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El Laberinto De La Soledad

rolsindicato13 de Febrero de 2014

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INSTITUTO NACIONAL DE ESTUDIOS SINDICALES Y DE ADMINISTRACION PÚBLICA DE LA F.S.T.S.E.

LICENCIATURA EN DERECHO BUROCRATICO

MODALIDAD MIXTA

TEMA: EL LABERINTO DE LA SOLEDAD

AUTOR: OCTAVIO PAZ LOZANO

Evaluaciones: 1ER. CUATRIMESTRE

PROFESOR: LIC. RAÚL REYES REYES

ESTUDIANTE: ROLANDO FLORES SILVA

CORREO: roflossy@hotmail.com

FEBRERO DE 2014

EL PACHUCO Y OTROS EXTREMOS

Despertar a la historia significa adquirir conciencia de nuestra singularidad, momento de reposo reflexivo antes de entregarnos al hacer.

“cuando soñamos que soñamos esta próximo el despertar”, dice Novalis.

Lo que nos puede distinguir del resto de los pueblos no es nuestro carácter sino nuestras creaciones.

“Pachucos” son bandas de jóvenes, generalmente de origen mexicano que viven en las ciudades del sur y que se singularizan tanto por su vestimenta como por su conducta y lenguaje. Contra ellos se ha cebado más de una vez el racismo norteamericano.

En muchas partes existen minorías que no gozan de las mismas oportunidades que el resto de la población.

El pachuco ha perdido toda su herencia: lengua, religión, costumbres, creencias. Solo le queda un cuerpo y una alma a la intemperie, inerme ante todas las miradas. Su disfraz lo protege, lo oculta y lo exhibe. El traje del pachuco no es un uniforme ni un ropaje ritual. Es simplemente una moda, la novedad del traje reside en su exageración.

“Pachuco” Es la presa que se adorna para llamar la atención de los cazadores.

En todos lados el hombre está solo. La soledad del mexicano bajo la gran noche de piedra de la altiplanicie, es diversa a la del norteamericano, extraviado en un mundo abstracto de máquinas, con ciudadanos y preceptos morales.

Algunos pretenden que todas las diferencias entre los norteamericanos y nosotros son económicas.

Los mexicanos somos desconfiados; ellos abiertos. Somos tristes y sarcásticos; ellos alegres y humorísticos nosotros disfrutamos de nuestras llagas como ellos de sus inventos.

Ellos son modernos. Nosotros, como sus antepasados puritanos, creemos que el pecado y la muerte constituyen el fondo último de la naturaleza humana.

La religiosidad de nuestro pueblo es muy profunda tanto como su inmensa miseria y desamparo pero su fervor no hace sino darle vueltas a una noria exhausta desde hace siglos.

El sistema norteamericano sólo quiere ver la parte positiva de la realidad.

Vivir quiere decir excederse romper normas, ir hasta el fin experimentar sensaciones”.

Quien ha visto la esperanza no la olvida. La busca entre todos los cielos y entre todos los hombres. Y sueña que un día va a encontrarla de nuevo, no sabe dónde, acaso entre los suyos. En cada hombre late la posibilidad de ser o más exactamente de volver a ser, otro hombre.

MASCARAS MEXICANAS

El mexicano un ser que se encierra y se preserva: mascara el rostro y, mascara la sonrisa. Todo puede herirle, palabras y sospecha de palabras.

El mexicano puede doblarse, humillarse, “agacharse”, pero no “rajarse”. El orden jurídico, social, religioso o artístico constituye una esfera segura y estable.

Los liberales vanamente intentaron someter la realidad del país a la camisa de fuerza de la Constitución de 1857. Los resultados fueron la dictadura de Porfirio Díaz y la Revolución de 1910. En cierto sentido la historia de México, como la de cada mexicano consiste en una lucha entre las formas y formulas en que se pretende encerrar a nuestro ser y las explosiones con que nuestra espontaneidad se venga. Nuestras formas jurídicas y morales, mutilan a nuestro ser nos impiden expresarnos. Si en la política y el arte el mexicano aspira a crear mundos cerrados en la esfera de las relaciones cotidianas procura que imperen el pudor, el recato y la reserva ceremoniosa: el pudor que nace de la vergüenza ante la desnudes propia o ajena, es un reflejo casi físico entre nosotros.

Sin duda en nuestra concepción del recato femenino interviene la vanidad masculina del señor, que hemos heredado de indios y españoles, como casi todos los pueblos, los mexicanos consideran a la mujer como un instrumento, ya de los deseos del hombre, ya de los fines que le asignan la ley, la sociedad o la moral.

En algunos países se reverencia a las prostitutas o a las vírgenes; en otros se premia a las madres; en casi todos, se adula y respeta a la gran señora. Nosotros preferimos ocultar esas gracias y virtudes.

La mentira posee una importancia decisiva en nuestra vida.

Nuestras mentiras reflejan simultáneamente nuestras carencias y nuestros apetitos lo que no somos y lo que deseamos ser.

En todos los tiempos y en todos los climas las relaciones humanas especialmente las amorosas corren el riesgo de volverse equivocas. Casi siempre eludimos los riesgos de una relación desnuda a través de una exageración, en su origen sincera, de nuestros sentimientos.

El amor es una tentativa de penetrar en otro ser, pero solo puede realizarse a condición de que la entrega sea mutua. Este abandono de sí mismo, pocos coinciden en la entrega y mas pocos aun logran trascender esa etapa posesiva y gozar del amor como lo que realmente es. Un perpetuo descubrimiento, una inmersión en las aguas de la realidad y una recreación constante.

El mexicano excede en el disimulo de sus pasiones y de si mismo. El mundo colonial ha desaparecido, pero no el temor la desconfianza y el recelo. Y ahora no solamente disimulamos nuestra cólera sino nuestra ternura.

El mexicano tiene tanto horror a las apariencias que se vuelve apariencia. Aparenta ser otra cosa incluso prefiere la apariencia de la muerte, o del no ser antes que abrir su intimidad y cambiar.

Don nadie es funcionario o influyente y tiene una agresiva y engreída manera de no ser.

Ninguno. Es la ausencia de nuestras miradas, la pausa de nuestra conversación, la reticencia de nuestro silencio.

TODOS SANTOS, DIA DE MUERTOS

El solitario mexicano ama las fiestas y reuniones públicas. Todo es ocasión para reunirse. Somos un pueblo ritual. Y esta tendencia beneficia a nuestra imaginación tanto como a nuestra sensibilidad. En pocos lugares del mundo se pueden vivir un espectáculo parecido al de las grandes fiestas religiosas de México.

Nuestro calendario está poblado de fiestas.

Ejemplo: cada año, el 15 de Septiembre, 12 de Diciembre. Nuestra pobreza puede medirse por el número y suntuosidad de las fiestas populares. Los países ricos tienen pocas: no hay tiempo, ni humor.

Así pues, la fiesta no es solamente un exceso, un desperdicio ritual de los bienes penosamente acumulados durante todo el año; también es una revuelta. Atreves de la fiesta la sociedad se libera de las normas que se ha impuesto. Todos forman parte de la fiesta, todos se disuelven en su torbellino cualquiera que sea su índole, su carácter, su significado, la fiesta es participación.

La fiesta mexicana no es nada más un regreso a un estado original de indiferenciación y libertad; el mexicano no intenta regresar, sino salir de sí mismo, sobrepasarse.

No hay nada más alegre que una fiesta mexicana, pero también no hay nada más triste. La noche de fiesta es también noche de duelo. La violencia de nuestros festejos muestra hasta qué punto de nuestro hermetismo nos cierra las vías de comunicación con el mundo. Conocemos el delirio, la canción, el aullido, el monologo, pero no el dialogo. La muerte es un espejo que reflejan las gesticulaciones de la vida. Nila muerte es intransferible, como la vida. Si no morimos como vivimos es porque realmente no fue nuestra la vida que vivimos: no nos pertenecía como no nos pertenece la mala suerte que nos mata. Dime como mueres y te diré quién eres.

Para los antiguos mexicanos la oposición entre muerte y vida no era tan absoluta como para nosotros. La vida se prolongaba en la muerte. Y a la inversa. La muerte no era el fin natural de la vida, sino fase de un siclo infinito.

El sacrificio poseía un doble objeto: por una parte, el hombre accedía al proceso creador. (Pagando a los dioses la deuda contraída por la especie); por la otra alimentaba la vida cósmica y social, que se nutría de la primera. Nuestros antepasados indígenas no creían que su muerte les pertenecía. Todo se conjugaba para determinar desde el nacimiento, la vida y la muerte de cada hombre: la clase social, el año, el lugar, el día, la hora.

La muerte moderna no posee ninguna significación que la trascienda o refiera a otros valores en casi todos los casos es el fin inevitable de un proceso natural. En el mundo moderno todo funciona como si la muerte no existiera. Para el habitante de Nueva York, París o Londres la muerte es la palabra que jamás se pronuncia, porque quema los labios. El mexicano en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente.

El culto a la vida, si de verdad es profundo y total es también culto a la muerte. Ambas son inseparables.

Una civilización que niega la

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