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Antologia


Enviado por   •  13 de Mayo de 2015  •  11.285 Palabras (46 Páginas)  •  196 Visitas

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Sobre el objeto de estudio de la ética

3. Una obra de teatro o De qué trata la Ética

Tomado de: ROMÁN, MARCOS. Ética para jóvenes: de persona a ciudadano (2a. ed.). España: Editorial Desclée de Brouwer, 2006. pp. 31-35 y pp. 98-99

En http://site.ebrary.com/lib/guadalajarasp/Doc?id=10472692&ppg=31... Consultado el 23 de agosto de 2013.

Imagina que de golpe apareces en un teatro. No entre el público, no. Encima del escenario, en medio de una función. Como si despertaras de un sueño. De repente, te das cuenta de que eres uno de los actores de la obra que se está representando. A tu lado, otros personajes dialogan entre sí. Cuando aún no has tenido tiempo de comprender qué haces allí, uno de ellos se dirige a ti y te pregunta algo. Se hace un gran silencio. Cientos de ojos te observan desde el patio de butacas. Todos esperan tu respuesta. Tu compañero en el escenario te repite la pregunta. Al final, consigues responder lo primero que se te ocurre y la obra continúa.

¿Te sorprende la escena? Si lo piensas no es tan extraña. Se parece bastante a nuestra vida. Estamos aquí sin saber muy bien cómo hemos llegado y para qué. A cada uno nos ha tocado un personaje y vamos interpretando un guión que nadie nos ha escrito y que nosotros improvisamos a cada instante. ¿Habías pensado alguna vez tu vida como el papel en una obra de teatro que tú mismo tienes que inventar?

No es como si escribieras una novela. En ella tú podías trazar lo que le sucede al protagonista y cómo se comportan los demás con él. No. Exactamente es una obra de teatro en la cual van pasando cosas y tú sólo tienes poder para idear lo que hace tu personaje. Únicamente. Pero nada menos que eso.

De ello trata la Ética. De esa personalidad que te tienes que inventar y de las distintas maneras en que puedes hacerlo. La reflexión ética tiene sentido porque la vida está sin resolver. Una piedra ya está hecha. Es lo que es y se acabó. Todo está ya dicho. Una persona no. No te queda más remedio que elegir qué tipo de “personalidad” quieres tener. Te guste o te disguste, ser persona consiste, precisamente, en hacerte persona cada día. ¿Comprendes tu responsabilidad?

A ti te ha tocado el papel de un varón aún muy joven, que vive con su madre y con su hermana pequeña. Tu padre es profesor de filosofía y está destinado en otra ciudad. Sólo vuelve a casa de viernes a domingo y durante la semana te manda e-mails como éste, para que no te olvides de él y aprendas algo de Ética. Ahora estás leyendo este correo. ¿Qué es lo próximo que tienes planeado que haga tu personaje?

* * *

Nunca me lo había planteado así. Da un poco de miedo darse cuenta de que todo lo que haga en esta “obra teatral” depende de mí mismo. En la práctica, muchas veces, actúo sin pensar demasiado las cosas.

* * *

En ocasiones conducimos nuestra vida sin ningún cuidado. Como si no fuésemos nosotros los que tuviéramos que decidir. Me abandono para que decidan por mí las circunstancias, lo que hagan los demás, o lo que me apetece en ese momento.

Me recuerda el episodio de El Quijote en el que Cervantes cuenta que el caballero estaba tan embebido en sus pensamientos que soltó las bridas del caballo y no se preocupó más que de seguir adelante, sin llevar otro camino que aquel que Rocinante tomara. Dice Cervantes: “Sin sentirlo soltó las riendas a Rocinante, el cual sintiendo la libertad que se le daba, a cada paso se detenía a pacer la hierba verde de que aquellos campos abundaban”.

Demasiadas veces nos comportamos igual. ¿No te parece? Nos dejamos llevar por algo que no somos nosotros. Como si dimitiéramos de ser los protagonistas de nuestra historia. Como si la vida estuviera ya hecha y decidida permitimos que Rocinante nos lleve sin preocuparnos de más. Sin pensar nada. Como si no fuese decisivo lo que hacemos. Renunciamos a dirigir y le damos el poder a otro. Rocinante puede representar muchas cosas. Puede ser la costumbre, el gusto efímero de un instante, la presión del grupo de amigos, lo que me mandan o lo que cuesta menos esfuerzo.

Muchas veces necesitaríamos a alguien como Sancho que nos sacudiera la dejadez, y nos estimulara con palabras como las que le dice a su señor en aquella ocasión: “Vuesa merced se reporte y vuelva en sí, y avive y despierte, y muestre aquella gallardía que conviene que tengan los caballeros andantes”.

Espabila, muchacho. Que tu vida es la que está en juego. Nada menos que tu vida. Toma las riendas y piensa dónde quieres ir.

Porque el protagonista eres tú. ¿Quién tiene que resolver el problema de tu vida? La respuesta es sencilla: uno mismo. Tú eres el que está enfrentado a la encrucijada moral que supone tu propia existencia y nadie puede darle respuesta más que tú. Nadie puede vivirla por ti. Como le dice Morfeo a Neo en Matrix: “Yo sólo puedo mostrarte la puerta, pero tú tienes que cruzarla”.

Podrás observar atentamente cómo resuelven “su” vida los otros, podrás imitarlos o hacer todo lo contrario, podrás pedir consejo a los que te parezcan mejores o intentar seguir a unos en esto y a otros en lo de más allá. En último extremo nunca podrás evitar tener que ser tú, y sólo tú, el que decide qué hacer de tu persona. Los demás podrán darte consejos, avisarte de lo mal o lo bien que les parece lo que haces, anunciarte las consecuencias que para ti tendrán tus actos, predecir lo que te sucederá si sigues así... Los demás influirán en tu vida. Al final, tú serás el que toma la decisión y serás tú el responsable de aquel en quien te conviertas. Por muchos libros de Ética que leas o muchas personas a las que consultes, nada cambiará el hecho de que tu vida es tuya y tú decides cómo vivirla. Es intransferible. No le puedes pasar la responsabilidad a otro.

Y el problema ético ¿puedes renunciar a resolverlo? ¿Qué pasa si encuentras a alguien admirable que por su conducta te parece un modelo en todo y consigues de un modo ciego obedecerle siempre, resolviendo cada día tu vida según sus enseñanzas, incluso, en ocasiones, anteponiendo sus órdenes a tus criterios?

Tú sabrás lo que haces. Es tu responsabilidad. Que sepas que nunca será él quien decide por ti. Pues ante cada orden suya, tú, y sólo tú, serás el que decides seguirla. Si en lugar de pensar por ti mismo consideras mejor fiarte siempre de otro, allá tú con las consecuencias. Lo que está claro es que ante cada situación serás tú, en definitiva, el que decide obedecer o no. Ese es el problema

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