ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

El Decameron


Enviado por   •  12 de Marzo de 2013  •  1.690 Palabras (7 Páginas)  •  621 Visitas

Página 1 de 7

El decamerón

Primera jornada - Narración séptima

[Cuento. Texto completo]

Giovanni Boccaccio

NARRACIÓN SÉPTIMA

Bergamino, con una historia sobre Primasso y el abad de Cligny, reprende donosamente la rara avaricia en que cayó el señor Cane della Scala.

Movió la donosura de Emilia y su novela a la reina y a todos los demás a reír y encomiar la insólita amonestación hecha al cruzado, pero después de que las risas se apaciguaron y se tranquilizaron todos, Filostrato, a quien tocaba novelar, empezó a hablar de esta guisa:

-Buena cosa es, valerosas señoras, acertar en un blanco que nunca se mueve; pero raya en lo maravilloso cuando un arquero da súbitamente en alguna cosa no usada que aparece de pronto. La viciosa y sucia vida de los clérigos, en muchas cosas firme blanco de maldad, sin demasiada dificultad da que hablar, que amonestar y que reprender a quienquiera que desee hacerlo: y por ello, aunque bien hizo el hombre valiente que la hipócrita caridad de los frailes que dan a los pobres lo que convendría dar a los puercos o tirarlo, echó en cara al inquisidor, bastante más estimo que ha de alabarse aquel del cual debo hablar (llevándome a ello la precedente historia), quien al señor Cane della Scala, magnífico señor, de una súbita y desusada avaricia aparecida en él, reprendió con una ingeniosa historia, representando en otros lo que sobre él y sobre sí mismo quería decir; la cual es ésta:

Así como lo extiende su fama por todo el mundo, el señor Cane della Scala, a quien en hartas cosas fue favorable la fortuna, fue uno de los más notables y magníficos señores del emperador Federico II de los que se tuviese noticia en Italia. El cual, habiendo dispuesto hacer una notable y maravillosa fiesta en Verona, a la que muchas gentes y de diversas partes habían venido, y sobre todo hombres de corte de toda clase, de súbito, fuese cual fuese la razón, se retrajo de ello y recompensó con algo a los que habían venido y les dio licencia.

Sólo uno llamado Bergamino, hablador agudo y florido más de lo que puede creer quien no lo ha oído, como no se le había dado nada ni se le había despedido, se quedó, esperando que no sin alguna utilidad futura para él se había hecho aquello. Pero se le había puesto en el pensamiento al señor Cane que cualquier cosa que diese a éste era peor que perderla o que arrojarla al fuego: y no por ello le decía o hacía decir cosa alguna. Bergamino, después de algunos días, viendo que no le llamaban ni le solicitaban para nada que fuese propio de su oficio, y además de ello que se estaba arruinando en el albergue con sus caballos y sus criados, empezó a desazonarse; pero sin embargo esperaba, no pareciéndole bien irse.

Y habiendo llevado consigo tres trajes buenos y ricos que le habían sido dados por otros señores, para comparecer honradamente en la fiesta, queriendo pagar a su huésped, primeramente le dio uno y luego, demorándose todavía mucho más, se vio en necesidad, si quería estar más con su huésped, de darle el segundo; y empezó a comer del tercero, dispuesto a quedarse a ver qué pasaba cuanto le durase aquél, e irse luego. Ahora, mientras comía del tercer traje sucedió que, estando almorzando el señor Cane , llegó un día ante él con aspecto muy entristecido; lo que al ver el señor Cane, más por escarnecerlo que por tomar deleite de algún dicho suyo, dijo:

-Bergamino, ¿qué te pasa? ¡Estás tan triste! Cuéntanos alguna cosa.

Bergamino, entonces, sin pararse un punto a pensar, como si mucho tiempo pensado lo hubiera, súbitamente acomodándola a su caso, contó esta historia:

-Señor mío, debéis saber que Primasso fue un gran entendido en gramática, y fue, más que cualquier otro, grande e improvisado versificador; las cuales cosas le hicieron tan notable y tan famoso que, aunque en persona no fuese conocido en todas partes, por nombre y por fama no había casi nadie que no supiese quién era Primasso.

Ahora bien, sucedió que encontrándose él una vez en París en pobre estado, como lo estaba la mayor parte del tiempo, porque su mérito poco era estimado por los que son poderosos, oyó hablar de un abad de Cligny, que se cree que sea el prelado más rico en riquezas propias que tenga la Iglesia de Dios, del papa para abajo; y oyó decir de él maravillosas y magníficas cosas de que siempre tenía reunida su corte y nunca había negado, a cualquiera que anduviese allá donde él estaba, ni de comer ni de beber, si llegaba a pedirlo cuando el abad estaba comiendo. Lo que, oyendo Primasso, como hombre que se complacía en ver a los hombres y señores valiosos, deliberó ir a ver la magnificencia de este abad y preguntó cuán cerca de París vivía. A lo que le fue contestado que a unas

...

Descargar como (para miembros actualizados)  txt (9.5 Kb)  
Leer 6 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com