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Clase sobre Vigilar y castigar, M. Foucault


Enviado por   •  29 de Septiembre de 2015  •  Ensayos  •  4.829 Palabras (20 Páginas)  •  163 Visitas

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Universidad de Costa Rica

Escuela de Filosofía

Seminario de Historia del Pensamiento

(Michel Foucault: prácticas de sujeción y prácticas de sí)

Clase sobre Vigilar y castigar

Introducción

Hoy entraremos en un campo de análisis particular que es del poder disciplinario. Comenzaremos a analizar esta modalidad de poder a partir de un libro clave: Vigilar y castigar.      

Puesto que ustedes lo han estado leyendo, en esta clase les propongo una lectura acotada de Vigilar y castigar. Ello supone restringir nuestra interpretación del texto a unos cuantos asuntos, a sabiendas de que existen en él otros temas que podríamos haber tratado.

Me propongo entonces destacar esos tres asuntos entrelazados y que cruzan de principio a fin el libro. Se trata de la sociedad disciplinaria, del poder disciplinario, y la fabricación del delincuente mediante la prisión como un tipo de fabricación del “individuo disciplinario”, término que Foucault usa en la última página de su texto.

Antes del libro, un par de datos acerca del contexto en medio del cual fue escrito. En Francia, en la década de 1970, líderes de la extrema izquierda fueron apresados y el problema de la cárcel fue puesto de relieve. En especial la izquiera maoísta se interesa por los detenidos. Foucault le da al tema profundidad crítica y participa en la creación del GIP: grupo de información sobre las prisiones cuya única consigna es: “la palabra a los prisioneros”.

Este gesto es algo que F valoraba a la hora de imaginar su trabajo intelectual. No quería imitar a los mandarines, a los profetas, ni a los que hablan en nombre de otros. Veamos cómo lo dice él mismo: Siempre he procurado no desempeñar el papel del intelectual profeta, que de antemano le dice a la gente lo que debe hacer y le prescribe sus marcos de pensamiento, objetivos y medios, que ha tomado de su propio cerebro, trabajando encerrado en su escritorio, rodeado por sus libros. Me ha parecido que el trabajo de un intelectual, lo que denomino un “intelectual específico”, es el de intentar identificar, tanto en su poder de coacción, como también en la contingencia de su formación histórica, los sistemas de pensamiento que ahora nos parecen familiares, que nos parecen evidentes y que se han corporizado con nuestras percepciones, actitudes, comportamientos. Luego, es preciso trabajar en común con los participantes, no sólo para modificar las instituciones, y las prácticas, sino para reelaborar las formas de pensamiento. (“qu’apelle-t-on punir?”. En Francois Boullant. Michel Foucault y las prisiones. 17-18).      

Según Foucault hay un desconocimiento teórico y práctico sobre la cárcel. Decía que era “una de las cajas negras de nuestra vida”. El GIP se inscribe en la lucha contra ese desconocimiento. Fue un grupo que hizo encuestas, filmes, estudios de registros judiciales. Se manifestaban, repartían volantes frente a las cárceles. Tuvo una gran resonancia y dio pie al nacimiento de otros grupos de información (sobre asilos, inmigrantes, salud).

Para F su libro Vigilar y castigar tiene un lazo directo con ese grupo. No comencé a escribir este libro sino tras haber participado , durante algunos años, en grupos de trabajo, dereflexión sobre y de lucha contra las instituciones penales. Trabajo complejo, difícil, realizado junto con los detenidos, con sus familias, con el personal de vigilancia, con los magistrados, etc. (Francois Boullant. Michel Foucault y las prisiones. 17).  

El libro está organizado en 4 partes: Suplicio, Castigo, Disciplina y Prisión. Los dos primeros permiten observar un giro en las sociedades europeas que las lleva a suprimir los suplicios públicos para introducir un nuevo tipo de castigo o pena: la prisión. Esto significa que no siempre se castigó con la prisión. Y cuando se hizo no se hizo a partir de una lógica disciplinaria. Antes de ello, el suplicio constituía una forma de castigo que implicaba cierta racionalidad y cierta ritualidad: colgar, marcar, mutilar, y descuartizar, constituían, junto con la previa confesión pública del criminal, los pasos de un ritual sangriento y aleccionador.

Este ritual político de los suplicios públicos suponía que quebrantar la ley era violentar el cuerpo del monarca y el soberano debía responder de igual manera ejerciendo una fuerza pública impresionante. Al final, esto podía ser percibido como una desigual batalla entre dos personas o entre dos cuerpos, el del supliciado y el del rey. Ahora bien, se trataba de una lucha racional. Es decir, la tortura aplicada sobre el supliciado no era un incontrolado acto de furia, sino una aplicación controlada de sufrimiento sobre el cuerpo. El suplicio más perfecto consitía en ofrecer al castigado la posibilidad de morir mil veces, de convertir su muerte en mil muertes, en fin, de retardar el desenlace con arte. Un verdugo que matara de inmediato era un mal verdugo. Se trataba de un rito que marcaba muy bien los momentos y los prolongaba para asei prolongar el sufrimiento y convencer al público de que no debía pasar por esta pasión interminable. Pero F agrega que no siempre estos ritos funcionaban bien. A veces se convertían en sitios de disturbios sociales y de revueltas. En especial, esto ocurría cuando los criminales terminaban convertidos en héroes o ya lo eran desde antes del suplicio.

Agotada esa racionalidad, y no necesariamente debido a un progreso moral, dichas sociedades instauran las prisiones como forma privilegiada de castigar a quienes antes eran objeto del suplicio público. Foucault describe las razones “económicas” que llevan a esa sustitución y pretende demostrar que ellas no responden a castigar menos o con mayor benevolencia, sino a castigar mejor y a enquistar el castigo en todo el cuerpo social.

En tiempos de la Revolución aparece un tipo de discurso humanista que propone abolir suplicios. El principio básico es que no debía haber venganza, sino castigo proporcionado (VC 77-78). Además de ese argumento moral se tenía otro argumento de tipo técnico, los suplicios no detienen el crimen. La principal justificación teórica de esta reforma humanista reposaba en la teoría del contrato social: la sociedad está formada por individuos agrupados mediante acuerdo contractual. El crimen no ataca el cuerpo del soberano sino que es un quebrantamiento del contrato. La  totalidad de la sociedad es la víctima y ella tiene obligación de castigar y corregir ese error. Pero el criterio que se propone en esos finales del siglo XVIII no es el poder mancillado del soberano sino la humanidad compartida por los componentes del contrato. Por esa razón, el límite del castigo y su objeto es la humanidad de cada sujeto. (VC 109). F menciona como para la legislación criminal de 1791 resulta necesario calcular las relaciones exactas entre la naturaleza del delito y la naturaleza del castigo. Uno de los principales representantes de este movimiento penal reformista fue Cesare Beccaria. De hecho, F cita abundantemente el libro de Becaria titulado De los delitos y de las penas[1]. En su libro, Beccaria limita la función punitiva, pone límites a la aplicación de la pena, destaca la finalidad preventiva de las penas, la necesidad de la proporcionalidad de la pena en relación con el delito, destaca la preseunción de inocencia, la reducción de la detención preventiva, rechaza la pena de muerte y la tortura, y exige el carácter público de los procesos. F tiene muy presente estas tesis del libro de Beccaria al hablar de “reforma humanista”.

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