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Foucault Michel. Tecnologías del yo y otros textos a fines


Enviado por   •  17 de Agosto de 2020  •  Documentos de Investigación  •  9.421 Palabras (38 Páginas)  •  99 Visitas

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FOUCAULT

UNA INTRODUCCIÓN

ROBERTO ECHAVARREN

Pensamientos Locales |

En el último Foucault -me refiero a sus cinco últimos seminarios publicados- convergen las líneas de su reflexión. Es aquí donde acomete de modo explícito su tarea como filósofo, tal como él la en tiende. Más que la metafísica platónica que ha dado lugar a las tradiciones ontológicas de la filosofía, le Interesa la filosofía como interpelación de lo real en relación a circunstancias políticas concretas y opciones personales de vida. Es en los seminarios últimos dictados en el Collége de France donde viene a hacer explícito el ethos que subyace a su obra, desde Historia de la locura, hasta Historia de la sexualidad, pasando por la investigación de las epistemes en Las palabras y las cosas y por su investigación de los regímenes carcelarios en Vigilar y castigar. Al fin de su reflexión y de su vida, Foucault enfoca la consistencia de su empresa. Pero no se vuelve a examinar lo ya investigado, los regímenes de subjetivación, sino que continúa, a toda velocidad, parece, como si el término de una vida, la suya, fuese al mismo tiempo su cúspide. Se encomienda a Sócrates con unas palabras del latín de la iglesia: sálvate animam meam, “salva mi alma”. Está siempre atareado por salvarse, aunque salvación aquí no tiene ningún sentido teológico o metafísico. Salvación es para él una forma vacía que encuadra sus actividades, sus prácticas, y esas prácticas mismas de examen crítico y de integridad de conducta lo van salvando día a día. •

Roberto Echavarren

El curso “Seguridad, Territorio, Población” empieza enfrentando la noción de poder, interrogándola, no en sí, sino en sus técnicas e instituciones.

Para Foucault se trata de saber entre quiénes pasa el poder, con qué efectos, a través de qué procedimientos. Es mucho preguntar. Pero el campo que investiga no se refiere tanto a ideologías o historia de las ideas sino a las prácticas y tecnologías de las relaciones de poder. ¿Por dónde pasa la cosa, más allá de teorías o justificaciones? “El poder no se funda en sí mismo y no se da a partir de sí mismo.” (STP, p. 16)

Entre las relaciones de trabajo, las relaciones familiares, las relaciones sexuales, es posible constatar subordinaciones jerárquicas, iso- morfismos, analogías técnicas, que permiten recorrer de una manera a la vez lógica, coherente y válida el conjunto de esos mecanismos de poder, aprehenderlos en lo que pueden tener de específico en un momento dado, durante un período dado, en un campo particular. El análisis de esos mecanismos de poder puede articularse con la historia de las transformaciones económicas. Sin embargo lo que Foucault hace no es ni historia, ni sociología, ni economía. “Es algo que de una u otra manera, y por meras razones de hecho, tiene que ver con la filosofía, vale decir, con la política de la verdad, pues no veo otra definición de la palabra filosofía salvo ésta.” (STP, p. 17)

Foucault interroga el poder desde la filosofía; la filosofía es una manera de vivir, además de una manera de pensar. La verdad de los dichos queda probada por la conducta. La actitud interrogadora es un ethos, un modo de comportarse, y Foucault trazará las relaciones entre discurso verdadero y modo de vida desde Sócrates hasta los filósofos cínicos.

Se trata de la política de la verdad, ya que hacer pública la verdad (por los dichos y por los hechos) lleva a dificultades, pone a prueba la tolerancia del gobierno o del pueblo o de ambos. Apuesta, arriesga, incluso la vida, por hablar claro. El análisis de los mecanismos de poder tiene el papel de mostrar cuáles son los efectos de saber que se

producen en nuestra sociedad por obra de luchas, enfrentamientos, combates que se libran; así como las tácticas de poder, que son los elementos de esa lucha.

Postula que todo discurso o análisis teórico está atravesado, o subtendido, por un tiempo verbal imperativo. Imperativo, en el orden de la teoría, que filtra algo así como: “esto vale la pena, esto otro no”, está bien, está mal, o prefiera esto, desconfíe de aquello. Las preferencias no tienen otro justificativo que una inclinación de orden estético, son elecciones estéticas.

Pero además de la verosimilitud, se pone a prueba otra cosa, que es la integridad, la armonía de algo hecho como respuesta a las condiciones del presente, que interpela lo real y sus límites.

Ahora bien, si pasamos a otro registro, combativo, vale decir: “Luche contra esto, hágalo de tal o cual manera”, aquí, dice Foucault, podemos caer en un plano demagógico inaceptable, porque afecta la autonomía de los otros. Le parece de la mayor ligereza recomendar tal o cual acción desde una revista, una publicación, un puesto de enseñanza.

La decisión acerca de lo que es preciso hacer sólo puede manifestarse dentro de un campo de fuerzas reales, un campo de fuerzas que un sujeto jamás puede crear por sí solo, y a partir de su palabra. Es un campo de fuerzas que no se puede controlar de un modo unilateral. Por consiguiente, el imperativo que sirve de base al análisis teórico de Foucault - pues es menester que haya algún tipo de imperativo, derivado de cierta toma de posición - propone esta formulación condicional: “Si quiere luchar, aquí expongo algunos puntos clave, algunas líneas de fuerza, algunos cerrojos y algunos obstáculos.” (STP, p. 18)

A fin de distinguir los diversos niveles en los que se ejerce el gobierno, Foucault toma el ejemplo de la criminalidad. Primero hay una ley sancionada, que fija un castigo para quien la infrinja. Es el mecanismo legal, o jurídico. Segundo: la ley, para ponerse en efecto, debe ser concretada por mecanismos de vigilancia y corrección que aseguren su cumplimiento. Esto es lo que él llama mecanismo disciplinario. Este mecanismo lo investigó en Vigilar y castigar, con respecto a las prisiones, y en Historia de la locura, con respecto a los enfermos mentales.

El tercer componente del gobierno, o mejor, del arte de gobernar, es el conjunto de fenómenos agrupados bajo lo que él llama seguridad. La seguridad tiene en cuenta a los individuos, no como sujetos de derecho o de disciplinamiento, sino como habitantes de un medio,

de un enclave que cuenta con cierto clima, ciertos recursos naturales, tales o cuales mejoras edilicias, etcétera. Ese conjunto, ese medio, viene a denominarse, desde el siglo XVIII, población.

La población es tomada en cuenta y estudiada por métodos que permiten su conocimiento en términos de estadística, en términos de procesos que no se limitan a éste o aquél individuo, sino que tienden a descubrir pautas de comportamiento dentro de cierto medio. La estadística, al insertar el robo por ejemplo dentro de una serie de acontecimientos, lo hará pesar de otro modo a los ojos de la autoridad, porque ya no se trata de reprimir a tal o cual criminal o banda delictiva, sino de tomar en cuenta las tendencias de contingentes enteros de la población, sus comportamientos, al menos en parte previsibles, dadas sus condiciones de vida, carencia de recursos, falta de preparación. Esos datos ilustrarán al gobierno acerca de las dimensiones del problema. El gobierno podrá calcular los costos para enfrentar el fenómeno de la delincuencia en su conjunto. La criminalidad será relacionada con otros fenómenos: educación, fuentes de trabajo. “La estadística, que había funcionado hasta entonces dentro de los marcos administrativos y el funcionamiento de la soberanía, descubre y muestra poco a poco que la población tiene sus propias regularidades, número de muertos, cantidad de enfermos, accidentes” (STP, p. 113) y también informa sobre la proporción de las epidemias, las expansiones endémicas, las migraciones, el crecimiento de la riqueza.

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