LA MUERTE COMO FIN DE LA ANTROPOLOGIA
Angélique GarciaEnsayo18 de Noviembre de 2018
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LA MUERTE COMO FIN DE LA ANTROPOLOGIA
En este ensayo explicare porque creo que la muerte es el único fin antropológico, citare a varios autores como Camus, Heidegger, Morin, entre otros. También explicare como es que los humanos somos conscientes de nuestra muerte y eso nos diferencia de la especie animal que solo sobrevive por instinto, explicando además como el ser es para la muerte como lo dice Heidegger, el cómo era morir en épocas pasadas así de como se le tiene contemplada a la muerte.
El humano es el ser más difícil y complicado de este universo, su planeta y él, se encuentran en una diligente diferenciación y lío. Su norma estructurada y la volubilidad de su ambiente, han implicado al crecimiento y evoluciones orgánicas y neurológicas con escalones de diversidad inconmensurables. “Tal variedad teje una red sobre todas las áreas y ámbitos del humano de la cual no escapa nada. Bajo este pathos, la muerte se ha torcido cada ocasión más azarosa, ahora no es un evidente evento, como lo pensaban nuestros ancianos neandertales”[1]. Hasta e día de hoy se encuentra inserto en la misma consciencia y disposición bio-ontológica del hombre. Hay un agradecimiento de la muerte y la gravedad, en cualquiera de sus circunstancias. Esto es, la biografía del hombre, desde el instante en que se volvió consciente (verdadero pecado original), ha volteado cerca de la muerte, hasta, incluso juramentar, como nos dice Heidegger, “El ser es para la muerte[2]”. En este sentido, podemos ligarlo con Camus, que todos los conflictos centrales y serios de la filosofía y la antropología se refieren a la muerte. Todo experimento filosófico (y antropológico) por encontrarle sentido a la fortaleza y al hombre recae en una cabeza sobre la mortandad. El subsiguiente compromiso intenta dar algunos caminos sobre las distintas transfiguraciones de la muerte que han ocurrido incluso nuestros momentos. La muerte no deja de ser un fenómeno constitutivo de nuestra existencia, pero se banalice y se la vea como el elemental vencimiento de una fuerza, como una damnificación o una gotera, tal como lo hacen nuestras academias de consumo. Sin embargo, las consecuencias de "existir" la muerte e interpretarla bajo la lógica del consumismo y del mercantilismo hegemónico son autodestructivas, letales y en exuberantes acontecimientos, irreversibles. La muerte se ha ahorrado a un hecho científico, un gran número positivo sujeto a advertencia y experiencia. Estas actuaciones de la muerte son características a los balances abusivos de las asambleas, nuestra era posindustrial irradia y le confiere jeroglíficos y significados particulares a la muerte. La muerte se convierte en la farsa de la maquinaria que no funciona, que está dañada, se convierte en el final y rotura de la elaboración y de la re-producción del ser indulgente, de los sistemas sociales y de la gran máquina económica.
El último confín antropológico de la vida humana
A lo largo de la carrera, la muerte ha estado flagrante de una u otra faceta en el pensamiento del hombre, inmediatamente sea como evento (social, religioso, político, etc.) como agradecimiento en la investigación, como contemplación o como advertencia filosófica o científica. En la Antropología convergen estas diferentes maneras de estudiar la muerte, en conjunto con las desiguales erudiciones del hombre. En este sentido, la muerte, por ser un fenómeno pluridimensional inherente al hombre, es verificada desde la aproximación antropológica. Es decir, todo fenómeno se estudia desde su unidad central, y el hombre es esta unidad esencial. Para poder asimilar qué somos, tenemos que analizar la muerte, y para eso tenemos que aprender de esta, y para que eso ocurra tenemos que aprender del hombre. La muerte, entonces, se nos presenta como "objeto-sujeto" de análisis, para que, de este modo, podamos interpretar todo el pathos por el cual la atención a dibujado su realidad.
La antropología pretende ser la materia más ambiciosa por eminencia, quiere acaparar al hombre desde todos sus ángulos, viéndolo desde una infinidad de primas; aunque como todo apunte ambicioso, se quedó alcanzado. El conocimiento, la clase, la antropología, no pueden venir más allá de nuestra vivacidad, de nuestros sentidos, de nuestro estilo, de nuestro cosmos, y exclusivamente a través de esta pócima de constituyentes, podemos conformar cualquier método de pensamiento o escritura. La muerte se presenta como ese fin del cual no podemos escapar. No podemos saber, retener, y menos explicar, que hay luego de la muerte. Pregunta tradicional, bíblica, prehistórica, que sigue y seguirá retumbando en nuestras cabezas, revoloteando caóticamente como mariposa en el jugo de nuestras mentes. Tal vez la muerte será una egoísta que no nos quiere enseñar los secretos de la vivacidad, o existencia compleja que no quiere que sepamos sus secretos. Sin embargo, la muerte inscrita en la vida, pero que también la desborda, que se expande en un abrir y cerrar de ojos como el intervalo. Muerte codificada en el viril (Morin 1999), parte del ingrediente crucial que sustenta, fundamenta y guisa la existencia. Interminable ciclo importante del cual parten todos los ciclos.
La muerte es el gran esquema, es el límite totalizador. En la muerte acaba la equidad del hombre, diluyéndose en lo desconocido. La muerte es, en parte, metafísica, sin embargo incluso es incidente, aleatoriedad, focalización, accidente, la muerte es hegeliana, pero también es nietzscheana; es dialéctica y eterno retorno a la vez. Es el grado mínimo de nuestro espacio, es el tiempo que no podemos aprender, del que jerga Ernst Bloch. La muerte es ese infinito confín que se nos escapa a cada instante, desorden y orden sintetizados, fragmento dislocado que se diluye en la historia, en la vida, en nuestro ser.
La muerte se nos presenta como crítica, sin embargo aún como cultural, es número experimental, no obstante aún alegórico, es el atributo más afectuoso, diría Morin. “Somos los únicos seres vivos en la Tierra que reflexionamos acerca de la muerte, y no sólo de La muerte, sino,- y esto es más importante-, de nuestra propia muerte, es el siguiente paso que nos lleva a una nueva madurez, saber que nos estamos muriendo y que otros también se van a morir”[3]. Ningún animal tiene la inteligencia de causar consciencia sobre su propia muerte, únicamente muere, no existe la muerte para los animales, sino aquel instinto, que semejante al de nosotros, esta instaurado biogenéticamente: el instinto de supervivencia. Pero el animal no está consciente que se está muriendo instante a instante, que cada momento que pasa se acerca inevitablemente, que cada día que pasa se acerca inevitablemente, que en cualquier momento puede irrumpir inesperadamente en nuestra vida, ¿irónico? o ¿también la vida puede irrumpir en la muerte?.
La muerte que nos da vida, nos hace conscientes de nuestra finitud, de nuestro estado seco y transitorio, mantiene y delimita la vida, la muerte nos particulariza, sin ella no somos nada siquiera ninguno. Otorga la principal característica la de ser paternal: nuestra dignidad. En este sentido, toda subjetividad está pérfida por la muerte, así como todas las privaciones objetivas de la práctica del ser conciliador. Desde que el hombre se hizo consciente de este fenómeno, aparecieron los grandes relatos, las majestuosas divisas que le dieron semblanza a la carrera homínida. La muerte es, duplicación, placa del otro. Los muertos, en las sociedades prehistóricas, poseen alimentos, armas, ropas, deseos, pensamientos, motivaciones; los muertos son dobles de los vivos y al contrario. Muerte es renacimiento, ciclo inacabable, como en las creencias cristiana y budista, luego cada una de ellas interprete la muerte-renacimiento de flamante forma, además de moda contradictoria.
Es evidente que no se sabe acerca de la muerte, únicamente se sabe acerca de la actitud que se tiene ante ella. Sólo sabemos acerca de dolor, sufrimiento, pleitos, circunstancias, fases, etapas, pero no de la muerte en sí, sino del morirse; muerte absoluta, muerte repentina, muerte virtual, qué más da, no sabemos nada. Entonces, la agonía es la condición médica, psicológica, sociológica de las personas que se encuentran en la fase final de una enfermedad o trauma severo, es el último instante de la existencia. Sabemos que pasa justo antes de que irrumpa en la conciencia y lo desvanezca todo. Únicamente conocemos el dato biológico inmanente al cuerpo material.
De esta manera, debemos gozar a la muerte en su completa desnudez, descontaminada de nosotros, desenmascarada; tenemos que quitarle esa "personalidad", o más proporcionadamente, dejarla de crear como persona (máscara). Mascara construida por la corporación y el superyó. Hay que dejarla de sentir salvo nosotros, y verla internamente, no como aquel fantasma, doble, espiritu o corazón que reflexiona sobre nuestro auténtico ser, sino como una efectividad, como dato integrante de nosotros y nuestro universo. Esta careta nace de la imposibilidad de causar consciente la destreza de la propia muerte, por tanto, la honestidad tendrá que adoptar una gráfica de la muerte dada por la entidad en la que el sujeto se encuentra inserto.En este sentido, sólo conocemos nuestra muerte gracias a la muerte de los demás ya que la muerte aniquila los medios y los sentidos que disponen los seres humanos para verificar su existencia. Para la muerte es el último confín antropológico de la vida.
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