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Resumen De Sentancias Y Dardos


Enviado por   •  29 de Julio de 2014  •  7.613 Palabras (31 Páginas)  •  380 Visitas

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Sentencias y dardos

1. La Ociosidad es el comienzo de toda psicología. ¿Cómo? ¿Será entonces la psicología un vicio?

3. Para vivir solo hay que ser animal o un Dios, dice Aristóteles. Falta una tercera condición: hay que ser ambas cosas, es decir, un filósofo…

5. Que dicho de una vez por todas: hay muchas cosas que no quiero saber. La sabiduría marca límites incluso al conocimiento.

6. En nuestra propia naturaleza salvaje es donde mejor nos resarcimos de nuestra no-naturaleza, de nuestra espiritualidad…

8. Escuela de guerra de vida: Lo que no mata me hace más fuerte.

9. Ayúdate a ti mismo, y entonces te ayudarán también los demás. Principio del amor al prójimo.

10. ¡No seamos cobardes en nuestros actos, ni los rehacemos después de haberlos hecho! El remordimiento de conciencia es indecoroso.

14. ¿Cómo? ¿Estás buscando? ¿Te gustaría multiplicarte por diez, por cien? ¿Estás buscando adeptos? ¡Entonces, busca ceros!

15. Al os hombre póstumos como -por ejemplo, yo- se les entiende pero que a los hijos de su tiempo, pero se les oye mejor. Dicho con más precisión: no se nos comprende nunca, y de ahí nuestra autoridad…

17. Ése es un artista como a mi me gusta, modesto con sus necesidades: realmente, sólo quiere dos cosas: su pan y su arte.

18. Quien no sabe poner su voluntad en las cosas, pone al menos en ellas un sentido: es decir, cree que hay en ellas una voluntad (principio de la “fe”).

21. Expongámonos sólo a las situaciones en las que no vale tener virtudes aparentes, en las que, como el volatinero sobre la cuerda, o nos caemos nos mantenemos o salimos ilesos.

24. A fuerza de andar buscando los orígenes lo convierte a uno en cangrejo. El historiador mira hacia atrás, y termina creyendo también hacia atrás.

26. Desconfío de todos los sistemáticos y me aparto de su camino. El ansia de sistema constituye una falta de honestidad.

27. A la mujer se le considera profunda. ¿Por qué? Porque en ella jamás se llega al fondo. La mujer no es ni siquiera superficial.

30. En pocas ocasiones nos precipitamos una sola vez. A la primera vamos siempre demasiado lejos; y precisamente por eso nos precipitamos otra vez; y en ésta segunda ocasión nos quedamos demasiado cortos.

31. El gusano se enrosca cuando le pisan. Esto es una medida inteligente, pues de ésa forma reduce las posibilidades de que le vuelvan a pisar. En el lenguaje moral, a eso se le llama humildad.

38. ¿Eres sincero o sólo un comediante? ¿Eres un representante o eso mismo que representas? En última instancia, no eres más que la imitación de un comediante… Segundo caso de conciencia.

40. ¿Eres de los que se quedan mirando, o de los que echan una mano, o de los que apartan la vista y se imaginan?... Tercer caso de conciencia.

41. ¿Quieres ir al lado de los demás, o ir delante de ellos, o caminar solo? Hay que saber qué queremos y que queremos. Cuarto caso de conciencia.

42. Para mi eran escalones; subí por ellos, y para eso tuve que pasar sobre ellos. Pero se creían que yo quería descansar sobre ellos.

44. Fórmula de mi felicidad: un sí, un no, una línea recta, una meta…

El problema de Sócrates

Los más sabios de todas las épocas han pensado siempre lo mismo sobre la vida: no vale nada… Siempre y en todas partes se ha oído de su boca el mismo acento: un acento cargado de duda, cargado de melancolía, cargado de cansancio de vivir, cargado de oposición a la vida. Incluso Sócrates dijo a la hora de su muerte: “Vivir no significa nada más que estar enfermo durante largo tiempo: le debo un gallo a Esculapio por haberme curado.” Hasta Sócrates estaba harto de vivir. Ésta irreverencia se supone pensar que los grandes sabios son tipos decadentes: yo me di cuenta de que Sócrates y Platón son síntomas de decadencia, instrumentos de la descomposición griega, pseudogriegos y antigriegos. Lo que prueba, más bien, es que esos hombres tan sabios coincidían fisiológicamente en algo, para adoptar –de una manera forzosa- una misma actitud negativa frente a la vida. Hay que alargar del todo los dedos e intentar captar la admirable sutileza de que el valor de la vida no puede ser tasado. El que un filósofo considere que el valor de la vida constituye un problema no deja de ser incluso una crítica contra él, un signo de interrogación que se abre sobre su sabiduría, una carencia de sabiduría. Pero volvamos al problema de Sócrates.

Sócrates pertenecía, por su origen, a lo más bajo del pueblo: era chusma. Se sabe. E incluso hoy se puede comprobar, lo feo que era. ¿Fue Sócrates realmente un griego? Con bastante frecuencia, la fealdad se debe a un cruce que estorba la evolución. En otros casos, es el signo de una evolución descendente. Los antropólogos que se dedicaban a la criminología nos dicen que el criminal típico es feo: monstruo de cara y de alma. Ahora bien el criminal es un decadente. Un extranjero experto en rostros, a su paso por Atenas, le dijo a Sócrates a la cara que era un monstruo, en cuyo interior se escondían todos los vicios y todas las malas inclinaciones. Y Sócrates se limitó a comentar: “¡Qué bien me conoce, señor!”. No sólo el desenfreno y la anarquía de los instintos, confesados por él, son un indicio de decadencia en Sócrates, sino también la supergestación de lo lógico y la maldad de raquítico que le caracteriza.

Con Sócrates el gusto griego da un vuelco a favor de la dialéctica: con la dialéctica la plebe se sitúa arriba. Antes de Sócrates, las personas de la buena sociedad repudiaban los procedimientos dialécticos: los consideraban como malos modales, como algo que comprometía a quien los utilizaba; y se desconfiaba de que manifestaba sus razonamientos personales de ésta forma. El dialéctico es una especie de payaso; la gente se ríe de él, no lo toma en serio. Sócrates fue un payaso que consiguió que le tomaran en serio ¿Qué es lo que sucedió realmente?...

Sólo se recurre a la dialéctica cuando no se dispone de ningún otro medio. Ya se sabe que suscita desconfianza, que es poco persuasiva. La dialéctica sólo puede ser un recurso forzado, en manos de quienes ya no tiene otras armas. Han

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