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Era De Las Catastrofes

argeliosa1 de Diciembre de 2014

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genera30

LA ERA DE LAS CATÁSTROFES

ciones futuras los tiempos que nos ha tocado vivir que estas jóvenes

cabezas encanecidas, privadas ya de la despreocupación de la

juventud.

Que al menos estas breves palabras sirvan para perpetuar su

recuerdo.

Signs by the Roadside

(Andric, 1992, p. 50)

I

«Las lámparas se apagan en toda Europa —dijo Edward Grey, ministro

de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña, mientras contemplaba las luces de

Whitehall durante la noche en que Gran Bretaña y Alemania entraron en guerra

en 1914—. No volveremos a verlas encendidas antes de morir.» Al mismo

tiempo, el gran escritor satírico Karl Kraus se disponía en Viena a denunciar

aquella guerra en un extraordinario reportaje-drama de 792 páginas al

que tituló Los últimos días de la humanidad. Para ambos personajes la guerra

mundial suponía la liquidación de un mundo y no eran sólo ellos quienes

así lo veían. No era el fin de la humanidad, aunque hubo momentos, durante

los 31 años de conflicto mundial que van desde la declaración austríaca de

guerra contra Serbia el 28 de julio de 1914 y la rendición incondicional del

Japón el 14 de agosto de 1945 —cuatro días después de que hiciera explosión

la primera bomba nuclear—, en los que pareció que podría desaparecer

una gran parte de la raza humana. Sin duda hubo ocasiones para que el dios,

o los dioses, que según los creyentes había creado el mundo y cuanto contenía

se lamentara de haberlo hecho.

La humanidad sobrevivió, pero el gran edificio de la civilización decimonónica

se derrumbó entre las llamas de la guerra al hundirse los pilares

que lo sustentaban. El siglo xx no puede concebirse disociado de la guerra,

siempre presente aun en los momentos en los que no se escuchaba el sonido

de las armas y las explosiones de las bombas. La crónica histórica del siglo

y, más concretamente, de sus momentos iniciales de derrumbamiento y catástrofe,

debe comenzar con el relato de los 31 años de guerra mundial.

Para quienes se habían hecho adultos antes de 1914, el contraste era tan

brutal que muchos de ellos, incluida la generación de los padres de este historiador

o, en cualquier caso, aquellos de sus miembros que vivían en la Europa

central, rechazaban cualquier continuidad con el pasado. «Paz» significaba

«antes de 1914», y cuanto venía después de esa fecha no merecía ese nombre.

Esa actitud era comprensible, ya que desde hacía un siglo no se había registrado

una guerra importante, es decir, una guerra en la que hubieran participado

todas las grandes potencias, o la mayor parte de ellas. En ese momento, los

componentes principales del escenario internacional eran las seis «grandes

potencias» europeas (Gran Bretaña, Francia, Rusia, Austria-Hungría, Prusia

—desde 1871 extendida a Alemania— y, después de la unificación, Italia),

Estados Unidos y Japón. Sólo había habido un breve conflicto en el que parLA

ÉPOCA DE LA GUERRA TOTAL 31

ticiparon más de dos grandes potencias, la guerra de Crimea (1854-1856), que

enfrentó a Rusia con Gran Bretaña y Francia. Además, la mayor parte de los

conflictos en los que estaban involucradas algunas de las grandes potencias

habían concluido con una cierta rapidez. El más largo de ellos no fue un conflicto

internacional sino una guerra civil en los Estados Unidos (1861-1865),

y lo normal era que las guerras duraran meses o incluso (como la guerra entre

Prusia y Austria de 1866) semanas. Entre 1871 y 1914 no hubo ningún conflicto

en Europa en el que los ejércitos de las grandes potencias atravesaran

una frontera enemiga, aunque en el Extremo Oriente Japón se enfrentó con

Rusia, a la que venció, en 1904-1905, en una guerra que aceleró el estallido

de la revolución rusa.

Anteriormente, nunca se había producido una guerra mundial. En el siglo

XVIII, Francia y Gran Bretaña se habían enfrentado en diversas ocasiones

en la India, en Europa, en América del Norte y en los diversos océanos del

mundo. Sin embargo, entre 1815 y 1914 ninguna gran potencia se enfrentó a

otra más allá de su región de influencia inmediata, aunque es verdad que eran

frecuentes las expediciones agresivas de las potencias imperialistas, o de

aquellos países que aspiraban a serlo, contra enemigos más débiles de ultramar.

La mayor parte de ellas eran enfrentamientos desiguales, como las guerras

de los Estados Unidos contra México (1846-1848) y España (1898) y las

sucesivas campañas de ampliación de los imperios coloniales británico y

francés, aunque en alguna ocasión no salieron bien librados, como cuando

los franceses tuvieron que retirarse de México en la década de 1860 y los italianos

de Etiopía en 1896. Incluso los más firmes oponentes de los estados

modernos, cuya superioridad en la tecnología de la muerte era cada vez más

abrumadora, sólo podían esperar, en el mejor de los casos, retrasar la inevitable

retirada. Esos conflictos exóticos sirvieron de argumento para las novelas

de aventuras o los reportajes que escribía el corresponsal de guerra (ese

invento de mediados del siglo xix), pero no repercutían directamente en la

población de los estados que los libraban y vencían.

Pues bien, todo eso cambió en 1914. En la primera guerra mundial participaron

todas las grandes potencias y todos los estados europeos excepto

España, los Países Bajos, los tres países escandinavos y Suiza. Además,

diversos países de ultramar enviaron tropas, en muchos casos por primera

vez, a luchar fuera de su región. Así, los canadienses lucharon en Francia, los

australianos y neozelandeses forjaron su conciencia nacional en una península

del Egeo —«Gallípoli» se convirtió en su mito nacional— y, lo que es aún

más importante, los Estados Unidos desatendieron la advertencia de George

Washington de no dejarse involucrar en «los problemas europeos» y trasladaron

sus ejércitos a Europa, condicionando con esa decisión la trayectoria histórica

del siglo xx. Los indios fueron enviados a Europa y al Próximo Oriente,

batallones de trabajo chinos viajaron a Occidente y hubo africanos que

sirvieron en el ejército francés. Aunque la actividad militar fuera de Europa

fue escasa, excepto en el Próximo Oriente, también la guerra naval adquirió

una dimensión mundial: la primera batalla se dirimió en 1914 cerca de las

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islas Malvinas y las campañas decisivas, que enfrentaron a submarinos alemanes

con convoyes aliados, se desarrollaron en el Atlántico norte y medio.

Que la segunda guerra mundial fue un conflicto literalmente mundial es

un hecho que no necesita ser demostrado. Prácticamente todos los estados

independientes del mundo se vieron involucrados en la contienda, voluntaria

o involuntariamente, aunque la participación de las repúblicas de América

Latina fue más bien de carácter nominal. En cuanto a las colonias de las

potencias imperiales, no tenían posibilidad de elección. Salvo la futura república

de Irlanda, Suecia, Suiza, Portugal, Turquía y España en Europa y, tal

vez, Afganistán fuera de ella, prácticamente el mundo entero era beligerante

o había sido ocupado (o ambas cosas). En cuanto al escenario de las batallas,

los nombres de las islas melanésicas y de los emplazamientos del norte

de África, Birmania y Filipinas comenzaron a ser para los lectores de

periódicos y los radioyentes —no hay que olvidar que fue por excelencia la

guerra de los boletines de noticias radiofónicas— tan familiares como los

nombres de las batallas del Ártico y el Cáucaso, de Normandía, Stalingrado

y Kursk. La segunda guerra mundial fue una lección de geografía universal.

Ya fueran locales, regionales o mundiales, las guerras del siglo xx tendrían

una dimensión infinitamente mayor que los conflictos anteriores. De un

total de 74 guerras internacionales ocurridas entre 1816 y 1965 que una serie

de especialistas de Estados Unidos —a quienes les gusta hacer ese tipo de cosas—

han ordenado por el número de muertos que causaron, las que ocupan los

cuatro primeros lugares de la lista se han registrado en el siglo xx: las dos guerras

mundiales, la que enfrentó a los japoneses con China en 1937-1939 y la

guerra de Corea. Más de un millón de personas murieron en el campo de batalla

en el curso de estos conflictos. En el siglo xix, la guerra internacional documentada

de mayor envergadura del período posnapoleónico, la que enfrentó a

Prusia/Alemania con Francia en 1870-1871, arrojó un saldo de 150.000 muertos,

cifra comparable al número de muertos de la guerra del Chaco de 1932-

1935 entre Bolivia (con una población de unos tres millones de habitantes) y

Paraguay (con 1,4 millones de habitantes aproximadamente). En conclusión,

1914 inaugura la era de las matanzas (Singer, 1972, pp. 66 y 131).

No hay espacio en este libro para analizar los orígenes de la primera guerra

mundial, que este autor ha intentado esbozar en La era del imperio.

Comenzó como una guerra

...

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