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Feudalismo O Capitalismo


Enviado por   •  25 de Noviembre de 2014  •  4.471 Palabras (18 Páginas)  •  285 Visitas

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Feudalismo o capitalismo en la historia colonial de américa latina

FEUDALISMO O CAPITALISMO EN LA HISTORIA COLONIAL DE AMERICA LATINA

Alexis Guardia

Araucaria de Chile. Nº 4, 1978.

Quien intente estudiar la naturaleza social y económica del período colonial en América Latina no puede dejar de abordar a lo menos tres problemas fundamentales. El primero dice relación a la inevitable tendencia que surge de parte del analista por situar la etapa colonial respecto de las conocidas categorías históricas de feudalismo o capitalismo. El segundo, en buena medida vinculado con el anterior, es aquel que trata del carácter del desarrollo económico de España en la época de la conquista y de la administración colonial, aspecto reconocidamente importante por su incidencia en la formación de la estructura económica colonial. Por último, sabiendo que la monarquía española delegó la conquista y explotación de recursos mineros en verdaderas empresas privadas, es de interés conocer el carácter de estas empresas, pues en buena medida ellas también sellaron los rasgos de la economía colonial.

Estos tres problemas han sido objeto de diversas interpretaciones, creando así una especie de «quid pro quo» en la historia económica de la región. Lo que nos proponemos no es la construcción de una versión adicional, sino más bien la presentación de un balance reflexivo que ayude a desentrañar los equívocos posibles, única forma de avanzar derechamente hacia el estudio de las especificidades históricas latinoamericanas.

1. Del uso e implicancias de las categorías históricas: feudalismo y capitalismo

Durante los últimos diez a quince años ha brotado con mucha fuerza en América Latina la necesidad de reinterpretar el período colonial a fin de situarlo más bien -contrariamente a lo que tradicionalmente se afirmaba- como un caso de desarrollo capitalista. La controversia que se ha desatado en torno a esta hipótesis ha tenido al menos el mérito de profundizar la reflexión sobre el carácter del período en cuestión. Si bien los esfuerzos por demostrar el capitalismo del período colonial han sido infructuosos, no se puede dejar de convenir que ellos han ayudado finalmente a tomar mayor conciencia sobre la especificidad del feudalismo latinoamericano.

Evidentemente, muchas veces los términos «feudalismo» o «capitalismo» se emplean en forma equívoca. Así, por ejemplo, cuando algunos historiadores usan el concepto de feudalismo, limitándolo sólo a las formas jurídicas y políticas que nacen del feudo, dejan en la sombra las relaciones que de hecho se establecen entre los productores directos y el señor feudal, cuestión esta última tanto o más importante, en la medida que históricamente ellas han surgido antes que el feudo. Un reconocido especialista en la materia como Marc Bloch señala:

«Contemporáneos de la monarquía absoluta, Boulainvilliers y Montesquieu sostenían que la parcelación de la soberanía, entre una multitud de pequeños príncipes o aun de señores de aldea, era la singularidad más sorprendente de la Edad Media. Ellos creían expresar este carácter al pronunciar el nombre de feudalidad, pues, cuando hablaban de feudos, pensaban tanto en los principios territoriales como en los señoríos. Pero ni todos los señoríos, en el hecho, eran feudos, ni todos los feudos eran principados o señoríos. Sobre todo es lógico dudar que un tipo de organización social tan compleja pueda ser calificada adecuadamente, ya sea por su aspecto exclusivamente político, ya sea si se toma el feudo en todo el rigor de su acepción jurídica, por una forma de derecho real, entre muchos otros». (1)

Cuando el concepto de feudalismo se emplea en el sentido de la atomización del poder central y la delegación de jurisdicción en el feudo, entonces la caracterización del período colonial en América Latina no puede ser estrictamente feudal, pues la clase terrateniente nunca tuvo la plena jurisdicción sobre los campesinos; al contrario, la colonia se distingue, entre otras cosas, por la centralización de la administración colonial y una cierta autonomía del poder judicial, que limita la jurisdiccionalidad de hecho de los propietarios. Por eso la historiografía tradicional prefiere hablar de la encomienda como cuasi-señorío.

Pero el concepto de capitalismo igualmente se le emplea en forma equívoca, en particular cuando se le identifica exclusivamente con las relaciones de mercado o bien con la existencia de la moneda o el comercio. Se sigue de esta concepción que el feudalismo correspondería estrictamente a la economía natural. Estas proposiciones han sido ampliamente debatidas y no es nuestra intención reproducir los pro y contra. (2)

Si la naturaleza del capitalismo no está en la circulación de mercancías y si las formas jurídicas y políticas que nacen del feudo no definen los rasgos esenciales del feudalismo, ¿cómo encontrar el carácter fundamental de ambos sistemas? Difícil sería desconocer que Marx abrió una perspectiva interesante a este problema cuando señalaba:

«La relación directa existente entre los propietarios de las condiciones de producción y los productores directos -relación cuya forma corresponde siempre de un modo natural a una determinada fase de desarrollo del tipo de trabajo y, por tanto, a su capacidad productiva social- es la que nos revela el secreto más recóndito, la base oculta de toda la construcción social y también, por consiguiente, de la forma política de la relación de soberanía y dependencia, en una palabra, de cada forma específica de Estado». (3)

La posibilidad abierta por Marx hace del estudio de la producción, apropiación y utilización del excedente económico, el eje ordenador de cualquier investigación histórica que pretenda desentrañar la naturaleza económica de una formación social, sin por ello desintegrar la expresión política y jurídica de la misma.

El mecanismo de mercado que acompaña la evolución histórica del excedente juega diferentes papeles o funciones según el grado de desarrollo alcanzado. Así, el mercado es un hecho histórico anterior al capitalismo, de tal suerte que no es extraño que éste participe dentro de relaciones precapitalistas; a propósito de este fenómeno, el historiador Kula observaba que:

«No siempre se comprende que en la economía precapitalista, los fenómenos de mercado obedecen frecuentemente a leyes que son específicas, en particular, en lo que dice relación a su influencia sobre otro sector de la economía, a saber, el sector no comercializado, y por lo mismo sobre el conjunto de la economía». (4)

El estudio de las funciones del mercado en el desarrollo histórico, y su eventual desaparición en formas sociales superiores, aún desconocidas históricamente, es, sin duda, una materia de gran relevancia en la investigación histórica. Sin embargo, esto último no invalida el supuesto de que las relaciones de mercado no definen necesariamente el carácter y contenido de las relaciones sociales que se establecen en la producción de un sistema económico dado. Para un investigador marxista, éste es un asunto vital; más aún, la riqueza del método legado por Marx, entre otras cosas, está en esta distinción. Es decir, el contenido de las relaciones sociales se dan en el proceso de producción de mercancías y no en el de su circulación. Desde este punto de vista, y parafraseando a Marx, no es lo mismo el vino producido por esclavos que por siervos o asalariados agrícolas.

Por consiguiente, si en la Antigüedad, en la Edad Media o en el período colonial una parte de la producción se destinaba al mercado, ello no es suficiente para caracterizarlos como sistemas capitalistas; incluso el feudalismo europeo clásico existió a partir del siglo XIII con un importante desarrollo del intercambio. Por último, es sabido que en el siglo XVI el proceso de refeudalización que conoció Europa Oriental se realizó concurrentemente con su integración al mercado mundial.

Ahora bien, en el feudalismo las relaciones sociales de producción se presentan fundamentalmente alrededor de la tierra, pues se trata de una economía con una estructura productiva centrada en la agricultura. ¿Cuál es el contenido esencial de estas relaciones? Ha sido M. Dobb quien ha propuesto una respuesta adecuada cuando plantea:

«La definición de feudalismo que proponemos adoptar no destacará la relación jurídica entre vasallo y soberano ni la relación entre producción y destino del producto, sino la relación entre el productor directo (sea éste artesano de un taller o campesino que cultive la tierra) y su superior o señor inmediato y el contenido económico-social de la obligación que los liga... Con ello será virtualmente idéntica a lo que generalmente entendemos por servidumbre: una obligación impuesta al productor por la fuerza, e independientemente de su voluntad, de cumplir ciertas exigencias económicas de un señor, ya cobren éstas la forma de servicios a prestar o de obligaciones a pagar en dinero o en especies...» (5)

Se desprende de esta conceptualización de feudalismo que el factor de coacción extraeconómica es primordial para entender por qué el productor directo, hallándose en posesión de sus propios medios de producción y creando sus propios medios de subsistencia, se vea obligado a producir un excedente económico para alguien ajeno. En el sistema feudal clásico, el desarrollo de las instituciones jurídicas y políticas, así como de la propia ideología de la época, desempeñan las funciones de coacción. En este cuadro, el intercambio y la producción efectuada para un mercado local o mundial puede ser un elemento de carácter exógeno que ayuda a transformar dichas relaciones, pero no es consustancial a ellas.

Luego si bien la producción destinada al mercado puede ser condición necesaria para un régimen de producción capitalista, ella no es suficiente para calificarla de tal, pues el capitalismo aparece sólo con la producción generalizada de mercancías. Es decir, cuando la fuerza de trabajo deviene también una mercancía y, en consecuencia, la producción para el mercado descansa sobre la explotación del trabajo asalariado; la relación capital-trabajo asalariado, elemento distintivo del régimen de producción capitalista, superará la compulsión existente sobre la fuerza de trabajo en el feudalismo a través de un contrato de salario, cuestión que supone un complejo período histórico en el que se disuelve la servidumbre.

Finalmente, el problema de la precisión de las categorías históricas, precedentemente discutidas, tiene importancia en la medida que ello influye no sólo en la ordenación y descripción de los hechos históricos, sino en las hipótesis que de ellas se derivan. Para evitar todo esquematismo o reducir el problema a un simple asunto de clasificación y definiciones, diremos que las categorías de feudalismo o capitalismo fijan sólo un marco teórico, los hechos pueden aproximarse o alejarse de este marco, pero jamás puede haber una identidad entre ambos, porque históricamente ninguna sociedad registra una perfecta homogeneidad en las relaciones sociales, y aunque ésta fuera muy grande, siempre habría una especificidad en la forma en que ellas se constituyen y reproducen. Así, por ejemplo, la economía colonial en América Latina se aleja bastante de lo que hemos conceptualizado como régimen de producción capitalista, y aunque se acerca mucho más a lo que hemos definido como feudalismo, ello no impide que ciertas particularidades del desarrollo económico de la época configuren una variante del «feudalismo clásico».

Por otra parte, el empleo equívoco de estas categorías históricas no ha dejado de tener influencia en la joven historia económica latinoamericana, la mayoría de las veces a través de simplificaciones que no se compadecen con el necesario rigor entre hipótesis y realidad histórica. Así, por ejemplo:

«Para nosotros -dice el profesor Vitale- el descubrimiento, la conquista y la colonización de América fueron la expresión de un país que había roto las trabas del régimen de economía rural del medioevo. La conquista tuvo un sello capitalista: la explotación y comercialización de metales preciosos. El colonizador, a pesar de sus reminiscencias feudales, obliga a los indios a producir para el mercado europeo. La economía colonial no se estructura sobre la base de la economía natural de trueque, de la pequeña producción del feudo, sino que se fundamenta en la explotación de materias primas para el mercado internacional, en una escala relativamente amplia y mediante el empleo de grandes masas de trabajadores indígenas». (6)

En esta afirmación no sólo existe una confusión entre feudalismo y economía natural -cuestión que aún es discutida en la historiografía-, sino también una identidad entre relaciones de mercado y capitalismo, lo cual conlleva a pasar por alto el problema de las relaciones específicas establecidas entre la masa de trabajadores indígenas y los propietarios de las condiciones de producción, acarreando con ello una visión equívoca del período colonial, pues, por una parte, sería capitalista en tanto exportadora y feudal, en tanto que no existe la mano de obra asalariada.

En esta misma perspectiva se ubican los trabajos del profesor Frank, para quien la identidad entre relaciones de mercado y relaciones capitalistas constituye su viga maestra en la interpretación del desarrollo económico latinoamericano del período colonial y, en particular, de la economía chilena. En efecto, el citado autor exponía:

«Las mismas contradicciones capitalistas comienzan a determinar el destino de Chile en el siglo XVI. Desde el comienzo de su existencia colonial, Chile tuvo una economía exportadora. La economía interna, la estructura política y social de Chile siempre fue y aún permanece determinada primordialmente por la naturaleza específica de su participación en el sistema capitalista mundial y por la influencia de este último en todos los aspectos de la vida chilena». (7)

De esta manera, para Frank, Chile siempre habría conocido un desarrollo capitalista, en tanto que desde sus inicios esta economía se vinculó al mercado mundial a través de la exportación de metales preciosos. Dejando de lado la aventurada hipótesis de que el mercado mundial del siglo XV correspondiera a rasgos homogéneamente capitalista de sus participantes, resulta extremadamente difícil aceptar que la exportación de metales preciosos durante la colonia expresa por sí misma una relación capitalista, sin siquiera explorar las formas particulares de la explotación de la mano de obra. Sin duda, no es indiferente para la historia económica latinoamericana -y así lo demuestran los innumerables trabajos historiográficos sobre el tema- que dichas exportaciones se hicieran sobre la base de una explotación de la mano de obra que toma formas de servidumbre o cuasi-esclavitud.

En esta visión mítica, de una América Latina capitalista ya en el siglo XVI, el desarrollo económico del período colonial -como también el período post-colonial- es concebido por Frank como una fatal disparidad entre «metrópolis» y «satélites», las cuales, ubicadas en una cadena de relaciones mercantiles de distinta graduación, hacen del mercado el mecanismo que permite a la metrópolis expropiar el excedente económico del satélite *.

Se comprenderá sin mayores dificultades que bajo esta perspectiva queda en la sombra todo el problema de la organización social de la producción y las formas sociales específicas de creación y apropiación del excedente; además de dejar en la penumbra a la estructura de clases que el desarrollo económico produce. Por ello, tanto los críticos como los divulgadores de las tesis de Frank coincidían en que la gran restricción de este tipo de análisis era justamente que dejaba fuera del desarrollo la estructura social y su imbricación con la producción. En realidad, éste no fue un olvido involuntario del citado autor, sino la consecuencia lógica de la opción teórica por él escogida, a saber, su concepción equívoca de las categorías históricas de capitalismo y feudalismo.

2. El imperialismo español, etapa superior del feudalismo

Durante mucho tiempo persistió la idea de que el período colonial conocido en América Latina habría sido el resultado de un trasplante, más o menos exitoso a la región, de un feudalismo hispano. En sentido inverso, últimamente se ha desarrollado la hipótesis de que siendo España a la época más bien capitalista que feudal, el trasplante habría sido el de un «capitalismo hispano».

Existen dos cuestiones fundamentales involucradas en ambas apreciaciones disímiles. Por una parte, el término de «trasplante» no puede tener sino un valor muy relativo, cuando no derechamente equívoco, pues desde el punto de vista demográfico y social, la implantación colonial española no se insertó en un continente vacío. Como es bien sabido, a la llegada de los españoles la población indígena se estima entre 60 a 80 millones de habitantes, y, dentro de ésta, las civilizaciones aztecas, maya e incásica representaban alrededor de 27 millones para las dos primeras y entre 8 y 10 millones de habitantes para las últimas; sin lugar a dudas, la implantación colonial tuvo que hacer frente a estas culturas indígenas evolucionadas, lo que ya constituye un sesgo importantísimo al simple trasplante de las instituciones hispanas.

Por cierto, los hombres de la conquista y, más tarde, los de la colonización traen consigo una mentalidad y una cultura que corresponde a la España de fines del siglo XV y siglo XVI, cultura que a su vez es tributaria de su propia historia; existe una natural inercia a reproducir costumbres e instituciones de la metrópolis. No obstante, todas ellas sufren el influjo de la reasignación de recursos que provoca la nueva estructura económica colonial, así como también sufre los efectos de la dominación sobre las culturas indígenas. Además, la especificidad histórica que se abre en el período colonial no es ajena a la evolución europea dentro del proceso de transición del feudalismo al capitalismo y, en particular, el que dice relación a la propia España.

Un corolario que surge de la teoría del trasplante es la hipótesis de la diferenciación entre la colonización española en América Latina y la colonización inglesa de América del Norte del siglo XVII, aduciendo que esta última dejó como herencia un desarrollo capitalista, explicable sólo por la disparidad de desarrollo relativo entre España e Inglaterra. Naturalmente, la implantación colonial de los ingleses en América del Norte está desde temprano imbuida del «espíritu» capitalista del que nos hablan Sombart o Weber, «espíritu» que no puede surgir sino bajo las condiciones sociales y económicas avanzadas del capitalismo inglés del siglo XVII y XVIII. Con todo, ésta no puede ser una hipótesis exhaustiva del origen del capitalismo americano, pues deja de lado las particularidades de su constitución, las que explican en buena medida el despliegue de su base capitalista, entre otras, la falta de una estructura pre-capitalista sólida.

Por otra parte, la historiografía española tiende más bien a confirmar la hipótesis de que España conoció, en la época que nos interesa, un sistema social y económico de carácter feudal más que capitalista, aunque con singularidades tales que hacen de ella una variante más del feudalismo clásico. Así, la particularidad histórica del feudalismo hispano influirá no tanto en su eventual trasplante -que además está limitado por el nivel de productividad que puede generar- como en el tipo de relaciones que establece España con sus colonias reflejadas en el monopolio del comercio y el carácter de la burocracia encargada de la administración colonial.

2.1. Sobre algunas particularidades del feudalismo español

Diferentes estudios sobre la historia de España coinciden en sostener que la prolongada permanencia de la invasión musulmana en la península Ibérica, prácticamente del año 711 hasta 1492, la separan del feudalismo clásico conocido en Europa occidental durante los siglos X, XI y XII. (8)

En efecto, la reconquista de los territorios ocupados, que duró por lo demás de tres a ocho siglos, según las regiones, implicó, por una parte, formas particulares de colonización señorial que desde ya marcó una diferenciación respecto al feudalismo del resto de Europa, y, por otra, porque la propia ocupación musulmana interrumpió el desarrollo de las formas clásicas del feudalismo. Un especialista en el período, bajo una concepción más bien jurídica y política del feudalismo, observaba que:

«La invasión musulmana fue, en efecto, de graves consecuencias no sólo para la historia política de España, sino también para la evolución económica y social, que en la península Ibérica, como en todas partes, llevaba hacia el sistema feudal; y por lo pronto es menester subrayar que esa invasión tuvo como efecto inmediato la destrucción de los grandes dominios de la época visigoda y la ruina de la poderosa nobleza del reino de los godos. De esta manera, a partir de la conquista de España por el Islam, la evolución hacia el feudalismo quedó truncada y marcó una pausa, que hará de España, con relación a Francia y al resto del occidente europeo, un país en el que sin duda se desarrollaron el "vasallaje" y el "beneficio" e incluso las "inmunidades", si bien estas instituciones revistiesen caracteres muy particulares, pero que no fue nunca una verdadera sociedad feudal». (9)

Aunque existe gran coincidencia en la visión de una España que no reproduce las instituciones feudales clásicas, nadie afirma en forma tajante que la reconquista significó el establecimiento de relaciones capitalistas, no obstante que la presencia musulmana en la península significó un desarrollo comercial y urbano de importancia, y que la reconquista, a pesar de su carácter feudalizante, no pudo borrar totalmente. Por ello se habla de la España de los siglos XIII, XIV y XV como semi-feudal o pre-capitalista.

Sin embargo, resulta de suma importancia destacar en esta incompleta revisión que durante el siglo XII y XIII, Cataluña (así como Valencia, Baleares y el propio Portugal) es un significativo centro de desarrollo comercial con influencia sobre el Mediterráneo, que la hace comparable muchas veces a las repúblicas comerciales italianas. Pero por razones que aún se discuten en la historiografía española, en la segunda mitad del siglo XV sitúa el colapso de Cataluña como centro potencialmente estructurador de una formación social capitalista más vasta. Entre las diferentes razones que se aducen para explicar tal colapso están las de una importante disminución demográfica a causa de las pestes del siglo XIV y la crisis agraria a que ello condujo posteriormente. El repliegue comercial de Cataluña habría ocurrido una vez que se agudiza la escasez de mano de obra y se produce una disminución de capitales salidos de la agricultura, todo !o cual incide en una detención no sólo del comercio, sino también del desarrollo de la relación capital-trabajo asalariado. A comienzos del siglo XV sólo se habría registrado una inercia, resultado del impulso comercial precedente, y la burguesía catalana deviene poco a poco en una burguesía parasitaria, al desplazar su capital dinero a los circuitos de que proporcionan una renta fija y, entre otros, el endeudamiento público. La propiedad territorial tiende en esta situación a restablecer sus antiguos privilegios, en especial aquellos que dicen relación con la explotación de la mano de obra, creándose así una tensión que lleva finalmente a una rebelión campesina de importancia. Pero la transformación de la burguesía comercial en «burguesía rentista» señala el aspecto más relevante de este proceso de involución. Como muy bien lo señala Vilar:

«Es así cómo el rentista sucede al empresario y cómo se pierde una burguesía. Arrastrada hacia la nobleza o la semi-nobleza de los "ciutadans honrats", prefiere sentirse más cerca del rev en sus cargos o de la condición noble a través de la propiedad rústica. En caso de triunfar saldrá por la puerta grande de su condición burguesa. En caso de fracasar resultará arruinada por la desvalorización de las rentas». (10)

La decadencia de Cataluña coincide con la expansión de Castilla y el éxito de la unidad hispana. El término del siglo XV queda sellado con la expulsión definitiva de los musulmanes de la península, cierre de la reconquista territorial y apertura de la conquista del Nuevo Mundo.

La reconquista territorial, encabezada por el reino de Castilla, muchas veces ha sido considerada como un período de refeudalización, cuestión cierta siempre y cuando se dejen establecidas las particularidades a que da lugar dicho proceso. En efecto, el prolongado período de reconquista y la inseguridad de los territorios recuperados, así como la necesidad de formar ejércitos casi regulares, dio origen a una menor compulsión sobre la mano de obra y a una mayor importancia de la pequeña nobleza y de los pequeños propietarios. El mismo Vilar nos dice:

«Las necesidades del combate y las de la repoblación imprimieron a la sociedad española de la época curiosas particularidades. Por una parte, la guerra mantuvo lo bastante alto el prestigio real para retrasar la formación del feudalismo; por otra parte, los elementos populares disfrutaron de excepcionales favores. El trabajo de la tierra, la autodefensa de los lugares reconquistados, exigían numerosas concesiones personales o colectivas del tipo de la behetrías (protección de un hombre o de un grupo por un señor de su elección) o del tipo de las cartas pueblas (carta concedida para la repoblación). Sobre estas bases, aunque el sistema feudal se desarrolló, las comunidades campesinas o urbanas fueron fuertes y relativamente libres». (11)

Además, la reconquista territorial y el proceso de refeudalización que la acompañó no fue incompatible con el desarrollo del intercambio y del comercio; por el contrario, a pesar de la «debilidad económica congenital» de Castilla, la conquista de la mayor parte de Andalucía en el siglo XIII le permitió integrarse a un mercado más amplio. Gracias, en buena medida, a los privilegios otorgados a la asociación de ganaderos transhumantes (mesta) en 1391, se produjo no sólo un aumento en la extensión de pastos, sino también en el comercio interno, abriendo incluso algunas líneas de exportación de lanas merinas a Flandes durante el siglo XV.

Mientras la reconquista integra los territorios a un tipo de feudalismo de acuerdo a las circunstancias históricas ya señaladas, la aristocracia terrateniente y el clero se afirman en este proceso como los pilares principales de la formación social española de los siglos XVI, XVII y XVIII, sin por ello negar el resto de las particularidades de orden pre-capitalista. Una vez terminada la reconquista a fines del siglo XV y agotada la frontera territorial que permitía la repartición de tierras y la posibilidad de llegar a ser «noble» por la guerra, se produce una consolidación regresiva del sistema, y la expansión colonial no hace sino reforzar esta tendencia.

De diversos trabajos historiográficos sobre España, referidos a la época que precede a la conquista y colonización de las Indias, se desprende que, a medida que avanzaba la reconquista en la península, la monarquía, y en especial la que selló la unidad de los reinos de Castilla y Aragón (1479), lograron ir consolidando un Estado monárquico; limitando la autonomía de la nobleza y transformándola en una capa dependiente evitaron la fragmentación del poder político.

Desde el punto de vista económico, las relaciones sociales que se establecen en torno a la producción son dominantemente de carácter feudal, no sólo por la elevada concentración de la propiedad territorial, sino por la forma «señorial» de extracción y apropiación del excedente económico. La renta territorial es la principal fuente de financiación de la monarquía, y el clero y la explotación de la mano de obra, en su inmensa mayoría ubicada en el campo, es de carácter no-asalariado. El hecho de que las relaciones sociales dominantes en la economía española, durante el período pre-colonial o colonial, no sean las de capital-trabajo asalariado, no significa la ausencia de comercio, ni tampoco la inexistencia del artesanado o incluso de relaciones capital-trabajo asalariado en algunas actividades. Lo significativo es que todas estas últimas relaciones, que bien podrían calificarse «grosso modo» de pre-capitalistas, están inmersas en las relaciones de carácter feudal, sin por ello diluir la hegemonía de estas últimas. Tal vez la prueba más concluyente del peso de las relaciones feudales en la formación social española es que durante trescientos años de expansión colonial y extracción de excedentes de las colonias ello no dio origen a un desarrollo capitalista de carácter industrial en España. Por ello, no sin justa razón, historiadores como Vilar llaman a este período: «imperialista, etapa superior del feudalismo».

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