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DEONTOLOGIA


Enviado por   •  27 de Febrero de 2015  •  7.837 Palabras (32 Páginas)  •  215 Visitas

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UNIDAD III: ÉTICA PERSONAL.

INTRODUCCIÓN

Dentro de esta unidad se hablará de la conciencia individual y la influencia del medio social y jurídico en ella, iniciando con definir lo que es la persona humana, sus atributos, y dignidad; haciendo énfasis en la libertad, la responsabilidad, y la dimensión, social personal.

Además se hablará de la persona como fin de la sociedad y del estado y el deberse según la conciencia individual.

En un último momento se hablará de las virtudes éticas y la influencia del medio jurídico y social que condiciona en los deberes de la conciencia.

ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE

Exámenes parciales.......................................... (x)

Exámenes finales…........................................... (x)

Trabajos y tareas fueras del aula................. (x)

Participación en clase...................................... (x)

Asistencia a Prácticas…..................................... ( )

Solución de casos prácticos por alumnos (x)

Asistencia a clase………….................................. (x)

Otros: a criterio del profesor…………..……… (x)

OBJETIVOS PARTICULARES

Evaluar la interacción entre la conciencia individual y la influencia condicionante del medio jurídico y social.

CONTENIDO

3.1. Conciencia individual y el medio social.

3.1.1. Concepto de persona humana.

3.1.2. Atributos de la persona.

3.1.3. Dignidad a la persona humana.

3.1.4. Libertad y responsabilidad.

3.1.5. Dimensión social personal.

3.1.6. La persona como fin de la sociedad y del Estado.

3.2. Deberse según la conciencia individual.

3.3. Virtudes éticas.

3.4. La influencia condicionante del medio jurídico y social en los deberes de conciencia.

Fichas bibliográficas de los documentos

CAPITULO VI EL HOMBRE ES PERSONA

1. Actualmente el hombre es el punto de partida de la Filosofía. Afortunadamente. Es Filosofía del hombre. La persona es el centro de donde surgen los problemas que preocupan al mundo. La persona es el objeto de la Filosofía porque la persona es la síntesis misteriosa de materia y espíritu, de tiempo y de eternidad, del yo y del no-yo, de libertad y necesidad. Sin la persona sencillamente no habría Filosofía.

¿Qué es la persona? Etimológicamente persona es máscara, rostro. Del latín persona -máscara-.

Posteriormente significó el papel que los actores -los actores actuaban con máscara- representaban en el teatro. Finalmente la palabra persona pasó a la Filosofía y significó “una sustancia individual de naturaleza racional”.1 O también: Sustancia completa intelectual.

Ordinariamente se dice que el hombre es un compuesto de dos elementos: cuerpo y espíritu. Sin embargo, la realidad es que la persona humana es una bi-unidad o una unidad plural. Así dice el Dr. P. Chauchard: “el hombre no tiene un cuerpo y un alma, es un cuerpo que piensa y actúa… No tiene un cuerpo y un alma, existe y es simultáneamente cuerpo y alma, unidad compuesta”.2

Lo principal de la unidad psicosomática -la persona- es el espíritu. El espíritu es tanto más él mismo cuanto más consciente. No que espíritu y conciencia se identifiquen -muchas veces no tenemos conciencia y no por eso dejamos de ser espíritu- sino que la conciencia es la vida del espíritu. De este modo el espíritu, como conciencia, actúa de tres maneras:

a) Conciencia de lo universal: razón; b) conciencia de sí: reflexión; c) conciencia de los valores: apreciación.

a) La razón es propia del hombre. Es lo que lo distingue del animal. La razón es la facultad de lo universal. Capta la esencia de las cosas: los sentidos captan los fenómenos -lo sensible, lo que cambia-, la razón capta lo que es. Identifica los entes al descubrir su esencia. La razón es conciencia unificadora porque es visión: la conciencia racional capta la noción color, desligada de todo objeto coloreado. Y va más allá; no sólo capta las relaciones de semejanza sino que capta cualquier relación: la razón es la facultad de la relación. Entonces la conciencia es conciencia de las esencias y conciencia de las relaciones universales porque tiene la capacidad de abstracción. Por la razón el espíritu va más allá de lo real concreto: abstracción de lo singular en la visión de lo permanente; abstracción de lo sensible en la visión de lo inteligible; abstracción de lo múltiple en la visión de la unidad; abstracción del ser en la visión de los entes. La razón es exigencia de unidad.3

La razón, en su actividad primera, es conciencia de la unidad. Es visión de lo inteligible, de lo universal, de lo que está más allá del tiempo y del espacio.

b) Soy un ente que piensa. Por tanto soy espíritu. El pensamiento se manifiesta no solo por la razón sino ante todo por la visión de mí propio yo. No hay pensamiento sin un yo pensante. La conciencia es un centro original que refiere a sí mismo todos los actos de pensamiento. El centro es el yo; la referencia es la reflexión. La reflexión es, pues, el volver del sujeto sobre sí mismo por el que se conoce como origen de su pensamiento. Este volver es una intuición en la que el yo está presente a sí mismo. Esta es una característica propia del espíritu. La materia no se conoce: el ojo, por ejemplo, no se ve porque está orientado hacia afuera; la conciencia se ve porque aunque se dirija hacia afuera, se da cuenta de que es fuente incesante de su actividad y de que se dirige hacia los objetos. Los objetos -dicen Hegel y Sartre- son en-sí; la conciencia es para-sí. El para-sí es el ser transparente a sí mismo y que vive en su intimidad; el en-si es el ser opaco y ciego que nunca se puede ver a sí mismo.

La primera actividad del espíritu -conocimiento de las esencias- es objetiva; la segunda actividad conocimiento de la propia esencia- es subjetiva, de modo que conocerse y conocerse conociendo son lo mismo, es decir, la conciencia es simultáneamente, en una sola intuición, conciencia de sí y conciencia de la conciencia de sí.

No se confundan reflexión e introspección: la primera es ontológica; la segunda es psicológica; la reflexión es una actividad espontánea; la introspección es un método psicológico. La reflexión es -como dijo Bergson a otro propósito- “la atención que el espíritu se presta a sí mismo”.4

En la reflexión lo psíquico y lo antológico se identifican puesto que la reflexión es una actividad inmediata por la cual el sujeto capta su propia actividad sin que haya distinción entre sujeto y actividad.

c) Conciencia de los valores.- El espíritu no queda definido por la conciencia de sí. La conciencia de lo universal y la conciencia de sí no tienen sentido si no son manifestación de otra actividad: la apreciación. Por la razón, el espíritu se orienta hacia lo objetivo; por la reflexión se orienta hacia lo subjetivo. Pero falta la síntesis.

Aunque la orientación hacia un objeto es orientación de un sujeto, y la actividad cognoscitiva del sujeto es siempre actividad que implica un objeto, sin embargo, la apreciación es la reconciliación -la síntesis- de lo subjetivo y de lo objetivo porque el valor es lo que el sujeto capta en un objeto.

Así la apreciación supera, une y completa las otras dos formas de conciencia espiritual. Las supera porque ya no es conciencia del ser ni conciencia del yo sino que es justificación del ser. Las une porque es la síntesis de sujeto y objeto Las completa porque da a cada una de ellas sentido y orientación. La conciencia, mediante la apreciación, es decir, a través de los valores, se orienta hacia la acción. De esta manera el espíritu es conciencia ontológica, conciencia psicológica y conciencia axiológica. O si quiere, el espíritu es ente, conciencia y valor. Y en tanto conciencia el espíritu se opone a la materia como lo abierto se opone a lo cerrado, la comunicación a la soledad, lo dinámico a lo estático, el para-sí al en-sí, el sujeto al objeto. O sea que la persona -el espíritu- es apertura, comunicación, dinamismo, interioridad. En este sentido N. Berdiaev ha dicho que “el espíritu no es ni naturaleza, ni objeto, ni ser, él es sujeto, acto, libertad”.5 […]

3.1.2 Atributos de la Persona.

3.1.3. Dignidad a la persona humana.

PERSONALIDAD MADURA

ERNESTO BOLIO Y ARCINIEGA

El hombre es un ser único. No hay dos personas exactamente iguales, aunque igual sea su esencia. De este rasgo de unicidad ha de brotar un profundo respeto por la persona. Es irrepetible: nuestra vida pasa y no es posible repetir en el mismo contexto, en idéntica forma, nuestras acciones, nuestro modo de pensar, nuestras experiencias. Podemos, sí hacer las mismas cosas, realizar las mismas acciones, pensar lo mismo, experimentar lo vivido, y, sin embargo, nunca será exactamente igual: nosotros mismos, nuestro ambiente ya no es el mismo.

De aquí nace el sentido de responsabilidad ante la vida.

El hombre es inacabado e inacabable, sabemos que no somos seres terminados como lo puede ser un objeto; somos seres que nos vamos haciendo, personas que vamos realizando una tarea que nunca acabaremos totalmente. Esto da origen al deseo de luchar continuamente y seguir aprendiendo.

Es finito, tiene unos límites concretos. No lo podemos todo ni en el pensar ni en el querer ni en el actuar, y por eso aceptamos y comprendemos que no todo esta a nuestro alcance.

Es contingente, es decir, es un ser que ha empezado a existir en el tiempo y va a dejar de existir en el mismo; de aquí la necesidad de aprovechar la vida, de no desperdiciarla.

De estas cualidades humanas, se deduce que el hombre esta sujeto a situaciones criticas. En efecto, todo nuestro desarrollo personal sufre crisis ante las cuales podemos adoptar diferentes actitudes: una es la crisis que nos hunde en la desesperación, en el vació y sin sentido de la vida, en la amargura; la otra, es aquella que nos eleva, da sentido a nuestra vida, nos hace crecer, nos supera. Lo importante por tanto, no es que haya o no crisis –inevitables en la condición del hombre-, sino la actitud que tememos ante ellas, y eso depende de nosotros mismos.

Factores influyentes en el desarrollo de la personalidad.

Factores de tipo orgánico. Hay factores de tipo orgánico que pueden influir positiva o negativamente en el desarrollo de la personalidad, se da el primer caso, cuando el individuo tiene una buena carga genética; entonces, habrá una influencia positiva en el ulterior desarrollo de la persona. Se da el segundo cuando influye negativamente, es decir, cuando a causa de un trastorno genético o traumático, la personalidad tiene dificultad para desarrollarse de manera normal. Decimos que influyen y no que determinan, pues a pesar de una óptima o pésima carga genética, pueden darse otros factores que alteren y dispongan la personalidad de manera distinta a la prevista.

Factores de tipo dinámico-familiar. Nos referimos a aquellos factores que influyen en el desarrollo del individuo, derivados de las relaciones adecuadas o inadecuadas entre los padres y los hijos. Estos factores también pueden actuar aquí en forma positiva: tal es el caso de los matrimonios cuya armonía conyugal provoca un clima de confianza, seguridad, serenidad en el ambiente familiar; o bien el opuesto: el caso de una pareja cuyos continuos conflictos hacen del ambiente familiar un sitio amenazante y frustrante o, de igual manera, el de un padre autoritario y una madre sobre protectora que influyen negativamente en el desarrollo del hijo que posiblemente tendrá fuertes sentimientos de inseguridad y dependencia. Pero como anteriormente dijimos, estos factores tanto positivos como negativos en sí mismos, pueden también tener una influencia positiva o negativa dependiendo del rejuego de los otros aspectos. Y así vemos cómo no todo hijo de madre sobreprotectora y de padre autoritario es inseguro y dependiente (puede incluso que resulte todo lo contrario).

Factores de tipo dinámico-social. Aquí se engloba a aquellos factores que constituyen el medio ambiente para-familiar, es decir, la escuela, los amigos del barrio, la sociedad en general. Estos también pueden actuar en forma positiva, moviendo al individuo a desarrollarse en forma madura o, por el contrario, retrasar o entorpecer dicho desarrollo.

El armónico desarrollo de la persona se encontraría, pues, dependiendo en buena parte de estos factores.

Pero ninguno de ellos aisladamente ni todos en convivencia pueden determinar fatalmente nuestro desarrollo. Además de todos los factores circunstantes, estamos nosotros mismos que somos el factor decisivo de nuestro desenvolvimiento, según lo que hemos presupuesto que es el hombre: un ser inacabado e inacabable, en continua evolución de progreso, el cual, como también ya dijimos, depende de nosotros mismos.

Rasgos de la personalidad madura.

Son muchos los componentes del perfil de la persona madura. La selección que hacemos a continuación no es puramente teórica. En la práctica del análisis de la persona, cuando ésta ofrece manifestaciones de comportamiento maduro hemos encontrado presentes, al menos, todos y cada uno de los rasgos que discutiremos a continuación, no tampoco con una intención teórica sino con una finalidad práctica de provecho personal.

Objetividad. La objetividad es un rasgo de madurez que consiste en el adecuado aprecio de la realidad, tanto interior como exterior. Consideraremos a la realidad interior desde cuatro dimensiones que nos parecen muy importantes, y que son: las virtudes, los defectos, las habilidades y las limitaciones.

Entendemos por virtud las “fuerzas” del individuo y las fuerzas principales son las virtudes cardinales: prudencia, justicia, templanza y fortaleza. La prudencia entendida como aquella fuerza que permite al hombre poner los medios para lograr los fines que se propone; la justicia como el dar a cada quien lo suyo; la templanza que consiste en cuidar las proporciones y la fortaleza, consiste en acometer y soportar.

Los defectos son lo contrario de las virtudes cardinales y de sus virtudes derivadas: el pesimismo, la inconstancia, el desorden, la deslealtad, etcétera.

Las limitaciones., como su nombre indica, son aquellos límites del hombre derivados de su propia finitud y de su constitución personal. Así, una limitación puede ser el no “tener oído” para tocar un instrumento, el carecer de un tipo de inteligencia determinada, etcétera. Una limitación, además, no puede ser superada en la línea de la misma limitación, en todo caso, puede haber una compensación en donde otra facultad supla: y en eso se distingue del defecto, de cuya superación nosotros podemos responder. En el ejemplo del instrumento, el individuo con falta de oído para la música tendrá que aprender a tocarlo siguiendo un método durante mucho tiempo, o bien dedicarse a otra actividad.

Por habilidades entendemos aquellas “dotes” especiales que un sujeto posee para alguna actividad.

La objetividad en relación a la realidad interna consistiría, pues, en aceptar que cada uno, como persona irrepetible, tiene sus propias virtudes y defectos, habilidades y limitaciones. Es falta de objetividad el que un sujeto crea que sólo es portador de virtudes, o bien que sólo tenga defectos; o que infravalore las limitaciones y dé excesivo peso a sus habilidades.

La idea que sobre sí mismo se tiene influye en buena medida en la percepción del exterior, es decir de lo que está fuera de mí, la realidad externa.

Autonomía. Es la capacidad del individuo de decidir por sí mismo. Autónomo es el que no se deja llevar por el qué dirán, sino que tiene claro lo que hay que hacer, independientemente de la opinión de quienes le rodean.

Es autónomo quien ha logrado “digerir” que en la vida hay tres tipos de personas: las que lo aceptan como individuo, lo buscan y lo reconocen; las que lo odian, lo evitan y lo rechazan y aquéllos para quienes es indiferente. Autónomo es también quien no deja llevar por los modos del momento y las opiniones de café.

Autónomo, por fin, es el que sabe escuchar las opiniones de los otros, como un material valido pero no como un condicionante de las propias decisiones.

Capacidad de amar. Ama en forma madura quien quiere la mejor para el que ama. Esto trae cómo consecuencia la búsqueda de su desarrollo: que aquél a quien se ama sea objetivo, autónomo y libre. La persona que ama se ha preocupado de conocer a quien ama, ya que, como se dice, “no se ama sino lo que se conoce”; el amor supone el respeto ante el ser del amado, que es, como dijimos, Único e irrepetible. El amor está más en compartir que en el gozo propiamente dicho; más aún, a veces el dolor y las contradicciones son lo que fortalece y aviva el amor.

De lo que esa persona ama como bien supremo podemos deducir su valor, ya que “la calidad de nuestro amor da la calidad de nuestro ser”.

El hombre que ama maduramente ama con pudor, cuya función -como dice Viktor Frankl- es protectora: “su tarea consiste en impedir que algo se convierta en objeto –objeto de espectadores-. Cuando esto sucede se pierde espontaneidad de la entrega al convertirse en objeto de observación”.

El amor implica también la aceptación de sí mismo y de los demás -entendiendo aceptación como conciencia de sí mismo-, los elementos que mencionamos al hablar de la objetividad (virtudes, defectos, limitaciones, habilidades); implica aceptar y poner los medios para comprender la naturaleza del comportamiento del ser amado, los cambios en la forma de pensar, querer y actuar, las inconsistencias y aparentes contradicciones.

Aceptar a otro supone forzosamente respetar su punto de vista que puede ser distinto o contrario al propio. Una persona que no se acepta a sí misma tampoco podrá aceptar a otros.

Cuando una persona ama dentro del contexto de la madurez, su amor no esta condicionado en forma importante por el halago y la critica de aquel a quien ama: es, hasta cierto punto, independiente de ambas. Pues se ama la unicidad, la irrepetibilidad del ser amado. Quien ama busca y encuentra en la diaria convivencia, la ocasión de demostrarlo mediante una actitud de servicio y de entrega generosa dándose más que dando. Amar supone comprender, aceptar a quien se ama. Se captan las facetas del otro y se aceptan. Van Kastel decía con razón que aquel que ama está más ahí donde ama que no ahí donde respira, queriéndonos decir que está mas en el objeto de su amor que en sí mismo.

Sentido de responsabilidad. La responsabilidad es la capacidad de responder adecuadamente, teniendo como marco de referencia los valores a los que se aspira. La responsabilidad implica, en cierto modo, una obligación que a su vez lleva un sentido. De modo que responsabilidad y sentido confluyen hacia un mismo fin. La responsabilidad implica una limitante respecto de aquellos otros aspectos que no están directamente relacionados con la respuesta de se momento: Pero el hecho mismo de tal limitación, resulta enriquecedor para la persona, ya que así se va estructurando y fraguando su personalidad. Tagore decía: “El río tiene dos límites: las orillas; pero si no fuera por estos límites dejaría de ser río, sería otra cosa distinta”, Así la responsabilidad va haciendo que el sujeto sea eso y no otra cosa, se atenga a aquello a lo que aspira, y no se desparrame profusamente.

Dijimos que la responsabilidad implica una obligación, y, en efecto, podemos ver que quien actúa responsablemente se ve obligado en un determinado sentido: lo que me obliga para algo, y en ese algo está el sentido. El padre de familia que con sentido de responsabilidad castiga a sus hijos, lo hace con un sentido: formarlos, educarlos.

Trabajar productivamente. Cuando el individuo trabaja, es decir, despliega energías que lo conducen a alcanzar algo y obtiene resultados de su trabajo, decimos que trabaja productivamente. No nos referimos sólo, obviamente, a resultados de tipo económico, sino a resultados en el sentido amplio de la palabra -esto es, al logro de lo pretendido-, de modo que se implicarían aquí tanto la satisfacción de necesidades más materiales como las más espirituales: también quedaría incluido aquí el descubrimiento y el desarrollo del individuo.

En este sentido el trabajo es un medio de correalización. Un hombre que trabaja en forma madura lo hace independientemente del estado de ánimo que padece en ese momento, y lo hace porque lo tiene que realizar, de modo que supone trabajar en forma constante, sin desánimos por las lógicas dificultades y problemas que van apareciendo, sino que por el contrario, ve en ellas la oportunidad para su desarrollo personal.

Quien tiene una actitud madura ante el trabajo ha captado con toda profundidad aquello que dijera el poeta castellano: “Despacito y buena letra, que el hacer las cosas bien importa más que el hacerlas”.

Visión amplia. Implica una vivencia panorámica de la vida y, por lo tanto, de intereses variados. Tiene visión amplia la persona que sabe captar las distintas facetas de la realidad y que se aboca al logro de metas en el campo religioso, político, estético, económico, etcétera. Quien tiene una visión amplia intuye la importancia de trascender a través de lo que se hace, pero, sobre todo, a través de lo que se es.

El que posee una visión amplia, en fin, no “reIativiza lo absoluto ni absolutiza lo relativo”, sino que da a cada cosa y acontecimiento, su lugar y su importancia.

Sentido Ético. Se caracteriza por la capacidad de distinguir entre lo que es bueno y lo que es malo. La experiencia demuestra que todos los seres llevamos, impresa en nosotros, la capacidad de distinguir entre lo bueno y lo malo. No importa la cultura o la época: el hombre siempre ha tenido y tiene esa capacidad. No podemos entrar aquí en la importante cuestión acerca de que si el mal o el bien dependen de la cultura o de la naturaleza: lo que interesa es subrayar que todos somos capaces e valorar lo bueno.

Tiene sentido ético quien tiene sentido de! deber ser, saber qué requiere para llegar a ser en forma integral, considerando al hombre como un todo constituido por razón, voluntad y sentimientos, cuerpo y espíritu y con un fin natural y otro que excede la naturaleza.

Quien tiene entre sus principios normas de conducta tales como hacer el bien y evitar el mal, por ejemplo, no hace a otro lo que no quiere para sí mismo y no justifica los medios en razón del fin: posee, en consecuencia, una personalidad con sentido ético.

Capacidad de reflexión. Cuando el hombre no se limita a hacer, a querer, a conocer, sino que reflexiona sobre sus actos, sobre sus deseos, afectos y conocimientos, necesariamente surgen para él una serie de interrogantes: el porqué y el para qué de todo aquello. Por medio de la reflexión llega a un balance y se plantea lo que quiere en su vida, lo que le conviene como hombre. Decide entre lo importante y lo urgente, lo accidental y lo esencial, el todo y la parte. Sus acciones quedan impregnadas de intencionalidad, fruto de la reflexión previa.

El hombre maduro lleva con sigo el habito de ser tanto su pasado como su futuro y su presente. Al pasado se asoma para tratar de sacarle provecho con vistas al futuro y al presente para no dejar le hacer lo que tiene que hacer, para hacerlo con aquella intencionalidad actualizada en cada momento.

Sentido del humor. Humor tiene quien sabe reírse de las cosas, de los acontecimientos y de las personas, incluyendo la suya propia. Pero su reír no es despreciativo ni burlesco; es un alterar las coordenadas sin que esta alteración destruya lo esencial. Humor, dijo alguien, es reírse de aquello que uno ama y lo sigue amando. Pero, ¿qué significa reírse?: es poner aquello que es objeto de nuestro sentido del humor en una tesitura tal que nos lo hace amable en lugar de desagradable o molesto: apto o aceptable en lugar de inadecuado o inaceptable. Así, cuando somos capaces de reírnos de nuestros defectos físicos o mentales, los reducimos a un nivel en que, si son irremediables en ese momento, podrán resultar remediables con el tiempo; si son limitantes, podrán ser aceptados con gracia.

El verdadero sentido del humor no lastima, no humilla al contrario: es consuelo, una forma de ensalzar la situación.

En las relaciones interpersonales el sentido del humor hace grata y amable la relación, sirve de bálsamo que extirpa las tensiones o, por lo menos, las hace más leves. Quien tiene sentido del humor, no hace tragedia de lo baladí.

Armonía sexual. Una adecuada armonía sexual implica colocar a la sexualidad en el lugar que le corresponde y afrontarla con actitud positiva. Cuando se ve como la posibilidad de llegar a perpetuarse a través de la generación de nuevos seres, la relación íntima entre hombre y mujer, dentro de este contexto, llega a ser la cristalización en lo corpóreo de la sublime unión de espíritus, y no una simple satisfacción sensitiva. Quien tiene un buen ajuste sexual experimenta la sexualidad a través de la otra persona como tal, no como cosa que se usa, sino dotada de una dignidad que se deriva del ser persona.

Si la sexualidad implica entrega, la entrega ha de hacerse a una persona determinada y única, y en términos que sean válidos para toda la vida. Dentro de esta relación no se exige más de lo que la otra persona es capaz de dar.

Capacidad de entablar amistades profundas. La persona madura es capaz de establecer una relación afectiva basada en una sintonía espiritual que tiende a una profundización mutua y que resulta enriquecedora para ambas partes. La verdadera amistad no está impregnada de un interés mercantil proveedor-consumidor, sino que ve en la otra persona la ocasión de actualizar lo que en uno es simplemente potencial. Por ejemplo: un amigo da la oportunidad de que la capacidad (potencia) de ser generoso, sea una realidad (acto de generosidad).

En la amistad podemos decir que se está con la persona, no alrededor de ella. Se da una relación bipersonal y no de personaje a personaje como en la representación de un papel teatral.

Manejo emocional. El contenido emocional; esto es, los sentimientos, el humor, el talante -como en ocasiones se le nombra- es manejado y canalizado adecuadamente por el hombre maduro.

Sabemos por experiencia que el hombre padece -el sentido de ser sujeto- de variaciones en lo anímico.

Pues bien, decimos que tales variaciones se manejan con madurez cuando no nos dejamos llevar por lo que se siente, sino por lo que se debe, pues sabemos que el deber es el camino más corto -¡el único camino!- para llegar al ser, a la realización personal.

El que maneja sus emociones responde en forma adecuada a las incitaciones y estímulos del medio ambiente. En esta tesitura, los sentimientos ocupan un lugar importante en la vida de un individuo, de modo que sabe no sólo reconocerlos, aceptarlos y respetarlos, sino también, y ello es importante, expresarlos sin inhibiciones y sin primitivismos.

Criterio. Una persona madura posee criterio cuando sabe juzgar discernir lo mas adecuado entre las alternativas que se va planteando como fruto de lo que observa, razona y escucha de los otros, con la finalidad de que sus acciones vayan encaminadas a la obtención de resultados. Vive aquel Viejo aforismo encolástico, según, según el cual “hay que distinguir sin separar y unir sin confundir”.

El tener criterio arrastra muchas consecuencias: entre otras ser comprensivo con los demás, aceptando que los demás tienen libertad de pensar, sentir, actuar, de modo diverso al propio, o, incluso, de manera contraria.

En el plano humano caben diversas formas de apreciar las cosas, tanto en el campo de la ciencia, como en la política, el arte, etcétera. El reconocerlo así es una de las más claras manifestaciones del criterio.

La flexibilidad es otra manifestación del criterio. Flexibilidad significa mente abierta al cambio si éste supone una mejora para la persona o personas que nos rodean; el hombre flexible está más dispuesto a escuchar que a oír.

Se da cuenta de que hay mucho que cambiar, mucho que hacer, que no todo está terminado. Por ello, adopta una actitud constructiva cuando se le presentan problemas: aprovecha los elementos positivos, en los que hace hincapié, y procura sacar partido de los negativos. Está dispuesto a poner a prueba sus ideas, las explora, pide que las evalúen y no se molesta ni se torna agresivo si sus sugerencias no ponen en práctica. Acepta el derecho que tiene a equivocarse, ya que es consciente de no ser perfecto. Todo esto lo conduce a un estado de serenidad, y lo ayuda a no absolutizar lo que en realidad no tiene sino un valor condicionado y relativo.

Seguridad. La seguridad del hombre maduro está fincada en una comprensión de su dignidad como persona: vale por lo que es, no por lo que tiene. Se da cuenta de que su seguridad no puede ser absoluta, porque es un ser limitado. Se preocupa por desarrollar sus propios recursos, cosa que lo lleva a enfrentarse mejor con las circunstancias cambiantes del medio, evita el construir barreras que lo aíslan de los demás, insiste en enfrentarse a los problemas, a no darles la vuelta. Sabe bien que ante lo nuevo, lo inesperado; lo grandioso, puede experimentar cierta inseguridad, por demás normal; si no fuera así sería un insensato, un loco. Podríamos decir que esa dosis de inseguridad es mecanismo que lo hace estar alerta y que de algún modo permite que esté más abierto al exterior.

Manejarse por objetivos. La persona madura plantea su vida en función de objetivos, esto es, en función de algo que queremos alcanzar.

Algunos objetivos suelen estar en función de otros que tienen carácter de fin, que llamamos objetivo final, o simplemente fin, en tanto que los demás le son subordinados o intermedios. El objetivo final es aquel que ya no admite subordinarse a ningún otro, porque de hacerlo dejaría de ser final para convertirse en intermedio.

Madurez significa, por de pronto, saber cuál es mi fin. Pero, de otra parte, para lograr la realización de sus objetivos, el hombre puede elegir generalmente diversos caminos con una inversión de tiempo y un desgaste de energía variables. En este aspecto, la madurez consistirá en lograrlos en la forma más directa posible, con un máximo de aprovechamiento de energía, o con un mínimo desgaste de ella.

Respecto del fin, el hombre maduro es consciente de que su vida terrena se desarrolla dentro del tiempo, y este tiempo se divide en horas. Es consciente por tanto de que su vida consta de un determinado número de horas. Aprovecha, pues, su tiempo invirtiéndolo en objetivos que valgan la pena, objetivos de calidad que lo realicen más plenamente. El logro de objetivos trae consigo una serie de consecuencias y conlleva unos antecedentes. La madurez consiste en conocer y analizar ambos, buscando un mejoramiento personal.

Libertad. La libertad es la capacidad de elegir lo mejor para la persona. Tiene relación con el intelecto ya que en su proceso interviene la razón, pero también tiene relación con la voluntad, porque en última instancia es la voluntad el “brazo” de la elección. La madurez de la libertad radica en la elección de lo mejor. Todo lo que sale de este cauce no es liberta madura, son formas incipientes o poco desarrolladas de libertad. Veamos algunas de ellas: la libertad-de, esta libertad en germen es la que permite la libertad-para. Yo soy libre de escoger la profesión de médico: esta elección es el inicio, el embrión de aquello por lo que quiero ser médico; la libertad-de no tendría sentido si no mirara a algo mas, si yo no pretendiera ser médico para curar enfermos. El para da sentido al de. El hombre maduro se mueve en el plano del para en todas sus actividades y el de lo toma solo como preámbulo.

Manejo de la frustración. Primero definamos qué entendemos por frustración: es una sensación de malestar, de desazón que experimenta el individuo cuando no ha logrado algo –valioso- que deseaba.

La frustración es un fenómeno frecuente en la vida de las persona; su manejo, por parte de la persona madura, consiste primeramente en la aceptación del fenómeno: la frustración es uno de los riesgos que corro al intentar alcanzar algo. En segundo lugar, cuando no he alcanzado lo que deseaba y surge la frustración, atiendo al porqué no lo logré, es decir, a los obstáculos que me lo impidieron para tenerlos en cuenta en el futuro, y pongo menos acento en mi valía personal.

Existe un manejo inadecuado de la frustración cuando toda mi energía se va en autorecriminaciones a mi capacidad, o bien, cuando ataco directamente el centro de mi persona; en cambio, cuando analizo las causas, las barreras, los obstáculos que contribuyeron al fallo de lo propuesto, entonces estoy en posibilidad de manejar mejor la frustración. Requiero también canalizar la agresividad que provoca mi frustración en formas productivas para superar los obstáculos. Dicho de otra manera: mientras más orientados estamos hacia el logro del objetivo, mediante el enfrentamiento y resolución de problemas, más madura es nuestra propia personalidad.

3.1.4 Libertad y Responsabilidad.

3.1.5 Dimensión Social Personal.

3.1.6 La Persona Como Fin de la Sociedad y del Estado.

3.2 Deberes Según la Conciencia Individual.

3.3 Virtudes Éticas.

3.4 La Influencia Condicionante del Medio Jurídico y Social en los Deberes de Conciencia.

5.--- Responsabilidad moral y libertad

La responsabilidad moral requiere, como hemos visto, la ausencia de coacción exterior o interior, o bien, la posibilidad de resistir en mayor o menor grado a ella. Presupone, por consiguiente, que el agente actúa no como resultado de una coacción irresistible, que no deja al sujeto opción alguna para actuar de otra manera, sino como fruto de la decisión de actuar como quería actuar, cuando pudo haber actuado de otro modo. La responsabilidad moral presupone, pues, la posibilidad de decidir y actuar venciendo la coacción exterior o interior. Pero si el hombre puede resistir dentro de ciertos límites- la-coacción, y es libre en este sentido, ello no quiere decir que el problema de la responsabilidad moral en sus relaciones con la libertad haya que dado completamente esclarecido, pues aunque el hombre pueda actuar libremente en ausencia de una coacción exterior o interior, siempre se encuentra sujeto -incluso cuando no se halla sometido a coacción- a causas que determinan su acción. Y si nuestra conducta está así determinada, ¿en qué sentido podemos afirmar entonces que somos responsables moralmente de nuestros actos? Por un lado, la responsabilidad moral requiere la posibilidad de decidir y actuar libremente, y, por otro, formamos parte de un mundo causalmente determinado. ¿Cómo pueden ser compatibles, en tanto que habitantes de ese mundo, la determinación de nuestra conducta y la libertad de la voluntad? Sólo hay responsabilidad moral, si hay libertad. ¿Hasta qué punto entonces puede hablarse de que el hombre es responsable moralmente de sus actos, si éstos no pueden dejar de estar determinados?

Vemos, pues, que el problema de la responsabilidad moral depende, en su solución, del problema de las relaciones necesidad y libertad, o, más concretamente; de las relaciones entre la determinación causal de la conducta humana y la libertad de la voluntad.

Es, pues, forzoso que hayamos de abordar este viejo problema ético en el que encontramos dos posiciones diametralmente opuestas, y un intento de

superación dialéctica de ellas. […]

2. -- La moralización del individuo.

El acto moral implica ----como ya vimos--- conciencia y libertad. Pero sólo puede ser libre y consciente la actividad de los individuos concretos. Por ello, en sentido propio, sólo tienen un carácter moral los actos de los individuos como seres concientes libres y responsables, o también los actos colectivos, en tanto que se trata de actos planeados conjuntamente y realizados concientemente en común por diferentes individuos. Así, pues, el verdadero agente moral es el individuo, pero el individuo como ser social.

De esto se desprende que la realización de la moral es una empresa individual. Pero a su vez –dada la naturaleza social del individuo- no es quehacer meramente individual. No lo es tampoco porque los principios –junto con las normas – que determinan su comportamiento moral responden a la necesidad e intereses sociales.

Por otro lado, la actividad moral del individuo se realiza en el marco de diversas condiciones objetivas, de las que forman parte los propios principios, valores y normas, así como la supraestructura ideológica, constituida por las instituciones culturales y educativas, y los medios masivos de comunicación. Pero en la realización de la moral hay que tener en cuenta otras condiciones objetivas muy importantes que trazan un marco a las decisiones personales y que el individuo no puede eludir. Son las condiciones sociales, económicas y políticas, junto con las relaciones sociales e instituciones correspondientes. Dejemos por ahora el modo como las diversa formas de la vida social (con sus correspondientes instituciones) influyen en al realización de la moral, y fijemos nuestra atención en el modo como el individuo en cuanto tal participa en la realización de la moral.

El modo de actuar moralmente el individuo, o su comportamiento moral en una situación dada, no es algo totalmente espontáneo e imprevisto, sino que se haya inscrito como una posibilidad en su carácter.

Es decir, su modo de decidir y actuar no es causal, sino que responde a una manera suya de reaccionar hasta cierto punto constante y estable- ante las cosas y los demás hombres. Esto significa asimismo que si bien no podemos disociar la conducta del individuo de su condición de miembro de la sociedad ni tampoco de ciertas formas genéricas o sociales del comportamiento individual, debemos ver en él formas propias y originales – y, a la vez, relativamente estables- de comportarse a las que responde su conducta moral. Estas formas propias, mutuamente ligadas entre si, que forman una totalidad indisoluble, constituyen el carácter de una persona.

En el carácter del individuo se pone de manifiesto su actitud personal hacia la realidad, y, al mismo tiempo, un modo habitual y constante de reaccionar ante ella en situaciones análogas. En él entran los rasgos que corresponden a su constitución orgánica (estructura emocional, sistema nervioso, etc.); sin embargo, el carácter se forma, sobre todo, bajo la influencia del medio social y en el curso de la participación del individuo en la vida social (en la escuela, en el seno de la familia, en los lugares de trabajo, como miembro de diferentes organizaciones o instituciones sociales, etcétera).

El carácter no es, pues, algo dado, innato o invariable, sino adquirido, modificable y dinámico. En sus rasgos se pone de relieve algo que es muy importante desde el punto de vista moral: la relación del individuo con los demás. Como la moral tiende a regular el comportamiento de los hombres y, por otro lado, se realiza siempre en los actos individuales que afectan ---por sus consecuencias--- a los demás, el carácter reviste una gran importancia tanto para la moralización del individuo como para la moralización de la comunidad.

El egoísmo por ejemplo, no es solo un principio moral dominante en las sociedades modernas, sino un principio que el individuo puede hacerlo suyo hasta convertirlo en rasgo de un carácter. Y un carácter egoísta entraña ya potencialmente una serie de actos diversos encaminados a satisfacer su enteres personal, como rehuir al cumplimiento de deberes hacia la familia, hacia determinado grupos social de que forma parte, o la sociedad entera, etc. La modestia puede presentarse igualmente como rasgo del carácter de una persona; por ello si alguien se comporta modestamente después de un importante existo profesional, no diremos que su reacción ha sido casual, imprevista o inesperada para aquellos que ya conocían su carácter. En verdad no ha hecho sino actualizar una posibilidad de comportamiento que estaba inscrito en él.

Como el carácter no es algo dado, innato o casual, el individuo puede adquirir una serie de cualidades morales bajo el influjo de la educación y de la propia vida social. Esas cualidades morales, adquiridas por el individuo, que están en él como una disposición caracterológica que se actualiza o realiza en una situación concreta, son las que tradicionalmente se han designado con el nombre de virtudes. […]

3.---- Las virtudes morales.

Las virtudes (del latín virtud, palabra que viene a su vez de vir, Hombre, varón) es, un sentido general, capacidad o potencia propia del hombre y, en un sentido especifico, capacidad o potencia moral.

La virtud entraña una disposición estable o uniforme a comportarse moralmente en un sentido positivo: es decir, a querer el bien. Lo opuesto a ella es el vicio, como disposición también uniforme y continuada a querer el mal.

Como disposición a actuar en un sentido valioso moralmente, la virtud se relaciona estrechamente con el valor moral; entraña, por ello, cierta comprensión del valor en que se fundan las normas morales que guían y orientan la realización del acto moral; pero, a la vez, supone la decisión – o fuerza de voluntad necesaria- para superar los obstáculos que se interpongan en dicha realización.

Pero un acto moral por si solo, aislado o esporádico, no basta para considerar a un individuo como virtuoso, de la misma manera que una reacción aislada o esporádica suya no basta para adjudicarse determinado rasgo del carácter. Como decía Aristóteles, de la misma manera que “una golondrina no hace verano”, un acto moral aislado (heroico, por ejemplo) –por valioso que sea- no es suficiente para hablar de la virtud de un individuo. Decimos que alguien que es disciplinado, generoso o sincero cuando le hemos visto practicar las correspondientes virtudes una y otra vez. Por ello decía también Aristóteles que “la virtud es un habito”, o sea, un tipo de comportamiento que se repite, o una disposición adquirida y uniforme a actuar de un modo determinado.

La realización de la moral por parte del individuo, es por consiguiente el ejercicio constante y estable de lo que está inscrito en su carácter como una disposición o capacidad para hacer el bien; o sea, como una virtud. El individuo contribuye así (es decir, con sus virtudes) a la realización de la moral no mediante actos inusitados o privilegiados (que son los propios del héroe, o de la personalidad excepcional), sino con actos cotidianos y continuados que responden a una disposición permanente y estable. Desde el punto de vista moral, el individuo ha de estar siempre en forma, preparado o dispuesto, y esto es lo que tradicionalmente se quería decir al hablar de una persona virtuosa, como dispuesta siempre a preferir el bien, y a realizarlo. La moralización del individuo – y su contribución a la moralización de la comunidad- se logra justamente adquiriendo esas disposiciones o capacidades para querer lo bueno y obrar moralmente en un sentido valioso.

Desde al antigua Grecia hasta los tiempos modernos, no ha cambiado mucho el concepto de virtud como habito para hacer el bien, aunque los tratadistas no se han puesto de acuerdo en el numero de las virtudes morales. Para Aristóteles, las virtudes practica morales o éticas, que el distingue de las teorías o díanoéticas, son la prudencia, la justicia, la fortaleza, la templanza, la libertad, la amistad, etc. La virtud es, a su vez para él, el término medio entre los extremos o vicios, la lista de los vicios se amplía posteriormente, incluyendo otras como la paciencia, el buen consejo, la presencia de ánimo, etc., pero también se mantiene las de la antigüedad –como sucede en los pensadores cristianos-, aunque con un contenido distinto.

Con el tiempo, el término “virtud” fue cayendo en desuso, y el calificativo de “virtuoso” aplicado a un individuo, cada vez impresiona menos. Si con él se habla de una mujer, en verdad se tienen presente, sobre todo, aquellas cualidades que la mantienen en un estado de inferioridad con respecto al hombre.

Las virtudes se presentan a veces –ya lo advertía Hegel en su tiempo- como “algo abstracto e indeterminado” que puede recibir cualquier contenido, como sucede con la virtud de la “prudencia”, valiosa tanto para hacerle bien como el mal. Por otro lado, en un mundo social en transformación y lucha, se sigue hablando de “virtudes” – como la humanidad, la resignación o la caridad- que carecen de todo atractivo para los que tienen, por el contrario, que afirmarse ante la humillación, la explotación o la opresión. Son otras cualidades morales – o virtudes- las que pueden inspirarles: la solidaridad, la ayuda mutua, el compañerismo, la cooperación, la disciplina consciente, etc. Esto no significa que todas las viejas virtudes hayan perdido su razón de ser en el mundo moral; no la han perdido, por ejemplo, la honestidad, la sinceridad, la amistad, la sencillez, la lealtad, la modestia, etc.; pero no en abstracto, o al margen de un contexto social determinado. En efecto, es difícil esperar la amistad entre el colonizador y el colonizado, o la honestidad en el traficante de armas, o la veracidad en quien vive de la mentira, etcétera.

Como el carácter del individuo se halla bajo el influjo del medio social en que vive y actúa, sus rasgos de carácter ---y con ellos sus virtudes morales---- no pueden darse ni adquirirse fuera de ese medio social. La existencia de virtudes –como la sinceridad, la veracidad, la honestidad, la justicia, la amistad, la modestia, la solidaridad, la camaradería, etc.- requieren condiciones sociales favorables sin las cuales no pueden florecer, en general, en los individuos. Y lo mismo cabe decir de los vicios correspondientes: insinceridad, injusticia, deslealtad, soberbia, pereza etcétera.

Así pues la moralización del individuo, y su participación consiente en la moralización del a comunidad adopta la forma de la adquisición y cultivo de ciertas virtudes morales, pero esta adquisición y este cultivo de ellas se operan en un contexto social concreto, y, por tanto, se ven favorecidos o frenados por la existencia de determinadas condiciones, relaciones e instituciones sociales.

4.---- La realización de la moral como empresa colectiva.

Puesto que la realización de la moral no es asunto exclusivo de los individuos, hay que examinar las instancias sociales que influyen en su comportamiento moral y contribuyen a la realización de la moral como empresa colectiva. Este examen se hace necesario, a su vez, por dos razones: la primera es que el individuo, por estar inserto en una red de relaciones sociales (económicas, políticas e ideológicas), por formar parte de determinadas estructuras, organizaciones o instituciones sociales, o por hallarse determinado por condiciones objetivas diversas (económico-sociales, políticas y espirituales), no puede dejar de comportarse moralmente sin acusar el peso, la marca o la influencia de esos factores sociales. La segunda es que no solo el individuo en cuanto tal, que actúa de un modo libre, consciente y responsable, se comporta moralmente, sino que también los organismos e instituciones sociales (familia, clase, grupos profesionales, Estado, tribunales, partidos políticos, etc.) muestran en su comportamiento un contenido moral, ya sea el fomentar u obstaculizar cierta conducta moral de los individuos, ya sea el contribuir objetivamente a que prevalezcan ciertos principios, valores o normas morales en la comunidad.

Tenemos, pues, tres tipos de instancias o factores sociales que contribuyen de diverso modo a la realización de la moral:

a) Relaciones económicas, o vida económica de la sociedad.

b) Estructura u organización social y política de la sociedad.

c) Estructura ideológica, o vida espiritual de la sociedad.  

Documento Ficha

3. A. SANABRIA, José Rubén

ÉTICAPORRÚA, MÉXICO

págs. 51-54

3. B. BOLIO, y Arciniega

“PERSONALIDAD MADURA” REVISTA ISTMO, ARTICULO “ PERSONALIDAD MADURA.” NO. DE REVISTA 102. MÉXICO

Págs. 00001-00006.

3. C. SÁNCHEZ, Vázquez Adolfo

ÉTICA, GRIJALBO, MÉXICO, 1969

págs., 101, 173-175,176-177, 178.

(Footnotes)

1 Boecio, Liber de persona et duabus naturis, c. 3. ML. 64, 1343.

2 La Création évolutive, Spes, Paris, 1957, pp. 117.

3 Cfr. I. Gobry, La personne, PUF., Paris, 1966, pp. 5-7.

4 La pensée et le mouvement, Alcan, Paris, 1934, p. 85. 5 De l`esclavage et de la liberté de l`homme, Aubier, Paris, 1946, p. 81.

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