Maestro Unico
Aaron7k12 de Febrero de 2015
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s, por muy expresivos que sean, se parecen mucho a los de todos los otros primates
superiores. (Al primer golpe de vista, podemos decir si un mono está enfadado o asustado, pero
aún tenemos que aprender a conocer su cara amistosa.) Las reglas son muy sencillas: cuanto más
domina el impulso de ataque al impulso de fuga, más se proyecta la cara hacia delante. Cuando
ocurre lo contrario y domina el miedo, todos los detalles faciales parecen retroceder. En la cara de
ataque, las cejas se fruncen, la frente se alisa, las comisuras de la boca están adelantadas y los
labios forman una raya apretada y arrugada. Cuando el miedo se apodera del ánimo, aparece la
cara de susto. Las cejas se levantan, la frente se arruga, las comisuras de la boca se inclinan hacia
atrás y los labios se abren, dejando los dientes al descubierto. Esta expresión va a menudo
acompañada de otros gestos de apariencia muy agresiva, y por esto la frente arrugada y los dientes
descubiertos son tomados algunas veces por señales «feroces». Pero en realidad son signos del
miedo, y la cara da siempre la señal de la presencia del miedo, a pesar de la persistencia de
ademanes amenazadores realizados por el resto del cuerpo. Sin embargo, sigue siendo un rostro
amenazador que no merece ser tratado con guante blanco. Si se expresara un miedo total, cesaría
la tirantez del rostro y el rival se retiraría.
Todas estas muecas las compartimos con los monos, circunstancias que conviene recordar si
nos encontramos frente a frente con un gran mandril; pero hay otras expresiones que las hemos
inventado culturalmente, tales como sacar la lengua, hinchar las mejillas, pellizcarnos la nariz o
torcer exageradamente el gesto, que aumentan considerablemente nuestro repertorio amenazador.
Muchas culturas han añadido, además, una gran variedad de ademanes amenazadores o insultantes
realizados con el resto del cuerpo. Movimientos intencionales agresivos (hopping mad) han sido
convertidos en violentas danzas de guerra, de clases diferentes y sumamente estilizadas. Aquí la
finalidad ha consistido más en la provocación y sincronización de fuertes sentimientos agresivos,
que en una exhibición visual directa ante el enemigo.
Si tenemos en cuenta que, debido al desarrollo cultural de las armas artificiales letales,
hemos llegado a ser una especie potencialmente peligrosa, no nos sorprenderá descubrir que
poseemos una extraordinaria cantidad de señales de apaciguamiento. Compartimos con los otros 78
primates la básica y sumisa respuesta que consiste en encogernos y gritar. Pero, además, hemos
dado forma a una gran variedad de manifestaciones de subordinación. La acción de encogerse se
ha exagerado hasta la de postrarse y arrastrarse por el suelo. En su grado menor, se expresa en
forma de genuflexiones y reverencias. La señal clave es el rebajamiento del cuerpo en relación con
el individuo dominante. Cuando amenazamos, nos erguimos hasta el máximo, haciendo que
nuestros cuerpos parezcan lo más altos y grandes posibles. Por consiguiente, el comportamiento
sumiso debe seguir el rumbo opuesto y rebajar el cuerpo lo más que pueda. Pero, en vez de hacerlo
al buen tuntún, lo hemos estilizado en una serie de grados característicos y fijos, cada uno de los
cuales tiene su peculiar significado como señal. A este respecto, el saludo es interesante, porque
demuestra que la formulación puede transformar extraordinariamente los primitivos ademanes al
convertirlos en señales culturales. A primera vista, el saludo militar parece un movimiento
agresivo. Es parecido a la señal de levantar el brazo para golpear. La diferencia vital es que
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