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Praxis y teórica políticas comparadas

Roman Von ZuccEnsayo10 de Junio de 2021

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PRAXIS Y TEÓRICA

POLÍTICAS COMPARADAS

Escrito por

el aspirante a la Licenciatura en Derecho Jorge Román Malanco Espinosa,

Para entregar

a vuesarced M. en H. P. Berenice Garduño Bernal,

Tiraje único

en que figuran todos los epígrafes solicitados en la rúbrica,

En fecha y lugar

trece de mayo del año mmxxi, en aquesta ciud de Toluca de sn José & Lerdo.

[pic 1]

Leges hominum vitam protegunt.

Οἱ νόμοι τὸν τῶν ἀνθρώπων βἱον φυλλάτουσιν.


ínDICE

NOTA PRELIMINAR        3

LIBRO PRIMERO        5

Capítulo primero. Del objeto del ensayo        5

Capítulo segundo. De las autoridades        6

LIBRO SEGUNDO        7

Capítulo primero. Del objeto de este libro        7

Capítulo segundo. De si el Estado tiene un propósito        7

Capítulo tercero. De cómo es el propósito        8

Capítulo cuarto. Del modo en que se constituyen las sociedades        12

LIBRO TERCERO        15

Capítulo primero. Del objeto de este libro        15

Capítulo segundo. De los gobiernos y regímenes que sojuzgan el mundo        15

Capítulo tercero. De las repúblicas y de las monarquías        17

Capítulo cuarto. Del príncipe maquiavélico        20

LIBRO CUARTO        23

Capítulo primero. Del objeto de este libro        23

Capítulo segundo. Sobre quién fue primero; quién antecede al otro        23

Capítulo tercero. De si, en consecuencia, y aceptadas las premisas anteriores, hemos de concluir que el Derecho siempre tendrá que primar sobre el Estado o si es otra cosa        28

LIBRO QUINTO        30

Capítulo único. De la praxis y teórica políticas comparadas        30

BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES REFERENCIALES CONSULTADAS        32

APOSTILLA FINAL        35


NOTA PRELIMINAR

¿Qué cosa hay que motive al escritor a hacer su labor? ¿Podríamos decir que es una solamente, o por el contrario, son varias y diversas entre sí las causas que endilgan y apremian el maravilloso ejercicio mental de la escritura? En efecto, así como no hay una única razón que motive a alguien a actuar, sino que actúan en función de la concomitancia causal, así nadie escribe sin un propósito cierto y único, quier porque cala a efecto de alguna calificación, quier porque el escritor iluminado haya hecho un descubrimiento que juzga todos deberían conocer, quier porque haya diversas otras causas que provoquen, en el escritor, la necesidad de escribir. ¿Qué justificación, pues, más perfecta y acabada que ésa? Acaso se antoje, no obstante, añadir alguna excusa diversa: pues bien, el tema objeto de este ensayo con aires de opúsculo nace de mi necesidad por dirimir mis disquisiciones personales sobre el asunto que por tantos años he tratado y al que he dedicado asaces horas diarias de lectura con el fin de mejor entenderla. Justifíquese, pues, este texto sobre aquestas bases que he aducido.

        Asimismo, me cale hacer varias precisiones sobre la cuestión a tratar: primero, no temo admitir la aflictiva medrosía que siento por tratarlo no obstando mi fascinación por el mismo, pues considero que no he leído lo suficiente, y más aún, entendido lo bastante el asunto. Reconozco el gran camino que aún me yace enfrente, y que debo afrontar. Sin embargo, las circunstancias que apremian este escrito, así lo acucian también; en definitiva, no dispongo el tiempo suficiente requerido para aunar las herramientas menesterosas para afrontar esta empresa. Así pues, ruego que se mire piadosamente este escrito, cuya alma aspira a metas supernas, y que se le trate como lo que es: nada más que un librito; así, quienes hayan de juzgarlo, serán prudentes para hacerlo, a sabiendas de que, en las raíces de su elaboración, está incompleto, como incompletos son mis conocimientos al respecto.


LIBRO PRIMERO

Capítulo primero. Del objeto del ensayo

Convenga, acaso, delimitar el marco que demanda el asunto, pues es evidente que tratar una materia de tal magnitud y complejidad con soltura y laxitud en la forma de sus límites se antoje, como menos, imprudente, como más, lunático. En consecuencia, es propio del buen escritor aprovechar el párrafo preambular para determinar la materia y asunto del ensayo.

        Este texto trata, pues, acerca de la naturaleza de los Estados en lo que respecta a los regímenes que los sojuzgan. ¿Qué propósito tiene el Estado? ¿Qué forma, pues, es la óptima para que susodicho propósito se consiga? He obviado la objeción de “¿qué es, por ende, el Estado?”, pues considero que la primera cuestión ya basta para tratar ese pormenor, porque conociendo su propósito lo demás se entenderá ipso facto a poco que se piense en ello.

        Hay, también, una dicotomía atañedera que, reputo, es parte de la cuestión a tratar, porque evidentemente podemos tratar la forma del Estado, pero al tocarla hallaríamos una nueva disquisición: de si es el Derecho quien constituye al Estado, o bien, el Estado quien rige al Derecho, pues convengamos que el Estado, pudiéndose reunir ora en una asamblea, mayor o menor, ora en una sola persona, ora en todos los habitantes, deforma el Derecho según la conveniencia del momento, empero es cierto así mismo que es el Derecho quien primero constituye al Estado y éste le da forma. Luego, ¿quién crea y rige a quién?[1]

Capítulo segundo. De las autoridades

La materia de escritura, siendo tan basta como lo es, requiere autoridades en cuya sapiencia me refugie para emitir mis criterios (convengamos que sería inicuo simplemente enunciarlos sin ser comparados entre sí,[2] al fin y al cabo, todas las autoridades que citaré trataron el mismo asunto, mas con distintas consideraciones). Estas autoridades o autores y pensadores o filósofos serán aducidos a su debido momento, y gracias humildemente a mi afición bibliófila, podrá el lector hallar los textos que haya yo de citar, detallándolos cuando así se lo requiriere.

        Considérese, sin embargo, que como he hecho mención antes, mi filosofía aún carece de curtimiento, y no ha pasado por exámenes de rigor que la solidifiquen; por lo tanto, será muy probable que malinterprete o ignore parcialmente el pensamiento de un autor dado, por lo cual pido que el prudente lector sepa consultar las fuentes y, si cale, se confronten contra mis palabras.


LIBRO SEGUNDO

Capítulo primero. Del objeto de este libro

Aquí trabajaremos las dos primeras interrogantes que se plantearon en el libro anterior, estas son, de si tiene algún fin el Estado, y de qué forma puede alcanzar el Estado dicho fin. Será, pues, esta parte la sección más metafísica de nuestro estudio, y quizás la más comprometedora también, dada su importancia y que en ella me basaré para los ulteriores argumentos.

Capítulo segundo. De si el Estado tiene un propósito

Ha manifestado Aristóteles, con razón, que “todo arte y toda investigación e, igualmente, toda acción y libre elección parecen tender a algún bien” y que, entonces, “el bien es aquello hacia lo que todas las cosas tienden”.[3] Sin embargo, ¿es el Estado una actividad o un producto? Acordémonos que, aunque toda acción tiende a algún bien, ¿es este bien obtenido para conseguir otro, o bien, deseado por sí? Apliquemos, ahora, esta pregunta al Estado: ¿es, acaso, un fin en sí o se busca para perseguir otro? Para buena fortuna, Aristóteles magistralmente ya expuso esta respuesta a la par de las citas anteriores, y dice que tal es la política, porque “la política se sirve de las demás ciencias y prescribe, además, qué se debe hacer y qué se debe evitar, el fin de ella incluirá los fines de las demás ciencias”.[4] Sin embargo, cabe preguntarse todavía si es que la política, aun siendo un fin en sí, se persigue para perseguir otro fin más perfecto: por supuesto, esto es el bien del ciudadano, mas no del particular únicamente, sino el de la comunidad.[5]

Capítulo tercero. De cómo es el propósito

Hemos concluido, ergo, que el Estado tiene propósito. Sin embargo, ¿qué es ese propósito? En efecto, se ve que es un bien. Pero, exactamente, ¿qué bien? Eso es, pues, de lo que se ahondará en este acápite.

        Esto es, en síntesis, de cómo se forman los Estados, aun cuando no posean tal denominación, sino que son, acaso, jerarquías mediocremente organizadas y supeditadas a un orden sencillo, pero, en fin, el primer paso al Estado civil.

        Charles-Louis de Secondat, mejor conocido como el barón de Montesquieu o simplemente Montesquieu, y Juan Jacobo Rousseau se han ocupado de tratar sobre la formación de las sociedades o comunidades primitivas: ¿por qué razón habrían de juntarse los seres humanos? Empecemos por Rousseau: él osa comparar al Estado primitivo con una familia, arguyendo que es “la más antigua de todas las sociedades, y la única natural, es la de la familia”,[6] asimismo, argumenta que, una vez alcanzada la madurez de los hijos en susodicha familia, éstos ya no deben obediencia al padre, ni éste cuidados a aquéllos, en suma, que son mutuamente independientes, y “si continúan unidos luego, ya no lo es naturalmente, sino voluntariamente, y la familia misma no se mantiene sino por convención”[7], y Aristóteles parece estar de acuerdo con tal convención cuando dice que la ciencia política es inexacta o bien que no es una ciencia exacta: “Las cosas nobles y justas que son objeto de la política presentan tantas diferencias y desviaciones, que parecen existir sólo por convención y no por naturaleza”.[8]

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