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Ciudad Blanca

redcomand13 de Abril de 2015

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CIUDAD BLANCA, CIUDAD FUEGO

Por Juan Sebastián Salamanca Calle

And if all others accepted the lie which the party imposed –if all records tolds

the same tale- then the lie passed history and became truth. “who controls the

past” –ran the party slogan-. “Controls the future: who controls the present

controls the past”

George Orwell, 1984.

Cada 16 de mayo, estudiantes con la cara tapada se reúnen en la plaza Che

Guevara de la Universidad Nacional y gritan lo que no podrían gritar si la

tuvieran descubierta: <<! En la Universidad hubo una matanza!>>. El rumor

corre a través del tiempo, de oído a oído, entre profesores, alumnos,

trabajadores, lo plasman grafittis en las paredes blancas.

Pobreza. Pantalones rotos no por moda, sino por falta de plata, mochila

deshecha, pelo desordenado, un poco de barba, muy flaco, de mirada triste y

seria. ‘El Flaco’ —así le llamaban— acababa de entrar a estudiar Derecho, era

1982. Su vida eran sus amigos, su novia, sus libritos, sus reuniones políticas,

bailar salsa como buen mamerto que era y tomar vino barato mientras

escuchaba Black Sabbath en su cuarto que le alquilaba una viejita cochina y

usurera que tenía una casa grande y antigua en el barrio La Soledad.

Las residencias estudiantiles las habían cerrado en el 76 y ahora, unos

pastusos habían creado un comité pro-recuperación de ellas, del cual ‘El Flaco’

era muy cercano. La idea de ellos era clara: había que tomarse los edificios del

Uriel Gutiérrez de la Nacional, las Gorgona. Ahí quedaban las antiguas

residencias y podrían vivir más de dos mil personas. La decisión de hacerlo se

produjo después del 20 de agosto, cuando el MAS (movimiento antisecuestradores)

mató al profe Alberto Alava, cuando salía de la Universidad,

eso ya era ir muy lejos. Se estuvieron reuniendo del 16 al 20 de septiembre,

todas las noches, a planear la ocupación. El 21, a las 8 de la mañana, se vieron

Crónicas barriales 2007 – Segundo semestre

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correr rapidísimo por el campus ocho grupos conformados cada uno por diez

estudiantes que entraron por sitios distintos e irrumpieron las puertas y las

ventanas en el Uriel y en el Camilo Torres. ‘El Flaco’ llegó en un grupo de estos

que subió hasta el último piso, ya perdiendo el aliento se quitó la ruana que

llevaba puesta y dijo: <<Ya tenemos casa>>.

Lo botaron del quinto piso

Desde hacía algún tiempo el Ministerio de Educación deseaba acabar con la

cafetería y con las residencias, considerados centros de prostitución, de droga,

de violación, de guerrilla. Innumerables historias macabras reproducía la

prensa y la gente comenzó a ver con buenos ojos la idea de “acabar con esa

alcahuetería”, como decían por la época. La nueva política educativa, diseñada

por Rudolph Atcon, necesitaba una universidad autofinanciada, sin

participación de los estudiantes ni de los profesores en las decisiones. Ahora

les resultaba muy caro a los directivos sostener estos nidos de “subversivos”.

Unos meses después de la toma, Jacqueline Romero, estudiante de primer

semestre de Ingeniería Química, entraba una tarde lluviosa a saludar a un

amigo en La Gorgona que se encontraba enfermo. Ella, que era una joven de

su casa, pobre, pero decente, no esperó encontrarse con esos edificios

oscuros y semiacabados. Recuerda, sentada en la sala de su casa en la cima

de una montaña del barrio San Cristóbal Sur, que sintió un escalofrío al entrar;

cruzó la puerta, subió las escaleras estrechas hasta el tercer piso y allá los

recibió un estudiante moreno costeño en alpargatas, el olor a marihuana era

intenso:

—Buenas, yo soy el encargado de este pasillo, ¿a quien buscas tú?

Jacqueline no respondió, estaba mirando con horror la cantidad de muchachos

que estaban acostados, durmiendo la lluvia en la baldosa helada y polvorienta

que no había sido lavada en semanas. Las paredes no tenían un solo espacio

más para grafittis o murales, la carga visual era muy fuerte, la pobreza estaba

por todas partes.

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—Ah, tu debes ser la amiga de Mario, el vive acá no más.

—Perdón —dijo torpemente-, ¿estas son las residencias de los estudiantes de

la Nacional?

El muchacho costeño la miró largo tiempo, caminó unos pasos evadiendo a un

borracho, abrió la puerta de una habitación y se alejó para que Jacqueline

entrara. Pero ahora ella miraba con mayor detenimiento las paredes: tenían

aberturas, estaban raídas, como si las hubieran rasguñado, arañado durante

días enteros, llenas de huecos —después le dijeron que era por el bazuco que

había llegado a Colombia—. Al fijarse bien, notó que la habitación, como

muchas, estaba dividida en dos por una cortina sucia de flores amarillas y

rosadas. A un lado vivía una familia a la que tuvo que incomodar —una mujer

con dos niños pequeños que lloraban horriblemente— hasta pasar la cortina y

encontrar a su amigo que estaba tendido frágilmente y al verla le sonrió con

ternura.

—Mi casa te puso pálida, tienes la piel de gallina, siéntate, que te vas a

desmayar.

‘El Flaco’ sigue siendo flaco pero ahora tiene barriga, una vez ha terminado el

roscón con Pony Malta en una Panadería del barrio Santa Isabel, al sur de

Bogotá, comienza a hablar. Su rostro jovial se pone serio y su jerga popular se

transforma en expresiones de todo un intelectual. Que las residencias se

tomaron porque se tenía que dar solución a un problema vital para la

comunidad, que hubo encargados por cada pasillo, por cada piso y por edificio,

que se debían rotar cada cierto tiempo, pero que con los meses, los jíbaros —

algunos del Cartel de Bogotá— aprovecharon para penetrar en esas

estructuras y alcanzaron a tener control sobre algunos pisos y chocaron con el

M-19, el ELN y otros grupos y con una gran masa de estudiantes que

rechazaban a esta gente que trajo el bazuco a la Universidad y que incluso ahí

mismo dentro de los edificios fabricaban el perico y pauperizaban más y más a

los pelaos, cada vez más esclavos de esa nueva droga.

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La tensión era constante, el ambiente hostil. Lo que se inició con la intención de

solucionar un problema, se fue convirtiendo en un escenario de confrontación;

golpizas, discusiones, puñaladas…la mafia ya controlaba algunos puntos

estratégicos. El problema entre los jíbaros y la guerrilla se agudizó, estos

últimos decidieron tomar acciones.

Un día, cuando todos dormían, a las tres de la mañana unos muchachos

cerraron con candado la entrada del edificio sin que nadie lo notara, de tal

suerte que nadie pudiera entrar o salir, luego, de una patada abrieron la puerta

de una habitación del quinto piso del Uriel Gutiérrez despertando al estudiante

Julio Barrera que se levantó inmediatamente de su cama, <<Se lo habíamos

advertido, pedazo de hijueputa>>, saltaron encima de el, le agarraron las

piernas y los brazos y lo botaron por la ventana. Se dijo que había sido un

suicidio.

Muertes, embarazos

Dentro de unos meses —el 28 de mayo, exactamente— se celebrarían los

acuerdos de Paz de La Uribe, Meta entre Belisario Betancourt y las FARC-EP,

el clima nacional era de diálogo, debate, reconciliación. El presidente mismo

envió una carta a los estudiantes y a los profesores para invitarlos a salvar la

Universidad, hablaba de apertura democrática. El rector, el médico Fernando

Sánchez Torres era conocido como un hombre eminentemente conciliador, y

así lo expresaba en su discurso. A pesar de eso, fue uno de los periodos en la

historia del país en que se fortaleció más el Estado de Sitio, ya casi

permanente. Esas contradicciones se evidenciaban en la comunidad

universitaria, hablar de paz, pero dirigirse ferozmente a la guerra con los

comportamientos. La paz, siempre ha sido el fin, la guerra siempre ha sido el

medio. Para alcanzar una paloma se precisa contar con balas.

‘El Flaco’ cuenta que por esos días su papá se quedó sin trabajo —era

albañil— y a partir de entonces su vida cambió radicalmente. Ya no le llegarían

unos pocos pesos cada mes, ahora tendría que volver a trabajar en la

construcción, no más libros, no más Dostoyevski (ya no sería Raskolnikov), no

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más música. En medio del desespero, su novia llegó una tarde a su pieza, y le

anunció: <<Flaco, tengo un retraso>>, ambos se abrazaron y se besaron en la

tristeza, se dejaron caer sobre la cama, cada uno sintiendo las lágrimas del otro

rodar por la cara y la rabia los arrasó. Ella golpeó al Flaco y lo besó y se

tocaron y el Flaco le rompió la blusa y le besó el ombligo y se mordieron, se

besaron más, y lloraron más y esa noche tuvieron sexo y no se

...

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