LA FRANJA AMARILLA
linacordero9313 de Septiembre de 2013
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LA FRANJA AMARILLA
WILLIAM OSPINA
Hace poco tiempo una querida amiga norteamericana me confesó su
asombro por la situación de Colombia. "No entiendo -me decía-, con el
país que ustedes tienen, con el talento de sus gentes, por qué se ve
Colombia tan acorralada por la crisis social; por qué vive una situación de
violencia creciente tan dramática, por qué hay allí tanta injusticia, tanta
inequidad, tanta impunidad. ¿Cuál es la causa de todo eso?".
Por un momento me dispuse a intentar una respuesta, pero fueron
tantas las cosas que se agolparon en mí que ni siquiera supe cómo
empezar. Sentí que aunque hablara sin interrupción la noche entera, no
lograría transmitirle del todo las explicaciones que continuamente me doy
a mí mismo, tratando de entender el complejo país al que pertenezco.
Por otra parte, entendí que muchas de mis explicaciones no le habrían
gustado a mi amiga, o la habrían puesto en conflicto con su propia
versión de la realidad.
Es frecuente para nosotros oír de labios generosos lo deplorable de
esas desdichas y el asombro ante nuestra incapacidad para resolverlas.
El primer asunto es, pues, preguntarse si de verdad la sociedad
colombiana vive una situación excepcionalmente trágica, si es tan distinta
esta realidad de la del resto de los países, o al menos de los países del
llamado tercer mundo. Mi respuesta es que sí.
Colombia es hoy el país con mayor índice de criminalidad en el planeta y
la inseguridad va convirtiendo sus calles en tierra de nadie. Tiene a la
mitad de su población en condiciones de extrema pobreza, y presenta al
mismo tiempo en su clase dirigente unos niveles de opulencia difíciles de
exagerar.
Muestra uno de los cuadros de ineficiencia estatal más inquietantes del
continente, al lado de buenos índices de crecimiento económico. Muestra
fuertes niveles impositivos y altísimos niveles de corrupción en la
administración. Muestra unas condiciones asombrosas de impunidad y
de parálisis de la justicia y al mismo tiempo una elevada inversión en
seguridad, así como altísimos costos para la ciudadanía en el
mantenimiento del aparato militar.
Muestra las más deplorables condiciones de desamparo para casi todos
los ciudadanos, y sin embargo es un país donde no se escuchan quejas,
donde prácticamente no existen la protesta y la movilización ciudadana:
una suerte de dilatado desastre en cine mudo.
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¿Por qué se ve
Colombia tan
acorralada por la
crisis social; por qué
vive una situación
de violencia
creciente tan
dramática ¿ ¿Cuál
es la causa de todo
eso?
Esto último es pasmoso. La visible pasividad de la sociedad
colombiana alarma a los visitantes. En las recientes huelgas que
conmocionaron a Francia pudo verse cómo una sociedad que vive
relativamente bien en términos económicos y protegida por un Estado
responsable, sabe reaccionar en bloque ante todo lo que la lesione, no
se deja pisotear en sus derechos y se resiste a que se menoscaben los
privilegios que ha conquistado.
Ver a los franceses marchando por las calles, armando barricadas ante
un gobierno cuya legitimidad no desconocen, y haciendo temblar a las
instituciones, nos confirma que Francia es el país de la Revolución, que
ese país es respetable porque tiene orgullo y porque tiene dignidad,
porque sabe de lo que es capaz cuando sus gobernantes olvidan que
son pagados por el pueblo y que son apenas los representantes de su
voluntad. Ante ese ejemplo se hace más incomprensible que una
sociedad como la colombiana (donde ni siquiera los sectores
fabulosamente ricos pueden sentirse satisfechos, pues el Estado que
sostienen ya ni siquiera les garantiza la vida, donde nadie está protegido,
donde el Estado no cumple sus más elementales deberes y donde todos
los días ocurren cosas indignantes) sea tan incapaz de expresarse, de
exigir, de imponer cambios, de colaborar siquiera con su presión o con su
cólera a las transformaciones que todos necesitamos. ¿Qué es lo que
hace que Colombia sea un país capaz de soportar toda infamia, incapaz
de reaccionar y de hacer sentir su presencia, su grandeza?
Muchos aventuran la hipótesis de que esa aparente pobreza de espíritu y
esa debilidad de carácter se deben a las características biológicas y
genéticas de la población: sería, pues, la expresión de una fatalidad
ineluctable. Otros sostienen lo mismo con respecto a los índices de
criminalidad: revelarían una incurable enfermedad, y harían de nosotros
un pobre pueblo sin salvación y sin remedio. Pero la verdad es que
nuestros índices de violencia y nuestra actual ineptitud política son
hechos históricos susceptibles de explicación. Más aún, se diría que las
explicaciones son tan evidentes e incluso tan sencillas que se requiere
estupidez o malevolencia para aventurar dictámenes fatalistas.
Ninguna persona sensata sostendría que por el hecho de haber
precipitado en cinco años la muerte de 50 millones de seres en
condiciones de crueldad y de sevicia escandalosas, la sociedad europea
revele una patología siniestra e incurable. Ninguna persona sensata
sostendría que por el hecho de que la sociedad estadounidense haya
sacrificado medio millón de personas en tres años de guerra para impedir
su propia Secesión y haya alentado después la Secesión de Panamá
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. ¿Qué es lo que
hace que Colombia
sea un país capaz
de soportar toda
infamia, incapaz de
reaccionar y de
hacer sentir su
presencia, su
grandeza?
para hacerse al canal interoceánico más importante del mundo, de que
haya participado en las guerras de Nicaragua, haya arrojado bombas
atómicas sobre ciudades japonesas, haya invadido Vietnam, haya
apoyado a los peores dictadores del Caribe y de Centroamérica, y haya
bombardeado a Bagdad, eso signifique que los norteamericanos
padecen de alguna monomanía agresiva irremediable.
Los historiadores vendrán en nuestro auxilio para explicarnos las
precisas condiciones históricas que llevaron a aquellas sociedades y a
sus gobiernos a participar en esas realidades escabrosas.
Colombia vive momentos dramáticos, pero quien menos le ayuda es
quien declara, por impaciencia, por desesperación o por mala fe, que
esas circunstancias son definitivas, o que obedecen a causas
ingobernables.
Más bien yo diría que lo que vivimos es el desencadenamiento de
numerosos problemas represados que nuestra sociedad nunca afrontó
con valentía y con sensatez; y la historia no permite que las injusticias
desaparezcan por el hecho de que no las resolvamos.
Cuando una sociedad no es capaz de realizar a tiempo las reformas que
el orden social le exige para su continuidad, la historia las resuelve a su
manera, a veces con altísimos costos para todos.
Y lo cierto es que Colombia ha pospuesto demasiado tiempo la reflexión
sobre su destino, la definición de su proyecto nacional, la decisión sobre
el lugar que quiere ocupar en el ámbito mundial; ha pospuesto
demasiado tiempo las reformas que reclamaron, uno tras otro, desde los
tiempos de la Independencia, los más destacados hijos de la nación.
Casi todos ellos fueron sacrificados por la mezquindad y por la codicia, y
hoy es larga y melancólica la lista de lúcidos y clarividentes colombianos
que soñaron un país grande y justo, un país afirmado en su territorio,
respetuoso de su diversidad, comprometido con un proyecto
verdaderamente democrático, capaz de ser digno de su riqueza y de su
singularidad, y que pagaron con su vida, con su soledad o con su exilio el
haber sido fieles a esos sueños.
Si hay algo que nadie ignora es que el país está en muy malas manos.
Quienes se dicen representantes de la voluntad nacional son para las
grandes mayorías de la población personas indignas de confianza, meros
negociantes, vividores que no se identifican con el país y que no buscan
su grandeza. Pero ello no es nuevo. Si algo caracterizó a nuestra
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Cuando una
sociedad no es
capaz de realizar a
tiempo las reformas
que el orden social
le exige para su
continuidad, la
historia las resuelve
a su manera, a
veces con altísimos
costos para todos.
sociedad desde los tiempos de la Independencia, es que
sistemáticamente se frustró aquí la posibilidad de romper con los viejos
esquemas coloniales. Colombia siguió postrada en la veneración de
modelos culturales ilustres, siguió sintiéndose una provincia marginal de
la historia, siguió discriminando a sus indios y a sus negros,
avergonzándose de su complejidad racial, de su geografía, de su
naturaleza. Esto no fue una mera distracción, fue fruto del bloqueo de
quienes nunca estuvieron interesados
...