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LA CULTURA DE LA CRISIS

waltercaceres25 de Mayo de 2014

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NO ES LA CRISIS DE LA CULTURA, ES LA CULTURA DE LA CRISIS

La interpretación más cercana a nuestras necesidades coyunturales, contemporáneas, frenéticas; trascienden al enfoque de Maslow como un zigzag de vaivenes de tiempos cambiantes, dominados por el resquebrajamiento de la democracia que es más un simbolismo entrañable que no impone cumplimiento, sino todo lo contrario tal como dijera Jose Luis Bustamante y Rivero “Sabemos que en buena parte de América Latina el régimen democrático es más bien un patrón político al cual nos mandan ceñir nuestras constituciones, que una realidad lograda en el ejercicio del gobierno. Las nuestras suelen ser, a menudo, democracias de etiqueta cuyo desenvolvimiento real perturban la ignorancia de las masas, el individualismo exagerado, la demagogia de los políticos, o la ambición de los dictadores. habrán de ser pocos y a veces nuevos protagonistas, con sus intereses, sus ideologías y (sobre todo) sus recursos de poder, los que definan qué es un problema público y qué no lo es”. Esto se explica, entre otras razones, porque los sectores pobres, más aún, los agrupados en la pobreza estructural, se fueron quedando sin voz ni recursos de poder, sobre todo por el debilitamiento sindical y las mutaciones de los partidos populares. Asimismo, los sectores medios, particularmente aquellos países donde han resultado durante las pasadas décadas numérica y políticamente importantes, fueron a su vez fragmentándose y escondiéndose en el vigorizado espacio privado. Entonces las necesidades básicas, las necesidades de la mayoría, que vota por la esperanza, promovidos por la oferta indiscriminada de candidatos que compran los votos con una gaseosa, un helado o un polo que refrescan o cubren la piel del necesitado son engañados a la hora del matrimonio electoral, traicionados por la palabra sincera en el momento del discurso, lejanos de la sonrisa perfecta del político condescendiente que abriga en su mano suave, la callosa mano del trabajador sonriente de su sencillez abrumadora, a la hora del poder hay pocas sonrisas, más lejanías, menos regalos, todo es diferente muchas veces la traición emerge de pronto, el divorcio eminente ante el ser que te dio la mano y te regaló sonrisas sinceras, un polo, la gaseosa o el helado exacto, ya nada vale, el votante recuerda los momentos de felicidad para impulsar ahora el grito o la mano alzada con piedras cargadas de indignación presente. Esta metáfora explica el oído sordo del gobierno para con el pueblo, que tiene sus propias necesidades y el gobierno que tiene otras.

Siguiendo la ya clásica clasificación jerárquica expuesta por el psicólogo norteamericano Abraham Maslow , las necesidades del ser humano se escalonan desde las más básicas a las más sublimes. En el primer estadio nos encontramos con las más básicas, las fisiológicas: alimento, vestido, salud o cobijo, este cuarteto de necesidades principales de un pueblo sostenido por sus tradiciones y nostalgias deberían ser las fundamentales. Cubiertas éstas, la siguiente inquietud pasa a ser la seguridad: garantizar tanto la continuidad de los aprovisionamientos básicos, como la protección frente a cualquier daño o contratiempo, escasamente cubierto en este tiempo, tiempo del miedo, de la zozobra, del estrés y los placebos televisivos que nos hacen ganar guerras en un set de televisión con soldados perfectos con la participación de mujeres precisas para promover la igualdad de género o pagan por la verdad de una vida ajena e indignante. Estamos en la cultura de la crisis, donde menos importa lo vital y básico como son: La salud, la educación, la seguridad y el bienestar.

Todo esto parte del no respeto al otro ser humano, cubriéndose la empatía con un manto soberbio frente al valor igualitario que nos hace dignos por ser humanos, pero, algunos implantaron erróneamente su criterio de fuerza (intelectual, económica, social o vanguardista)

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