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Chartier Cap 1 (espacio publico, critica y desacralizacion en el siglo XVIII)


Enviado por   •  15 de Enero de 2017  •  Apuntes  •  6.232 Palabras (25 Páginas)  •  624 Visitas

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Texto. Ilustración y Revolución

1. Ilustración y Revolución. Revolución e Ilustración

Reflexionar acerca de los orígenes culturales de la Revolución francesa lleva necesariamente a reabrir un clásico: Les Origines intellectuelles de la Révolution française 1715-1787, de Daniel Mornet. En efecto, este libro parece imponer la perspectiva en la que se debe trabajar, cuyo postulado es el vínculo evidente, obligado, entre el progreso de las ideas nuevas a lo largo del siglo XVIII y el surgimiento del acontecimiento revolucionario. Para Mornet, tres leyes rigen la penetración de los pensamientos inéditos, identificados con la Ilustración, en lo que él define como "opinión pública general”: desciende en la escala social, yendo de las "clases muy cultas a la burguesía, la pequeña burguesía, el pueblo", va del centro (es decir París) a la periferia (las provincias), se acelera en el transcurso del siglo, haciendo suceder a las anticipaciones minoritarias anteriores a 1750 los conflictos decisivos y movilizadores de mediados de siglo y luego, después de 1770, la difusión generalizada de los nuevos principios. De ahí la tesis que sirve de base al libro y según la cual "son, en gran medida, las ideas las que han determinado la Revolución francesa". Aun cuando no niega la importancia e incluso la primacía, de las causas políticas, Mornet constituye así al pensamiento iluminado, a la vez crítico y reformador, en una condición necesaria para que la crisis última de la antigua monarquía se transforme en revolución: las "causas políticas, sin duda, no habrían alcanzado para determinar, al menos tan rápidamente, la Revolución. La inteligencia es la que ha puesto de manifiesto y organizado las consecuencias".

Pese a su prudencia y a sus arrepentimientos (muy acentuados en el estilo: "en gran medida", "indudablemente", "al menos") Mornet postulaba pues la necesidad de la relación entre la Ilustración y la Revolución. Por cierto, las razones de esta última no están íntegramente contenidas en la Filosofía, pero sin las transformaciones del "pensamiento público" por la "inteligencia", el acontecimiento no habría podido ocurrir en el momento en que se produjo. De ese modo, proponía una hipótesis de trabajo que desde hace cincuenta años atormenta tanto a la historia intelectual como a la sociología cultural cuando éstas estudian el siglo XVIII.

La quimera del origen

Con todo, surgieron dudas que insinuaban la posibilidad de que la cuestión no estuviera bien planteada. En primer lugar, ¿en qué condiciones resulta legítimo imaginar como "causas" u "orígenes" de un acontecimiento a un conjunto de hechos o de ideas que configuran un todo inconexo y disperso? La operación no es tan evidente como podría parecerlo: por un lado, supone una selección que sólo admite, entre las innumerables realidades constitutivas de la historia de una época, las que se consideran como la matriz del acontecimiento futuro; por otro lado, exige una reconstrucción retrospectiva que da unidad, como "orígenes" supuestos, a pensamientos y acciones extraños entre sí, heterogéneos en cuanto a su naturaleza, discontinuos en su realización.

Es conocida la crítica devastadora hecha por Foucault, siguiendo a Nietzsche, de la noción de origen así entendida. Al postular la absoluta linealidad del curso de la historia, al justificar la búsqueda sin fin de los comienzos, al anular la originalidad del acontecimiento ya presente incluso antes de su advenimiento, el manejo de esa categoría oculta a un tiempo la discontinuidad radical de los surgimientos y las discordancias irreductibles que separan las diferentes series de discursos y prácticas. Cuando sucumbe a "la quimera del origen", la historia arrastra, no siempre con clara conciencia de ello, varios presupuestos: que cada momento histórico es un todo homogéneo, dotado de una significación ideal y única, presente en cada una de las realidades que lo componen y lo expresan; que el devenir histórico está organizado como un continuo necesario; que los hechos se encadenan y se generan en un flujo ininterrumpido, lo que permite decidir que uno de ellos es la "causa" del otro. Ahora bien, según Foucault, el análisis "genealógico" o "arqueológico" se debe despegar, justamente, de estas nociones clásicas (el todo, el continuo, la causalidad) si quiere dar cuenta adecuadamente de las rupturas y las distancias. A la manera de la wirkliche Historie nietzscheana, su propósito consiste en invertir "la relación establecida comúnmente entre la irrupción del acontecimiento y la necesidad continua. Hay toda una tradición de la historia (teológica o racionalista) que tiende a disolver el acontecimiento único en un continuo ideal: movimiento teleológico o encadenamiento natural. La historia `efectiva' hace resurgir el acontecimiento en lo que puede tener de único y agudo". Si la historia debe sustituir la búsqueda de los orígenes por la "puesta en juego sistemática de lo discontinuo", la pertinencia misma de nuestra pregunta inicial está minada.

Y así ocurre, tanto más cuanto que la noción de origen conlleva otro riesgo: proponer una lectura teleológica del siglo XVIII que sólo lo comprende a partir de su desenlace obligado -la Revolucióny no examina de él sino aquello que conduce a este fin necesario: la Ilustración. Ahora bien, lo que hay que interrogar es precisamente la ilusión retrospectiva inherente a "este movimiento a contrapelo que permite leer los signos precursores cuando el acontecimiento ya se ha cumplido y cuando se mira el pasado desde ese punto de acabamiento que quizá no era necesariamente su futuro". Al afirmar que la Ilustración produjo la Revolución, la interpretación clásica, ¿no invierte acaso el orden de las razones? ¿No habría que considerar más bien que la Revolución inventó la Ilustración al querer arraigar su legitimidad en una recopilación de textos y autores fundamentales, reconciliados más allá de sus diferencias vivas y unidos en la preparación de la ruptura con el antiguo mundo? Al constituir, no sin debates, un panteón de ancestros que reúne a Voltaire y Rousseau, a Mably y Buffon, a Helvecio y Raynal, y al asignar a la Filosofía, si no a todos los Filósofos, una función radicalmente crítica, los revolucionarios construyeron una continuidad que es, ante todo, una obra de justificación e investigación de paternidad. Por lo tanto, situar en lasideas del siglo los "orígenes" del acontecimiento -ese era el proyecto de Mornet- sería redoblar sin saberlo el gesto mismo de los actores del acontecimiento y considerar históricamente revelada una filiación ideológicamente proclamada.

¿Se puede soslayar esta dificultad por una reformulación que reemplace la categoría de "orígenes intelectuales" por la de "orígenes culturales"? Semejante sustitución acrecienta, sin duda alguna, las posibilidades de comprensión. Por un lado, sostiene que las instituciones culturales no son simples receptáculos o contrastes de las ideas forjadas fuera de ellas, lo que permite restituir a las formas de sociabilidad, a los soportes de la comunicación o a los procesos de educación una dinámica propia, negada por un análisis que, como el de Mornet, no los considera sino desde el punto de vista de la ideología que recogen o transmiten. Por el otro, la aproximación según la sociología cultural abre ampliamente el espectro de las prácticas a tomar en cuenta: no sólo los pensamientos claros y elaborados sino también las representaciones inmediatas e incorporadas, no sólo los compromisos voluntarios y razonados sino también las pertenencias automáticas y obligadas. Por eso, el acontecimiento revolucionario puede estar inserto en las transformaciones a largo plazo de lo que Quinet designa con el término de "temperamento", cuando compara el temperamento de los reformadores religiosos del siglo XVI, inflexible, con el de los revolucionarios del siglo debilitado, comprometiendo así una reflexión esencial sobre las variaciones de las estructuras de la personalidad o, al decir de Elias, de la economía psíquica. Pero este desarrollo,¿basta para desbaratar las trampas de la lectura teleológica?

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