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Resumen Filosofia


Enviado por   •  22 de Marzo de 2015  •  2.248 Palabras (9 Páginas)  •  261 Visitas

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Henos aquí reunidos

El mundo es estar entre humanos, vivir, vivir en nuestro mundo, en sociedad. Una sociedad nos va a ir dando forma, ya que es una red de lazos, que está compuesta por el lenguaje (elemento humanizador), la memoria compartida, costumbres, leyes, etc. Viviendo en sociedad estamos recibiendo y dando constantemente.

La sociedad está pensada por nosotros y para nosotros, y por eso podemos comprender sus razones de organización y utilizarlas. Nuestra naturaleza es la sociedad, y en ella somos humanamente productos, productores y cómplices. La sociedad nos sirve, pero también hay que servirla.

Las leyes e imposiciones de la sociedad son siempre convenciones. No forman parte inamovible de la realidad; y han sido inventadas por los hombres que responden a propósitos humanos comprensibles. Sin ninguna convención (el lenguaje es convencional) en absoluto no sabríamos vivir. Estas leyes y costumbres a veces se apoyan en condiciones naturales de la vida humana, que pueden ser fundamentos nada convencionales.

Los humanos estamos dotados de instintos y capacidad racional. La razón es la capacidad de establecer convenciones, o sea, leyes que no nos vengan impuestas, sino que las aceptamos voluntariamente; es decir, instintivamente racionales.

Una diferencia entre humanos y animales, además de la razón, es que los animales mueren, y los humanos sabemos que vamos a morir. Además, el hombre tiene experiencia, memoria, y prevención de la muerte, hasta el punto en que pretende la inmortalidad. Tenemos una inquietud permanente, buscamos un estímulo permanente. La inquietud nunca falta, y siempre crece; es imposible volver atrás en el tiempo y llegar a una época sin inquietudes, ya que ni sabemos cual es esa época y igualmente habrá algún tipo de inquietud.

Morir es el símbolo decisivo de nuestro destino, a la sombra del cual y contra el cual edificamos la complejidad de nuestra vida. Le buscamos a la muerte remedios simbólicos religiosos y sociales. Los remedios sociales o civiles hemos procurado fortificar nuestros ánimos contra la presencia de la muerte venciéndola en el terreno simbólico.

Las sociedades funcionan como máquinas de inmortalidad que utilizamos para combatir la amenaza de la muerte. El grupo social se presenta como lo que no puede morir, a diferencia de los individuos, y sus instituciones que sirven para contrarrestar lo que cada cual teme de la muerte

Hobbes

Hombres iguales por naturaleza. La Naturaleza ha hecho a los hombres tan iguales en las facultades del cuerpo y del espí¬ritu que, si bien un hombre es, a veces, evidentemente, más fuerte de cuerpo o más sagaz de entendimiento que otro, cuando se con¬sidera en conjunto, la diferencia entre hombre y hombre no es tan importante que uno pueda reclamar, a base de ella, para sí mismo, un beneficio cualquiera al que otro no pueda aspirar como él. En efecto, por lo que respecta a la fuerza corporal, el más débil tiene bastante fuerza para matar al más fuerte, ya sea mediante secretas maquinaciones o confederándose con otro que se halle en el mis¬mo peligro que él se encuentra. (...)

De la igualdad procede la desconfianza. De esta igualdad en cuanto a la capacidad se deriva la igualdad de esperanza respecto a la consecución de nuestros fines. Esta es la causa de que si dos hombres desean la misma cosa, y en modo alguno pueden disfru¬tarla ambos, se vuelven enemigos, y en el camino que conduce al fin (que es, principalmente, su propia conservación, y a veces su delectación tan sólo) tratan de aniquilarse o sojuzgarse uno a otro. De aquí que un agresor no teme otra cosa que el poder sin¬gular de otro hombre; si alguien planta, siembra, construye o po¬see un lugar conveniente, cabe probablemente esperar que ven¬gan otros, con sus fuerzas unidas, para desposeerle y privarle, no sólo del fruto de su trabajo, sino también de su vida o de su li¬bertad. Y el invasor, a su vez, se encuentra en el mismo peligro con respecto a otros.

De la desconfianza, la guerra. Dada esta situación de descon¬fianza mutua, ningún procedimiento tan razonable existe para que un hombre se proteja a sí mismo, como la anticipación, es decir, el dominar por medio de la fuerza o por la astucia a todos los hombres que pueda, durante el tiempo preciso, hasta que nin¬gún otro poder sea capaz de amenazarle. Esto no es otra cosa sino lo que requiere su propia conservación, y es generalmente permi-tido. Como algunos se complacen en contemplar su propio poder en los actos de conquista, prosiguiéndolos más allá de lo que su seguridad requiere, otros, que en diferentes circunstancias serían felices manteniéndose dentro de límites modestos, si no aumentan su fuerza por medio de la invasión, no podrán subsistir, durante mucho tiempo, si se sitúan solamente en plan defensivo. Por consiguiente siendo necesario, para la conservación de un hombre aumentar su dominio sobre los semejantes, se le debe permitir también.

Además, los hombres no experimentan placer ninguno (sino, por el contrario, un gran desagrado) reuniéndose, cuando no existe un poder capaz de imponerse a todos ellos. En efecto, cada hombre considera que su compañero debe valorarlo del mismo modo que él se valora a sí mismo. Y en presencia de todos los signos de desprecio o subestimación, procura naturalmente, en la medida en que puede atreverse a ello (lo que entre quienes no reconocen nin¬gún poder común que los sujete, es suficiente para hacer que se destruyan uno a otro), arrancar una mayor estimación de sus contendientes, infligiéndoles algún daño, y de los demás por el ejemplo.

Así hallamos en la naturaleza del hombre tres causas princi¬pales de discordia. Primera, la competencia; segunda, la descon¬fianza; tercera, la gloria.

La primera causa impulsa a los hombres a atacarse para lo¬grar un beneficio; la segunda, para lograr seguridad; la tercera, para ganar reputación. La primera hace uso de la violencia para convertirse en dueña de las personas, mujeres, niños y ganados de otros hombres; la segunda, para defenderlos; la tercera, re¬curre a la fuerza por motivos insignificantes, como una palabra, una sonrisa, una opinión distinta, como cualquier otro signo de subestimación, ya sea directamente en sus personas o de modo indirecto en su descendencia, en sus amigos, en su nación, en su profesión o en su apellido.

Fuera del estado civil hay siempre guerra de cada uno contra todos. Con todo ello es manifiesto que durante el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que los

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