Fragmento Del Libro Octavo, décimo Primer Capítulo De La República De Platón
orube28 de Enero de 2015
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XI. - Pues bien -comencé yo-, la ciudad nace, en mi opinión, por darse la
circunstancia de que ninguno de nosotros se basta a sí mismo, sino que
necesita de muchas cosas. ¿O crees otra la razón por la cual se fundan las
ciudades?
- Ninguna otra -contestó.
- Así, pues, cada uno va tomando consigo a tal hombre para satisfacer esta
necesidad y a tal otro para aquella; de este modo, al necesitar todos de
muchas cosas, vamos reuniendo en una sola vivienda a multitud de personas
en calidad de asociados y auxiliares y a esta cohabitación le damos el nombre
de ciudad.
¿No es así?
- Así.
- Y cuando uno da a otro algo o lo toma de él, ¿lo hace por considerar que ello
redunda en su beneficio?
- Desde luego.
- ¡Ea, pues! -continué-. Edifiquemos con palabras una ciudad desde sus
cimientos. La construirán, por lo visto, nuestras necesidades.
- ¿Cómo no?
- Pues bien, la primera y mayor de ellas es la provisión de alimentos para
mantener existencia y vida.
- Naturalmente.
- La segunda, la habitación; y la tercera, el vestido y cosas similares.
- Así es.
- Bueno -dije yo-. Y cómo atenderá la ciudad a la provisión de tantas cosas?
¿No habrá uno que sea labrador, otro albañil y otro tejedor? ¿No será
menester añadir a éstos un zapatero y algún otro de los que atienden a las
necesidades materiales?
- Efectivamente.
- Entonces una ciudad constará, como mínimo indispensable, de cuatro o cinco
hombres.
- Tal parece.
- ¿Y qué? ¿Es preciso que cada uno de ellos dedique su actividad a la
comunidad entera, por ejemplo, que el Labrador, siendo uno solo, suministre
víveres a otros cuatro y destine un tiempo y trabajo cuatro veces mayor a la
elaboración de los alimentos de que ha de hacer partícipes a los demás? ¿O
bien que se desentienda de los otros y dedique la cuarta parte del tiempo a
disponer para él sólo la cuarta parte del alimento común y pase Las tres
cuartas partes restantes ocupándose respectivamente de su casa, sus
vestidos y su calzado sin molestarse en compartirlos con Los demás, sino
cuidándose él solo y por sí solo de sus cosas?
Y Adimanto contestó:- Tal vez, Sócrates, resultará más fácil el primer procedimiento que el segundo.
- No me extraña, por Zeus -dije yo-. Porque al hablar tú me doy cuenta de que,
por de pronto, no hay dos personas exactamente iguales por naturaleza, sino
que en todas hay diferencias innatas que hacen apta a cada una para una
ocupación. ¿No lo crees así?
- Sí.
- ¿Pues qué? ¿Trabajaría mejor una sola persona dedicada a muchos oficios o
a uno solamente?
- A uno solo -dljo.
- Además es evidente, creo yo, que, si se deja pasar el momento oportuno para
realizar un trabajo, éste no sale bien.
- Evidente.
- En efecto, la obra no suele, según creo, esperar el momento en que esté
desocupado el artesano; antes bien, hace falta que éste atienda a su trabajo
sin considerarlo como algo accesorio.
- Eso hace falta.
- Por consiguiente, cuando más, mejor y más fácilmente se produce es cuando
cada persona realiza un solo trabajo de acuerdo con sus aptitudes, en el
momento oportuno y sin ocuparse de nada más que de él.
- En efecto.
- Entonces, Adimanto, serán necesarios más de cuatro ciudadanos para la
provisión de Los artículos de que hablábamos. Porque es de suponer que el
labriego no se fabricará por sí mismo el arado, si quiere que éste sea bueno,
ni el bidente ni los demás aperos que requiere
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