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Historia Policial

kariali2014201420 de Junio de 2014

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EL ESCALOFRIANTE CRIMEN DE LAS “CAJITAS DE AGUA”

En junio de 1923, Santiago de Chile era muy distinto a lo que es hoy. Su esplendor arquitectónico se reducía a los remanentes que había dejado la explotación salitrera y algunos de los edificios que hoy le dan su aspecto característico en el centro de la capital, recién comenzaban a ser levantados. El régimen parlamentario y el Estado convertido en la menos decorosa servidumbre de la aristocracia, estaban en decadencia y cerca de llegar a su fin. Con sólo medio millón de habitantes, la ciudad conocía muy poco de industrialización y los problemas sociales generados por la migración del elemento campesino hacia la urbe se notaban: miseria, marginalidad, analfabetismo, incultura.

El día miércoles 6 de ese mes otoñal, a las 16:00 horas, la Segunda Comisaría de la Policía Fiscal dio aviso urgente a la Sección de Seguridad, futura Policía de Investigaciones, sobre un siniestro hallazgo realizado por el trabajador Ismael Gatica Labbé en las llamadas “cajitas de agua” del río Mapocho, a la altura de la actual Plaza Baquedano, por entonces Plaza Italia.

Las “cajitas de agua” eran unos compartimentos o "pozos" de rejillas de forma rectangular (de ahí el nombre) que se encontraban en los canales que salían del Mapocho, alimentado por el cauce con la distribución de las aguas. Se las hallaba en el área donde hoy se eleva la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile y la Plaza Baquedano. Tenían por función, además, descargar parte del volumen del río arrojándolo a una red de galerías subterráneas de alcantarillado.

Gatica era el encargado de limpiar diariamente las rejillas de estos pozos o “cajitas”, y fue en esta labor que encontró un siniestro objeto: un paquete conteniendo una pierna izquierda humana en su interior, según pudo constatarlo al acercar el bulto con un palo. Esa misma noche, encontró allí también otro paquete, ahora con un grupo de vísceras humanas.

Pese a lo impresionante que podía ser para la sociedad de la época un descubrimiento de estas características, el trabajador había llevado personalmente los restos hasta la Comisaría, causando pavor y una ola de rumores sobre tan escalofriante suceso. El propio Gatica, quizás impulsado por la ignorancia y el afán de notoriedad, también hizo algo de publicidad sobre el hallazgo entre sus conocidos, antes de llegar con él hasta las autoridades policiales. Según el escritor y detective René Vergara, los agentes tampoco hicieron mucho por mantener las reservas en torno al resto humano, conmovidos por tan inusual descubrimiento.

Así pues, cuando el Subcomisario Ventura Maturana y el Agente Luis Díaz llegaron a la Comisaría a analizar los restos, la noticia había cundido por la ciudad como un reguero de pólvora. El día 7 ya estaba en los titulares de “Los Tiempos”.

Al estudiarlos, los peritos descubrieron que el paquete con que lo habían envuelto estaba hecho con hojas de los periódicos “El Diario Ilustrado” y “La Nación”. Prácticamente se habían disuelto tras tanto rato sumergidas y soportando la corriente, pero aún así pudo precisarse la fecha del diario: el sábado 2 de junio anterior.

La pierna estaba doblada y poderosamente amarrada con cáñamo, pues el criminal había intentado reducir su tamaño para transportarla sin despertar sospechas hasta el lugar del río donde la arrojó. Tenía un fragmento del sucio calzoncillo largo que usó el fallecido al momento de ser mutilado con un cuchillo grande y ancho, según se precisó por las características de los cortes. Esto hacía sospechar que el asesino realizó la mutilación con velocidad y sin pulcritud.

Al poner atención en el pie, se dedujo que correspondería más bien a un tipo de estrato social bajo, probablemente un mendigo o un obrero muy pobre. Era un pie muy pequeño, de sólo 24 centímetros, equivalente a la talla 37, más o menos, afectado por un juanete y por cayos en el talón, además de otras señales de un uso inadecuado de calzado y notoria falta de higiene en las uñas.

Sin embargo, como no existía experiencia sobre mutilaciones de este tipo en la criminología nacional, los detectives quedaron confundidos y con escasas cartas de solución a mano. Como el rumor del hallazgo ya se había extendido por toda la sociedad santiaguina alcanzando a la prensa, aparecieron conjeturas y sospechas de todo tipo, alimentadas por el cuchicheo generalizado. Maturana barajó la posibilidad, por ejemplo, de que algún hospital hubiese arrojado al río el resto, pretendiendo deshacerse de un “descuido médico”, pese a que los cortes no eran de escalpelo y a que la rusticidad de obra del mutilador resultaba evidente.

Por encontrarse cerca del Mapocho, fueron investigados los hospitales El Salvador y San Luis, sin arribar a puerto alguno, pues no existía mutilación alguna realizada en los últimos siete días. Aunque las especulaciones continuaron, los doctores Matus y Leighton, del Hospital El Salvador, entregaron toda la información relativa al sistema de control de cadáveres del edificio y también acompañaron a los agentes hasta la Comisaría para revisar la pierna cortada y concluir, otra vez, que los cortes no eran ni de bisturí ni del pulso profesional de un médico.

Esta sería la entrada al cité frente al cual se encontró la cabeza del descuartizado, en Vivaceta, aunque otras referencias dicen que es el cité donde vivía el asesinado. Imagen publicada por la revista "Vea" en 1973.

La cabeza del descuartizado, en fotografía de la prensa de la época. Imagen publicada en una revista "Vea" de 1973.

Pero el ensañamiento de la chusma contra los doctores no cesó. Además de un rumor alegando que la pierna habría sido el robo realizado “por un estudiante loco”desde la Morgue o de la Posta Central, se señaló injustamente al Facultativo Lucas Sierra de haber sido el autor de esta mutilación. Todo resultó ser, aparentemente, una broma de mal gusto de los estudiantes de medicina. La palabrería se completó imaginando una especie de secta de asesinos mutiladores.

En tanto, hasta la madrugada del 7 de junio fueron dispuestos casi todos los hombres de la Sección de Seguridad para revisar las “cajitas de agua” del Mapocho, cuyos canales fueron secados, sin llegar a nuevos resultados.

Estaban en esto, cuando Ernesto Salinas telefoneó a la policía informando del descubrimiento de otro resto frente al número 2076 de calle Germán Riesco, cerca del Barrio Matadero, el día 8 siguiente: correspondía a un torso humano, con brazos pero sin cabeza, colocado dentro de un saco cafetero nuevo. El hallazgo lo había hecho accidentalmente un infante.

Maturana armó un nuevo grupo, esta vez integrado por los agentes Salvador Orellana y Amador Lizama, dos nombres de enorme peso en la criminología nacional. Los tres partieron hasta el lugar del nuevo descubrimiento, entrevistándose con Salinas y con el asustado autor del mismo: un niño llamado Luis Aguirre, de siete años, que dio con el torso mientras jugaba a las canicas por ahí cerca.

Al mirar el saco en que venía envuelto, descubrieron la inscripción “A.A.B.C. Valparaíso. 250 kilos. 71”. Aguirre señalaba un maloliente rincón junto a una pared derruida, al lado de una reja de alambre, como el lugar donde estaba. Maturana puso atención al sitio y observó las huellas de una actuación precisa que comprometía a el o los criminales: una rueda como de carretilla o carretón, deslizándose junto a la vereda, incluso con una detención, además de cascos de caballos y las pisadas de un calzado derecho de mujer. Sacó varias muestras de vaciado a estas marcas.

El tronco también estaba envuelto de un mantel de hule amarillento muy gastado, con grandes manchas de sangre, parte de ella ya seca. Tenía flores verdes y azules, con dobleces en sus cuatro puntas, por lo que se dedujo debió corresponder a una mesa de puntas romas de 1.50 metros de largo por 0.80 metros de ancho. Según el estudio que Santiago Benadava hizo de este caso, la medida exacta del hule era 1.75 x 0.85 centímetros. Y al fondo del saco, se hallaron también más tiras de cáñamo y una hoja correspondiente al diario “Las Últimas Noticias” del lunes 4 de junio.

Más detalles interesantes se encontraban en el torso desmembrado, sin embargo. Se observó que vestía una sucia camiseta gruesa con la frase “Cóndor de Oro”, impresa a la altura del pecho. Y en el botón superior de la camiseta tenía enredados largos cabellos de color castaño. Por el largo del pelo, de 35 centímetros, se dedujo que pertenecían a cabellos femeninos. Esto coincidía con la profunda huella de calzado de mujer encontrada. Comenzó a cundir ahora, entonces, la teoría del “triángulo pasional”, según dramatizaba el diario "El Mercurio" del sábado 9 siguiente.

Mientras el asunto terminaba de desatar la alarma pública, el tronco partió a reunirse con la pierna cortada, en el Instituto Médico Legal. La autopsia la realizaron los prestigiosos médicos tanatólogos nacionales Carlos Ibar de la Sierra y Rafael Toro Amor. Allá, los peritos pudieron precisar que la data de muerte sería de entre los días sábado 2 y domingo 3 de junio. El fallecido tendría aproximadamente unos 35 años a 40 años y debía medir entre 1.70 a 1.72 metros aproximadamente, 1.78 como máximo, pesando probablemente de 75 a 78 kilos. Según el diario “La Nación”, correspondía a una persona "decente por su cutis blanco, fino y limpio", afirmación que no resultó tan exacta,

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