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MASACRE DE LAS BANANERAS

Runickuki25 de Agosto de 2013

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La Masacre de las Bananeras fue perpetrada por un regimiento de las Fuerzas Armadas de Colombia bajo mandato presidencial de Miguel Abadía Méndez y ejecutada por orden del general Cortés Vargas en el municipio colombiano de Ciénaga el 6 de diciembre de 1928, quienes asesinaron vilmente a un número indeterminado de manifestantes (aproximadamente 300 personas afirmado por las investigaciones más serias de la época) que protestaban por las pésimas condiciones de trabajo en la United Fruit Company.1

Índice

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• 1 La huelga

• 2 La masacre

• 3 Encubrimiento oficial

• 4 Impunidad

• 5 Fin de la huelga y consecuencias

• 6 Referencias

• 7 Bibliografía

• 8 Enlaces externos

La huelga[editar]

Varias versiones no oficiales afirman que la huelga transcurrió de forma pacífica, no obstante sí se contaba con un nivel de orden y apoyo popular inédito. Los altos representantes de la bananera movieron sus influencias en el gobierno logrando que se trasladara un contingente de soldados, al mando del Comandante General Carlos Cortes Vargas.

Los 25 mil huelguistas tenían a su favor la simpatía de la población y del propio Alcalde, de los indígenas de la Sierra Nevada, de los comerciantes y algunos ganaderos que les enviaban reses para su manutención. Y algo inusitado, por lo contrario a las ideas generalizadas, fue el hecho de que muchos trabajadores norteamericanos se solidarizaron con ellos. Se sabe, también, que hubo deserciones individuales y de grupo en el primer tiempo de la huelga, en el que obreros y soldados confraternizaron, razón por la cual los militares tuvieron que reemplazar los contingentes y mantenerlos acuartelados.

La masacre[editar]

El 5 de diciembre fue el día fijado para negociación de los 9 puntos del pliego de exigencias de los trabajadores. Se estima en 5000 los trabajadores que estaban en la plaza cuando fueron rodeados por unos 300 hombres armados. Contaban los sobrevivientes que después de un toque de corneta el propio Cortes Vargas dio la orden de fuego por tres veces. Nunca se supo a ciencia cierta la cifra real de muertos. Las narraciones populares orales y los documentos escritos dan cifras de entre 800 a 3000 asesinados, y agregan que los arrojaron al mar.

Encubrimiento oficial[editar]

- Según la versión oficial del gobierno colombiano del momento sólo fueron nueve.

- Otra versión es aquella contenida en los telegramas enviados el 7 de diciembre, un día después de la masacre, por el consulado de Estados Unidos en Santa Marta al Departamento de Estado de los Estados Unidos, donde inicialmente se informaba que fueron cerca de 50 los muertos.

- Más tarde en su comunicado del 29 de diciembre indicó que fueron entre 500 y 600, además de la muerte de uno de los militares.

- Por último en su comunicado del 16 de enero de 1929 indicó que el número excedía los 1000. Según el consulado, la fuente de dichas cifras fue el representante de la United Fruit Company enBogotá.

Aquel fue el “bautizo de fuego” de la clase trabajadora colombiana. Vinieron los Consejos de Guerra, posteriores asesinatos selectivos de otros líderes y cárceles para los dirigentes nacionales y locales.

Impunidad[editar]

El general Cortés Vargas, comandante de las fuerzas del Magdalena y quien dio la orden de disparar, argumentó posteriormente que lo había hecho, entre otros motivos, porque tenía información de que barcos estadounidenses estaban cerca a las costas colombianas listos a desembarcar tropas para defender al personal estadounidense y los intereses de la United Fruit Company, y que de no haber dado la orden, Estados Unidos habría invadido tierras colombianas.

Esta posición fue fuertemente criticada en el Senado, en especial por Jorge Eliécer Gaitán quien aseguraba que esas mismas balas debían haber sido utilizadas para detener al invasor extranjero y quien demostró los vínculos económicos del general Cortés Vargas con la United Fruit Company.

Esta masacre no le generó, sin embargo, ninguna responsabilidad penal ni política a Cortés Vargas. El ministro de Guerra de entonces, Ignacio Rengifo, no sólo lo mantuvo en el cargo, sino que posteriormente fue ascendido y nombrado comandante de la Policía en Bogotá. Seis meses después, en junio de 1929, con ocasión de una protesta callejera estudiantil en Bogotá, fue asesinado por la Policía, Gonzalo Bravo Pérez; un estudiante de la élite bogotana, quien era además hijo de un amigo personal del presidente Miguel Abadía Méndez. Como resultado de esta acción debieron renunciar el ministro Rengifo y el general Cortés Vargas, lo que aumentó la rebelión de los trabajadores y generó nuevas revueltas.

Fin de la huelga y consecuencias[editar]

Viendo esta respuesta violenta, se produce la desbandada de los trabajadores y una rápida negociación, y como resultado de la misma aceptan recortar por mitad los salarios.

La difusión de la masacre fue amplia en los medios de comunicación de la época, y provocó innumerables debates éticos y políticos. El más llamativo fue el organizado por el Partido Liberal que envió a Jorge Eliécer Gaitán al lugar de los hechos para realizar una investigación detallada de lo sucedido. De regreso presentó su informe al Congreso, donde se generó un intenso debate en relación a la decisión de disparar a una manifestación desarmada donde se encontraban mujeres y niños.

Otro de los temas discutidos fue la influencia de las multinacionales en las altas esferas del gobierno, en especial de la United Fruit Company a quién se le logró demostrar relaciones directas con el general Cortés Vargas.1

Ecos de las Bananeras.

Caricatura de Roa (Pepe Gómez),

"Fantoches", agosto 31 de 1929.

Tal vez no exista en la historia del país un hecho tan doloroso y al mismo tiempo tan sometido a los vaivenes de la ficción como lo ocurrido en la noche entre el 5 y 6 de diciembre de 1928 en Ciénaga, Magdalena.

Después de casi un mes de huelga de los diez mil trabajadores de la United Fruit Company, corrió el rumor de que el gobernador del Magdalena se entrevistaría con ellos en la estación del tren de Ciénaga. Era un alivio para los huelguistas, pues no habían recibido del gobierno conservador sino amenazas y ninguna respuesta positiva de la multinacional. Ésta, que había llegado a Colombia en 1899, utilizaba el sistema de subcontratistas, por lo que se lavaba las manos ante las peticiones obreras, como había ocurrido en ocasiones anteriores. Los nueve puntos del pliego petitorio reflejaban, más que un programa revolucionario, la escasa legislación laboral vigente. Con todo, fueron ignorados, salvo en el momento simbólico de escoger el número de muertos reconocidos oficialmente: nueve.

El clima en la zona bananera estuvo más cálido que de costumbre desde el 11 de noviembre en que se lanzó la huelga, la segunda luego de un intento cuatro años antes. Desde el principio hubo brotes de violencia de todos los lados (obreros, agentes de la United y fuerzas armadas), pero no pasaban de escaramuzas aisladas. Por eso los huelguistas acudieron en masa a la estación de Ciénaga al encuentro con el primer funcionario gubernamental que se dignaba hablar con ellos. Como no llegaba, los ánimos se fueron exacerbando, tanto entre manifestantes como entre soldados emplazados en el sitio. Es en este punto del recuento cuando la ficción reemplaza los vacíos de la memoria: que los soldados estaban bebidos, que los trabajadores también; que algunos gritaron consignas patriotas; que no, que vociferaron agresivamente abajos a la multinacional y al gobierno; que desconocieron la orden de desalojo; que nunca la hubo; que la primera bala no la dispararon los militares; que murieron muchos, no sólo nueve; que fueron cientos, cuando no miles; que los llevaban en trenes al mar; en fin, que fue una masacre preparada; no, que fue resultado de las circunstancias...

Lo ocurrido luego también sigue sumido en las brumas del recuerdo, pero las proyecciones históricas son más claras. Ante la respuesta brutal de un gobierno que los trabajadores imaginaban protector de los derechos laborales, se produce la desbandada y una rápida negociación que incluso recorta por mitad los salarios. La indignación obrera se estrelló contra una doble muralla que le impidió sacar frutos de la aciaga experiencia: de una parte, el temor anticomunista del gobierno de Miguel Abadía Méndez (1926-1930) que veía la revolución bolchevique a la vuelta de la esquina; y, su contraparte, la tozuda fe insurreccional heredada de las guerras civiles del siglo pasado y alimentada por las nuevas ideologías de izquierda. El resultado es que ni hubo la temida revolución, ni tampoco cuajó la ansiada insurrección. El aparente empate fue resuelto por un liberalismo reformista que tomó en sus manos el poder para intentar, sin mucho éxito, atemperar los espíritus e institucionalizar el conflicto laboral que era imposible soslayar.

De no ser por el poder de la imaginación, el sacrificio de los obreros bananeros hubiera quedado en el olvido. Las demoledoras caricaturas de Ricardo Rendón, las vehementes denuncias de Jorge Eliécer Gaitán en el parlamento, y luego las magistrales piezas literarias de Alvaro Cepeda Samudio (La casa grande) y Gabriel García Márquez (Cien años de soledad), junto con la perdida escultura del maestro Rodrigo Arenas Betancourt, son lo más destacada de ese recuerdo. Pero nada de esto sobreviviría sin las historias que aún circulan por la zona bananera. Como dijo el mismo García Márquez

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