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La Filosofía Como Vocación Y Servicio


Enviado por   •  9 de Noviembre de 2012  •  2.128 Palabras (9 Páginas)  •  368 Visitas

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Si fuésemos a juzgar a los pensadores representativos de las etapas

formativas de la cultura americana con criterio académico de profesor

de filosofía, nuestro dictamen se limitaría a señalar las influencias de

Europa que en cada uno se manifiestan, como quien intentase formular

un cuadro de aprovechamiento de escolares más o menos distinguidos.

Y los extranjeros ante proeza tan ingenua tendrían razón de sonreír.

Pero si colocamos al filósofo americano en relación con su ambiente

y el poder que su voluntad ilustrada tuvo para modificar, mejorar ese

ambiente, nos encontramos entonces con un tipo de filósofo venerable

y fecundo que se parece más al sabio de la antigüedad que al moderno

erudito y técnico de la problemática metafísica. Al primer tipo, de intelectual vivo y activo pertenece nuestro Enrique José Varona.

Afortunadamente, en nuestros pueblos, el filósofo ha sido, por lo

menos en la etapa heroica de nuestra formación nacional, un héroe de

la idea; un creador de cultura. Y no es que haya actuado en sociedades

rudimentarias, ni porque haya sido improvisado autodidacta. No es

primitiva una sociedad como la hispanoamericana de la época de la

emancipación, que disfrutó durante varias centurias los beneficios incalculables de la educación tomista impartida en Liceos y Universidades, de México a Lima y más tarde a Buenos Aires y Córdoba. Sólo la

mala fe científica o seudocientífica puede afirmar que fueron estériles

los siglos de la dominación española que hoy, al contrario, parecen

gloriosos para todo el que es legítimo heredero de las verdades eternas;

siglos que plasmaron el alma hispanoamericana, merced al proselitismo

encendido de frailes filósofos, que lo mismo enseñaban las artes manuales que la metafísica medieval; metafísica tan completa, tan superior a tantas metafísicas hoy en boga y que ni siquiera cuentan con la

justificación de su época, puesto que, deliberadamente, se desarrollan,

como por ejemplo la fenomenología, a espaldas de la rica experiencia

de nuestra edad, la experiencia científica, que según confesión propia

es puesta, con toda la realidad. . ., "entre paréntesis".

El problema de los pensadores que intentaron organizar la conciencia americana de acuerdo con los nuevos moldes del sistema liberal

republicano adoptado por todas nuestras naciones, fué de los más

arduos. No se desenvolvían dentro de una barbarie, en la cual toda

improvisación resulta útil; sino que debían transformar haciendo uso

de valiosos elementos ya conquistados: la lengua culta, la tradición escolástica, los sentimientos cristianos de una sociedad que no abdicaba

ni de sus viejas creencias, ni de sus hábitos civilizados y humanos, refinadamente europeos y cristianos.

Resultó entonces que el objetivo del filósofo era mejorar lo existente y no, como se ha supuesto, sembrar en tierra totalmente virgen, menos aún en conciencias desiertas. El vino era viejo y sólo era menester

acondicionar odres nuevos para guardarlo, sin que dejase de existir el

peligro de echar a perder el vino en el transvase.

En los pensadores de la época de Varona, cada nueva doctrina filosófica se convertía en el alma de una cruzada de inmediata aplicación

social. Y el filósofo, más preocupado de la calidad de lo que predicaba que de la manera cómo lo sabía, se desentendió, casi del todo,

de problemas epistemológicos, se estableció en la plaza pública para

difundir la verdad, con plena conciencia de todos los riesgos que supone la pelea al aire libre, en todas las latitudes. Por eso, un recio

carácter ha sido la condición constitutiva de casi todos estos intelectuales que conquistaron influencia en nuestro medio: un Hostos, un

Martí, el más bien dotado de todos, un Varona, un Sarmiento, un Rodó.

La filosofía que cultivaba Varona, el positivismo de los finales

del siglo XIX, ha sido muy discutida, y de ella no fué Varona un

simple repetidor. Personas entendidas han señalado la capacidad inventiva de Varona que, en su psicología, manifiesta atisbos de temas

que más tarde se desarrollan en la gran ciencia de la psicología, de

Norte América. Pero su obra, como la de todos sus contemporáneos

intelectuales, alcanza mayores resonancias en la educación y en la política. El positivismo, según lo sabe hoy todo el mundo, no era capaz

de satisfacer los aphelos de espíritu, menos que en nadie, en una raza como la nuestra, educada en las elevadas especulaciones de la metafí-

sica aristotélico-tomista. Sin embargo, el positivismo abrió para nosotros la etapa de la experiencia científica, a través de la cual el hombre ha conquistado el conocimiento de la realidad concreta que nos

rodea, en forma que de seguro, nos envidiaría el propio Aristóteles si

resucitase. El cultivo de las ciencias experimentales fecundó nuestras

Universidades, tal como lo hizo en el resto del mundo, y en el caso particular nuestro nos libró de plagas que, como la del krausismo, debilitaron la mentalidad filosófica peninsular, por no sé cuánto tiempo. Y

más recientemente, en estos mismos días que corren, el interés

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