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Diálogo con el suicidio.


Enviado por   •  16 de Diciembre de 2015  •  Apuntes  •  7.007 Palabras (29 Páginas)  •  121 Visitas

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PUNTO DE VISTA


Diálogo con el suicidio.

Donde no hay visión, la gente muere.


Llovía, evento que no es raro en París. Desde la ventana de su estudio, Albert Camus divisaba la calle como un mosaico caprichoso de veredas, trozos de tejado, aleros y chimeneas. Una pequeña maceta conteniendo una boa jaspeada, extraño capricho tropical, lo acompañaba. Camus sonreía en silencio. París, París en otoño.
La belle Paris. Siguió sonriendo.

 

Sobre la ajada mesa de madera, el manuscrito aguardaba. Lo publicaría como un conjunto de ensayos. El último le daría nombre al conjunto: lo llamaría EL MITO DE SÍSIFO. Vino a su mente la propuesta de Píndaro:  Oh, alma mía, no aspires a la vida inmortal, pero agota el campo de lo posible, que escribió a golpes de lápiz a pie de página, decidiendo utilizarla como frase de apertura. Finalmente, los ensayos presentados no eran otra cosa que una apología al absurdo, las contradicciones que nacen de la esencia misma de la condición humana y sus variados matices. Siguió sonriendo mientras elegía el ensayo inicial. Fue fácil. Subrayó EL ABSURDO Y EL SUICIDIO.

 

Releyó en voz alta parte del primer párrafo: “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía. Las demás, si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu tiene nueve o doce categorías, vienen a continuación...”

Levantó la mirada del escrito y la dejó vagar a través de la ventana. Corría el año 42. Se sentía satisfecho. Seguía sonriendo. Quince años más tarde y tres antes de su muerte, obtuvo el Premio Nóbel de Literatura. Al recibirlo, volvió a sonreír.

 

¿Qué sentido tiene la vida? ¿Somos simplemente, como planteaba el científico soviético Andrei Oparín, una forma más del movimiento de la materia?, ¿no hubiese sido más sencillo ser un trozo de mineral, una roca, un chorro de agua o cualquier otra forma de asociación molecular no consciente?, ¿hay alguna ventaja en la autoconciencia?, ¿la condición humana es un don o una maldición?, ¿fuimos creados a  imagen y semejanza de Dios o castigados por la naturaleza a sufrir la intolerable carga del ser?, ¿quiénes somos y qué sentido tiene el serlo? Vuelvo a Camus “...matarse, en cierto sentido... es confesar. Es confesar que se ha sido sobrepasado por la vida o que no se la comprende”.  El ser o no ser de Hammlet se transforma en el vivir o no vivir del hombre cotidiano.

 

Creo profundamente que la vida vale la pena y que su propósito final es vivirla. Mas allá de las disquisiciones de si la visión (que viene de vidēre y significa ver) o la misión (que viene de missĭo y significa hacer) son lo fundamental, si la primera es permanente y la segunda es mutable o viceversa, si el destino final es más importante que el camino a seguir, lo realmente crucial es que la vida humana DEBE TENER SENTIDO, por lo que es cuestión central el hallarlo. ¿Y cuál es la clave en la búsqueda?: El sentido de propósito.

 

El mundo es de los soñadores, lugar común de los líderes. No existe liderazgo sin visión y no hay visión sin sueño. Soñar es proponer, construir, crear,  ambicionar y proyectar. El sueño motiva, energiza, mueve, sostiene, alimenta, fortalece e impulsa. El sueño de hoy modela la realidad de mañana. El sueño da sentido a la vida.

 

Imaginemos un mundo sin soñadores o lo que es aun más penoso, una vida sin sueños. Una existencia anodina, rutinaria, conformista, repetitiva, insulsa y aburrida, donde cada cual es un mero actor secundario arrojado sobre el escenario con un guión rígido que debe leer y donde toda improvisación es una ofensa que se castiga severamente. Donde, en la propuesta de Pedro Calderón de la Barca (LA VIDA ES SUEÑO), el rey vive su rol así como el mendigo el suyo, cada cual inocente, cada cual dedicado, ninguno merecedor ni responsable. Siguiendo a Jorge Luis Borges (LA LOTERÍA DE BABILONIA), entonces, cada uno de nosotros quedaría diariamente condenado a  ser, actuar y vivir como se le ordena, al azar y sufriendo las consecuencias. Un mundo así es para mí una realidad poblada de seres otoñales, infrahumanos, intrascendentes, cuya existencia no va mas allá de aquella de las gotas de lluvia que una tarde cualquiera se estrellan ignoradas contra el pavimento. Seres como los que describe Guy de Maupassant (MI TÍO JULES Y OTROS SERES MARGINALES), que más parecen patéticos restos de naufragio arrojados contra su voluntad sobre las arenas húmedas de una playa desierta y lúgubre, antes que verdaderos y plenos seres humanos viviendo vidas retadoras y emocionantes de las que se hacen plenamente responsables.


 La realidad se construye de sueños y éstos le dan consistencia. Sostengo que una sociedad es tan grande como los sueños de sus integrantes y tan trascendente como la suma del propósito de sus vidas. La sociedad es el reflejo de dos o tres preguntas que, si bien se formulan a título individual, repercuten a nivel colectivo con extraordinaria fuerza: ¿quién soy?, ¿qué quiero en la vida? y ¿qué voy a hacer para lograrlo? Una sociedad es lo que la generación anterior soñó ser. 

 

La única desesperanza que existe es la de la vida sin propósito. Decía William Shakespeare en MACBETH: Life is but a walking shadow / a poor player who struts and frets his hour upon the stage / and then is heard no more /  it is a tale told by an idiot / full of sound and fury / signifying nothing. (La vida no es sino una sombra ambulante / un pobre, pomposo y preocupado actor sobre el escenario / que nunca más vuelve a ser escuchado / es un cuento contado por un tonto / repleto de ruido e ira / sin significado alguno). En su mundo medieval, así como en nuestro mundo actual, desesperanza y ausencia de propósito son dos aspectos distintos de una misma realidad: la muerte del espíritu.

 

Estoy convencido que si existe un Creador y el hombre tiene la capacidad de estar alguna vez en su presencia. La pregunta que deberá responder será una sola: “Te entregué un don maravilloso” dirá el Señor, “te di vida, ¡contesta!, ¿ qué hiciste con ella?”.  La vida no es un mero evento fortuito. El solo hecho de existir es ya un milagro en sí mismo. Revisemos algunos hechos:

 

  • El ser humano se origina de la unión del pronúcleo masculino (portado por el espermatozoide) y el pronúcleo femenino (portado por el óvulo).
  • La célula humana diploide contiene cincuenta mil pares alélicos (unos cien mil genes).
  • El pool genético humano alberga un 6.7% de heterogenes.
  • En el momento de la fecundación un solo óvulo está disponible para ser fecundado por un solo (entre millones) espermatozoide.

Por ende, el nacimiento de un ser humano, la aparición sobre la biosfera de esa combinación genética única e irrepetible, presenta una probabilidad de 1  / 2 Ù6700. Es decir, y más allá de los números, todo nacimiento constituye un evento milagroso que se produce a costa de millones de otros eventos similares: hermanos y hermanas potenciales que no se dieron, pues solo un espermatozoide puede fecundar al óvulo. Por ello, todo el resto muere unas 72 horas más tarde, negando así esas posibles combinaciones génicas. Esto lo convierte en tremendamente significativo.

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