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EL PROCESO DE INDUSTRIALIZACIÓN (1840-1890)


Enviado por   •  9 de Enero de 2022  •  Apuntes  •  6.857 Palabras (28 Páginas)  •  174 Visitas

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                    TEMA 3: EL PROCESO DE INDUSTRIALIZACIÓN (1840-1890)

  1. LA EXPANSIÓN AGRARIA Y SUS LÍMITES.

Existen numerosos indicios que apuntan a que la producción agrícola fue en aumento desde la finalización de la invasión francesa (1814) hasta alrededor de 1880.

De los datos se desprende que, tras haber alcanzado un máximo histórico en 1800, la producción ganadera disminuyó a lo largo del S.XIX. El declive de la ganadería es consecuencia del crecimiento de la agricultura y, al mismo tiempo, se acaba convirtiendo en un freno al avance de ésta. Pero centremos nuestra atención en la agricultura, cuyo peso en el sector agrario era abrumador.

Los elementos consumidos por los españoles consistían en cereales panificables y otras ‘subsistencias básicas’; apenas comían alimentos superiores (carnes, productos lácteos, etc..). Aparte de la falta extrema de diversificación de la dieta, la ingesta de alimentos aportaba una cantidad de calorías que, por término medio, se situaba en un estricto nivel de supervivencia.

El uso del suelo nos ayuda a entender cómo evolucionó la agricultura española. Los datos muestran que en el periodo 1800-1860 se pusieron en cultivo más tierras que en el siguiente periodo. Nunca en la historia de nuestro país se ha puesto en cultivo tanta tierra en un tiempo relativamente tan corto. Esta desmesurada extensión de la tierra labrantía tuvo un gran impacto ecológico, al romperse de forma irreparable el equilibrio entre agricultura y ganadería. De mayor interés aún es que, expresado en tasa de incremento anual, la ampliación de la superficie agrícola igualó la de la población. Esto constituye un indicio fehaciente del atraso del sector, habida cuenta de que la producción por habitante no se acrecentó sensiblemente. Solamente cultivando más tierras se obtuvo la producción marginal necesaria para alimentar la población en aumento.

Lo primero que llama la atención es el peso aplastante de la cerealicultura. En 1860 se dedicaba a este tipo de cultivos el 80% de la tierra de labor. Del resto, en la mayor parte se habían plantado vides y olivos. Dado que el suelo español es poco apto para el cultivo de cereales, tal ampliación significó un uso ineficiente de los recursos. Todavía en 1888 cada año debía dejarse en barbecho nada menos que el 45% de la superficie cultivada. Esto denota una agricultura muy retrasada y descapitalizada.

La productividad del trabajo siguió una evolución aún menos satisfactoria. Una indicación de que ocurrió así se halla en la proporción de población activa empleada en el sector agrario. En España se mantuvo invariable a lo largo del siglo XIX en un porcentaje del 65%. La cota es propia de una economía no industrializada. Su inalterabilidad refleja que no hubo transformaciones en la agricultura que llevasen a una mejora sustantiva de la productividad.

Básicamente, hay dos maneras de aumentar la producción: elevar el producto por hectárea o incrementar la superficie cultivada. La primera implica una intensificación del uso de la tierra, que puede lograrse mediante una elevación del rendimiento de los cultivos (mejora de la productividad física), o bien introduciendo cultivos de mayor nivel comercial (mejora de la productividad monetaria). Por la segunda el crecimiento agrícola tiene un carácter extensivo; está originado por la mera dotación de una mayor cantidad del factor productivo fundamental. El crecimiento agrícola del periodo se ajustó a este último patrón.

Era lógico y racional que los agricultores obrasen de esta manera, puesto que concurrían las siguientes circunstancias.

 En primer lugar, había grandes superficies de pastizales y tierras yermas aptas para el cultivo. Muchos terrenos municipales y de la corona se reservaban al pasto de los rebaños de ovejas trashumantes. La organización de los propietarios de estos ganados (la Mesta), amparándose en el poder y la protección otorgados por la corona, defendió con contundencia sus privilegios de derecho de uso de esas tierras. Pero la Guerra de Independencia devastó la cabaña ganadera y la Mesta fue abolida en 1836, y las cabezas de ganado disminuyeron sin cesar durante toda la centuria. Enormes cantidades de pastizales quedaron libres para ser roturados.

En segundo lugar, con la revolución liberal la mayor parte de las tierras incultas entraron en el mercado. Con la reforma liberal se privatizaron unos 10 millones de hectáreas de terrenos de propiedad eclesiástica y municipal, es decir, una superficie casi equivalente a la de la tierra cultivada hacia 1830. Además, la redefinición de los derechos de propiedad resultante de la supresión del mayorazgo y de los señoríos, entre otras cosas, ensanchó enormemente el mercado de la tierra comercializable.

En tercer lugar, hubo una tendencia al alza de los precios de los principales cultivos agrícolas en origen que estimuló a los cultivadores a aumentar la producción y compensó la caída de la productividad marginal provocada por el cultivo de tierras menos fértiles. La implantación en 1820 de una política autárquica en materia de cereales provocó la prohibición de importar granos del extranjero. El gobierno estaba autorizado a levantar temporalmente la suspensión en caso de que una mala cosecha provocase un alza excesiva de los precios. La producción aumentó para dar alimento a toda la población del país, cuyo número creció velozmente. Los cultivadores de las tierras que estaban llamadas a convertirse en el granero de España estuvieron incentivados a incrementar la producción. Los precios en los grandes mercados de consumo eran altamente remuneradores y consintieron durante décadas el incremento de la producción por la vía de roturar tierras de menores rendimientos y más altos costes de explotación.

En definitiva, no hubo ganancias sustanciales de productividad en el campo español debido a que no se registró cambio técnico y a que el consumo de abonos tendió a declinar. Respecto a lo primero, el antiguo arado romano continuó siendo el protagonista destacado de las labores agrícolas. Los agricultores españoles tenían noticia de tecnología más moderna; si no la empleaban era debido a que no les resultaba rentable. Este instrumental ahorraba trabajo, pero exigía un mayor gasto de energía animal. En un contexto como el del campo español, en que la mano de obra era muy abundante y el ganado tenía carácter de recurso escaso, resultaba más ventajoso no mecanizar las faenas agrícolas. Esto remite al segundo factor causante del estancamiento de la productividad agrícola: la escasez de abonos orgánicos originada por el declive de la cabaña. La menor disponibilidad de estiércol conllevó una menor fertilización de la tierra, ya que los abonos químicos resultaban inasequibles para la mayoría de agricultores.

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