LA VIRTUD ENGENDRA EL BIEN
Yalecloleja13 de Noviembre de 2013
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LA VIRTUD ENGENDRA EL BIEN
En la primera parte del libro “El Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres” (1750) Jean Jacques Rousseau (Ginebra, Suiza, 28 de junio de 1712 - Ermenonville, Francia, 2 de julio de 1778) muestra un estilo sumamente elocuente, participando con este discurso en el concurso de la academia de Dijon y ganando. Rousseau se convirtió en uno de los pensadores más atípicos de la ilustración por su aguda crítica a la civilización y la cultura, y su audaz desprecio a la idea de un progreso o mejora de la humanidad, fundamentado en la razón. En la primera parte propone una “mirada” más bien atípica al estado natural, en la que la virtud engendra el bien.
En esta primera parte se plantea una paradoja. Expone que el desarrollo de las ciencias y de las artes (entiéndase “artes” como técnicas) han corrompido las costumbres, mostrando una de sus preocupaciones filosóficas; la convicción de que el hombre es bueno por naturaleza y se ha pervertido a causa del desarrollo de las ciencias y de las artes; estas son las causantes de la desigualdad entre los hombres que se da en la sociedad civilizada. Rousseau concibe que el estado “natural” del hombre, antes de surgir la vida en sociedad, era bueno, feliz, libre y guiado por el sano amor a sí mismo. Este estado natural es "un estado que no existe ya, que acaso no ha existido nunca, que probablemente no existirá jamás, y del que es necesario tener conceptos adecuados para juzgar con justicia nuestro estado presente". Es decir, se trata de una hipótesis que permite valorar la realidad actual: el estado social, aquel en el que el hombre se aparta de la naturaleza para vivir en comunidad, guiado por el egoísmo, el ansia de riqueza (propiedad) y la injusticia. La civilización debilita la costumbre, es decir, las “enerva” y las “afemina” haciendo perder a la gente el valor de la libertad. La gentileza y los buenos modales no son más que vil adulación. Mostrando la prueba por medio de ejemplos históricos (Grecia, Roma, Constantinopla, China, Alemania); la fuerza y la virtud de los pueblos están en razón inversa de su grado de refinamiento.
Según el autor la virtud no debe de estudiarse, simplemente practicarse. Rousseau plantea que desde que se empezó a estudiar la virtud esta ha perdido su esencia, “Desde que los sabios comenzaron a aparecer entre nosotros, las gentes de bien se han eclipsado”. “¡Cuán dulce sería vivir entre nosotros si la continencia exterior fuese siempre la imagen de las disposiciones del corazón, si la decencia fuese la virtud, si nuestras máximas nos sirviesen de reglas, si la verdadera filosofía fuese inseparable del título de filósofo!” entendiéndose por virtud el bien que engendra el bien; sin máscara y sin disfraz, que sea la causa y el efecto de todo acto humano. Cuando cita la frase “El Dios que inventó el conocimiento era enemigo de la tranquilidad de los hombres” haciendo alusión a la mitología egipcia, exageradamente reivindica el estado natural y la virtud, sentenciando de alguna forma el conocimiento como “algo” que corroe, corrompe y daña el libre florecimiento de la virtud.
Rousseau desde su humanismo aboga por la virtud, mostrándonos cómo ésta termina siendo víctima de la vanidad y los vicios. Pero, cuando se pregunta ¿acaso la probidad es hija de la ignorancia? ¿La ciencia y la virtud serán incompatibles? Busca conciliar y encontrar un punto de inflexión que justifica en su máxima “El hombre nace bueno, pero la sociedad lo corrompe”, entendiéndose la sociedad como una vanidad viciada; si volviera a nacer un Sócrates o un Jesús de Nazaret, la historia se repetiría, pienso yo. Pues según Rousseau ninguna sociedad soportaría a un hombre realmente virtuoso. Si tomamos a Hobbes (5 de abril de 1588 - 4 de diciembre de 1679) como referencia nos encontraremos
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