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Brasil (Independencia)

yoshimaxi10 de Mayo de 2015

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Conspiración de Tiradentés

En el Brasil colonial de fines del siglo XVIII, pese a la fuerte censura establecida por las autoridades portuguesas, era conocido el éxito de la sublevación ocurrida en las Trece Colonias británicas de América del Norte, que habían dado lugar a los Estados Unidos. También se habían difundido entre las élites brasileras las ideas de la Ilustración y sus principios de libertad y democracia, así como de gobierno representativo, contrapuesto al absolutismo practicado en Portugal y sus colonias.

Tales ideas hallaron un terreno fértil en la provincia brasilera de Minas Gerais, dedicada a la extracción de oro y donde se había formado una poderosa élite nativa de la región que recibió con agrado las tesis de la Ilustración, debido a su descontento con la administración colonial portuguesa que exigía a toda la provincia de Minas Gerais el pago de un monto equivalente al 20% de la producción de oro (el llamado "quinto real") de manera colectiva, del mismo modo que impedía la construcción de caminos y la instalación de imprentas para mantener a la provincia en el mayor aislamiento posible. Para esa fecha la economía de Portugal dependía fuertemente de la minería de oro establecida en Brasil, especialmente en Minas Gerais, y se había establecido un sólido núcleo de burócratas portugueses tanto civiles como militares para mantener bajo el mayor control posible la extracción aurífera

Cuando a fines del siglo XVIII los productores mineros de Minas Gerais tuvieron dificultades en sostener el ritmo elevado de producción de oro, la monarquía portuguesa impuso un nuevo tributo, llamado derrama, por el cual los principales terratenientes y mineros deberían abonar, a título personal, el monto faltante de oro en el "quinto real" abonado por la provincia de Minas Gerais a la metrópoli, como consecuencia de cantidades de oro declaradas a las autoridades pero nunca entregadas a ésta por mineros clandestinos. Esto exaltó las ansias de la élite mineira que rechazaba el aumento de tributos para un lejano gobierno donde no tenían representación, por lo cual importantes terratenientes y mineros de la región empezaron a formar planes para una revuelta masiva que proclamase la independencia de Minas Gerais forjando un núcelo amplio de conspiradores. Para entonces no existía aún una "identidad nacional brasilera", por lo cual los planes de los conspiradores mineiros se limitaban sólo a obtener la independencia de la propia Minas Gerais.

No obstante, los planes de revuelta eran dificultados por cuanto los conspiradores carecían de un programa unificado, dividiéndose en monárquicos y republicanos, algunos estaban a favor de abolir la esclavitud y otros en contra por poseer riquezas que dependían de la mano de obra esclava; unos favorecían la explotación del algodón y el hierro para que la economía de Minas Gerais no dependiera solamente del oro, y por sobre todo faltaba un líder general de la conspiración. Aun así, la "Conspiración Minera" no sólo atrajo a terratenientes y mineros, sino a oficiales del ejército portugués, intelectuales y clérigos, así como comerciantes, artesanos y operarios.

La conspiración estaba planificada para estallar en cuanto el gobernador portugués, el Visconde de Barbacena, proclamase oficialmente la vigencia de la derrama, fecha cuando los conspiradores proyectaban aprovechar el descontento para iniciar su revuelta. No obstante, en junio de 1789 la conspiración fue denunciada por uno de sus integrantes, el rico comerciante Joaquim Silvério dos Reis (1756-1792), quien aceptó delatar los hechos a las autoridades portuguesas a cambio que le fueran perdonadas sus deudas con la Corona. Las acusaciones causaron una serie de arrestos contra personajes de la élite de Minas Gerais, incluyendo grandes terratenientes y comerciantes, acusados del grave crimen de inconfidência (término jurídico portugués de la época, que significaba deslealtad al rey) y presos de lesa majestad remitiéndose por tanto a todos los acusados a Río de Janeiro bajo severa escolta de soldados.

Casi la totalidad de los procesados negaron su participación en la conspiración, a excepción del dentista y oficial militar Joaquim José da Silva Xavier (Tiradentes), que asumió la plena responsabilidad de la revuelta proyectada, ante la negativa de sus demás compañeros de aceptar culpa alguna en el movimiento independentista ya descubierto. El proceso y prisión de los conspiradores duró hasta 1792, siendo que la mayoría de ellos evitaron las condenas gracias a su posición social, influencias ante la corte de Lisboa, o para evitar un escándalo público.

Finalmente en Río de Janeiro se dictó la sentencia final el 18 de abril de 1792, donde se condenaba a muerte por descuartizamiento y decapitación a doce conspiradores. No obstante, al día siguiente se leyó un decreto adicional llegado desde Portugal, donde todos los condenados a muerte tenían conmutada su pena por la de destierro perpetuo en la colonia portuguesa de Mozambique, excepto quienes hubieran sido juzgados "bajo circunstancias agravantes". Ello causó que la única excepción a esta conmutación fuera el dentista Tiradentes, el único de los condenados que carecía de riqueza o influencias en la administración colonial que pudieran salvarlo, y que además se había reconocido como responsable de la sublevación.

Tiradentes fue ejecutado el 21 de abril de 1792 en Río de janeiro, partes de su cuerpo descuartizado fueron llevadas a Villa Rica (Grupo Activo Revolucionario), Minas Gerais, para que sirvieran como advertencia y escarmiento a la población.

Hacia la independencia

• Traslado real a Brasil + Reformas de Juan VI

Las guerras napoleónicas doblaron profundamente el curso de la historia brasileña. Desde noviembre de 1807, Napoléon atravezó con su ejército la frontera hispano-portuguesa. Sin esperar la llegada de los franceses, el príncipe Juan, regente de Portugal, y la Corte embarcaron en Lisboa con destino a Brasil. El gobierno real de Portugal se instaló entonces en Río de Janeiro.

En marzo de 1816, el príncipe Juan devino rey de Portugal bajo el nombre de Juan VI el Clemente. El sentimiento republicano, ampliamente extendido a través del país después de la Revolución Francesa, ganó una audiencia considerable cuando las colonias españolas vecinas se volvieron independientes. Desde 1816, Juan VI debió intervenir para ocupar la región de la Banda Oriental bajo el control de los revolucionarios hispano-americanos.

El príncipe regente de Portugal, don Juan de Braganza, comprendiendo que era inútil toda una resistencia, decidió abandonar el Reino y refugiarse en el Brasil. Llegando a Brasil, por el consejo del vizconde de Cairú, declaro abiertos los puertos del país al comercio extranjero (21 de enero de 1808). Protegió la cultura mediante el establecimiento de la enseñanza superior y de un taller de imprenta, la fundación de una gran biblioteca y de una academia de bellas artes y la creación de un jardín botánico, de un museo y de un laboratorio de química. También hizo construir muelles y embarcaderos, creo una institución bancaria nacional y dio libertad a la industria. Por último, le dio a Brasil los mismos derechos de igualdad políticos con Portugal.

Todas estas medidas dieron a Brasil una vida nueva y fueron preparando su separación pacifica con la metrópoli. Los brasileños podían ya intercambiar mercancías con las naciones europeas, trabajar y producir libremente, escribir periódicos y libros, entre otras cosas. Lo más esencial de esta separación pacifica fue la creación de su propia cultura y dar base de una nacionalidad.

• La insurrección pernambucana de 1817

Al empezar el siglo XIX en el Brasil colonial, Olinda y Recife, las dos principales ciudades de la provincia de Pernambuco, contaban apenas con 40,000 habitantes entre ambas, al lado de los 60,000 habitantes de Río de Janeiro, capital de la colonia. Si bien en los inicios de la colonización portuguesa en Brasil las tierras pernambucanas habían sido un importante elemento económico, el centro de la riqueza y producción del norte brasilero se había trasladado progresivamente a la ciudad de Bahía, mientras que las regiones del sur, en torno de Río de Janeiro y São Paulo, habían aumentado su influencia y poderío económico, superando inclusive a la propia Bahía y dejando en una posición muy disminuida a la provincia de Pernambuco.

Pese a esta nueva situación, los ingenios azucareros y las plantaciones algodoneras de Pernambuco (concentrados en torno a Olinda) aún mantenían importancia económica y el puerto de Recife seguía siendo la ruta de salida de la caña de azúcar y el algodón hacia el resto del imperio colonial portugués. Ya en 1645 la provincia de Pernambuco se había distinguido armando tropas que apoyaron la expulsión de los holandeses que habían invadido la colonia, y luego entre 1709 y 1711 habían promovido la Guerra de los Mascates reclamando una mejora en su situación económica, por lo cual las élites de Olinda y Pernambuco ya tenían un antecedente de enfrentamiento con la autoridad central.

Las ideas del liberalismo y la Ilustración habían ya penetrado en Brasil poco después de la Revolución Francesa, con sus nociones de autogobierno y republicanismo, estimulando el cuestionamiento de las élites locales contra el absolutismo del gobierno portugués pese a la severa censura ejercida por éste. Esas mismas élites, como las de Pernambuco, cultivaban tales ideas en sociedades masónicas secretas desde fines del siglo XVIII, por lo cual el discurso de autonomía en nombre de la libertad era una refundición de ideas y doctrinas

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