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Nuevas Actitudes Hacia La Naturaleza Humana


Enviado por   •  2 de Junio de 2014  •  1.719 Palabras (7 Páginas)  •  1.596 Visitas

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UNIDAD 3

Nuevas actitudes hacia la naturaleza humana

Petrarca es considerado como el “Padre del Humanismo” porque fue el iniciador de la redención critica y la corrección de textos antiguos. Los logros de los eruditos humanistas, durante el Renacimiento son el gozo feliz, natural y sano de los bienes de la vida humana, considerar inofensivos los placeres y las tendencias naturales & que los placeres no eran cosa del diablo que debían reprimirse. Durante el Renacimiento, los eruditos humanistas establecieron como ideal la excelencia y la máxima de los eruditos humanistas era la perfección. Ellos al revelarse contra la ética cristiana, establecen que en lugar del amor debe buscarse el gozo en el ejercicio de las facultades del hombre y que en lugar de la obediencia debe buscarse la libertad y la responsabilidad bajo la supervisión de la razón y que en lugar de la fe debe buscarse el intelecto.

El anterior Renacimiento de los siglos XII y XIII fue una resurrección mucho más inequívoca, si bien las fuerzas operantes en la Edad Media que en el siglo XVI se revelaron como destructoras del viejo orden, no produjeron una revolución fundamental en las formas del pensamiento humano hasta los siglos XVII y XVIII. La época del Renacimiento y la Reforma es una época de

compromiso. Fue hasta el siglo XIX el modernismo imprimió sus rasgos en el hombre medio. La gradual acumulación de excedentes y la mayor existencia de objetos físicos, el crecimiento de la población urbana, el aumento del deseo de conocer, hizo que los hombres se interesaran más y más por sí mismos y pos su ambiente. Fue a las culturas de Grecia y Roma que se volvieron para entender desde la perspectiva moderna, el modo en que vivía. El ideal típico de este periodo, la individualidad y la autarquía, sirvieron de fundamento a un nuevo esfuerzo de ordenar el mundo, orden que se hacía más matemático y mecánico que jerárquico y orgánico. El crecimiento económico de la sociedad europea que había construido ciudades y ahora estaba construyendo naciones, estas eran las fuerzas fundamentales para el proceso del cambio. El comercio se convirtió en una actividad preponderante. El crecimiento poblacional dio origen a la expansión urbana.

En la época medieval hubo una corriente de canciones vulgares que ensalzaban un franco roce de la vida y de sus placeres. Cada vez que surgía una literatura laica y vernácula reflejaba por doquier el mismo goce pagano de los bienes de la vida. Los trovadores de la gaya Provenza, cuyo deleite en la vida y su artificial escape de ella encolerizaban al severo dominico. En el sobrio Santo

Tomás ya se encuentra una mezcla de ese sentido de la dignidad y mérito de todo cuanto específicamente humano y el antiguo humanismo de Aristóteles. Desde el siglo XII en adelante esta actitud y estos intereses se volvieron cada vez más respetables.

Descubrimiento del humanismo de los Clásicos

El interés por las literaturas antiguas data realmente desde la fundación de las universidades en el siglo XII.

El descubrimiento de Aristóteles y la consecuente preocupación científica- preocupación por el destino el hombre más que por su vida- solo postergaron el renacimiento subsiguiente. Europa estaba aprendiendo del pasado, tomando cuanto se le ocurría. En Dante ambos intereses son igualmente vívidos: está empapado de la Antigua Roma y se sirve de símbolos cristianos y paganos por igual a través de su gran obra.

De Aristóteles paso a Platón, observando, al ver que se aceptaba la autoridad del primero: “A veces he preguntado von una sonrisa cómo podría haberlo sabido Aristóteles, pues no está demostrando por la luz de la razón ni puede probarse por experimento”.

El progreso natural va de lo primero a lo segundo. Dejémoslo ascendiendo el monte de los Vientos en busca del paisaje –extraña aberración, en ojos medievales- y leyendo en la cumbre a San Agustín en su disertación sobre el pecado y la

concupiscencia.

Más allá de Cicerón, comenzaba a divisarse otro mundo, donde los más amplios intereses humanos, en la ciencia y la filosofía ocupaban un lugar secundario en torno al hombre como ciudadano. Petrarca y su amigo Boccaccio suspiraban por la lengua griega y soportaban pacientemente barbaridades del vagabundo que la hablaba y a quien convertían en profesor y afanoso traductor de Homero. Fue un día de gloria cuando el docto bizantino Crisolaras acepto una cátedra en Florencia. Bruni nos da el espíritu de la época:

Estaba entonces estudiando derecho civil. Al llegar Crisolaras, una parte de mi espíritu se rebelo contra otra; me parecía vergonzoso abandonar mis estudios de derecho y, por otra parte, me parecía un crimen perder esta oportunidad de estudiar literatura griega. A menudo, me decía a mi mismo: “Cuando se te permite contemplar a Homero, Platón, Demóstenes y a los otros poetas, filósofos y oradores, de quienes se difunden tantas glorias, y hablar con ellos y recibir su admirable enseñanza ¿desertarás de ellos y te privarás de su compañía? ¿Despreciarás esta oportunidad que tan divinamente se te ofrece?... Decidido al fin, me entregué a Crisolaras con tal celo de aprender, que seguía repasando por la noche, y aún dormido, lo que había aprendido en el día.

Petrarca y Bruni representan el

primer entusiasmo; los eruditos siguientes se hicieron más críticos e influyentes.

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