Teoria Tradicional Y Teoria Critica De Max Horkheimer
fcarbajal18 de Mayo de 2013
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Max Horkheimer 1937 Teoría Crítica: Teoría tradicional y teoría crítica, Buenos Aires, pp.223-271
Teoría tradicional y teoría crítica
La pregunta acerca de qué es teoría de acuerdo con el estado actual de la ciencia, no parece ofrecer grandes dificultades. En la investigación corriente, teoría equivale a un conjunto de proposiciones acerca de un campo de objetos, y esas proposicio¬nes están de tal modo relacionadas unas con otras, que de algu¬nas de ellas pueden deducirse las restantes. Cuanto menor es el número de los principios primeros en comparación con las consecuencias, tanto más perfecta es la teoría. Su validez real consiste en que las proposiciones deducidas concuerden con eventos concretos. Si aparecen contradicciones entre experien¬cia y teoría, deberá revisarse una u otra. O se ha observado mal, o en los principios teóricos hay algo que no marcha. De ahí que, en relación con los hechos, la teoría sea siempre una hipótesis. Hay que estar dispuesto a modificarla si al verificar el material surgen dificultades. Teoría es la acumulación del saber en forma tal que este se vuelva utilizable para caracteri¬zar los hechos de la manera más acabada posible. Poincaré com¬para la ciencia con una biblioteca que debe crecer constante¬mente. La física experimental cumple la función del bibliote¬cario, que se ocupa de las compras, es decir, enriquece el saber aportando material. La física matemática, la teoría de la ciencia natural en sentido estricto, tiene la misión de confeccionar el catálogo. Sin el catálogo, nadie podría sacar provecho de la biblioteca, por más rico que fuera el contenido de esta. «Ese es, pues, el papel de la física matemática: debe efectuar gene¬ralizaciones de tal manera que (...) sus resultados útiles sean mayores».
Como meta final de la teoría aparece el sistema universal de la ciencia. Este ya no se limita a un campo particular, sino que abarca todos los objetos posibles. La separación de las ciencias queda suprimida en cuanto las proposiciones atinentes a los distintos dominios son retrotraídas a idénticas premisas. El mismo aparato conceptual creado para la determinación de la naturaleza inerte sirve para clasificar la naturaleza viva, y una vez que se ha aprendido el manejo de ese aparato, es decir las reglas de deducción, el sistema de signos, el procedimiento de comparación de las proposiciones deducidas con los hechos comprobados, es posible servirse de él en cualquier momento. Todavía estamos lejos de esa situación.
Esta, a grandes rasgos, es la idea que hoy se tiene de la esencia de la teoría. Suele referírsela a los comienzos de la filosofía moderna. Como tercera máxima de su método científico, Des¬cartes enuncia la decisión de «conducir ordenadamente mis pen¬samientos, es decir, comenzar por los •objetos más simples y más fáciles de conocer, y poco a poco, gradualmente, por así decir, ascender hasta el conocimiento de los más complejos, con lo cual yo supongo un orden también en aquellos que no se suceden unos a otros de un modo natural». La deducción, tal como se la usa en las matemáticas, sería aplicable a la tota¬lidad de las ciencias. El orden del mundo se abre a una cone¬xión deductiva de pensamientos. «Esas largas cadenas de fun¬damentos racionales simplísimos y fácilmente intuibles, de las que suelen valerse los geómetras para lograr las demostra¬ciones más difíciles, me indujeron a pensar que todas las cosas que pueden ser objeto del conocimiento humano se hallan, unas respecto de otras, en la misma relación, y que, si se tiene el cuidado de no considerar verdadero lo que no lo es, y se guar-da siempre el orden necesario para deducir una cosa de la otra, no puede haber conocimientos tan lejanos que sean inalcanza¬bles ni tan ocultos que no se los pueda descubrir».2 por lo de¬más, la posición filosófica del lógico hará que las proposiciones más generales de donde parte la deducción sean consideradas como juicios empíricos, como inducciones (tal el caso de John Stuart Mili) o como intelecciones evidentes (en las corrientes racionalistas y fenomenológicas), o bien como principios esta¬blecidos en forma totalmente arbitraria (por parte de la aro¬mática moderna).
En la lógica más avanzada de nuestros días, como la que ha encontrado expresión representativa en las Investigaciones ló¬gicas de Husserl, se entiende por teoría el «sistema cerrado de proposiciones de una ciencia».3 Teoría, en su exacto sentido, es «un encadenamiento sistemático de proposiciones bajo la forma de una deducción sistemáticamente unitaria».4 Ciencia es «cier¬to universo de proposiciones (...) que surge de modo cons¬tante de la actividad teórica, y en cuyo orden sistemático un cierto universo de objetos alcanza su determinación».5 El que todas las partes, sin excepción y sin contradicciones, estén en¬cadenadas las unas con las otras, es la exigencia básica que debe cumplir cualquier sistema teórico. La; armonía de las partes, que excluye toda contradicción, así como la ausencia de com¬ponentes superfluos, puramente dogmáticos, que nada tienen que ver con los fenómenos observables, son señaladas por Weyl como condiciones imprescindibles.8
Si este concepto tradicional de teoría exhibe una tendencia, ella es que apunta a un sistema de signos puramente matemá¬tico. Como elementos de la teoría, como partes de las conclu¬siones y de las proposiciones, fungen cada vez menos nombres en el lugar de los objetos experimentables; aparecen en cambio símbolos matemáticos. Hasta las operaciones lógicas están ya tan racionalizadas, que, por lo menos en una gran parte de la ciencia natural, la formación de teorías se ha convertido en una construcción matemática.
Las ciencias del hombre y de la sociedad se esfuerzan por imi¬tar el exitoso modelo de las ciencias naturales. La diferencia en¬tre escuelas que en materia de ciencias sociales se orientan más hacia la investigación de hechos, o bien se concentran más en los principios, nada tiene que ver con el concepto de teoría como tal. En todas las especialidades que se ocupan de la vida social, la prolija tarea de recolección, la reunión de enormes cantidades de detalles sobre determinados problemas, las in¬vestigaciones empíricas realizadas mediante cuidadosas encues¬tas u otros medios auxiliares, como las que, desde Spencer, lle¬nan gran parte de las actividades universitarias, en especial en los países anglosajones, ofrecen, por cierto, una imagen que exteriormente parece más próxima a los otros aspectos de la vida, propios del modo de producción industrial, que la for¬mulación de principios abstractos o que el examen de conceptos básicos en la mesa de trabajo, como fueron característicos de una parte de la sociología alemana. Pero esto no significa una diferencia estructural en cuanto al pensamiento. En los últimos períodos de la sociedad actual, las denominadas ciencias del espíritu tienen, por lo demás, un fluctuante valor de mercado; deben limitarse a competir modestamente con las ciencias na¬turales, más afortunadas, cuya posibilidad de aplicación está fuera de duda. De cualquier modo, el concepto de teoría que prevalece en las distintas escuelas sociológicas, así como en las ciencias naturales, es el mismo. Los empíricos no tienen una idea diferente que los teóricos acerca de qué es una teoría bien formada. Aquellos han llegado, simplemente, a la convicción reflexiva de que, frente a la complejidad de los problemas so¬ciales y al estado actual de la ciencia, el ocuparse de principios generales debe ser considerado como una tarea cómoda y ociosa. Y cuando sea necesario el trabajo teórico, este ha de realizarse en contacto constante con el material; por el momento no hay que pensar en exposiciones teóricas generales. Los métodos de formulación exacta, en particular los procedimientos matemá¬ticos, cuyo sentido se relaciona estrechamente con el concepto de teoría esbozado, son muy apreciados por estos especialistas. Ellos no cuestionan tanto la teoría en sí, cuanto la elaborada por otros, «desde arriba» y sin auténtico contacto con los proble¬mas de una disciplina empírica. Las diferenciaciones entre so¬ciedad y comunidad (Tónnies), entre solidaridad mecánica y orgánica (Durkheim) o entre cultura y civilización (A. We¬ber), como formas básicas de la socialización humana, mostra¬rían su carácter problemático apenas se intentara aplicarlas a problemas concretos. El camino que debería tomar la sociología en el estado actual de la investigación sería el difícil ascenso desde la descripción de fenómenos sociales hasta la compara¬ción particularizada, y solo desde allí hasta la formación de conceptos generales.
La antítesis aquí esbozada conduce finalmente a que los empiristas, de acuerdo con su tradición, solo acepten las induc¬ciones completas como proposiciones teóricas no derivadas, y crean que aún estamos muy lejos de alcanzarlas. Sus adversa¬rios consideran válidos para la formación de las categorías y principios primeros también otros procedimientos, que no de¬penden tanto del proceso de recolección de material. Durkheim, por ejemplo, aunque en muchos aspectos coincida con las opi¬niones básicas de los empiristas, en lo que respecta a los prin-cipios considera que el proceso de inducción puede ser abre¬viado. A su juicio, la clasificación de fenómenos sociales sobre la base de un registro de hechos puramente empírico es impo¬sible; además, no facilitaría la investigación en la medida en que se espera que lo haga. «Su función es proporcionarnos puntos de apoyo, que podemos relacionar con otras observa¬ciones, diferentes de aquellas mediante las cuales hemos logra¬do esos puntos de apoyo.
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