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EL MOVIMIENTO OBRERO, EL ESTADO Y LA EDUCACIÓN


Enviado por   •  16 de Febrero de 2015  •  2.839 Palabras (12 Páginas)  •  225 Visitas

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Las reivindicaciones en torno a la enseñanza alentadas por Marx son el resultado de un cuidadoso equilibrio entre el reconocimiento de la centralidad del Estado y la exigencia de que el movimiento obrero mantenga su autonomía.

De acuerdo con el Manifiesto Comunista, «el poder político no es, en rigor, más que el

poder organizado de una clase para la opresión de la otra».

A la vez que instrumento de dominación de una clase, el Estado moderno es la negación ideal de la lucha de clases y la síntesis de la sociedad sobre la que se asienta. El Estado encarna de algún modo al conjunto social frente a cada una de las partes, aunque sea en forma abstracta. Toda lucha por una transformación social global debe desembocar necesariamente en el problema del poder político. Pero, para Marx el proletariado no necesita renunciar a su identidad como clase para convertirse en el motor del cambio social. Al contrario, es la clase que en sí misma representa la negación global del orden social existente, la clase cuyo interés particular coincide con el interés general de la sociedad.

Marx trata de poner en guardia contra cualquier género de ilusiones en el Estado capitalista y contra

el reforzamiento de su poder por la vía de reivindicar su mayor intervención en la marcha de la sociedad; y, por otro lado, busca que los mil movimientos aislados se unifiquen en un solo movimiento de conjunto y las luchas parciales frente a cada capitalista en luchas generales frente al Estado, o, para decirlo de otro modo, que los obreros, «confederen sus cabezas» e «impongan como

clase una ley estatal»,cada vez que esto sea posible.

En ese aspecto más parcial constituido por la enseñanza, se combinan en Marx la caracterización general del Estado como instrumento de clase, la firme convicción de que no puede dejar de tratar de emplear la enseñanza para sus propios fines, el convencimiento de que la existencia de la escuela como rama separada dentro de la división del trabajo comporta necesariamente una visión ideológica de la realidad y una profunda desconfianza ante los horizontes ideológicos de la pequeña burguesía y, en partic ular, de esa parte de la misma que son los maestros de la época.

En contrapartida, no solamente considera a los trabajadores como clase social menos atada, en última instancia, a los prejuicios del período sino que ve con verdadero entusiasmo los progresos que algunos grupos de obreros llevan a cabo en el terreno cultural.

La idea de que existen, en materia de educación, unos derechos de los hijos contrapuestos a los supuestos derechos de los padres que todavía hoy alimentan toda la demagogia sobre la «libertad de enseñanza» no es precisamente un invento de Marx. El proyecto de organización de la instrucción pública elaborado por Lepelletier, que contó en la Convención con el apoyo de Robespierre, postulaba el internamiento obligado de todos los niños, desde los 5 a los 12 años, en colegios organizados y dirigidos por el Estado. El mismo Hegel defendía la idea de que el Estado era el encargado de defender los derechos de los hijos frente a los padres si fuera preciso.

Para los revolucionarios franceses, se trataba de arrancar a los futuros ciudadanos de la influencia de los antiguos prejuicios, especialmente los religiosos, e inculcarles el amor a la república. Marx no pretende que la enseñanza en sí sirva para inculcar el amor a nada ni para seguir aceleradamente los vericuetos de la autoconciencia. Se trata, simplemente, de responder a la realidad de la explotación del trabajo infantil y asegurar a todos un mínimo de formación y una cierta proporción entre trabajo manual y trabajo intelectual. Se trata de oponerse sobre todo a la voracidad de las máquinas y de sus propietarios, pero también a los padres «miserables y degradados» que arrojan a sus hijos al trabajo fabril o los agotan en la industria domiciliaria. Se trata «únicamente de los antídotos más indispensables contra las tendencias de un sistema social que degrada al trabajador hasta convertirlo en mero instrumento de la acumulación del capital y transforma a los padres, por necesidad, en esclavistas, en vendedores de sus propios hijos».

La propuesta educativa marxiana tiene, como punto de mira a los trabajadores. Estos son para Marx la clase revolucionaria, y su fortalecimiento, incluido su fortalecimiento cultural, un objetivo prioritario. Son la clase explotada por el capital, y sus derechos los primeros que necesitan ser defendidos.

En la sociedad futura, el socialismo y el comunismo, todos los hombres y mujeres serán de un modo u otro trabajadores, por lo que no es lo más importante hacer excesivas disquisiciones sobre las posibles fórmulas transitorias de la educación.

En la sociedad actual, las clases dominantes son una minoría reducida, a la que se puede dejar correr su propia suerte en materia de educación, y la pequeña burguesía es para Marx una clase en proceso constante de proletarización. Para Marx, los trabajadores actuales no solamente deben ser protegidos contra la acción directa del capital, sino también contra su presión indirecta, es decir, contra los efectos de la competencia, que les fuerza a ellos y a sus hijos a ser víctimas de la explotación del trabajo infantil.

Si bien se puede admitir que las clases medias y altas se condenan a sí mismas a una formación unilateral, el caso de la clase obrera se presenta bastante distinto. El trabajador no actúa libremente. En demasiados casos, es incluso demasiado ignorante para comprender el verdadero interés de su hijo o las condiciones normales del desarrollo humano. No obstante, el sector más esclarecido de la clase obrera entiende perfectamente que el futuro de su clase y, por consiguiente, el futuro de la humanidad, dependen ambos de la formación de la generación obrera que surge.

Al exigir tales leyes, la clase obrera no fortalece el poder gubernamental. Por el contrario, transforma ese poder, que ahora se utiliza en contra suya, en su propio agente. Lleva a cabo mediante un acto general lo que vanamente intentaría por medio de una multitud de esfuerzos individuales aislados.

La obligatoriedadva implícita en las propuesta de Marx de leyes que impidan el empleo del trabajo de niños si no es combinado con la enseñanza.

Si no hay una formulación más explícita es por la sencilla razón de que lo que se propone de modo inmediato son cambios en el tipo de enseñanza y en la relación entre enseñanza y trabajo para los niños

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