la semejanza.

Existían por lo menos cinco nociones perfectamente definidas: la noción de conveniencia, la convenentia, que significaba ajuste, la noción de simpathía, la simpatía, que es la identidad de los accidentes en sustancias distintas, la noción de emulatio, el curioso paralelismo de los atributos en sustancias o seres distintos, la noción de signatura, el signo, que es la imagen de una propiedad invisible y escondida de un individuo, y por último, la noción de analogía, que es la identidad de las relaciones entre dos o varias sustancias distintas.

La teoría del signo y las técnicas de interpretación, en aquella época fundaban dos tipos de conocimiento totalmente distintos, la cognitio, que era el pasaje de una semejanza a la otra y la divinatio que era el conocimiento en profundidad.

        Según relata el Dr. Casalla, la figura del teólogo protestante Federico Scheleiermacher (1768-1831) implicó el inicio de la hermenéutica filosófica que llega hasta nuestro presente.

Scheleiermacher introduce cambios fundamentales en el estilo de la interpretación surgiendo así como una teoría general aplicable a todo tipo de texto.

Estos cambios pueden reseñarse como toma de partido por la interpretación simbólica dejando atrás el aspecto puro filológico y la idea de la interpretación y el texto como unidad indisoluble.

El núcleo de la interpretación se desplaza así del objeto (el “texto”) al sujeto (su interprete) y es en este donde reposa la verdad de aquel.[7] 

Las sospechas contemporáneas sobre la interpretación

        Son dos las sospechas que fundan el lenguaje según Foucault.

Por un lado, que el lenguaje no dice exactamente lo que dice.

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