Le Toca A Las Regiones

Sentir que estás mal suele ser una sensación desagradable, pero sentir que estás mal y que más encima te digan que estás bien, es lejos, mucho peor.

Y así es un poco la sensación térmica que se vive en la sociedad chilena actual, en dónde en la vida cotidiana palabras como “crecimiento”, “PIB” “PIB per Cápita” son elementos económicos vacíos de vida y contacto. ¿Qué le dice al ciudadano chileno promedio un ingreso per cápita en Chile que bordea los US$ 19.000? Qué quiere decir que en “promedio” un chileno gana eso. Él es promedio, le gusta el fútbol, la cerveza, y cualquier elemento promedio, ¿Y gana los cerca de 9 millones teóricos? ¿Quién gana eso? ¿Su vecino? ¿La señora de al lado? ¿Todos menos él?

Quizás suene trillado y lo escuché en una valiente charla que hizo en Osorno el economista chileno Manfred Max Neef, pero no deja de ser válida la pregunta ¿Qué crece cuando se dice que el país crece? ¿Quiénes crecen?

Pero ojo, no nos perdamos en el debate, porque en mi parecer son contados con la mano los que estarían en contra de que el país crezca. La pregunta es otra, ¿Cuál es el origen de este desajuste de expectativas entre lo que quiere la sociedad y los resultados económicos objetivos? Ante esta pregunta contingente se han generado diversas líneas de opinión, que abarcan desde los que creen que los chilenos son ingratos, hasta los que creen que todas las cifras son falsas. Lo primero es impermisible para cualquier análisis económico serio, dado que para fines explicativos pensaremos que el hombre actúa de manera racional, y si en verdad estuviera mejor, lo expresaría. Lo último es un acto de desconfianza poco fructífero y por cierto, poco comprobable. Y en la gama de matices que va desde un extremo a otro han salido los expertos a asumir posturas, cualquier otra cosa sería un acto de comodidad. A propósito de lo mismo, procederé a sugerir una explicación posible.

Las necesidades se comportan de maneras múltiples, progresivas y escalables, y las expectativas humanas son sustancialmente de la misma naturaleza. Así es como se desarrollan las sociedades, donde una vez que se alcanza una expectativa, esta deja de ser deseable y pasa a ser aparentemente axiomática (Esto desde el siglo XVIII-XIX). Las sociedades que alcanzan un crecimiento sostenido comienzan de manera natural a preguntarse qué es lo que sigue. Lo que se detecta es un cambio de enfoque, la gente ya no parece interesarse tanto por la cantidad de crecimiento, sino por la calidad de éste. Es la transición escalable inevitable de crecimiento (cantidad) a desarrollo (calidad), identificándose la primera como pre requisito para la segunda. Y dado este cambio de paradigma, ¿Cuál es entonces el modelo que mejor satisface e incorpora este nuevo elemento? ¿Es el de actividad extractiva, concentración corporativa y desarrollo por goteo? ¿O podría ser quizás la agregación de valor a nivel local una alternativa más apropiada? Exploremos esta posibilidad brevemente.

Pareciera ser que el modelo tipo tradicional (capitalista-liberal-la mano invisible) resulta eficiente a la hora de generar riqueza neta, pero al mismo tiempo esta se distribuye en forma muy directamente proporcional a la condición socioeconómica preexistente (la mayor parte del crecimiento es “capturado” por más ricos y así sucesivamente, descendiendo en los estratos socioeconómicos). La concentración tiene efectos no sólo en la dimensión ética sino también en la eficiencia del desarrollo, ya que para la comunidad de origen, esto representa por lo general, una “fuga de utilidades” debilitando las oportunidades de las economías locales, quienes son el verdadero motor de la distribución del crecimiento. Adicionalmente, se genera un fenómeno no menor desde la delicadeza del comportamiento económico cuando el “empleador” conoce de manera

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