Trabajo Final Concepto De Filosofia
Dlnauris6 de Noviembre de 2014
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Introducción
En el siguiente trabajo se tratara acerca del concepto de la filosofía, su etimología, cuáles son sus objetivos y la historia que esta incluye. La filosofía es una participación humana de la “sabiduría ideal”. El fondo común en el que coinciden todas las definiciones y todos los sistemas de la filosofía es el objeto mismo de la sabiduría. La diversidad de las definiciones y de los sistemas afecta, pues, no a la noción última de ésta, sino tan sólo a las que intentan esquematizar el contenido de los resultados -forzosamente parciales- de su búsqueda.
Tema I
Concepto de Filosofía y su evolución en el contexto universal y nacional
EL CONCEPTO DE LA FILOSOFÍA
La definición nominal de la filosofía
Es una observación común la de que el verdadero conocimiento de las cosas sólo se logra con la experiencia de su frecuente trato, cuando hemos llegado a adquirir con ellas una cierta con naturalidad, por la que efectiva y propiamente se realiza su personal asimilación. Esto, que en general acontece en todo orden de asuntos, vale, de una manera especial, para la esfera de los conocimientos científicos, que son los más difíciles de conseguir. Dé ahí que la comprensión de la naturaleza y sentido de una ciencia sea más un resultado tardío y reflexivo -sobre la base de un previo cultivo de la misma-, que no una labor enteramente apriorística y montada al aire.
Sólo, pues, tras haber filosofado, y no de cualquier modo, sino de una manera insistente y tenaz, puede llegarse a la posesión de una idea auténtica, realmente vivida, de lo que es la filosofía. Sin embargo, tan cierto como esto es que, sin una “idea previa”, todo lo modesta que se quiera, de lo que es una determinada actividad científica, se nos hace imposible acometerla, cualquiera que sea el grado o la medida en que ello se intente[1]. De ahí la conveniencia, en nuestro caso, de una inicial aproximación a la esencia del saber filosófico.
En general, toda definición puede verificarse de una doble manera: como definición nominal o como definición real, según se atienda, respectivamente, a la palabra o nombre con que designamos a una cosa, o a la propia y formal constitución, cuya esencia se busca, de la cosa nombrada. La definición nominal ofrece, pues, la significación de una palabra; en tanto que la definición real es expresiva de la esencia de una cosa.
La definición etimológica es una especie de genealogía verbal; una cierta hermenéutica histórica de las palabras. La de la voz castellana “filosofía” no es otra que su procedencia de la latina philosophia, eco, a su vez, de la voz griega de análogo sonido. El término griego φιλοσοφία es un nombre abstracto, en cuya composición interviene, junto a un término derivado de una raíz que significa, en un sentido amplio, lo que en castellano “amar”, un ilustre vocablo -el de σoφíα-, cuyo equivalente latino es el término sapientia, que traducimos por "sabiduría". Filosofía es, así, etimológicamente, el amor o tendencia a la sabiduría.
El verbo “filosofar” (φιλοσοφείν) se encuentra en HERODOTO, quien atribuye a CRESO la siguiente frase, dirigida a SOLON: “he oído que, por el placer de la especulación -θεωρίης είνεχεν- has recorrido, filosofando (φιλοσοφέων), muchos países”[7]. Y TUCÍDIDES pone en boca de PERICLES, que se dirige a los atenienses, estas otras palabras: "amamos la belleza con simplicidad y filosofamos sin timidez"[8].
La articulación más coherente de los dos elementos que entran en la voz “filosofía” -y, al propio tiempo, su más penetrante exégesis- es la que hace PLATÓN en el “Banquete”. Apoyándose en la mitología del Eros, el discípulo de SÓCRATES hace decir a éste, al que finge inspirado por la sacerdotisa de Mantinea, que el Amor no es un dios, sino un ser intermedio (δαίμον) entre dioses y hombres. Hijo de Poros (la abundancia) y Penia (la escasez o penuria), participa, a la vez, del opuesto carácter de sus progenitores. No es, pues, ni la opulencia misma, ni la pura miseria; ni la cabal posesión, ni la indigencia estricta y absoluta. La filosofía, por tanto, no es ignorancia ni sabiduría, sino algo que no tiene el ignorante (que ni siquiera llega a percatarse de su propia ignorancia), y de lo cual está dispensado el sabio. En rigor, la “modestia" socrática, por la que se concibe a la sabiduría como algo divino, más allá de los límites de nuestra natural capacidad, es la expresión de la filosofía como justa medida de la posibilidad intelectual del hombre. La ignorancia total es infrahumana; la plena e ideal sabiduría excede nuestro ser; únicamente la filosofía es natural y propiamente humana.
Nuestra lengua carece de una correspondencia sinonímica estricta de la palabra “filosofía”. En compensación, muestra cierta abundancia de vocablos y giros relativamente afines. Como es natural, todos ellos traducen de algún modo corrientes y doctrinas filosóficas que han impregnado la literatura y el idioma usual. Por lo demás, es muy explicable que lo que ha trascendido al lenguaje común sean más bien las resonancias prácticas y las acepciones concretas, que no los contenidos puramente teóricos de esas concepciones. Por su especial influjo, merecen destacarse entre ellas el antiguo estoicismo, la tradición escolástica y, por último, la moderna corriente positivista.
La huella del estoicismo se advierte en nuestra lengua en los giros y términos que expresan una idea de la filosofía como actitud serena ante la vida y las vicisitudes de la existencia humana. Es un lejano eco del viejo ideal práctico del “sabio”, ya formulado en Grecia y que Roma acogió con entusiasmo; idea en la cual la sabiduría, más que un sistema de especulaciones, constituye un estilo y un tono existencial. En su virtud, es filósofo sólo aquel que “sabe” conservar el dominio de sí mismo, tanto en el éxito como en el infortunio; el que mantiene imperturbable el ánimo en cualquier ocasión. “Tomar las cosas con filosofía” es una frase que se deriva de esta actitud; lo mismo que el empleo de nuestro término como sinónimo de “calma” y de “paciencia”, y aun de una cierta idea, no exenta de ironía en ocasiones, de sosegada resignación y consuelo.
La tradición del escolasticismo, castiza en nuestra patria, se manifiesta con el empleo de términos tales como los de “ciencia” y “sabiduría” en su acepción puramente secular, como contra distinta del sentido y origen sobrenatural y divino de la fe y la sagrada teología. La filosofía es, así, mera sabiduría del siglo, por oposición a la teología de la fe, que se ampara en el dato revelado. Es verdaderamente notable la riqueza que tiene nuestra lengua en vocablos de origen escolástico y de la más clara e intencionada acepción metafísica. Pero la misma idea del saber filosófico, tal como esa tradición lo entiende, no es traducida siempre con el mismo acierto; en ocasiones se la designa denominando al todo por la parte, como cuando se la hace equivalente a la de “metafísica”; otras veces se atiende demasiado a las connotaciones prácticas del término y se la llega a identificar con la “prudencia”, que aunque es, sin duda, un vocablo de muy ilustre abolengo en la Escuela, sólo designa una especial virtud, y aun en este sentido no se mantiene puro en nuestro idioma, sino que se halla en una cierta promiscuidad con las ya mencionadas resonancias estoicas; etc. En general, no obstante, y como fruto y presencia de la concepción escolástica, la voz “filosofía” se toma en castellano como designativa de la suprema ciencia natural humana.
Por último, el “positivismo” ha dejado su huella en este género de sinonimias a través de la idea peyorativa, que, respecto primero de la metafísica y más tarde de la filosofía en general, estuvo en boga en el pasado siglo. Así, es frecuente utilizar el término “filosofía” para expresar todo lo que parece una “elucubración sin fundamento”, una “mera abstracción” o hasta una “logomaquia”. Es muy curioso el uso del plural para estas acepciones; algo parecido a lo que acontece con el término “historia”. El “dejarse de historias” y el “todo eso son puras filosofías” constituyen dos dichos típicamente ejemplares.
Independiente del positivismo, aunque a veces mezclada con él, existe en castellano una acepción del término “filósofo”, que significa, en general, todo hombre abstraído y, por lo mismo, despreocupado de las más inmediatas y urgentes realidades. Que no se trata siempre de una acepción despectiva, pruébalo el hecho de que con frecuencia el “sabio distraído” es objeto más bien de una benévola y complaciente hilaridad. La anécdota de TALES DE MILETO, quien por ir contemplando las estrellas se precipitó en un pozo, es más risueña que moralizante.
. El problema de la definición real del saber filosófico
Las anteriores consideraciones sobre el doble valor, etimológico y sinonímico, de la palabra “filosofía” tienen una innegable utilidad para la aclaración del respectivo concepto. Pero no bastan para perfilarlo íntegramente. Más bien, por el contrario, estimulan y urgen la conveniencia de una definición real. Esta definición es, sin embargo, uno de los más graves y esenciales problemas de la filosofía.
No existe una definición de la filosofía en la que todos los filósofos
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