Seminario: Liberalismo Político en J. G. Roscio
mauvelEnsayo2 de Abril de 2018
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Universidad Central de Venezuela
Facultad de Humanidades y Educación
Escuela de Filosofía
Departamento de Filosofía de la Praxis
Seminario: Liberalismo Político en J. G. Roscio
EL MIEDO
A LA LIBERTAD
Profesor(a): C. Guerrero
Alumno(a): María Velasco
C.I: 26.296.409
EL MIEDO A LA LIBERTAD
El siguiente trabajo tiene por objetivo resaltar los rasgos irracionales derivados de las líneas centralistas religiosas. Desde las profanaciones de los escritos bíblicos, empezaron las deidades a contemplar a los seres verse sumisos ante unos reyes tiranos que se jactaban de religiosos, con presunta herencia divina, pese a sus falacias cualquier persona que tenía miedo de quebrantar la ley divina prefería mantener un perfil bajo, la ley de la carne yacía sujeta a la ley del espíritu.[1]Así, muchas problemáticas fueron creadas a partir de nociones e ideas de que existía una voluntad divina a favor de un rey. Roscio se encargará de desmentir a esas deidades yuxtapuestas por la herejía y arcaicas creencias.
De manera que nos encontramos con un autor cuyo pensamiento en principio fue adoctrinado por la designación de un modelo no racional mítico-cristiano. Ya desde los primeros pasajes de su obra encontramos la pesadez y arrepentimiento en el que se vio inmerso al estar tanto tiempo del lado de la monarquía, y como su escritura se va formando como un sublime dialogo con la divinidad, Roscio escribe dirigiéndose a el: Vos sabéis, Señor, cuáles fueron los raptos de alegría al convencerme que nada existía en las Escrituras favorable al poder arbitrario de las monarquías absolutas; en todos los libros santos le vi odiado y reprobado; decidida en todos ellos la soberanía del pueblo, y en sumo grado protegidos los derechos del hombre en sociedad.[2]
Roscio, como intelectual no podía abandonar sus interrogantes, y abogar por las palabras que profesaban los sacerdotes, el no creía en los fundamentos que decían tener los reyes para basarse en el Trono. De ahí, se lamenta por sus pecados, cometidos mientras sostuvo la monarquía y busca redención justificando sus pensamientos liberales, en la unificación de la religión y la república. Sin embargo, necesita encontrarse con un Dios a favor del hombre racional y busca irradiar con seguridad que es el mismo Dios quien quiere al ser humano libre.
Su postura es siempre contundente a la hora de categorizar y fue Imbuido del pensamiento de Rousseau. Roscio busca los argumentos para lograr la independencia de las autoridades temporales de la supuesta autoridad divina que se vivía en España, para su época, y es por ello, que, en el contenido de su obra, se esfuerza en explicar la perfecta compatibilidad entre la Religión y la república, acerca de la libertad dice …este derecho natural y divino favorece igualmente a los ungidos y no ungidos. Su inmunidad es trascendental a todos los individuos de nuestra especie[3] Se aprecia cómo el prócer venezolano quiere fomentar la libertad en la soberanía de los pueblos.
Sobre el contrato, Roscio nos escribe, El hombre es naturalmente libre; no puede ser privado de su libertad sin justa causa; ni la resigna ni la disminuye, sino por la consideración de un bien más grande que él mismo se propone al entrar en sociedad; todo poder que no se deriva de ella, es tiránico e ilegítimo: a beneficio de los gobernados, no de los gobernantes, fueron instituidos los gobiernos fuera de los deberes que el hombre tiene para consigo mismo, no reconoce otros que aquellos que proceden del beneficio recibido, del contrato...
Entendemos que Roscio aquí habla del pacto social, recurso que ha sido utilizado por filósofos como Hobbes, Locke, Rousseau y Rawls, para explicar cómo puede un gobierno detentar poder de forma legítima. La idea es que la legitimidad de un gobierno proviene del consentimiento de los gobernados. Estos filósofos plantean el contrato en términos hipotéticos, como algo que la gente haría bajo ciertas condiciones. En este pacto hipotético, cada individuo renuncia a su estado de naturaleza y lo cede a una sola persona o asamblea de personas. Hobbes, por ejemplo, concluye la necesidad de un monarca con poder absoluto. Locke, plantea un balance de derechos y obligaciones más parecido a las constituciones democráticas contemporáneas.
Para Roscio este contrato Hobbesiano sería el auge que impulsaría la obediencia ciega, la obediencia ciega es como el velo de ignorancia producto de la falta de educación, Por los malos hábitos de mi educación yo no conocía otro derecho natural que el despotismo, otra filosofía que la ignorancia, ni otra verdad que mis preocupaciones[4]por ello sucumbé el sujeto en el temor y la idolatría, la obediencia ciega permite la aceptación de cualquier sumisión a decisiones arbitrarias de los monarcas a los que se creía infundidos de carácter divino.
El fin del déspota es que no se tenga valor el sujeto, que no sepa cuál es su lugar en la sociedad, ya que, su posición o estatus social, derivaría principios equitativos para todos. En la muchedumbre del pueblo está la dignidad del Rey, y en su pequeñez la ignominia del príncipe[5] Estas palabras dan razón de cómo la autoridad política puede ser legítima y no mandar simplemente por su fuerza bruta, y hemos visto que es legítima cuando tiene el consentimiento de los gobernados.
Roscio no estará a favor del gran leviatán que plantea Hobbes. Puede que tome un poco del balance de Locke, pero estos filósofos no argumentan que para cada pueblo hubo históricamente un estado de naturaleza, luego un convenio hecho entre todos y de repente el estado civil. Por ello notaremos lo permeado que estuvo Roscio del pensamiento de Rousseau, quien, de acuerdo con los ideales de la Ilustración, defendía también la autonomía y la libertad, característica que comparte con Roscio.
Siguiendo el hilo de la exposición de los teóricos del contrato social, Rousseau, argumenta que nunca hubo un contrato sino más bien un largo proceso de socialización, lo cual ha degenerado la naturaleza del hombre, y, mediante la violencia de los ricos sobre los pobres, la imposición de una forma de gobierno que favorece los intereses de aquellos sobre estos. De modo que, para que se trate de un consentimiento libre e informado, tiene que haber una revolución moral y cultural para lo cual es necesario someterse a lo que él llama la voluntad general.
Este cambio moral es lo que posibilitará un estado civil de verdad. Roscio hace referencias a la voluntad general, que en Rousseau se entenderá como una ley universal, eso sería la voluntad general, Convencidos los contratantes de que ella es el producto más ventajoso de todas sus reflexiones, sienten dentro de sí mismos un suave y delicioso impulso, que los somete a ella, con una sumisión que nada tiene de servil y degradante, con una obediencia no ciega, sino racional e ilustrada, como la que para ti exigía el mismo Apóstol… obediencia espontánea y dulce: obediencia activa y productiva de los frutos preciosos de la sociedad. De este convencimiento interior, nace la propensión obediencial a sus compañeros los encargados de la ejecución de la ley.[6]
Pero es muy difícil actuar así a favor de una ley universal después de todo …No existen tales aras en el corazón de un déspota; están en contradicción los sentimientos religiosos con las pasiones tiránicas, y son ruinosas para el nuevo edificio de la soberanía antisocial.[7] Por ello es tan importante sacar del panorama al déspota, pues el no, permitiría tal ley.
Roscio se abala de los escritos del nuevo testamento para demostrar que santificar la tiranía es la causa de que el vulgo ignorante venerase por tanto tiempo al tirano y llegaron a calificarse de irreligiosos a todos los que rechazaban esa imposición. …antiguamente se abusó de la ignorante credulidad de los pueblos, para que tuviesen por hijos de sus Dioses a muchos de sus reyes; nunca llegaron éstos a eximirse del poder coactivo de la ley, nunca fue fascinada hasta tal punto la multitud, que llegase a reputar como deber de conciencia el mantenerse en la servidumbre, y no aspirar jamás a la libertad.[8] Este abuso, conlleva una gran carga, y es el miedo, el miedo del sujeto por impugnar la ley divina. Con ello se ha construido el miedo a la libertad y se ha inculcado la obediencia ciega como cultura, aspecto que todavía enferma a los ciudadanos del siglo XXI…el hombre degeneró sobre manera. Infatuado con el veneno de otra falsa doctrina, se cree libre, cuando yace encadenado; feliz, cuando más infeliz; ilustrado cuando más ignorante[9] El vulgo no es consciente de lo que pierde estando sumergido en la obediencia ciega, le falta hacerse, educarse para desligarse de estos dogmas, para ilustrarse y darse cuenta de lo que pierde al estar cegado por su fe. No en vano decía Marx que la religión era el opio del pueblo.
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