El Laberinto De La Soledad
AlexRodz1 de Marzo de 2014
5.015 Palabras (21 Páginas)293 Visitas
Octavio Paz inicia su libro hablando del adolescente y como se descubre así mismo, este es un proceso que todos hemos sufrido al pasar por esa etapa de nuestra vida, tanto yo como mis compañeros estudiantes de Ingeniería Industrial acabamos de pasar por ese proceso de autoconocimiento y reflexión, después de todo hemos formulado un plan de vida y es por eso que yo y otros tantos nos encontramos en plena formación profesional en el que necesitamos el apoyo de familia y compañeros para evitar sentir la “soledad característica del mexicano” que Octavio Paz menciona en su libro, a continuación se estudiará cada capítulo del libro “El Laberinto de la Soledad” y su intrínseca relación con nuestra realidad nacional a pesar que ha pasado ya más de medio siglo desde su publicación.
El Pachuco y otros extremos.
La adolescencia, es comparada por Octavio Paz con los pueblos en desarrollo como el México de esos años, después de todo el país acababa de pasar por un periodo revolucionario
En esos años se hicieron notorios varios niveles históricos que se mezclaban en un mismo presente. México, estaba hecho de distintas razas, además de las diferentes lenguas, que ya de por sí marcaban gran diferencia. Este mismo sentimiento de heterogeneidad se sigue resintiendo actualmente entre distintos los niveles sociales y económicos de nuestros días, donde a pesar de que todos somos mexicanos, existe una discriminación y un rezago hacia las partes más vulnerables de la sociedad mexicana como lo son los indígenas y campesinos que no gozan de los mismos privilegios que otros habitantes del país y viven en la pobreza sin más esperanza que un cambio estructural por parte del gobierno y la sociedad.
Volviendo con el tema de El Laberinto de la Soledad; es en la ciudad de los Ángeles donde comienza el relato de Octavio Paz, haciendo una comparación entre el americano promedio y los mexicanos que ahí habitaban.
Estos jóvenes mexicanos se autonombran Pachucos. Es decir, “Bandas de jóvenes que se singularizan por su vestimenta conducta y lenguaje”. Ellos no quieren volver a su origen mexicano, pero que tampoco quieren pertenecer al sistema americano. El Pachuco, según Octavio Paz, “Es uno de los extremos a los que puede llegar el mexicano”. Octavio nos dice que al Pachuco se siente libre de romper las reglas, de conocer lo prohibido, en pocas palabras, de desafiar al sistema por esto precisamente se siente solo.
Pero el sentirse solo no es sentirse inferior sino distinto, la soledad del mexicano, tiene sus raíces en su profundo sentido religioso, y en la muerte, la compañera perfecta de la vida. Sólo en México se rinde culto a la muerte pues se sabe dadora de vida, un culto que se hace notar con grandes fiestas y rituales ceremoniales, de todos en México es conocido el Día de Muertos y este es un claro ejemplo de ese culto, pero por su relevancia será analizado más adelante.
Esta soledad es la que nos lleva a comportarnos de diferentes maneras, a unirnos a nuevas corrientes, a modos distintos de pensar como bien podrían ser los llamados cholos, evolución natural de los pachucos, o a un sin número de “tribus urbanas” que existen al día de en nuestro país.
Máscaras mexicanas.
El segundo capítulo del libro nos habla de las diferentes facetas del mexicano que “siempre está lejos, lejos del mundo y de los demás. Lejos también de sí mismo”. Que siempre está en defensa. Esta actitud es causante de diversos problemas ya que uno no busca estar abierto al diálogo sino que siempre se está a la defensiva y queremos deslindarnos de nuestras responsabilidades.
Se nos habla de conceptos como “rajarse”, revelan el grado de machismo que prevalece en nuestra sociedad. Otro ejemplo, que sólo en México existe, es el albur, un lenguaje que termina por demostrar nuestro carácter cerrado frente al mundo.
El mexicano se protege de los demás por medio de “mascaras” y esto hace que se pronuncie más su soledad. Esta conducta, tiene su razón si revisamos la historia de nuestro país. Las derrotas se sufren con dignidad, un claro ejemplo de un carácter cerrado
Tenemos el caso de la mujer mexicana que debe ser recatada según dicta nuestra cultura machista. Buscamos ver al mundo hecho a imagen del hombre y a la mujer como un simple objeto para satisfacer los deseos del hombre. Esta observación fue hecha por Octavio Paz hace más de 50 años y hoy en día se sigue observando esta conducta, tal parece que el cambio cultural no se ha dado en lo absoluto.
Sin embargo el machismo necesita mujeres impersonales para subsistir. Se respeta el concepto de la madre, de la mujer abnegada pero no de la persona: la mujer. Por ello, las conductas cotidianas y formas de expresión popular aluden al amor como falsedad y mentira si la mujer “deja” al hombre. Este, encuentra consuelo en los brazos del alcohol. Conducta persistente en nuestra cultura donde cada vez es más común encontrar casos de personas que se valen de una decepción amorosa para embriagarse sin control, alimentando un vicio que termina por destrozar familias y afectar la economía mexicana.
Somos mentirosos por naturaleza, siempre queremos aparentar lo que no somos pero queremos ser. Sin embargo, de tantas posturas y tantas mentiras terminamos simulando, o lo que es lo mismo, estamos condenados a representar una verdad ficticia, ajena a la realidad.
Tarde o temprano nos veremos forzados a inventar una mentira para zafarnos de algún problema o un compromiso, para impresionar a alguien o simplemente para tener algo que contar, sin embargo esa mentira es una forma de alejarnos de la realidad que vivimos.
Todos santos, día de muertos.
La costumbre del mexicano es buscar la más mínima excusa para ausentarse de sus obligaciones, volver a su soledad. Cualquier pretexto es bueno para interrumpir la marcha del tiempo y las Fiestas populares resultan idóneas para tal efecto. Durante las Fiestas populares, desde el grito de independencia hasta el día de la raza, el mexicano se siente completo, seguro. La razón es sencilla, en ese instante, no se preocupa por el futuro ni por el pasado sino simplemente por vivir el momento.
En todos los rincones de México existen sus Ferias y tradiciones, aún en los más miserables. Los ricos, no festejan, sus reuniones son frías y ni por equivocación se faltan los modales. “Las Fiestas son el único lujo de México”.
En las fiestas populares el mexicano derrocha esperando atraer la abundancia y si no la atrae, por lo menos se aparenta que es una persona importante e influyente logrando así el reconocimiento del pueblo que al fin y al cabo de nada le sirve porque son solo apariencias, de nuevo máscaras.
Uno de los festejos que más llama la atención es el Día de Muertos. Desde antes de la llegada de los españoles, los indígenas creían que la vida se continuaba con la muerte. Para ellos no existía otro honor más grande que ser sacrificado para los Dioses. Mientras que para los cristianos la muerte es la antesala a otra vida, para los aztecas, es la manera de reunirse con los dioses. La religión y el destino, trazaban la vida de sus hijos, decían pues que “La conquista de México sería inexplicable sin la traición de los dioses”. Cuando los españoles desembarcaron en las costas de lo que ahora es territorio mexicano, los pobladores creían que se trataban de criaturas mitológicas, dioses mismos como Quetzalcóatl, quien según las creencias, había prometido regresar en forma de hombre barbado, esto fue un determinante para la conquista de los pueblos precolombinos.
Actualmente, Paz señala, “todo funciona como si la muerte no existiera”, existen una infinidad de medicamentos y drogas que ayudan a atrasar la llegada de la muerte. Para el mexicano moderno, la muerte ha dejado de ser tránsito, ahora es su juguete favorito.
Cuantas veces no escuchamos de personas que han sido asesinadas o han muerto por causas de lo más insólitas y esto no nos causa ni la más mínima alteración, hemos hecho de la muerte nuestra forma de vida.
Esta es una manera más de ver la soledad del mexicano, en lugar de disfrutar de la vida, prefiere refugiarse en el regazo de la muerte, demuestra una vez más su carácter cerrado al mundo, solo en presencia de la muerte se siente pleno, se siente vivo.
Los hijos de la Malinche.
Paz abre el capítulo, criticando de forma intensa al capitalismo vivido en México. Sistema económico o modo de producción (según Marx) donde la condición humana es rebajada hasta que el individuo se vuelve obrero, mano de obra, energía de trabajo, fuerza laboral, como sea, por más resonante el término con que se le llame al obrero, nunca es tratado como una persona, un ser humano. Es entonces cuando se ve reducido a ser parte de un ciclo donde él mismo produce mercancía que después consume.
Luego de explicar esto Octavio Paz nos entrega esta fascinante frase, perturbadora por dondequiera que se le mire: “El mexicano no quiere o no se atreve a ser el mismo”. Demasiados problemas ha sufrido: la Conquista, la Colonia, la Independencia, las guerras contra Francia y Estados Unidos, demasiados abandonos por parte de los dioses. Sin embargo, los mexicanos tenemos una manera sacarnos del pecho aquello que nos oprime. Un grito es suficiente para afirmarnos ante los demás: ¡Viva México hijos de la Chingada!
Pero ¿quién es la Chingada?, ¿a quién o quienes se dirige tal grito? Es ya una costumbre que
...