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Ciencia Y Filosofia

mavicarvi20 de Enero de 2014

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Ciencia e ideología

La tentación de utilizar la ciencia en apoyo de ideologías que le son extra¬ñas ha acompañado al desarrollo de la ciencia moderna. En el siglo xvm, los ma¬terialistas pretendieron apoyar sus ideas en el progreso que la física había conseguido hasta la fecha. El positivismo, el empirismo y el marxismo siguieron la misma línea desde el siglo X!X hasta la mitad del siglo xx. Desde entonces se ha tomado más clara conciencia, en general, de los peligros de la pseudociencia. A pesar de todo, a veces se mezcla lo que propiamente es ciencia con ideologías ajenas a ella.

Esto sucede pocas veces en el ámbito especializado de la ciencia experimen¬tal, porque en ese ámbito los científicos se enfrentan con el juicio de sus colegas, a quienes resulta fácil desenmascarar los intentos de ideologizar la ciencia y sue¬len oponerse a ellos. Las confusiones son mucho más fáciles en el ámbito de la divulgación.

Debido al enorme prestigio de que goza la ciencia experimental en nuestra época, el peligro de introducir confusiones en nombre de la ciencia es considera¬ble. Por tanto, la actividad científica que hemos denominado transmisión tiene una especial importancia, ya que contribuye, a veces de modo decisivo, a confi¬gurar los valores de la sociedad. El análisis de las confusiones principales de nuestra época nos llevaría de¬masiado lejos. Bastará aludir brevemente a algunas de ellas, a modo de ilustra¬ción. El espectacular desarrollo de la biología en las últimas décadas ha sido pre¬sentado por Jacques Monod, premio Nobel por sus trabajos en biología molecu¬lar, como una prueba de que «La antigua alianza está rota. El hombre sabe al fin que está solo en la inmensidad indiferente del Universo en donde ha emergido por azar. Igual que su destino, su deber no está escrito en ninguna parte. A él le toca escoger entre el Reino y las tinieblas»25. Según Monod, la ciencia se basa en el «postulado de objetividad», según el cual no existen causas finales, planes o proyectos en la naturaleza, y el éxito de la ciencia demuestra la validez de esta perspectiva.

Pero esto no es una conclusión científica. Ni la biología ni ninguna otra ciencia pueden decir nada sobre algo que cae fuera de su ámbito. Christian de Duve, quien también recibió el premio Nobel por sus trabajos en biología, ha es¬crito al respecto: «Enfrentados ante la enorme suma de partidas afortunadas tras el éxito del juego evolutivo, cabría preguntarse legítimamente hasta qué punto este éxito se halla escrito en la fábrica del universo. A Einstein, quien en cierta ocasión afirmó que: "Dios no juega a los dados", podría contestársele: "Sí, juega, puesto que Él está seguro de ganar". En otras palabras, puede existir un plan. Y éste comenzó con la gran explosión o "big bang". Semejante punto de vista lo comparten unos, pero no otros. El científico francés Jacques Monod, uno de los fundadores de la biología molecular y autor del libro El azar y la necesidad, publicado en 1970, defendía la opinión contraria. "Nuestro número", escribió, "sa¬lió en el casino de Monte Cario". Y apostillaba: "El universo no estaba preñado de vida, ni la biosfera llevaba al hombre en su seno". Su conclusión final refleja el existencialismo estoicamente (y románticamente) desesperante que ganó a los intelectuales franceses de su generación: "El hombre sabe ahora que está solo en la inmensidad indiferente del universo de donde ha emergido por azar". Todo esto es, por supuesto, absurdo. El hombre ni entra ni sale en ese conocimiento. Lo que sabe —o, al menos, debería saber— es que, con el tiempo y cantidad de materia disponible, ni siquiera algo que se ase mejase a la célula más elemental, por no re¬ferirnos ya al hombre, hubiese podido originarse por un azar ciego si el universo no los hubiese llevado ya en su seno»26.

También en el ámbito de la biología, Richard Dawkins, profesor de Oxford, se ha convertido en un fuerte oponente de la religión en nombre de la ciencia. Su libro El relojero ciego comienza con estas palabras: «Este libro está escrito con la convicción de que nuestra propia existencia, presentada alguna vez como el ma¬yor de todos los misterios, ha dejado de serlo, porque el misterio está resuelto»27. Dawkins presenta una versión actual del argumento de Monod: de acuerdo con el darwinismo, somos el resultado de fuerzas puramente naturales, concretamente las variaciones genéticas al azar y la selección natural. El orden que observamos en la naturaleza y en nuestro propio organismo, que parecía exigir un plan divi-<Jio, es, según Dawkins, el resultado de un artesano, pero de un artesano ciego: la selección natural, que actúa como un filtro que sólo deja pasar los organismos mejor adaptados, de tal modo que, a la larga, se producen resultados que parecen responder a un plan. Sin embargo, Dawkins es consciente de que el origen bioló¬gico del ser humano se apoya en las leyes de la física y de la química, y cabe pre¬guntarse de dónde han salido esas leyes tan específicas que hacen posible nuestra existencia. Dawkins advierte que esto no es un problema de biología, sino de fí¬sica, y remite a otro profesor de Oxford, el físico Peter Atkins, quien ha escrito un libro explicando cómo podría haber sucedido que el universo se hubiera creado a sí mismo sin necesidad de un Creador28.

La presunta «autocreación» del universo es un absurdo que se basa en extra¬polaciones tales como equiparar de algún modo la «nada» (que, por definición, no es absolutamente nada) con el «vacío cuántico» (que es un estado físico). En el prefacio a la primera edición de su libro, Atkins advierte: «Éste es un ensayo de reduccionismo extremo y de racionalismo militante»29. Ahí tiene toda la razón. Las posiciones de Atkins y de Dawkins representan casos extremos de reduccio¬nismo, o sea, del científico que no está dispuesto a admitir nada más que lo que afirma su ciencia, sin advertir que existen otras dimensiones de la realidad.

Francisco Ayala, profesor de la Universidad de California y una de las má¬ximas autoridades mundiales en evolución, ha escrito que la creación a partir de la nada «es una noción que, por su propia naturaleza, queda y siempre quedará fuera del ámbito de la ciencia», y añade: «... otras nociones que están fuera del ámbito de la ciencia son la existencia de Dios y de los espíritus, y cualquier acti¬vidad o proceso definido como estrictamente inmaterial»30. En efecto, para que algo pueda ser estudiado por las ciencias, debe incluir dimensiones materiales que puedan someterse a experimentos controlables: y esto no sucede con el espí¬ritu, ni con Dios, ni con la creación. Por otra parte, Ayala recoge la opinión de los teólogos según los cuales «la existencia y la creación divinas son compatibles con la evolución y otros procesos naturales. La solución reside en aceptar la idea de que Dios opera a través de causas intermedias: que una persona sea una criatura divina no es incompatible con la noción de que haya sido concebida en el seno de la madre y que se mantenga y crezca por medio de alimentos [...] La evolución también puede ser considerada como un proceso natural a través del cual Dios trae las especies vivientes a la existencia de acuerdo con su plan»31.

En la actualidad, la mayoría de los científicos reconocen los límites de su ciencia, y que existe una complementariedad entre ciencia, metafísica y religión. En cualquier caso, el rigor científico es el mejor antídoto frente a los excesos del cientificismo, que tiende a extrapolar los logros científicos, conviertiendo la cien¬cia en una ideología pseudocientífica.

19. CIENCIA Y FILOSOFÍA

En la Antigüedad, lo que existía de las ciencias en sentido moderno se en¬contraba, por lo general, mezclado con la filosofía. Cuando las ciencias particu¬lares fueron adquiriendo una consistencia propia a partir del siglo XVII, el espec¬tacular progreso de la ciencia experimental llevó a relegar a la filosofía a un segundo plano, y ese proceso ha continuado hasta la actualidad.

Desde la perspectiva ventajosa que nos proporciona la época actual, en la que las ciencias continúan progresando y, al mismo tiempo, se ha adquirido una mayor conciencia de sus límites, vamos a examinar cuáles son las fronteras y las relaciones entre ciencia y filosofía. Nuestras consideraciones se refieren directa¬mente a las ciencias experimentales, pero también nos referiremos a las ciencias humanas que, por su misma naturaleza, se encuentran mucho más relacionadas con la filosofía. Ya hemos considerado algunos aspectos del problema al tratar de la naturaleza de la ciencia; las consideraciones que siguen suponen las que ya hi¬cimos en su momento y las complementan.

1 9. 1 . La demarcación entre ciencia y filosofía

El término «demarcación» se refiere al establecimiento de límites o fronte¬ras entre dos territorios o asuntos. Karl R. Popper ha popularizado la expresión «problema de la demarcación» para designar lo que, según él afirma, es el proble¬ma más importante de la teoría del conocimiento. Sin embargo, la formulación del problema en la obra de Popper es un tanto ambigua. Por una parte, Popper dice que este problema se refiere a la distinción entre ciencia y metafísica: «... lla¬mo problema de la demarcación al de encontrar un criterio que nos permita dis¬tinguir entre las ciencias empíricas, por un lado, y los sistemas "metafísicas", por otro» 32. Sin embargo, el enfoque y la solución de Popper, tal como él mismo lo explica, surgieron en un contexto en el que la cuestión no era ésa, ya que afirma: «Tal y como primero se

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