El Hombre Medieval Como Homo Viator. Peregrinos Y Viajeros - José Ángel García De Cortazar
eddie273016 de Febrero de 2014
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EL HOMBRE MEDIEVAL
COMO "HOMO VIATOR":
PEREGRINOS Y VIAJEROS
José Ángel García de Cortazar
Universidad de Cantabria
volver a obras completas de Gonzalo de Berceo
www.valleNajerilla.com
Para el hombre medival la peregrinación era una ascesis, la representación sensible de la otra peregrinación, del otro viaje, el que concluía en el cielo.
El hombre medieval cómo homo viator, como hombre que sigue un camino. El camino fisico del viajero que se desplaza de un lugar a otro. El camino simbólico de quien hace de su vida una búsqueda de perfección o, cuando menos, de desasimiento respecto al mundo, concebido como simple tránsito, como mera vía, para la morada definitiva del cielo. Viajeros, peregrinos en esas dos dimensiones, y en los siglos medievales, constituyen el objeto de nuestra atención. Para comenzar, orientamos ésta hacia una de las imágenes de esa doble actitud. La escogida por el profesor Moralejo, comisario de la actual exposición Culto y cultura en la peregrinación a Cornpostela. El detalle de los pies del relieve del encuentro de Cristo con los discípulos de Emaús, joya del claustro de Silos. La imagen sugiere por sí sola "la idea de Camino y Peregrinación, pensando en la feliz definición que de ésta dio el profesor Edmond-René Labande como un modo de orar con los pies "1.
La imagen, en efecto, acerca la realidad del hombre medieval como homo viator. Caminante en distintos planos de su existencia. El fisico: la más reciente historiografia de tema medieval viene poniendo el acento en la inestabilidad de los asentamientos humanos antes de los siglos XI y XII. Franco Cardini ha podido decir que la Edad Media, en especial, la anterior al siglo XIII, es la gran época de la movilidad humana; casi una etapa nómada2. El imaginario: Jean Richard subrayaba, hace un par de lustros, el valor de los viajes imaginarios para el conocimiento de la geografia medieval3. En lugar destacado, El libro del conoscirniento de todos los reinos y tierras y señoríos... Su autor, un franciscano castellano del siglo XIV, fingió un recorrido por España, Portugal, Noruega, Inglaterra, parte de Asia, más la circunnavegación de Africa y la travesía del Mediterráneo4. Por fin, el simbólico. El viaje como signo de provisionalidad, de desarraigo de la tierra, de disponibilidad para el cielo. La aspiración es sedere, estar quieto, asentado, instalado. Alcanzarla exige un tránsito, un movimiento. Es el precio del pecado original. En el pórtico de la Edad Media, San Agustín lo proclamó así: "Inquieto está mi corazón y no descansará hasta que repose en Ti". Físico, imaginario, simbólico. Los tres planos unificados, sintetizados continuamente por el hombre medieval5.
La prueba la hallamos en multitud de fuentes literarias y homiléticas. Entre las primeras, recordemos los versos de los constructores de los idiomas castellano y toscano o italiano:
"Yo maestro Gonzalvo de Verçeo nomnado
iendo en romería caeçí en un prado
verde e bien sençido, de flores bien poblado,
logar cobdiçiaduero pora omne cansado".
O por su parte, el propio Dante presentando en su Divina Comedia el viaje que emprendía en la mitad del camino de su vida, inmortalizando uno de los más bellos viajes simbólicos de la literatura. Las prédicas, por su parte, no han cesado jamás de utilizar ese tropo de la vida como viaje, como peregrinación por el exilio. San Martín de León, él mismo experimentado viajero en la segunda mitad del siglo XII por tierras mediterráneas, utilizó con frecuencia en sus sermones el símil del camino6. Más aún, estudios como el de Matoré sobre la lengua francesa medieval han permitido deducir los tránsitos de significado de los verbos de reposo y los verbos de movimiento y comprobar el vocabulario de la quietud en los textos monásticos y el de la actividad en los poemas épicos. Y, por otro lado, mostrar cómo los desplazamientos fisicos o imaginarios son siempre orientados. Se manifiestan por una queste, voz documentada desde el siglo XII, que puede ser profana (una conqueste) o mística, como la del Santo Grial7.
Esa unificación, esa síntesis entre lo fisico, lo imaginario y lo simbólico evoluciona, como la sociedad, entre los siglos XI y XV. Y lo hace en un doble sentido. De un lado, con la paulatina disgregación de los tres elementos, con el distanciamiento entre el sujeto y los objetos de su atención. De otro, pasando del movimiento a la quietud. De la peregrinación a la estabilidad. Con un riesgo contra el que la Iglesia previene: la afición a la posada del camino terrestre puede hacer olvidar el destino celeste. Surge así, poco a poco, una renovación de objetivos. El desarraigo respecto a los lugares se sustituye por el desapego respecto a las cosas. La propuesta la había hecho, hacía siglos, la teologia monástica. Frente a la stabilitas in peregrinatione, ofrecía, en el marco del monasterio, una peregrinatio in stabilitate 8.Era la forma de combinar sedere fisico con peregrinare mental. No hacía falta ir a Tierra Santa para peregrinar; bastaba seguir el camino de perfección monástica.
No es el único cambio a finales de la Edad Media. Sin cruzar el umbral de la presentación, no conviene olvidar otros dos. De un lado, de carácter general: desde el siglo XII, el movimiento, los caminares y peregrinares se laicizan. Los protagonistas siguen siendo viajeros, gentes que se mueven. Pero son, cada vez, menos los peregrinos y más los mercaderes. Menos los devotos de las reliquias y santuarios y más los interesados en el tráfico de mercancías. De otro lado, de carácter específico: incluso hombres y mujeres que siguen venerando reliquias y visitando santuarios, lo harán por un afán de curiositas que tiene más de turismo que de sacrificio9. La vía dolorosa de las antiguas peregrinaciones se convertirá, a fines del siglo XV, en un sendero de curiosidad intelectual y de intercambio. Como dirá François Rapp, ni siquiera "los peregrinos esperan ya de los santos la lección de una vida heroica coronada por el martirio, sino el influjo misterioso de fuerzas sagradas que emanan de una enorme acumulación de reliquias"10.
Todo esto lo sabemos hoy porque, desde hace años, peregrinos y viajeros, caminos y posadas medievales han dejado de ser los desconocidos de antaño11. Incluso para mi, el sendero es familiar. Participar, hace dos años, en la XVIII Semana de Estella, dedicada, parcialmente, a un tema semejante, me proporcionó la ocasión de entrar en contacto con él y, tal vez, la excusa para no ser hoy excesivamente originall2. Con todo, al quedar en otras manos caminos y alberges, he podido alterar la atención prestada a los protagonistas de mi historia, reduciendo la de los viajeros y ampliando la de los peregrinos, sin olvidar la propia condición, que trasciende a unos y otros, de homines viatores.
LOS PEREGRINOS: VIAJEROS DE DIOS
"Viajero" es palabra descriptiva: el que viaja. el que se mueve de un lugar a otro. "Peregrino" es otra cosa. Etimológicamente, es el forastero. el que anda por tierras ajenas; el que está fuera de los suyos, de su casa, de su patria. A ese significado, heredado de época clásica, la voz peregrinus fue añadiendo otro que, desde el siglo XI, será dominante. A partir de esa época, la peregrinación designa, ante todo, el viaje individual o colectivo hacia un lugar santo, efectuado por motivos religiosos y en espíritu de devoción. La Partida primera recoge este sentido del vocablo: "Pelegrino tanto quiere dezir como ome estraño, que va a visitar el Sepulcro Santo de Hierusalem e los otros Santos Logares en que nuestro Señor Jesu Christo nasció, bivió e tomó muerte e passion por los pecadores; o que andan pelegrinaje a Santiago o a Sant Salvador de Oviedo o a otros logares de luenga e de estraña tierra" 13. Entre éstos, en especial, a partir de Roma, fomentando el jubileo periódico de los "romeros".
Extrañamiento, por tanto, desarraigo, incomodidad, penalidades, sacrificio, provisionalidad, constituyen algunos de los vocablos que solemos colocar en el campo semántico de "peregrinación". En resumen, todo lo que empalma el desplazamiento de un lugar a otro con la elección que implica un camino de ascesisl4. En ninguno de esos sentidos, la peregrinación es monopolio cristiano. Más bien, es fórmula extendida entre las distintas religiones. A través del tiempo, cada una ha seleccionado lugares en que lo sagrado, con su secuela de hechos milagrosos y de esperanza para los fieles, se manifiesta. y lo hace en forma de intercesor palpable entre el hombre y el mundo de lo sacro. En forma de hierofanía15. Pero esta manifestación de lo sagrado, que el fiel alcanza mediante el desplazamiento fisico, puede lograrla, igualmente, a través del peregrinaje psicológico, del ascetismo. Ello explica que los textos medievales mezclen las dos peregrinaciones. La narración del viaje fisico se convierte en simple recurso retórico de la alegoría del viaje espiritual. La Navigatio Brendani es, sin duda, como su editor Giovanní Orlandi puso de manifiesto, uno de los mejores ejemplosl6.
Como viajeros fisicos, los peregrinos constituyeron, quizá, el grupo socialmente menos homogéneo de viandantes de la Europa medieval. Un rey, un noble, un obispo, un embajador, un mercader, un artesano, un campesino..., cualquiera puede ser peregrino. y puede serlo al monasterio que guarda los restos de un santo taumaturgo: San Millán de la Cogolla, Santo Domingo de Silos. En 1073, el monarca navarro Sancho IV, ante las
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