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Principales Modelos De La Etica

doris1718 de Agosto de 2013

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Prof. Felipe Guerrero

PRINCIPALES MODELOS DE LA ÉTICA

Son numerosos los sistemas éticos elaborados a lo largo de la historia. Cuando uno estudia ética en un manual o en la obra de algún filósofo importante, lo que estudia es una ética, es decir, una determinada teoría de la moralidad. Si decide ampliar su estudio en otros filósofos, encontrará planteamientos diferentes, a veces enfrentados, y terminará por comprender la ética como un polifacético abanico de teorías sobre la moralidad.

Cada una de dichas teorías encierra una parte de verdad. La riqueza de aspectos implicados en la vivencia moral hace que determinados pensadores y culturas privilegien uno sobre los demás, dando lugar así a los diferentes modelos de éticas. No existe, pues, una ética verdadera frente a numerosas falsas o equivocadas, como pretenden los espíritus dogmáticos o simplistas.

Políticos, educadores, filósofos y dirigentes religiosos, ansiosos por infundir sus ideales en la humanidad con la mayor eficacia, olvidan con frecuencia que el ser humano es un proyecto siempre abierto a nuevos ideales de perfección y declaran subversivo, inhumano, irracional o impío cualquier ideal diferente al propio.

En los antípodas de la actitud dogmática se encuentra la actitud relativista de tantos que creen resolver el problema dando a todos los sistemas el mismo valor, como si se tratase de simples opiniones sin otro fundamento que el gusto de cada cual. El hecho de que no poseamos la verdad total, no significa que no podamos acercamos más o menos a la verdad.

Cada sistema se acerca en aquellos elementos de la realidad moral que privilegia y cuyo dinamismo de perfección es testimoniado por la historia. Son esos elementos los que un espíritu abierto debe aprehender y tratar de integrar en orden al logro de una mayor amplitud de miras para definir la estructura moral del hombre y el camino a la perfección.

Con este espíritu vamos a intentar bosquejar, muy sintéticamente, los planteamientos centrales de los principales sistemas éticos. Existen diferentes formas de clasificarlos, pero cualquier clasificación encierra el peligro de forzar unos para resaltar su semejanza con otros.

Cada sistema de los que vamos a exponer corresponde a una actitud moral que es destacada sobre las demás. Son las actitudes corrientes del hombre de la calle, unas personas se caracterizan por unas y otras por otras. Hay quienes viven pensando en el placer, otros luchando por el poder, otros consagrados a la práctica de la virtud o a la lucha revolucionaria, otros obsesionados por el cumplimiento estricto de sus deberes, etc. Más aún, tan diferentes actitudes brillan en cada uno de nosotros en diferentes momentos y tratan de arrastrarnos por uno u otro camino, llegando a crear a veces tensiones desgarradoras.

Así vivimos momentos en que el apetito de placer nos domina y otros en que optamos por el sacrificio en busca de la perfección, momentos en que intrigamos y suspiramos por conseguir una mejor posición y momentos en que preferimos renunciar a nuestros intereses en aras del bien de otros.

Lo que intentamos conseguir en esta unidad no es el conocimiento teórico de los sistemas como piezas de museo, sino el reconocimiento a través de ellos, de las actitudes morales que lucha por imponerse unas sobre otras en nuestro interior y en el seno la sociedad.

ÉTICA DE LA VIRTUD

En nuestra sociedad, de tradición occidental y cristiana, está fuertemente enraizado el modelo ético del hombre virtuoso. La máxima aspiración del hombre consiste en la felicidad, que no puede encontrarse sino en Dios, fin último de la vida humana. Y esa felicidad se alcanza mediante el ejercicio de las virtudes. El origen de esta ética se encuentra en los griegos.

Los grandes clásicos de la filosofía griega, Sócrates, Platón y Aristóteles, son sus máximos representantes. Veamos cómo la presenta Aristóteles, cuya Ética a Nicómaco es sin duda el libro de ética más importante de la antigüedad.

El hombre está orientado por su naturaleza hacia la felicidad. El nombre griego de felicidad, eudaimonia, hace que este sistema ético se denomine también eudemonismo.

La felicidad es el bien supremo y fin último del hombre. La felicidad se alcanza mediante la práctica de las virtudes, que son actitudes de equilibrio en todos los ámbitos de la vida humana: justicia, fortaleza, templanza, veracidad, libertad, etc.

La contemplación de la verdad es el ideal superior de vida virtuosa. El bienestar de toda la sociedad es lo que debe orientar las relaciones entre sus miembros.

La gran síntesis teológica, elaborada al final de la Edad Media por Tomás de Aquino, consagró definitivamente el esquema ético de Aristóteles como ideario moral de la cristiandad. Dios es el fin último del hombre y la fuente de la felicidad suprema. La vida del cristianismo se norma por la práctica de las virtudes, tanto teologales como naturales, cuyo estudio desarrolla Tomás, de forma insuperable, en la Suma Teológica.

TEXTOS REPRESENTATIVOS

PRIMER TEXTO:

ARISTÓTELES.

La Virtud es la Verdadera Felicidad.

(Tomado de Ética a Nicómaco).

Volvamos a la primera cuestión, que hemos sentado anteriormente; ella puede muy fácilmente contribuir a resolver la que ahora nos proponemos.

Si es preciso siempre esperar y ver el fin, y si sólo entonces se pueden tener por dichosos a los hombres, no porque lo sean en aquel momento, sino porque lo fueron en otro tiempo; ¿no sería un absurdo, cuando uno es actualmente dichoso, no reconocer, respecto de él, una verdad que es incontestable? Es vano pretexto decir que no se quiere proclamar a las personas que viven por temor a los reveses que puedan sobrevenirles, y alegar que la idea de la felicidad nos la representamos como una cosa inmutable y que no cambia fácilmente; y, en fin, que la fortuna causa muchas veces las perturbaciones más diversas en un mismo individuo.

Conforme a este razonamiento es claro que si quisiéramos seguir todas las mudanzas de la fortuna de un hombre, sucedería muchas veces que llamaríamos a un mismo individuo dichoso y desgraciado, haciendo del hombre dichoso una especie de camaleón y de una naturaleza medianamente mudable y pobre. ¡Pero qué!, ¿es prudente dar tanta importancia a los cambios de la fortuna de los hombres?

No es en la fortuna donde se encuentran la felicidad o la desgracia, estando la vida humana expuesta a estas vicisitudes inevitable tomo ya hemos dicho; sino que son los actos de virtud los únicos que deciden soberanamente de la felicidad, como son los actos contrarios los que deciden del estado contrario. La cuestión misma que dilucidamos en este momento es un testimonio más en favor de nuestra definición de felicidad.

No, no hay nada en las cosas humanas que sea constante, y seguro hasta el punto que lo son los actos y la práctica de la virtud; estos actos nos aparecen más estables que la ciencia misma. Además, entre todos los hábitos virtuosos, los que hacen más honor al hombre son también los más durables, precisamente porque en vivir con ellos se complacen con más constancia las personas

verdaderamente afortunadas; y he aquí, evidentemente, la causa de que no olviden jamás el practicarlos.

Así, pues, la perseverancia que buscamos es la del hombre dichoso; él la conservará durante, toda su vida, y sólo practicará y tomará en cuenta lo que es conforme con la virtud, o por lo menos, se sentirá ligado a ello más que todas las demás cosas y soportará los azares de la fortuna con admirable sangre fría. El que dotado de una virtud sin tacha es, si así puede decirse, cuadrado por su base, sabrá resignarse siempre con dignidad a todas las pruebas.

Siendo los accidentes de la fortuna muy numerosos, y teniendo una importancia muy diversa, ya grande, ya pequeña, los sucesos poco importantes, lo mismo que las ligeras desgracias, apenas ejercen influjo en el curso de la vida. Pero los acontecimientos grandes y repetidos, si son favorables, hacen la vida más dichosa; porque contribuyen naturalmente a embellecerla, y el uso que se hace de ellos da nuevo interrumpen y empañan la felicidad, porque nos traen consigo disgustos y, en muchos casos sirven de obstáculos a nuestra actividad. Pero en medio de estas pruebas mismas la virtud brilla con todo su esplendor cuando un hombre con ánimo sereno soporta grandes y numerosos infortunios, no por insensibilidad, sino por generosidad y por grandeza de alma. Si los actos virtuosos deciden soberanamente de la vida del hombre, como acabamos de decir, jamás el hombre de bien, que sólo reclama la felicidad de la virtud, puede hacerse miserable, puesto que nunca cometerá acciones reprensibles y malas.

A nuestro parecer, el hombre verdaderamente sabio, el hombre verdaderamente virtuoso, sabe sufrir todos los azares de la fortuna sin perder nada de su dignidad; sabe sacar siempre de las circunstancias el mejor partido posible, como un buen general sabe emplear de la manera más conveniente para el combate

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