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Lipovetsky sobre la invasión de la ética en los medios de comunicación


Enviado por   •  9 de Febrero de 2014  •  Tutoriales  •  4.011 Palabras (17 Páginas)  •  303 Visitas

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LA MORAL

Lipovetsky empieza planteando que “desde hace una decena de años” (la edición original es de 1992) la ética parece estar cada vez más presente: “invade los medios de comunicación, alimenta la reflexión filosófica, jurídica y deontológica, generando instituciones, aspiraciones y prácticas colectivas inéditas. Bioética, caridad mediática, acciones humanitarias, salvaguardia del entorno, moralización de los negocios…”. Hace poco, nos electrizaba la idea de la liberación individual y colectiva y la moral se asimilaba al fariseísmo y la represión burguesa. Pero se ha cumplido esa fase, y hoy “no hay más utopía que la moral”.

Al mismo tiempo, junto al discurso de revitalización de la moral convive otro que alerta de la quiebra de valores, el individualismo cínico… y advierte que nos precipitamos a la decadencia. Para Lipovetsky, esta contradicción es un signo de que estamos viviendo el nacimiento de un nuevo tipo de sociedad: la sociedad posmoralista. Vamos a explicar esto.

En su origen la moral era religiosa. A partir de la Ilustración, surge en Europa la ambición de crear una moral independiente de los premios o castigos en el más allá: una ética puramente secular. Es la primera ola de la ética laica, que dura, por poner unas fechas, de 1700 a 1950.

Según Lipovetsky, esta ética,…

Al emanciparse del espíritu de la religión, toma una de sus figuras claves: la noción de deuda infinita, el deber absoluto. Las democracias individualistas inaugurales en todas partes han salmodiado e idealizado la obligación moral, celebrado con excepcional gravedad los deberes del hombre y del ciudadano, impuesto normas austeras, represivas disciplinarias referidas a la vida privada. Pasión del deber dictada por la voluntad de conjurar la dinámica licenciosa de los derechos del individuo moderno, de regenerar las almas y los cuerpos, de inculcar el espíritu de disciplina y de dominio de uno mismo, de consolidad la nación por la vía de una unidad moral necesaria para las sociedades laicas. Y, llevando al máximo de depuración el ideal ético, profesando el culto de las virtudes laicas, magnificando la obligación del sacrificio de la persona en el altar de la familia, la patria o la historia, los modernos apenas han roto con la tradición moral de renuncia de sí que perpetúa el esquema religioso del imperativo ilimitado de los deberes; las obligaciones superiores hacia Dios no han sido sino transferidas a la esfera humana profana, se han metamorfoseado en deberes incondicionales hacia uno mismo, hacia los otros, hacia la colectividad. El primer ciclo de la moral moderna ha funcionado como una religión del deber laico. (p11-12 de la edición de Ed Anagrama, colección “Compactos”).

Ahora esa etapa ha terminado y hemos entrado en la segunda ola de la secularización: no sólo se afirma la ética como una esfera independiente de la religión, sino que se disuelve su forma religiosa. Desaparece el concepto de deber absoluto:

Por primera vez, esta es una sociedad que, lejos de exaltar los órdenes superiores, los eufemiza y los descredibiliza, una sociedad que desvaloriza el ideal de abnegación estimulando sistemáticamente los deseos inmediatos, la pasión del ego, la felicidad intimista y materialista. (p12)

Estamos pues en un experimento inédito: una sociedad con una ética débil y mínima, “sin obligación ni sanción”, según la expresión que acuñó Jean-Marie Guyau. Esta es la sociedad posmoralista.

Es un planteamiento muy sugerente. Casi da vértigo pensar en las implicaciones de este cambio. Pero en este punto llevamos tres páginas de la Presentación del libro y quedan casi 300 para analizarlas: parece espacio más que suficiente. En el Capítulo I, Lipovetsky toma carrerilla, repasando históricamente la “ética del deber” que surgió de la Ilustración. Ya en la página 50 deja claro su juicio sobre la nueva ética posmoralista:

Cultura posmoralista no quiere decir posmoral. Aun cuando el sacerdocio del deber y los tabúes victorianos hayan caducado, aparecen nuevas regulaciones, se reinscriben valores que ofrecen la imagen de una sociedad sin relación con la descrita por los despreciadores de la “permisividad generalizada”. La liturgia del deber desgarrador no tiene ya terreno social, pero las costumbres no se hunden en la anarquía; el bienestar y los placeres están magnificados, pero la sociedad civil está ávida de orden y moderación; los derechos subjetivos gobiernan nuestra cultura, pero “no todo está permitido” (…) El neoindividualismo es simultáneamente hedonista y ordenado, enamorado de la autonomía y poco inclinado a los excesos, alérgico a las órdenes sublimes y hostil al caos y a las transgresiones libertinas. La representación catastrófica de la cultura individualista posmoralista es caricaturesca: la dinámica colectiva de la autonomía subjetiva es desorganizadora y autoorganizadora, sabe reinscribirse en un orden social cuyo estímulo ya no es la presión moral ni tampoco el conformismo. En adelante la regulación de los placeres se combina sin obligación ni sermón a través del caos aparente de los átomos sociales libres y diferentes: el neoindividualismo es un “desorden organizador”. (p49-50)

Es decir, que Lipovetsky es optimista. Qué respiro: no vamos al caos, este desorden es organizador. Pero es una afirmación contundente y poco obvia, que está pidiendo una justificación. Todavía quedan 250 páginas, y ¿qué hace el autor? Se pasa esas 250 páginas describiendo las formas que adopta esta sociedad posmoralista en sus distintas esferas: el nuevo orden amoroso y sexual, la salud y los límites de la vida, el trabajo y la familia, las nuevas formas de la ética en lo privado y lo colectivo, los medios de comunicación y la empresa… Para cada ámbito se expone la misma idea: hemos pasado de la ética ilustrada basada en el deber incondicional a la ética posmoderna fundada en los derechos subjetivos, y el mundo no se ha hundido; incluso hay cosas buenas en el cambio.

Que nos digan eso veinte o treinta veces es tremendamente aburrido, y más cuando nos lo dicen con ese estilo francés, ampuloso y retórico que ya se ha podido apreciar en los párrafos anteriores. Un ejemplo más del estilo:

Cuanto más terreno ganan los valores individuales, más se refuerza el sentimiento de los deberes hacia los hijos; cuanto más periclita el espíritu de obligación ante la “gran sociedad”, más gana en autoridad la noción de responsabilidad hacia los “pequeños”.

Cada diez páginas, más o menos, uno se encuentra con una construcción de este tipo. Según avanzamos, los “cuanto más A, más B” se multiplican y ya no sólo aparecen por parejas, sino en enumeraciones que pueden alcanzar

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