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Porque De La Filosofia


Enviado por   •  26 de Marzo de 2015  •  3.803 Palabras (16 Páginas)  •  188 Visitas

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EL POR QUÉ DE LA FILOSOFÍA

Árbol de sangre, el hombre siente, piensa, florece

y da frutos insólitos: palabras.

Se enlazan lo sentido y lo pensado,

tocamos las ideas: son cuerpos y son números.

OCTAVIO PAZ

¿Tiene sentido empeñarse hoy, a finales del siglo XX o comienzos del XXI, en mantener la filosofía como una asig¬natura más del bachillerato? ¿Se trata de una mera super¬vivencia del pasado, que los conservadores ensalzan por su prestigio tradicional pero que los progresistas y las personas prácticas deben mirar con justificada impacien¬cia? ¿Pueden los jóvenes, adolescentes más bien, niños in¬cluso, sacar algo en limpio de lo que a su edad debe re¬sultarles un galimatías? ¿No se limitarán en el mejor de los casos a memorizar unas cuantas fórmulas pedantes que luego repetirán como papagayos? Quizá la filosofía interese a unos pocos, a los que tienen vocación filosófi¬ca, si es que tal cosa aún existe, pero ésos ya tendrán en cualquier caso tiempo de descubrirla más adelante. En-tonces, ¿por qué imponérsela a todos en la educación se¬cundaria? ¿No es una pérdida de tiempo caprichosa y reaccionaria, dado lo sobrecargado de los programas ac¬tuales de bachillerato?

Lo curioso es que los primeros adversarios de la filo¬sofía le reprochaban precisamente ser «cosa de niños», adecuada como pasatiempo formativo en los primeros años pero impropia de adultos hechos y derechos. Por ejemplo, Calicles, que pretende rebatir la opinión de Só¬crates de que «es mejor padecer una injusticia que cau¬sarla». Según Calicles, lo verdaderamente justo, digan lo que quieran las leyes, es que los más fuertes se impongan a los débiles, los que valen más a los que valen menos y los capaces a los incapaces. La ley dirá que es peor co¬meter una injusticia que sufrirla pero lo natural es consi¬derar peor sufrirla que cometerla. Lo demás son tiquis¬miquis filosóficos, para los que guarda el ya adulto Calicles todo su desprecio: «La filosofía es ciertamente, amigo Sócrates, una ocupación grata, si uno se dedica a ella con mesura en los años juveniles, pero cuando se atiende a ella más tiempo del debido es la ruina de los hombres ». Calicles no ve nada de malo aparentemente en enseñar filosofía a los jóvenes aunque considera el vi¬cio de filosofar un pecado ruinoso cuando ya se ha creci¬do. Digo «aparentemente» porque no podemos olvidar que Sócrates fue condenado a beber la cicuta acusado de corromper a los jóvenes seduciéndoles con su pensa¬miento y su palabra. A fin de cuentas, si la filosofía de¬sapareciese del todo, para chicos y grandes, el enérgico Calicles -partidario de la razón del más fuerte- no se lle¬varía gran disgusto...

Si se quieren resumir todos los reproches contra la fi¬losofía en cuatro palabras, bastan éstas: no sirve para nada. Los filósofos se empeñan en saber más que nadie de todo lo imaginable aunque en realidad no son más que charlatanes amigos de la vacua palabrería. Y enton¬ces, ¿quién sabe de verdad lo que hay que saber sobre el mundo y la sociedad? Pues los científicos, los técnicos, los especialistas, los que son capaces de dar informacio¬nes válidas sobre la realidad. En el fondo los filósofos se empeñan en hablar de lo que no saben: el propio Sócrates lo reconocía así, cuando dijo «sólo sé que no sé nada». Si no sabe nada, ¿para qué vamos a escucharle, seamos jóvenes o maduros? Lo que tenemos que hacer es aprender de los que saben, no de los que no saben. Sobre todo hoy en día, cuando las ciencias han adelantado tan¬to y ya sabemos cómo funcionan la mayoría de las co¬sas... y cómo hacer funcionar otras, inventadas por cien¬tíficos aplicados.

Así pues, en la época actual, la de los grandes descu¬brimientos técnicos, en el mundo del microchip y del acelerador de partículas, en el reino de Internet y la te¬levisión digital... ¿qué información podemos recibir de la filosofía? La única respuesta que nos resignaremos a dar es la que hubiera probablemente ofrecido el propio Sócrates: ninguna. Nos informan las ciencias de la na¬turaleza, los técnicos, los periódicos, algunos programas de televisión... pero no hay información «filosófica». Según señaló Ortega, antes citado, la filosofía es incom¬patible con las noticias y la información está hecha de noticias. Muy bien, pero ¿es información lo único que buscamos para entendernos mejor a nosotros mismos y lo que nos rodea? Supongamos que recibimos una noti¬cia cualquiera, ésta por ejemplo: un número x de perso¬nas muere diariamente de hambre en todo el mundo. Y nosotros, recibida la información, preguntamos (o nos preguntamos) qué debemos pensar de tal suceso. Reca¬baremos opiniones, algunas de las cuales nos dirán que tales muertes se deben a desajustes en el ciclo macro-económico global, otras hablarán de la superpoblación del planeta, algunos clamarán contra el injusto reparto de los bienes entre posesores y desposeídos, o invocarán la voluntad de Dios, o la fatalidad del destino... Y no faltará alguna persona sencilla y cándida, nuestro porte¬ro o el quiosquero que nos vende la prensa, para co¬mentar: «¡En qué mundo vivimos!». Entonces nosotros, como un eco pero cambiando la exclamación por la in¬terrogación, nos preguntaremos: «Eso: ¿en qué mundo vivimos?».

No hay respuesta científica para esta última pregunta, porque evidentemente no nos conformaremos con res¬puestas como «vivimos en el planeta Tierra», «vivimos precisamente en un mundo en el que x personas mueren diariamente de hambre», ni siquiera con que se nos diga que «vivimos en un mundo muy injusto» o «un mundo maldito por Dios a causa de los pecados de los humanos» (¿por qué es injusto lo que pasa?, ¿en qué consiste la mal¬dición divina y quién la certifica?, etc.). En una palabra, no queremos más información sobre lo que pasa sino saber qué significa la información que tenemos, cómo de¬bemos interpretarla y relacionarla con otras informacio¬nes anteriores o simultáneas, qué supone todo ello en la consideración general de la realidad en que vivimos, cómo podemos o debemos comportarnos en la situación así establecida. Éstas son precisamente las preguntas a las que atiende lo que vamos a llamar filosofía. Digamos que se dan tres niveles distintos de entendimiento:

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