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La Brujula Y La Muerte


Enviado por   •  23 de Agosto de 2014  •  3.808 Palabras (16 Páginas)  •  296 Visitas

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De los muchos problemas que ejercitaron la temeraria perspicacia de Lönnrot, ninguno tan

extraño -tan rigurosamente extraño, diremos- como la periódica serie de hechos de sangre que

culminaron en la quinta de Triste-le-Roy, entre el interminable olor de los eucaliptos. En

verdad que Erik Lönnrot no logró impedir el último crimen, pero es indiscutible que lo previó.

Tampoco adivinó la identidad del infausto asesino de Yarmolinsky, pero sí la secreta

morfología de la malvada serie y la participación de Red Scharlach, cuyo segundo apodo es

Scharlach el Dandy. Este criminal (como tantos) había jurado por su honor la muerte de

Lönnrot, pero éste nunca se dejó intimidar. Lönnrot se creía un puro razonador, un Auguste

Dupin, pero algo de aventurero había en él y hasta de tahúr.

El primer crimen ocurrió en el Hôtel de Nord - ese alto prisma que domina el estuario cuyas

aguas tienen el color del desierto. A esa torre (que muy notoriamente reúne la aborrecida

blancura de un sanatorio, la numerada divisibilidad de una cárcel y la apariencia general de

una casa mala) arribó el día 3 de diciembre el delegado de Podólsk al Tercer Congreso

Talmúdico, doctor Marcelo Yarmolinsky, hombre de barba gris y ojos grises. Nunca sabremos si

el Hôtel du Nord le agradó: lo aceptó con la antigua resignación que le había permitido tolerar

tres años de guerra en los Cárpatos y tres mil años de opresión y de pogroms. Le dieron un

dormitorio en el piso R, frente a la suite que no sin esplendor ocupaba el Tetrarca de Galilea.

Yarmolinsky cenó, postergó para el día siguiente el examen de la desconocida ciudad, ordenó

en un placard sus muchos libros y sus muy pocas prendas, y antes de media noche apagó la luz.

(Así lo declaró el chauffer del Tetrarca, que dormía en la pieza contigua.) El 4, a las once y tres

minutos a.m., lo llamó por teléfono un redactor de la Yidische Zeitung; el doctor Yarmolinsky

no respondió; lo hallaron en su pieza, la levemente oscura la cara, casi desnudo bajo una gran

capa anacrónica. Yacía no lejos de la puerta que daba al corredor; una puñalada profunda le

había partido el pecho. Un par de horas después, en el mismo cuarto, entre periodistas,

fotógrafos y gendarmes, el comisario Treviranus y Lönnrot debatían con serenidad el

- No hay que buscarle tres pies al gato - decía Treviranus, blandiendo un imperioso cigarro-.

Todos sabemos que el Tetrarca de Galilea posee los mejores zafiros del mundo. Alguien, para

robarlos, habrá penetrado por aquí por error. Yarmolinsky se ha levantado; el ladrón ha tenido

que matarlo. ¿Qué le parece?

- Posible, pero no interesante -respondió Lönnrot-. Usted replicará que la realidad no tiene la

menor obligación de ser interesante. Yo le replicaré que la realidad puede prescindir de esa

obligación, pero no las hipótesis. En la que usted ha improvisado, interviene copiosamente el

azar. He aquí un rabino muerto; yo preferiría una explicación puramente rabínica, no los

imaginarios percances de un imaginario ladrón.

Treviranus repuso con mal humor:

- No me interesan las explicaciones rabínicas; me interesa la captura del hombre que apuñaló a

- No tan desconocido -corrigió Lönnrot- Aquí están sus obras completas. - Indico en el placard

una fila de altos volúmenes: una Vindicación de la cábala; un Examen de la filosofía de Robert

Flood; una traducción literal de Sepher Yezirah; una Biografía del Baal Shem; una Historia de la

secta de los Hasidim; una monografía (en alemán) sobre el Tetragrámaton; otra, sobre la

nomenclatura divina del Pentateuco. El comisario los miró con temor, casi con repulsión.

- Soy un pobre cristiano -repuso-. Llévese todos esos mamotretos, si quiere; no tengo tiempo

que perder en supersticiones judías.

- Quizá este crimen pertenece a la historia de las supersticiones judías- murmuró Lönnrot.

- Como el cristianismo -se atrevió a completar el redactor de la Yidische Zeitung. Era miope,

Nadie le contestó. Uno de los agentes había encontrado en la pequeña máquina de escribir

una hoja de papel con esta sentencia inconclusa:

La primera letra del Nombre ha sido articulada.

Lönnrot se abstuvo de sonreír. Bruscamente bibliófilo o hebraísta, ordenó que le hicieran un

paquete con los libros del muerto y los llevó a su departamento. Indiferente a la investigación

policial, se dedicó a estudiarlos. Un libro en octavo mayor le reveló las enseñanzas de Israel

Baal Shem Tobh, fundador de la secta de los Piadosos; otro, las virtudes y terrores del

Tetragramaton, que es el inefable Nombre de Dios; otro, la tesis de que Dios tiene un nombre

secreto, en el cual está compendiado (como en la esfera de cristal que los persas atribuyen a

Alejandro de Macedonia) su noveno atributo, la eternidad - es decir, el conocimiento

inmediato de todas las cosas que sarán, que son

...

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