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La política de Aristóteles


Enviado por   •  19 de Diciembre de 2021  •  Ensayos  •  2.688 Palabras (11 Páginas)  •  83 Visitas

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[pic 1]Diócesis de Maturín

Seminario Mayor San Pablo Apóstol

Cátedra: Seminario I. Filosofía Antigua.

Facilitador: Pbro. Lcdo. Anthony Josué Pérez

Smta. Javier Acevedo.

Maturín, Julio 2021.

La democracia como principio fundamental para el sostenimiento de un Estado, según el pensamiento de Aristóteles.

En las sociedades actuales, un tema que sin duda alguna no se pasa por alto es el de la política, pero, antes de profundizar acerca de esta palabra es necesario conocer su significado; así, política del lat. politĭcus, y este del gr. πολιτικός politikós, es «la ciencia que trata del gobierno y la organización de las sociedades humanas, especialmente de los estados»[1]. En este sentido, en una sociedad organizada es de vital importancia para su sostenimiento, sobre todo, en una forma de gobierno llamada democracia; por esto, en muchos Estados con formas de gobiernos no tan demócratas, se evidencia la falta de una política sincera. En esta oportunidad nos centraremos en el pensamiento de Aristóteles, y de como éste, nos ayudara a tener una nueva visión de lo que deberían ser las formas de gobierno en la actualidad.

Todo Estado está conformado por una asociación de familias que tienden a un bien común, y éste bien es el objeto más importante de esta asociación de tipo política, ya que, como en todas las asociaciones que forma el hombre, sólo hacen lo que les parece bueno; por esto, «es de suponer, en fin, que una gran familia es en absoluto un pequeño Estado»[2]. En las familias las bases de las asociaciones se dan, entre el señor y el esclavo, y entre el esposo y la mujer, siendo éstas, asociaciones de tipo natural, puesto que la naturaleza ha creado seres, donde el que está dotado de razón y previsión sea el dueño, y el que por sus facultades corporales sea capaz de obedecer y cumplir las órdenes, obedezca como esclavo.

La primera asociación se da entre muchas familias, conformando el pueblo, y de la asociación de muchos pueblos, se forma el Estado que llega a su forma última, cuando es capaz de bastarse absolutamente a sí mismo, es decir, que se forma por la necesidad de satisfacer las necesidades de la vida. La formación del Estado es un hecho natural, ya «que el hombre es un ser naturalmente sociable, y que el que vive fuera de la sociedad por organización y no por efecto del azar es, ciertamente, o un ser degradado, o un ser superior a la especie humana»[3]. Por todo esto, la naturaleza arrastra instintivamente al hombre a la asociación política.

En este sentido, parte necesaria de estos Estados, son los ciudadanos, miembros necesarios de una sociedad particular; así, en muchos lugares el ser ciudadano dependerá de ciertas características y/o requerimientos necesarios para poder ejercer una función en la sociedad. Tal es el caso de los adolescentes «que no han llegado aún a la edad de la inscripción cívica»[4] y de los ancianos; ciertamente, son ciudadanos, pero «no se les puede dar este título en absoluto, debiendo añadirse, respecto de los primeros, que son ciudadanos incompletos, y respecto de los segundos, que son ciudadanos jubilados»[5]. ¿Por qué esta afirmación? ¿Por qué son llamados ciudadanos incompletos por Aristóteles? Porque, la característica distintiva del ciudadano es que este goza de funciones políticas y judiciales, tanto como juez o magistrado, es decir que posee libertades políticas.

Entonces, ¿Qué es un ciudadano? Según Aristóteles, la definición de ciudadano es relativa del lugar donde se le aplique y varía según la forma de gobierno, el caso del que estamos hablando acá, es el correspondiente a la forma democrática principalmente. Así, en un Estado democrático, la obra común de todos los ciudadanos es la prosperidad del mismo sin importar las diferencias de los destinos de sus actos. Es por esto, que todos los días vemos personas injustamente elevadas al ejercicio de las funciones públicas y «basta, por tanto, gozar de este poder para ser ciudadano»[6]. De esta manera, en toda sociedad civil el buen ciudadano debe poseer las virtudes, tanto de mando, como de súbdito, y contener así la ciencia; en conclusión, el ciudadano es aquel hombre político, que es o puede ser dueño de ocuparse, tanto personal como colectivamente de los intereses comunes y tiene participación en los asuntos públicos.

Ahora bien, una vez entendido estos puntos surge una nueva interrogante ¿es necesario la creación de una constitución en un Estado? Pues sí, y existen muchas, ya que la constitución es la que determina con relación al Estado la organización regular de todas las magistraturas, sobre todo de la soberana, y el soberano de la ciudad es en todas partes el gobierno, es decir, el gobierno es, pues, la constitución misma, ya que al ser creada por los poderes que la misma sociedad les ha asignado, representa en su totalidad la manera en cómo debe regirse el destino del Estado. Aunado a esto, «todas las constituciones hechas en vista del interés general son puras porque practican rigurosamente la justicia; y todas las que sólo tienen en cuenta el interés personal de los gobernantes están viciadas en su base»[7] y, lamentablemente, no es más que la corrupción de una buena constitución.

De allí, pues, que existan muchas formas de gobiernos contrarios a los intereses que demanda la sociedad y la constitución misma del Estado, líderes que son elegidos muchas veces democráticamente pero que en su conciencia está el bienestar propio, olvidando en su totalidad al pueblo que le escogió para que lo representara; en consecuencia, muchos de estos sistemas son llamados: tiranía, oligarquía y demagogia, refiriéndonos al primero el interés personal del monarca, al segundo el bien personal de los ricos y al tercero el bien particular de los pobres. En efecto, el fin del Estado debe ser siempre, no sólo el bien material de todos sus integrantes, sino también su felicidad y su virtud, siendo ésta última la de primer cuidado dentro del Estado, para que la asociación política no se convierta en una alianza militar, ni la ley en una mera convención por el cual puedan jugar con ella.

En ese orden de ideas, es preciso que nos preguntemos ¿Cuál es la mejor forma de gobierno, la naturaleza de éste y mediante qué condiciones sería perfecto? Y, al mismo tiempo, saber también ¿Qué constitución conviene adoptar según  los diversos pueblos? Ya que, en nuestros días existen legisladores que, en vez de crear leyes en favor de la sociedad, sólo se nos presentan constituciones inaplicables y excesivamente complicadas porque, «las leyes deben ser hechas para las constituciones, y no las constituciones para las leyes, principio que reconocen todos los legisladores»[8]; y por ende, cuando este principio se quebranta y llega un nuevo gobierno al poder, el jefe de Estado debe ser capaz de mejorar la organización de un gobierno ya constituido; tarea que sería para él completamente imposible si no conociera todas las formas diversas de gobierno.

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