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Filosofía occidental


Enviado por   •  14 de Julio de 2015  •  Tesis  •  1.315 Palabras (6 Páginas)  •  179 Visitas

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Autor: elcultural.es

(0) ComentariosImprimirEnviar a un amigo1333 VisitasPublicado: June 07, 2013

Rüdiger Safranski examina los caminos de Rousseau, Kleist y Nietzsche para enfrentarse a una de las cuestiones fundamentales de la filosofía occidental.

¿Qué es la verdad? ¿Es posible alcanzar el verdadero conocimiento? ¿Existe siquiera el conocimiento? Estas preguntas sentaron la base de la filosofía, de la necesidad de creer en verdades concretas. Rüdiger Safranski explora en ‘¿Cuánta verdad necesita el hombre?’ (Tusquets) cómo pensadores como Rousseau, Kleist y Nietzsche se enfrentaron a estas cuestiones y a la conciencia humana de ser un sujeto escindido, separado de sí mismo y de la naturaleza. Desde los comienzos, con Sócrates y San Agustín, Safranski nos conduce a la época de los totalitarismos y nos alerta del peligro de que el anhelo metafísico enturbie la vida política.

Rüdiger Safranski. Foto: David Sirvent

A continuación pueden leer las primeras páginas de ‘¿Cuánta verdad necesita el hombre?’.

Desaparecer en el cuadro

La pregunta por la verdad implica una escisión. Un ejemplo: sólo puedo preguntarme «¿quién soy yo?» si aún no me conozco lo suficiente, si mi ser y mi conciencia están desunidos, si, en definitiva, estoy separado de mí mismo. Nietzsche supo atrapar esta paradoja en la frase «Llega a ser el que eres».

Para poder dirigirse a uno mismo la pregunta por la verdad hay que estar «fuera de sí». La propia verdad ha de recibirse desde fuera para, finalmente, hacerse con ella y estar en uno mismo como en casa. Pero la precaria situación de la búsqueda de la verdad comienza en ese «fuera». Estamos separados de nosotros mismos, y lo que nos separa es al conciencia. La conciencia, que no el ser, es la que pregunta por la verdad y, como nos separa, la experimentamos con dolor: la conciencia nos arrebata la inmediata levedad del ser.

De este dolor originario de la conciencia trata el escrito de Kleist sobre las marionetas. Es esencial a la marioneta manejada con maestría que todos sus movimientos estén llenos de «gracia».

En cambio, cuando el hombre se mueve no comparte esta cualidad. La conciencia lo atormenta constantemente. Por eso se dan los remilgos, la torpeza, el espasmo. Kleist:

Semejantes torpezas [...] son inevitables desde que comimos del Árbol de la Ciencia. El paraíso está cerrado con siete llaves y el ángel vigila tras nosotros; tenemos que dar la vuelta al mundo para ver si por la parte de atrás, en algún lugar, ha vuelto a abrirse [...]. Así, cuando el conocimiento haya atravesado un infinito, recuperará la gracia… ¿Tenemos entonces que volver a comer del Árbol de la Ciencia para recobrar el estado de inocencia? En cualquier caso [...], ése es el último capítulo de la historia universal.

Ardua tarea la de retornar al estado de inocencia por medio de la conciencia, ya que ésta no sólo nos separa de nosotros mismos, sino también del «mundo», de la naturaleza y de los otros. Sé demasiado y a la vez demasiado poco de este «mundo».

Sé «demasiado» en la medida en que sé que nos separa una distancia insalvable. Y sé «demasiado poco» en la medida en que aparece ante mí como algo impenetrable, ajeno y hostil.

En un territorio extraño e inquietante es complicado preservar la «inocencia». La inocencia implica desperocupación, pero la amenaza de lo desconocido me alerta.

La «conciencia» no es solamente un modo de conocimiento, es también un modo de libertad. La historia bíblica de la expulsión del paraíso resalta este aspecto emancipador de la conciencia. La fatalidad comienza en el instante en que distingo lo bueno de lo malo y debo optar libremente por uno de los dos. Soy libre del ímpetu coercitivo de la naturaleza y libre para el autodominio. También esto parece indicar una dolorosa separación: al nacer soy traído al

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