Levedad Del Ser
crisograff18 de Noviembre de 2014
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Antoine Prost
DOCE LECCIONES SOBRE LA HISTORIA
Frónesis Cátedra Universidad de València
Doce lecciones es un volumen estructurado a partir de las grandes preocupaciones que hoy nos inquietan a los historiadores, tomando los avances de la disciplina y los autores del pasado como un legado, como un capital que hacer productivo para uso de nuevas generaciones. Esas preocupaciones de Prost van desde lo que significa actualmente la profesión, la deontología, las normas y las convenciones que aceptamos, hasta el modo en que se escribe la historia y los procedimientos persuasivos que adoptamos para convertir lo verdadero en verosímil.
Introducción
La historia depende de la posición social e institucional de quien la escribe. La historiografía intenta alentar por diversas vías una perspectiva crítica sobre lo que hacemos cuando pretendemos hacer historia.
1. La historia en la sociedad francesa de los siglos XIX y XX
La disciplina denominada historia se trata de una realidad histórica en sí misma, esto es, situada en el espacio y en el tiempo, elaborada por unos hombres que se dicen historiadores, más que una disciplina científica, como lo pretende ser y como lo es efectivamente hasta cierto punto, la historia es una práctica social.
El estudio que lleva a cabo un grupo profesional con sus prácticas y su evolución. Existen grupos de historiadores que se reclaman pertenecientes a determinadas tradiciones que constituyen escuela, que reconocen las reglas constitutivas de su oficio común, que respetan una deontología y que practican ritos de incorporación y de exclusión, los historiadores hacen la historia para un público. Indudablemente se mueven también por la curiosidad intelectual, el amor a la verdad, el culto a la ciencia.
Sus propios discursos historiográficos dependen de una historia indisolublemente social y cultural. Aquello que los historiadores de una época o de una escuela dicen de su disciplina permite una doble lectura: la primera, es la de la concepción de la historia que sus textos proponen; la segunda, atenta a su contexto.
Los historiadores que escriben sobre la historia están condenados a pronunciarse frente a sus precursores y a sus colegas contemporáneos. Más aún, deben tener en cuenta el conjunto de la sociedad y las partes de aquella a las que se dirigen, su propia epistemología es también en parte una historia. El caso francés lo ilustra de manera ejemplar.
LA HISTORIA EN FRANCIA: UNA POSICIÓN PRIVILEGIADA
La historia ocupa una posición eminente en el universo cultural y social de los franceses. Los franceses se muestran unánimes cuando piensan que su identidad, incluso su propia existencia nacional depende de la enseñanza de la historia.
Esta particular posición de la disciplina en la tradición cultural francesa parece estar, pues, vinculada al lugar que se le asigna en la enseñanza.
Desde este punto de vista, existe una evidente diferencia entre las dos etapas de la enseñanza, la secundaria y la primaria. En aquélla, la historia es obligatoria desde 1880. Es decir, durante el siglo XIX, la historia no es propia de la escolarización popular, sino más bien materia de notables.
LOS USOS SOCIALES DE LA HISTORIA EN EL SIGLO XIX
La historia en la enseñanza secundaria
Esta materia se enseñó en los liceos y en los colegios antes de que se impartiera en las facultades. De entrada, se trata de un desfase sorprendente, aunque sirve para explicar la posición central que la enseñanza secundaria ocupa en la sociedad francesa. Será necesario esperar a la derrota de 1870 y a la llegada de los republicanos para que su enseñanza científica forme parte de la facultad con profesores relativamente especializados con historiadores hasta cierto punto “profesionales”.
Será después de 1814 cuando se incorpore verdaderamente a los programas de la secundaria y a partir de 1818 será materia obligatoria desde quinto. Todos los hombres influyentes de la Francia de siglo XIX fueron forjados con la historia.
El lugar oficial que ocupa la historia no coincide necesariamente con aquel que tiene de hecho en los trabajos y en los cursos de los liceos.
Una clara tendencia: la enseñanza de la historia se emancipa progresivamente de la tutela de las humanidades para conquistar su autonomía y avanzar hasta la contemporaneidad. Esta doble evolución, de métodos y de contenidos, se encamina en gran medida a la especialización progresiva de los profesores de historia. El origen de un profesor especializado data de 1818. Se confirma en 1830 cuando se instituya una agregación en historia que permita formar y reclutar un pequeño núcleo de historiadores cualificados.
Era capital que la materia fuese impartida en la secundaria por especialistas. El recurso a profesores especializados transforma radicalmente la enseñanza. Los textos clásicos se convierten en fuentes al servicio del historiador, que trata de comprender los contextos en los que se insertan.
Este mismo movimiento refuerza la posición dada a la historia contemporánea. Con Víctor Duruy, que fue ministro entre 1863 y 1869 la importancia de los últimos siglos se acrecienta. La Revolución y prosigue hasta 1863, una perspectiva muy atenta a lo sucedido en otros países y la historia que hoy denominaríamos económica y social.
Revisada en sucesivas ocasiones, esta armazón de los programas de historia subsistió hasta 1902 y se caracterizó por un recorrido continuo del tiempo histórico. La agregación se convierte en la vía habitual para reclutar profesores especializados, formados desde ahora por los historiadores profesiones de las facultades de letras. La reforma de 1902 acabará por perfilar esta enseñanza, distinguiendo un primer y un segundo ciclos que recorren todos los periodos, desde los orígenes hasta el presente.
Un tercer aspecto de interés es que esta evolución hacia una historia más autónoma, más contemporánea y más sintética no se hizo sin conflictos. No se trata, pues de una evolución lineal, sino más bien de una sucesión de avances y retrocesos vinculados al contexto político de cada momento.
El lugar que ocupa la historia en la enseñanza secundaria pone de relieve explícitamente su función política y social: es una propedéutica de la sociedad moderna, el resultado de la Revolución y del Imperio.
Los historiadores en debate público
En el siglo XIX, la historia se convierte tempranamente en una enseñanza obligatoria, tanto en los liceos como en los colegios. Además gracias a los profesores especializados que la imparten, evoluciona incluyendo lo contemporáneo y la síntesis vista a través de los conflictos que le dan un significado político y social. La legitimidad y la necesidad de la historia le vienen, pues, por otra vía.
La enseñanza superior de la historia fue prácticamente inexistente durante los tres primeros cuartos del siglo XIX. Aun así, en este periodo hubo grandes historiadores que suscitaron el interés del público, alimentaron los debates y conquistaron cierta notoriedad, y en pequeñas reuniones las clases de historia tomaban inevitablemente un cariz político.
La cohorte de estos historiadores es impresionante. Junto a Guizot, a Michelet, a Quinet y más tarde a Renan y a Taine, es necesario tener en cuenta a otros como Augustin Thierry, Thiers o Tocqueville. Todos ellos ocuparon un lugar central en el debate intelectual de su época. Sus obras no son todavía lo que será la historia científica de sus colegas del fin del siglo. Los universitarios republicanos de 1870-1880, sensibles al retraso francés con respecto a la erudición alemana, reprocharon a sus precursores haber sido más artistas que científicos. Es muy extraño que se adentren en el detalle de los acontecimientos y en cambio prefieren resumir su significado global y sus consecuencias, se trata de una historia social y política.
Estas obras, que en ocasiones contienen reflexión filosófica, como es el caso de Tocqueville, una cuestión central: el significado de la Revolución francesa en la sociedad del siglo XIX. Sean conservadores o republicanos, los historiadores asumen el hecho de que la Revolución tuvo lugar puesto que buscan sus causas y sus consecuencias.
Gracias a la mediación reflexiva de la historia, fue posible asimilar e integrar el acontecimiento revolucionario y reordenar el pasado nacional en función de aquél. De este modo, la sociedad francesa se representaba, se comprendía y se pensaba a través de la historia.
Para Seignobos la historia “no se hace ni para contar ni para probar, se hace para responder a preguntas sobre el pasado que las sociedades actuales nos sugieren”. Seignobos que con Lavisse es uno de los organizadores de los estudios de historia en las facultades a finales de siglo pone las técnicas de la erudición de la primera parte del siglo XIX.
EL SIGLO XX: EL ESTALLIDO DE LA HISTORIA
La enseñanza primaria: otra historia
Mientras el debate político permanecía limitado a un grupo de notables la historia era cuestión de una elite cultivada y estaba confinada en la enseñanza secundaria.
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