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Reflexiones sobre la naturaleza humana en el pensamiento de Aristóteles


Enviado por   •  18 de Septiembre de 2021  •  Documentos de Investigación  •  10.548 Palabras (43 Páginas)  •  118 Visitas

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Reflexiones sobre la naturaleza humana en el pensamiento de Aristóteles[pic 1]

(Considerations upon human nature in Aristotle’s thought)

José Javier BENÉITEZ PRUDENCIO

Universidad de Castilla-La Mancha josejavier.beneitez@uclm.es

Recibido: 14 de enero de 2011

Aceptado: 7 de septiembre de 2011

Resumen

Aristóteles sostiene que sólo los humanos pueden hablar y que tal capacidad es un elemento propio de su humanidad. Establece también que el habla sirve para dis- tinguir lo correcto y lo incorrecto, y acaba diciendo que es la participación en este orden de cosas lo que hace a una ciudad. En último término, el ser humano que no está en una polis ¿en realidad no sería tal? ¿Podría tener el ser humano menor con- sideración, entonces, que una estatua con forma humana?

Palabras clave: Aristóteles, ser humano, ‘alma’ (psychế), cuerpo, funcionalis- mo, ciudadano, homonimia.

Abstract

Aristotle says that only humans can speak and the speech capability is a proper criterion of humanity. Speech is also designated by Aristotle to indicate the right and the wrong. He finishes by saying that it is partnership in these things that makes a city. Ultimately a human being who is not in a polis, would not really be a human being at all? Would this human being then be no more human than a statue with a human form?

Keywords: Aristotle, human being, ‘soul’ (psychế), body, functionalism, citizen, homonymy.

Revista de Filosofía

Vol. 36 Núm. 1 (2011): 7-28


7        ISSN: 0034-8244

http://dx.doi.org/10.5209/rev_RESF.2011.v36.n1.37629

  1. A modo de introducción: ¿peces que vuelan y seres parlantes procedentes de Júpiter?

Para Aleksandr Herzen (1956, p. 94), hacerse la pregunta sobre si los humanos somos libres o no era igual que plantearse si los peces pueden volar. Se han vertido ríos de tinta acerca de la libertad, en cambio, poco se ha dicho sobre los alardes voladores de los peces, o al menos de ciertas clases de ellos, más allá de los cuen- tos o las fantasías literarias y −claro es− de los estudios científicos que hubiere. La comparación suena a frivolidad. Sin embargo, mientras Herzen se sintió movido a tratar sobre la libertad, un pensador tan polifacético como Aristóteles se mostró mucho más inclinado a investigar las especies animales, y como zoólogo justificó por qué los animales acuáticos no pueden volar. Habría mantenido esta misma con- sideración, aun cuando hubiese sabido que dentro del ‘género’ (génos)1 de los peces existen algunos voladores (exocoetidae) que hoy en día estudian sus sucesores. Aristóteles, que no sólo fue zoólogo, nos ofrece una compleja argumentación de por qué los peces no vuelan inscrita dentro de su concepción del mundo natural. En este sentido, explica que lo que decimos que es ‘pluma’ en el ave, por analogía es ‘esca- ma’ en el pez (cf. Partes de los animales [PA] I 4, 644ª 22-23). Cada género de las diversas especies animales poseen unos rasgos y atributos naturales que le son ‘pro- pios’ (idia), y constituyen sus ‘diferencias’ (diaphorai), sirviendo para distinguirlas unas de otras. Las aves se caracterizan por tener patas y alas, mientras que los peces no −salvando, repito, la analogía2. Tal ser vivo con patas y alas es un ave y no un pez. Cada clase de animal posee ‘por naturaleza’ (katà phýsin) sus ‘facultades’ (dynámeis) y cada individuo dentro de cada clase o grupo está llamado a cumplir una ‘función’ (érgon) que le es propia3.

Aristóteles es consciente de “la admirable diversidad” que reina en el mundo

natural, pero reconoce lo siguiente: “se podría establecer que las plantas pertenecen a la tierra, los seres acuáticos al agua y los terrestres al aire” (Reproducción de los animales [GA] III 24, 761b 13-15). En Partes de los animales establece, además, que el volar pertenece a la “esencia [ousía]” de las aves (PA IV 12, 693b 13), mien- tras que el nadar en el medio acuático a la “esencia” de los peces (PA IV 13, 695b 18). Dichos principios se mantienen aun cuando se descubre que existen, en efecto, aves que no pueden volar y (aunque no alude a ello, podríamos añadir sin forzar su pensamiento) peces  capacitados  para abandonar  siquiera  momentáneamente  su

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1 Adviértase que en el Corpus aristotélico se hace a veces un uso impreciso de génos y ‘especie’ (eîdos) −cf. Lennox (1986, p. 348) y Ackrill (1997, p. 166).

2 Para las diferencias entre los distintos géneros animales, véase la concisa exposición que hace Greg Bayer (1998, pp. 494-496).

3 Acerca del sentido de la teleología aristotélica en el ámbito de la ‘ciencia natural’ (epistême physikế), puede seguirse la monografía de Monte Ransome Johnson (2005, pp. 131-286).

medio natural. En este mismo tratado zoológico Aristóteles se pronuncia sobre la escasa utilidad que a su juicio tiene el establecimiento de taxonomías para el reino animal −hace alusión a las tablas utilizadas en la Academia con las que los discípu- los de Platón practicaban el método de la división (diaíresis)4:

No conviene separar cada género, por ejemplo las aves, unas en una división [diairé- sei], otras en otra, como las tienen las Tablas de División; allí, en efecto sucede que unas están clasificadas entre los animales acuáticos y otras en otro género. De acuerdo con esa semejanza se aplica el nombre de ave, según otra el de pez (PA I 2, 642b 10-13).

El estudio de la naturaleza en su conjunto constituyó el titánico empeño emprendido por parte de Aristóteles y su escuela (cf. PA I 5, 644b 22-645ª 36), pero el Estagirita habló más y mejor de lo que le resultaba cercano y más conocido: el ser humano. En realidad, se le ha achacado que sus investigaciones naturales ado- lecen de antropomorfismo (cf. Sedley 1990, pp. 179-196). Acabamos de ver que cada una de las clases animales posee algún rasgo o principio natural que las carac- teriza. También el ser humano constituye un génos específico (cf. Investigación de los animales [HA] I 6, 490b 16-19) y como el ser vivo más sublime de entre todos los que existen, al menos en el ámbito sublunar5, posee también unos rasgos que son propios de su género. Al hilo de la especifidad del ser humano aristotélico, Stephen Clark propuso hace algunos años un ejemplo que, sin duda, resulta sugerente para los lectores contemporáneos, más o menos familiarizados con la ciencia ficción y con la imaginación de seres procedentes de otros planetas y galaxias. Sin embargo, la hipótesis que plantea con su ejemplo es de dudosa utilidad para alcanzar a com- prender nítidamente el pensamiento de Aristóteles. Clark se refiere a unos habitan- tes del planeta Júpiter, de aspecto arácnido (‘forma’: morphế, eîdos) y constituidos de hidrocarbono (‘materia’: hylế). El punto crucial es éste: dichos jovianos serían humanos −dice Clark (1975, p. 25)− “si ellos pudieran conversar con nosotros y nosotros con ellos”. Según este tipo de fantasías, los extraterrestres son casi siem- pre presentados de manera radicalmente diferente respecto del género humano, al menos por lo que respecta a su aspecto y fisiología, no así en cuanto a sus costum- bres y a la posibilidad de mantener una comunicación con ellos. En relación a esto último, uno de los pasajes más famosos e influyentes de la Política [Pol.] (cf. I 2, 1253ª 9-14) establece que el ‘ser humano’ (ánthrôpos) es el único ser vivo que está

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