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En Busca De Una Educación Revolucionaria


Enviado por   •  17 de Febrero de 2014  •  11.626 Palabras (47 Páginas)  •  1.156 Visitas

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En busca de una educación revolucionaria 1924-1934 Francisco Arce Gurza Introducción Poco después de la renuncia de Vasconcelos a la Secretaría de Educación, concluyó el periodo presidencial del general Obregón y tocó al general Calles, antiguo maestro sonorense, ocupar la silla presidencial. Aunque ambos presidentes eran sonorenses y sus gobiernos tuvieron características semejantes, el de Calles tuvo un sello propio. El callismo se instaló en el poder con un ímpetu transformador sin igual. Se sentía responsable de llevar a cabo una organización permanente que diera al país una fisonomía definitiva. Para Calles la revolución consistía precisamente en organizar el país y echar a andar su economía. Hacer la revolución era producir alimentos, crear industrias, educar y organizar las finanzas. En una palabra, sentar las bases para el progreso de México. Progreso y revolución fueron para Calles palabras sinónimas. Su realización requería sin embargo de un elemento adicional: paz y estabilidad políticas. La consecución de esta última meta implicaba la consolidación de un gobierno fuerte capaz de vencer o asimilar, según fuera el caso, la ambición de una serie de grupos y líderes que, desde los tiempos de la revolución, habían creado núcleos de poder independientes, capaces de rivalizar con el gobierno callista. También para echar a andar la economía del país era menester un gobierno poderoso, dinámico, que abriera brecha en diversos ramos de la actividad económica. Todas estas tareas tomaban tiempo y Calles decidió tomárselo. Visto desde esta perspectiva, es decir, desde la perspectiva de las metas que persiguió Calles, se puede decir que el callismo duró hasta 1935, cuando de alguna manera sus ideales habían tenido logros parciales y había surgido un hombre (Cárdenas) con suficiente fuerza política como para enfrentarse al "jefe máximo" y vencerlo. Conviene sin embargo dividir este largo periodo en dos partes que marcan etapas más o menos distintas: los cuatro años de la presidencia de Calles, y los años del "maximato". Pero debemos tener presente que, aunque hubo una evolución marcada respecto a la manera en que la paz y el progreso debían configurarse, éstos fueron los dos ideales que estuvieron en el corazón de los procesos sociales y de sus principales protagonistas.

La educación en estos años estuvo entramada en el complicado tejido de la época. Al igual que en los años de Vasconcelos, se pensó en la educación como en una panacea, pero radicalmente distinta. Ya no se trataba de educar al pueblo en los ideales humanistas de la cultura occidental, sino de hacer que la educación se

convirtiera en un instrumento del progreso y del desarrollo económico. En cierto modo la mejor crítica del vasconcelismo educativo debe buscarse, no entre quienes lo criticaron verbalmente, sino entre aquellos que estuvieron encargados de planear el nuevo esquema educativo. La escuela callista partía del supuesto de que mientras no hubiera paz y progreso material, los ideales humanistas resultarían accesorios. A Calles no le interesaba este tipo de cultura. Le importaba que los campesinos hicieran producir la tierra, que los obreros se adiestraran en las técnicas modernas de producción y que el país saliera del caos económico en que se encontraba desde la revolución. La educación tenía que servir a estos propósitos. No debe pensarse, sin embargo, que el pragmatismo de Calles no encarnara en sí mismo un ideal cultural. Su idea del progreso, como veremos más adelante, emanaba de un ideal modernizador, cuyos rasgos culturales fueron manifiestos a todo lo largo de la época. La modernización se había convertido para estos años en una especie de mito que embebió a políticos y educadores. La modernización —pensaban— acabaría con la escasez y en este sentido aliviaría la pobreza del pueblo. Esto reduciría las disparidades entre las clases y favorecería la armonía social. Además, liberaría al pueblo de los mitos religiosos con la llave de la razón y de la ciencia. Calles creía firmemente que su plan de gobierno descansaba sobre estos valores y el programa educativo estuvo en cierto modo encargado de divulgarlos o imponerlos. Este espíritu no fue privativo de Calles y su camarilla política. Muchos maestros, gobernadores y políticos menores comulgaban con él y, a pesar de que una gran parte del pueblo reprobó los métodos callistas, el ideal modernizador comenzó a filtrarse en amplias capas de la población. Aunque la historia de la educación en estos años se caracterizó por los enfrentamientos ideológicos a que dio lugar, lo que tienen en común los diversos programas reformistas, desde la escuela racionalista hasta la educación socialista, fue precisamente su afán modernizador.

Se dice con frecuencia que la educación es portadora de los valores culturales de una época. En los años veinte y treinta hay una marcada preocupación por crear una educación que exprese los valores de la revolución mexicana, pero lo que aún no estaba claro era cuáles eran estos valores. En este sentido, la gran efervescencia ideológica, y los debates educativos característicos de estos años estuvieron enmarcados en una discusión más amplia sobre el sentido global de la experiencia revolucionaria. Los valores que se propusieron para ser enseñados en las escuelas fueron muy diversos: variaban de una región a otra y de un grupo social a otro. Coexistieron y se enfrentaron constantemente la educación católica, la educación laica, la escuela racionalista, la educación activa, la educación socialista y muchas otras. Aunque las diferencias entre una y otra no fueron siempre tan grandes como

pensaban quienes las postularon, la nota dominante en el ambiente educativo de estos años fue el desacuerdo. En las polémicas educativas, los protagonistas estuvieron en general más preocupados por definir una doctrina y combatir otra, que por mejorar realmente los métodos y las instituciones educativas. Esto se explica porque los debates educativos no sólo reflejaban diferencias ideológicas, sino también pugnas políticas. La lucha por el poder era también la lucha por imponer una ortodoxia revolucionaria. No obstante, al estudiar la historia educativa de estos años, uno se pregunta hasta qué punto las pugnas entre políticos y líderes educativos sirvieron para aliviar la ignorancia de tantos pueblos a donde nunca llegaron las escuelas. Los líderes educativos estuvieron demasiado preocupados por definir qué se iba a enseñar, pero, salvo unas cuantas excepciones, se olvidaron de pensar cómo sus ideas grandilocuentes llegarían realmente al pueblo, de modo que la mayoría de las decisiones sobre lo que sería la educación revolucionaria se quedaron en el papel. Muchos maestros nunca entendieron el contenido de las reformas ideológicas que tanto ruido

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