MATERIA, APARIENCIA Y REALIDAD
yessiyan5 de Julio de 2013
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MATERIA, APARIENCIA Y REALIDAD.
En la vida diaria aceptamos como ciertas muchas cosas que, después de un análisis más riguroso, nos aparecen tan llenas de evidentes contracciones, que sólo un gran esfuerzo de pensamiento nos permite saber lo que realmente nos es permitido creer. Cualquier información sobre lo que nuestras experiencias inmediatas nos dan a conocer tiene grades posibilidades de error.
Bertrand Russell, durante el libro, nos pone como ejemplo los distintos conceptos a los que asignamos a una mesa y diversos objetos. Con ellos nos quiere demostrar los distintos puntos de vista que tienen.
Al igual que él ve y siente las cosas que él tiene en frente, cualquier otra persona podría ver y sentir las mismas cosas.
Él en especial se concentra en su mesa:
La mesa es oblonga, oscura y brillante, para el tacto pulimentada, fría y dura; si la golpea, produce un sonido de madera. Cualquier persona que vea, toque u oiga ese sonido, afirmará dicha descripción, pero en el momento en que tratamos de ser más concisos empieza la confusión. Aunque la mesa parezca “realmente” del mismo color, las partes que reflejan la luz parecen mucha más brillantes que las demás, e incluso algunas parecen blancas. Sabemos que si nos desplazamos los reflejos de la luz se distribuirán a otras partes de la mesa; de ahí podemos afirmar que si en un mismo momento hay varias personas observando la mesa desde distintos puntos de la habitación, no habrá dos personas que vean exactamente la misma distribución de colores y que todo cambio de punto de vista lleva consigo un cambio en el modo de reflejarse la luz.
La mayoría de los designios prácticos, esas diferencias carecen de importancia, pero por ejemplo, para un pintor adquiere una importancia fundamental: el pintor tiene que habituarse a ver las cosas tal como se le ofrecen. Aquí tiene ya su origen la distinción entre “apariencia” y “realidad”, entre lo que las cosas parecen ser y lo que en realidad son. El pintor necesita conocer lo que las cosas parecen ser; el hombre y el filósofo necesitan conocer lo que son; pero el filósofo desea este conocimiento con mucha más intensidad que el hombre práctico, y le inquieta mucho más el conocimiento de las dificultades que se hallan para responder a esta cuestión.
Sabemos igualmente que aun desde un punto de vista dado, el color parecerá diferente, con luz artificial, o para un ciego para el color, o para quien lleve lentes de color, mientras que en la oscuridad no habrá en absoluto color, aunque para el tacto y para el oído no haya cambiado la mesa. Así, el color no es algo relacionado a la mesa, sino algo que depende de la mesa y del espectador y del modo como cae la luz sobre la mesa.
Lo mismo puede decirse de la estructura del material. A simple vista se pueden ver sus fibras, pero al mismo tiempo la mesa aparece pulida y lisa. Si la miramos a través del microscopio veríamos asperezas, prominencias y depresiones, y toda clase de diferencias, imperceptibles a simple vista. ¿Cuál es la mesa “real”? Naturalmente nos inclinaremos a elegir la que vemos por el microscopio; pero esta impresión cambiará si utilizamos un microscopio de mayor potencia aumentativa. De esta manera desconfiamos de nuestros sentidos y por lo cual volvemos a estar de nuevo en el principio.
Otro tema es la forma de la mesa; aunque la mesa es “realmente” rectangular, parecerá tener, desde casi todos los puntos de vista, dos ángulos agudos y dos obtusos; aunque son de la misma longitud, el más cercano parecerá el más largo. No se observan estas cosas al mirar la mesa, ya que la experiencia nos ha enseñado a construir la forma “real” con la forma aparente, y la forma “real” no es lo que vemos, es algo que deducimos de lo que vemos.
Si consideramos el sentido del tacto, la mesa nos da siempre una sensación de dureza y sentimos que resiste a la presión; pero la sensación que sentimos dependerá de la presión que ejerzamos sobre la mesa y también de la parte del cuerpo con que la ejerzamos.
Así resulta que la mesa real, si es que realmente existe, no es la misma que experimentamos directamente por medio de la vista, el oído o el tacto. De ahí surgen, a la vez, dos problemas realmente difíciles:
1º- ¿Existe en efecto una mesa real?
2º- En caso afirmativo ¿qué clase de objeto puede ser?
Para poder examinarlos nos serán de gran utilidad poseer algunos términos simples; daremos el nombre de datos de los sentidos a lo que nos es inmediatamente conocido en la sensación: así, los colores, sonidos, olores, durezas, etc. Daremos el nombre de sensación a la experiencia de ser inmediatamente conscientes de esos datos.
El color es aquello de que somos inmediatamente conscientes, y esta conciencia misma es la sensación. Es evidente se que conocemos algo de la mesa es preciso que sea por medio de los datos de los sentidos que asociamos con la mesa sea los datos de los sentidos.
A la mesa real, si es que existe, la denominaremos un “objeto físico”. Por tanto hemos de considerar la relación de los datos de los sentidos con los objetos físicos. El conjunto de todos los objetos físicos se denomina “materia”. Así, planteamos de nuevo nuestros dos problemas del siguiente modo
1º- ¿Hay, en efecto, algo que se pueda considerar como materia?
2º- en caso afirmativo ¿cuál es su naturaleza?
El primer filósofo que consideró los objetos inmediatos de nuestros sentidos como no existiendo independientemente de nosotros fue el obispo Berkeley (1685-1753). Los argumentos que emplea son de valor muy desigual: algunos, importantes y vigorosos; otros, confusos y sofísticos. Pero a Berkeley corresponde el mérito de haber demostrado que la existencia de la materia puede ser negada sin incurrir en el absurdo, y que si algo existe independientemente de nosotros no puede ser objeto inmediato de nuestras sensaciones.
Entendemos comúnmente por materia algo que se opone al espíritu, algo que concebimos como ocupando un espacio y radicalmente incapaz de cualquier pensamiento o conciencia.
Otros filósofos, a partir de Berkeley, han sostenido que, aunque la mesa no dependa, en su existencia, depende del hecho de ser vista por algún espíritu. Sostienen esto, como lo hace Berkeley, principalmente porque creen que nada puede ser real salvo los espíritus, sus pensamientos y sentimientos. Podemos presentar como sigue el argumento en que fundan su opinión: “Todo lo que puede ser pensado, es una idea en el espíritu de la persona que lo piensa; por lo tanto, nada puede ser pensado excepto las ideas en los espíritus: cualquiera otra cosa es inconcebible, y lo que es inconcebible no puede existir”.
Según la opinión de Russell, tal argumento es falso: e indudablemente los que los sostienen no lo exponen de un modo tan breve y tan crudo. Pero el argumento ha sido ampliamente desarrollado en una forma o en otra, y muchos filósofos han sostenido que no hay nada real, salvo los espíritus y sus ideas. Dichos filósofos se denominan “idealistas”.
Berkeley y Leibniz admiten que hay una mesa real, pero Berkeley dice que consiste en ciertas ideas en el espíritu de Dios, y Leibniz afirma que es una colonia de almas. Así, ambos responden al primero de nuestros problemas y sólo divergen sus opiniones de las del común de los mortales en la contestación al segundo problema.
Es evidente que este punto, en el cual los filósofos están de acuerdo, es de importancia vital y vale la pena de considerar las razones de esta aceptación, antes de pasar al problema posterior, sobre la naturaleza de la mesa real.
Antes de proseguir adelante, bueno será, considerar lo que hemos descubierto hasta aquí. Nos hemos percatado de que si tomamos un objeto cualquiera, lo que los sentidos nos dicen inmediatamente no es la verdad acerca del objeto, sino solamente la verdad sobre ciertos datos de los sentidos, que, por lo que podemos juzgar, dependen de las relaciones entre nosotros y el objeto. Así, lo que vemos y tocamos directamente es simplemente una “apariencia”, que creemos ser el signo de una “realidad” que está tras ella.
A su vez, también sabemos las opiniones de Berkeley y de Leibniz respecto a la mes; Leibniz afirma que es una comunidad de almas; y Berkeley dice que es una idea en el espíritu de Dios. La grave ciencia nos dice que es una colección de cargas eléctricas en violenta agitación.
¿Existe una mesa que tenga una determinada naturaleza intrínseca y que siga existiendo cuando no la miro, o es la mesa simplemente un producto de mi imaginación, una mesa-sueño en un sueño muy prolongado?
Este problema es de mayor importancia. Pues si no estamos seguros de la existencia de los objetos, no podemos estar seguros de la existencia de otros cuerpos humanos, y por consiguiente, de sus espíritus. Así, si no pudiéramos estar seguros de la existencia de objetos nos hallaríamos aislados en un desierto.
Aunque dudemos de la existencia de la mesa, no dudamos de la existencia de los datos de los sentidos que nos han hecho pensar que hay en efecto una mesa; no dudamos de que cuando miramos, aparecen un determinado color y una forma determinada, y si ejercemos una presión experimentamos una determinada sensación de dureza. Todo esto, que es psicológico, no lo ponemos en duda.
Descartes (1596-1650), el fundador de la filosofía moderna, inventó un método que puede emplearse siempre con provecho
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