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Gnoseologia


Enviado por   •  12 de Junio de 2014  •  6.169 Palabras (25 Páginas)  •  209 Visitas

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ALEJANDRO LLANO,Gnoseología, EUNSA, Pamplona 1990, pp. 52-70.

1. LA CERTEZA

La certeza es el estado de la mente que se adhiere firmemente y sin ningún temor a una verdad. Primariamente, la certeza es algo subjetivo, un estado de la inteligencia en la que se juzga firmemente, por remoción del temor de que sea verdadero lo contrario de aquello a lo que se asiente. De una manera secundaria –por analogía de atribución puede llamarse también «certeza» a la evidencia objetiva que fundamenta la certeza como estado de la mente. De esta manera, hablamos de un «hecho cierto», porque es evidente que se da, o de una «declaración incierta», porque es notorio que realmente no acaece lo que en ella se sostiene.

Certeza y evidencia

La evidencia es la presencia de una realidad como inequívoca y claramente dada: el hecho de que lo conocido se halle ante el cognoscente en su misma realidad, de que esté presente la realidad misma. De esta suerte, la certeza es, por decirlo en términos de Husserl, la «vivencia de la evidencia» (Evidenzerlebnis. La evidencia constituye el único fundamento suficiente de la certeza (salvo, como veremos, en el caso de la fe). Así como la verdad se basa en el ser de la cosa, la conciencia de la posesión de la verdad se basa en la, patencia objetiva de la realidad. El establecimiento de un supuesto fundamento de carácter subjetivo para la certeza incurriría en un círculo vicioso, como es el caso del criterio cartesiano de la claridad y distinción de las ideas.

Certeza y verdad

De lo dicho se sigue que la certeza no es lo mismo que la verdad, aunque se trate de nociones estrechamente conectadas. Mientras que la verdad es la conformidad del entendimiento con la cosa, la certeza es un estado del espíritu que, en condiciones normales, procede de hallarse en la verdad, de saber. La certeza es una situación del sujeto una seguridad y, por eso, pueden intervenir en ella diversos factores; por ejemplo la voluntad libre puede imperar el asentimiento o disentimiento a verdades que no son de suyos evidentes. Esto último abre la posibilidad de que, a veces, estemos subjetivamente convencidos de cosas que son falsas. Pero a esta persuasión no procede denominarla «certeza», porque el estar cierto, en sentido propio, tiene un fundamento objetivo, del que carece por firme que sea la adhesión a lo falso, es decir, el error; se trataría, en todo caso, de una certeza meramente subjetiva.

Por lo tanto, decimos que se da propiamente certeza cuando el entendimiento se adhiere a una proposición verdadera. En algunos casos, el entendimiento es movido a asentir inmediatamente por el objeto inteligible. Es notorio que sucede así en el caso de la intelección de los primeros principios que recaban para sí del intelecto una adhesión firme e incondicionada. El asentir o disentir es, en tales ocasiones, algo natural, que en principio se sustrae a nuestro imperio. Tal certidumbre proviene de la evidencia objetiva: brota inmediatamente y sin necesidad de discurrir de la neta patencia de esas cosas a las que por atribución llamamos también «ciertas». El principio de contradicción «el ente no es el no ente» es la primera verdad que surge en nuestro conocimiento de la realidad: es el conocimiento humano más cierto y la causa de la certeza de los demás conocimientos, que por él se iluminan.

Pero esta certeza recabada inmediatamente por el objeto no sólo se da en el caso de los primeros principios, sino también de otra forma cuando tenemos la certeza experimental de captar con los sentidos un hecho que, por lo tanto, también es conocido inmediatamente por la inteligencia. Es más, incluso los primeros principios no son innatos sino que surgen por inducción (epagogé) de estas certezas sensibles. Como dice Aristoteles, no proceden deductivamente de otros conocimientos intelectuales más universales y notorios que ellos: vienen únicamente de la sensación.

Evidencia «quoad se» y evidencia «quoad nos»

Estas certezas, que inmediatamente proceden del objeto conocido, se tienen de toda proposición en la que el predicado está incluido en el sujeto y en muchos juicios de experiencia. Estas proposiciones son por sí mismas evidentes (per se notae). En efecto: se llama «evidente» a todo enunciado en el que, una vez conocido el significado de los términos, se conoce el valor de la proposición. Por ejemplo, sabido lo que significa «todo» y «parte», inmediatamente se sabe que el todo es mayor que cualquiera de sus partes.

Pero conviene realizar al respecto una importante distinción entre lo que es de suyo evidente (per se notum quoad se) y lo que es además evidente para nosotros (per se notum quoad nos). Especial relevancia metafisica tiene la aplicación de esta distinción a la proposición «Dios existe». En sí misma (quoad se) es evidente, porque en ella el predicado se identifica con el sujeto, ya que Dios es su mismo ser. Pero con respecto a nosotros (quoad nos), que no sabemos qué es Dios, que no tenemos un conocimiento cabal de su esencia, no es evidente. La existencia de Dios, por lo tanto, necesita ser demostrada por medio de cosas más evidentes para nosotros, aunque por su naturaleza lo sean menos, es decir por sus efectos. Se trata, entonces, de una evidencia mediata, obtenida por demostración.

Esta suerte de evidencia que estamos examinando la inmediata se impone en principio por sí misma, fuerza de algún modo a la inteligencia a asentir. Pero acontece también que el hombre, por su libertad, puede incluso intentar resistirse a esta inmediata patencia; puede decidir suspender el juicio, dudar, hasta de los primeros principios del intelecto y de las evidencias sensibles; le cabe, en suma, proponerse dudar de todo. Tal es el intento cartesiano, cuya duda metódica aspira a ser universal y, desde luego, tiene que ser voluntariamente decidida: se quiere dudar de todo. Otra cosa es que pueda realmente lograrse esa supuesta duda universal.

Señalemos también que las cosas son tanto más evidentes y cognoscibles en sí mismas cuanto menos potenciales y más actuales sean; y, en último término, cuanto más intensamente posean el acto de ser, que es como una cierta luz de las mismas cosas. (Aunque la luz intensa ciega nuestra mirada y nos resultan más ciertas cosas que de suyo son menos evidentes). El discurso filosófico consiste precisamente en ese progreso del conocimiento que va desde lo más evidente quoad nos a lo más evidente quoad se.

La evidencia mediata

Hay casos en los que el asentimiento de la mente

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