ALLEN THOMAS POSESION PRIMER CAPITULO
vanessaycrispin1 de Septiembre de 2014
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¿ERES TÚ, TÍA HARRIET?
Robert Mannheim nació en 1935 en el seno de una familia que luchaba por sobrevivir durante la Gran Depresión. Su padre, Karl Mannheim, igual que muchos de los padres que vivían en las afueras de Washington, trabajaba para el gobierno federal. El sueldo era bajo pero el empleo era fijo. A causa de la Depresión la vida era cada vez más dura, y pronto la abuela Wagner se trasladó a vivir con ellos. Los hogares con tres generaciones no eran inusuales, ya que, como a menudo decía la gente, cuando los tiempos eran difíciles, lo único con lo que se podía contar era la familia. Ésta sería una lección que Robbie oiría una y otra vez mientras crecía.
En enero de 1949, cuando aún faltaban unos meses para que Robbie cumpliera catorce años, la vida transcurría con absoluta normalidad. El muchacho se levantó de la cama, desayunó, fue a la escuela, regresó a casa, escuchó sus programas de radio favoritos, hizo los deberes, cenó y se acostó. Era un chico delgado, pesaba cuarenta y tres kilos y no sufría ningún problema mental o físico evidente. No era muy aficionado a los deportes, y prefería los juegos de mesa, que practicaba en la cocina.
Como era hijo único, tenía que contar con los adultos que había en casa como compañeros de juego. Uno de estos adultos era su tía Harriet, la hermana de Karl Mannheim, que vivía en St. Louis, pero que visitaba a los Mannheim con frecuencia. Cuando se alojaba en casa de Karl, Harriet respondía al interés de Robbie por los juegos de mesa y le presentó uno nuevo: el tablero Ouija.
Ella le enseñó a colocar los dedos rozando la placa, una fina plataforma de madera que se movía sobre pequeños rodillos por encima de la superficie de madera del tablero Ouija. Alrededor del tablero estaban las letras del alfabeto, los números del 0 al 9 y las palabras «Sí» y «No». Robbie estaba fascinado. Le gustaba el movimiento deslizante de la placa mientras iba de una letra a otra, deletreando las respuestas a las preguntas que él o tía Harriet formulaban.
El tablero Ouija —su nombre procede del francés oui y el alemán ja [sí]— era algo más que un juego. Como tía Harriet era espiritista, lo consideraba una manera de establecer contacto entre este mundo y el otro. La placa, explicó a Robbie, a veces se movía como respuesta a las contestaciones que daban los espíritus de los muertos. Se comunicaban penetrando en la consciencia de las personas que se hallaban ante el tablero. Los espíritus, dijo tía Harriet, producían impulsos que viajaban a través del médium a la placa, la cual se movía, obediente, para deletrear las palabras o señalar «Sí» o «No».
Tía Harriet parecía tratar a Robbie más como un amigo especial que como un sobrino. Poseía una cualidad exótica, en especial cuando hablaba de espiritismo. Entre visita y visita, Robbie a veces jugaba solo con el tablero Ouija. Estaba acostumbrado a encontrar diversiones solitarias.
Harriet dedicaba gran cantidad de tiempo y energía a intentar comunicarse con los espíritus de los muertos. Ella creía no sólo que la vida prosigue después de la muerte, sino que podía comunicarse con los espíritus de las personas que habían muerto. Durante años, la madre de Robbie, Phyllis, había oído hablar de espiritismo a su cuñada. Phyllis no se consideraba espiritista, pero creía en algo de lo que Harriet profesaba. El padre de Robbie no le daba ningún crédito. Y tampoco la abuela Wagner.
Tía Harriet dijo a Robbie y Phyllis que, a falta de un tablero Ouija, los espíritus podían intentar llegar a este mundo dando golpecitos en las paredes. Este fenómeno era muy conocido por los espiritistas, quienes podrían citar muchos casos en los que se había establecido contacto mediante golpecitos. Contando los golpes y respondiendo con el mismo número, una persona viva podía iniciar un sistema de comunicación y desarrollar un código. Los golpes eran un método más lento y menos eficaz que el tablero Ouija, pero al menos resultaban un medio para que los espíritus llegaran hasta ellos.
La mejor manera de comunicarse con el mundo de los espíritus, según creía tía Harriet, era mediante una sesión de espiritismo, en la que los creyentes se cogían de las manos con un médium para fundir así sus energías psíquicas. Si la sesión iba bien, un espíritu tomaba el cuerpo del médium en lugar de sólo los dedos y las manos. Las actividades de Harriet en Maryland no incluyen ninguna sesión de espiritismo. Pero, como demuestran los hechos que a continuación se narran, la familia conocía bien varios métodos para intentar ponerse en contacto con los muertos.
Grandes fuerzas empezaban a concentrarse en el hogar de los Mannheim, una casa de madera, de dos pisos, en Mount Rainier, Maryland, en las afueras de Washington, D. C. Se las podría denominar fuerzas psicológicas, aunque ésta es una designación insuficiente para el horror abrumador que se avecinaba. Otros puede que quieran llamarlo fuerzas diabólicas, sobrenaturales o paranormales. Fuera cual fuere el origen, algo poderoso estaba a punto de invadir la mente de Robbie y posiblemente su alma.
Un guardián de las fuerzas psicológicas en aquella época y en aquel lugar era tía Harriet. Para una espiritista como ella, los intentos de tratar con los muertos no eran ni paganos ni peligrosos. La mayoría de espiritistas se consideraban buenos cristianos, seguidores de Jesucristo, quien había demostrado, con Su resurrección, decían ellos, su afirmación de que hay vida después de la muerte. Sin embargo, los espiritistas no escuchaban las advertencias bíblicas contra el trato con espíritus. El Deuteronomio llama a esto «abominación para Señor» y el Levítico dice: «Todo hombre o mujer en el que resida un brujo o adivino, morirá: se le lapidará con piedras; su sangre caerá sobre ellos».
Las siniestras palabras bíblicas demuestran lo profundo que es para la psique humana el temor de los muertos. Sin embargo, en la historia bíblica de Saúl, incluso un rey, en otro tiempo bendecido por Dios, recurre al empleo de un médium. El rey Saúl, disfrazado, va a ver a «una mujer nigromántica», la pitonisa de Endor. Él le pide que haga aparecer al profeta Samuel, quien pregunta:
—¿Por qué me has turbado, haciéndome salir?
Samuel, que puede ver el sombrío futuro de Saúl, le dice que morirá en el campo de batalla, lo cual ocurre pronto.
Muchos, antes y después de este suceso, han buscado ese poder: la capacidad de ver el futuro. La visita de Saúl a la pitonisa demuestra la creencia de que los difuntos, que moran en algún lugar después de la muerte, pueden ver los acontecimientos futuros y predecir la conducta humana. Esta creencia ha persistido, al igual que el miedo a los intentos de comunicarse con los muertos. Pero a veces ha parecido que las gratificaciones —la clarividencia, el poder, el conocimiento— merecían correr ese riesgo.
Los intentos de comunicarse con los muertos tradicionalmente se han llevado a cabo a través de un médium. Él o ella invoca a un espíritu, que entonces se apodera del médium. Se trata de una forma de posesión. Los espiritistas como tía Harriet no consideraban que sus creencias significaran que se aceptaba la posesión. Pero tanto si se realizaba una sesión de espiritismo como si se utilizaba un tablero Ouija, los espiritistas penetraban en el mismo fenómeno que la Biblia condena con tanta vehemencia.
El sábado 15 de enero de 1949, Karl y Phyllis Mannheim salieron por la noche, dejando a Robbie y a la abuela Wagner solos en casa. Poco después de que Karl y Phyllis se marcharan, la abuela Wagner oyó un goteo. Ella y Robbie comprobaron todos los grifos de la limpia y bien cuidada casa. No encontraron el origen del ruido.
Entraron en cada habitación; se detenían y escuchaban, aguzando el oído para localizar el rítmico y persistente ruido. Por fin decidieron que el goteo procedía del dormitorio de la abuela Wagner, debajo del techo inclinado del segundo piso. Entraron y, mientras escuchaban el fuerte goteo, vieron que un cuadro en el que estaba representado Cristo empezaba a sacudirse, como si alguien estuviera golpeando la pared por detrás del cuadro.
Cuando Karl y Phyllis Mannheim regresaron a casa, el ruido de goteo había cesado. Pero había comenzado otro extraño sonido: unos arañazos, como si una garra rascara la madera. Los cuatro permanecieron de pie en el dormitorio de la abuela Wagner y escucharon. Karl se agachó y miró debajo de la cama. Los arañazos parecían proceder de allí. Karl sonrió y dijo que una rata o un ratón había decidido entrar para protegerse del frío del invierno y construir un nido debajo de la cama de la abuela. Por fin, los arañazos dejaron de oírse y todos se acostaron, maravillados o asustados en secreto.
Hacia las siete de la tarde siguiente, los arañazos volvieron a oírse debajo de la cama de la abuela Wagner. Karl volvió a culpar a una rata o un ratón. Llamó a un exterminador, quien levantó una tabla del suelo en busca de señales de algún roedor. No encontró ninguna, pero puso veneno por si el roedor había desaparecido sólo momentáneamente.
Durante las siguientes noches, los arañazos prosiguieron; comenzaban hacia las siete y dejaban de oírse hacia medianoche. Entre los miembros de la familia se hablaba poco de esos ruidos nocturnos. Exteriormente, todos estaban de acuerdo con Karl: una rata o un ratón hacía ese ruido y al final paraba. Los arañazos eran un fastidio, nada más. Aun así, la búsqueda de Karl era en cierto modo desesperada. Levantó más tablas del suelo y arrancó paneles de las paredes.
Según se supo más tarde, en aquella época nadie especulaba mucho acerca del origen de los arañazos. Pero
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