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EL AMOR HUMANO


Enviado por   •  22 de Diciembre de 2013  •  1.825 Palabras (8 Páginas)  •  357 Visitas

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¿QUÉ ES EL AMOR HUMANO?

El amor es un modo de compartir la propia persona con el medio que nos rodea. Al ser una palabra tan utilizada su definición resulta difícil y, en ocasiones, equívoca. Siguiendo a García Cuadrado, amar es “una acto de la voluntad por el cual la persona tiende a la posesión de un bien. Ese bien querido puede ser querido como un bien en sí mismo o sólo en cuanto medio para conseguir un bien posterior”. Sigue García Cuadrado exponiendo que a diferencia del interés, el amor se aplica voluntariamente a algo por lo que es en sí mismo. Es desinteresado, digno y verdadero, porque el amor se dirige a alguien personal. Continúa explicando que existe conciencia del amor cuando hay “alteridad: siempre que queremos, queremos a alguien, y queremos el bien para ella. Pero también experimentamos, en segundo lugar, nuestro propio bien o felicidad al amar a esa persona” .

Según a quién dirigimos ese amor personal como acto de la voluntad que afecta a la persona entera y busca el bien del ser querido, podemos distinguir tres grandes niveles: el amor natural o amor familiar, la amistad y el amor conyugal. A este último es al que vamos a dirigir en este trabajo nuestra atención.

Querer el bien para el otro.

La raíz del amor es un acto de la voluntad. No es un mero sentimiento, aunque básicamente actuamos, sobre todo en los inicios de la relación amorosa, basándonos en el campo sentimental, y también en ciertas percepciones exclusivamente sensibles.

Pero el amor implica una reflexividad de la voluntad: un querer querer en el que cabe la reduplicación hasta alcanzar el objeto amoroso: querer querer querer todas las veces que sea necesario. Este concepto no debe ser confundido con el simple voluntarismo, puesto que entra en juego la libertad del individuo de elegir el bien para la persona a la que amamos. En todo este juego hay otro elemento que debemos considerar: el conocimiento de ese bien que elegimos para el otro. Por tanto, en el amor humano hay tres coordenadas que deben confluir en un punto de partida positivo:

• La voluntad de querer el bien para el otro.

• El conocimiento de ese bien.

• La libertad para elegirlo.

Corroborar en el ser.

En el epígrafe anterior hemos explicado que el amor es buscar el bien ara el ser querido. Ese bien que conocemos y libremente queremos para el otro implica el deseo de que esa persona exista y alcance su total plenitud y su perfección. Lo que afirmamos tiene una implicación muy clara: el amor personal busca al ser querido como alguien real, y desea confirmarlo en su ser. Se ama a la persona desde y en el propio ser. Esta última aseveración necesita ser explicada con un tinte ciertamente metafísico. Soy yo el que busca la perfección del amado y su realización como persona, pero desde mi propia esencia. Esto implica que para amar soy plenamente consciente de las cualidades y características que me definen; de mis defectos y virtudes, de mi capacidad y mis proyectos. La percepción real de mi ser conlleva la proyección del bien para el otro. En la medida en que soy capaz de crecer en mis potencialidades positivas seré capaz de comunicar un bien mayor para la persona amada.

Ortega afirmaba que amar a una persona es estar empeñado en que exista. El hombre o la mujer que tiene la dicha de encontrar a su media naranja puede llegar a alcanzar la máxima realización a la que podemos aspirar. El mundo se convierte en algo maravilloso que pierde su sentido cuando la persona amada no está a nuestro lado. El amor personal convierte en imprescindible al otro, y hace reales expresiones como la vida no tiene sentido sin ti, no me importa nada si no estás tú, etc. Se establece un lazo de dependencia entre amante y amado, lo cual no supone una pérdida de autonomía, y mucho menos de libertad. Esa ligazón nos hace mejores, más completos y profundamente humanos. La realidad se torna verdadera, bella y extremadamente buena.

Nos situamos entonces en un entorno maravilloso, una pendiente inclinada que favorece la mejora de la persona amada y, en consecuencia, la nuestra. El paso de los años hace madurar el amor y si nuestras actitudes y comportamientos son correctos lucharemos incluso por mejorar los posibles defectos de la persona amada.

Cuando hemos establecido una relación amorosa firme y duradera la ausencia de la persona querida temporalmente o de forma definitiva –la muerte- hace que la existencia pierda su sentido. Se rompe el equilibrio amoroso que implica un afán de eternidad. Si antes hemos dicho que se ama a la persona desde y en el propio ser, la muerte del amado provoca un quiebro en nuestra persona. Bajo la óptica de la fe, la persona amada es un don y un reflejo de Dios. Sin embargo, en el momento de la muerte, es necesario un esfuerzo para superar el vacío que supone la ausencia de la persona amada. Como decía Santo Tomás, “naturaliter horribilis humanae naturae” . La muerte resulta “naturalmente horrible a la naturaleza humana”.

El amor humano lleva consigo un afán de plenitud y de eternidad. Esta afirmación implica la naturaleza indisoluble del amor conyugal. El verdadero amor humano pide a gritos la eternidad: te querré para siempre. El amor que nace con un proyecto de temporalidad no es amor verdadero, sino un remedo del amor que participa del Amor divino.

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