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LA REVOLUCIÓN DE 1868: LA GLORIOSA

juanjo_8_paradorTesis8 de Abril de 2014

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1. LA REVOLUCIÓN DE 1868: LA GLORIOSA

En el último periodo del reinado de Isabel II (1863-1868), sobre todo, a partir de 1866, se produjo una serie de crisis que agravaron la deficiencia del sistema liberal y ahondaron las debilidades económicas de España. Causas:

a) La crisis financiera arrancó con la bajada del valor de las acciones en la bolsa, ya que el rendimiento económico del ferrocarril fue menor del esperado y una pesada deuda pública, así como crisis en las entidades financieras. La prosperidad económica vivida desde 1850 se truncó con la quiebra del banco Overend & Gurney.

b) Por otro lado, la Guerra de la Secesión americana (1861-1865) encareció la importación de algodón a Cataluña (“hambre de algodón”). Esto hizo que la subida de los precios, sumada a la escasa demanda de productos, diera lugar a una crisis industrial que provocó el descontento de la burguesía y paro obrero.

c) Así mismo, coincidió con una escasez de trigo, serie de malas cosechas 1867-1868, que hizo que el precio de productos básicos para la alimentación (pan, arroz…) aumentara de forma prohibitiva para las clases humildes, provocando la crisis de subsistencias, miseria y oleadas de hambre, y creció la mortalidad.

d) Y, finalmente, y no menos importante, una crisis política, reflejada en el agotamiento y debilitamiento del sistema isabelino, reflejado en los innumerables pronunciamientos para promover reformas en el país, el fallido levantamiento de los sargentos en el Cuartel de San Gil (1866), que derivó en un dura represión, la exclusión de toda alternativa política (progresistas, demócratas y republicanos) y el autoritarismo de los gobiernos conservadores (afectados por la muerte de sus principales líderes y valedores de la reina, Narváez u O´Donnel). Todo ello provocó el Pacto de Ostende (1867), ciudad holandesa, entre progresistas y demócratas, principales fuerzas de la oposición, con el objetivo de derrocar a la reina.

Tras la muerte de O’Donnell (1867), que se había marchado a Francia, tras su salida poco airosa del Gobierno, la Unión Liberal se incorporó (julio de 1868) a la conspiración antiborbónica (aunque exigió que el sistema fuera el continuismo de la monarquía parlamentaria), de la que formaban parte mandos militares como el general Francisco Serrano, creándose un Comité secreto en Madrid constituido por unionistas, progresistas y demócratas, se excluyó a los republicanos, para preparar la insurrección que desembocaría en un pronunciamiento militar a la vieja usanza.

En septiembre de 1868 se produjo, finalmente, la revolución conocida como “La Gloriosa”, o septembrina, apoyada por los generales Serrano y Prim, que se encontraban en el exilio. La acción fue iniciada con el pronunciamiento del almirante Juan Topete en Cádiz, y se propagó por toda la costa andaluza rápidamente. Los sublevados se encaminaron hacia Madrid, comandados por Serrano, derrotando a un ejército realista que les salió al paso, comandado por el general Pavía, en Puente de Alcolea (Córdoba). Seguidamente, se crearon Juntas Revolucionarias controladas por las clases populares en Cataluña, Valencia y Andalucía. Sus consignas eran: libertad, soberanía, separación de la Iglesia y el Estado, supresión de las quintas, sufragio universal, abolición de impuestos de consumo, reparto de la propiedad, elecciones a Cortes Constituyentes y proclamación de la República.

Como consecuencia, el gobierno se vio obligado a dimitir y la reina Isabel II a exiliarse a Francia, donde fue acogida por el emperador Napoleón III (aunque duraría poco en el trono francés tras la derrota en Sedán contra los alemanes).

2.- GOBIERNO PROVISIONAL Y REGENCIA DE SERRANO

Se estableció un gobierno provisional centrista dirigido por el general Serrano que inició un programa de reformas: libertad de imprenta, derecho de reunión y sufragio universal. Sin embargo, se tuvo que hacer frente al inicio de la guerra en Cuba (1868). Prim, por su parte, disolvió las Juntas Revolucionarias y la Milicia Nacional (por su carácter radical), y convocó elecciones a Cortes Constituyentes.

Estas dieron la mayoría absoluta a las fuerzas gubernamentales (unionistas, progresistas y demócratas, con un total de 236 escaños), pero también se mostraban dos importantes minorías que tendrían un acentuado protagonismo en este periodo: el republicanismo (85 escaños) y los carlistas (20 escaños). En estas elecciones se reconoció el sufragio universal masculino para mayores de 25 años, y triunfó la opción de la monarquía. Para tal fin se elaboró la Constitución de 1869. Esta sería la primera constitución democrática con una amplia declaración de derechos y libertades tanto colectivas como individuales.

Las características de esta nueva constitución fueron:

-La proclamación de la soberanía nacional de la que emanaba el resto de poderes.

-El ejecutivo lo representa el rey con facultades limitadas, y los ministros, el legislativo de cortes bicamerales, al que se le daban mayores prerrogativas para controlar al gobierno, y el judicial, con jueces independientes.

-La existencia de una amplia declaración de derechos, el sufragio universal, la elección de Diputaciones y Ayuntamientos por sufragio y la libertad de culto, pero manteniendo el clero y con el Estado con culto católico.

Otro de los objetivos principales de la revolución era reorientar, así mismo, la política económica, creando una legislación que favoreciese los intereses económicos de la burguesía, la recuperación económica (pagar la alta Deuda Pública) y facilitase, por ello, las inversiones de capitales extranjeros (que se habían retraído tras la crisis de las empresas ferroviarias). Se aprobó la Ley de Minas (venta de yacimientos mineros a distintas compañías principalmente extranjeras, para impulsar y sanear la economía) y la Ley de Bases Arancelarias (la liberación de intercambios exteriores). Se creó la peseta con el fin de establecer la unidad monetaria y favorecer el comercio, la economía y los intercambios. Y se pone fin a la contribución de consumos, para primar los impuestos directos (fiscalidad que, al principio, no funcionaría bien). Sin embargo, sus efectos inmediatos no fueron tan beneficiosos como se pensaba.

Con todo, el 68 no fue una auténtica revolución, tal y como se esperaba de ella, porque el campesinado vio frustradas sus esperanzas de reparto de tierras y se radicalizó el movimiento obrero, al estimarse las reformas favorables a los intereses de los patronos y no beneficiarles a ellos, favorecido por el internacionalismo (movimiento anarquista y socialista). Además, los republicanos, que capitalizaban parte del descontento obrero, no vieron satisfechas sus pretensiones de establecer una República, como estimaron que haría Prim.

Los partidos políticos

Las fuerzas políticas más relevantes de la época serían: dentro de la derecha los carlistas y los moderados. Los primeros defendían la prioridad del catolicismo y la primacía monárquica. Contaron con fuertes apoyos en País Vasco, Cataluña, Navarra y Levante. Se incorporaron, por primera vez, al juego político. Los segundos reclamaban la vuelta al trono de Isabel II y estaban apoyados por la burguesía agraria, donde empezaba a destacar un joven Cánovas, artífice de la Restauración, que no quedó satisfecho con el giro marcadamente democrático del régimen.

En el centro del sistema se encontraban los unionistas liberales (Ríos Rosas), progresistas (Prim, Sagasta y Ruiz Zorrilla) y demócratas. Defendían un gobierno monárquico pero subordinado a la soberanía nacional y libertades públicas, apoyados por la burguesía financiera e industrial, el ejército, intelectuales y clases medias. Y a la izquierda estaba el Partido Republicano Federal (dividido entre benévolos, respecto a la legalidad, e intransigentes, apelaban a la insurrección para llevarla a cabo), que defendía la forma republicana de gobierno, la separación de la Iglesia y el Estado (laico) y se oponía a la intervención del ejército en política. Contaba con el apoyo de la pequeña burguesía, de clases populares urbanas, del movimiento obrero y campesino que darían luego lugar la cuestión social. Fue en Cádiz donde se produjeron los primeros levantamientos al grito de “¡República federal o muerte!”, llegando a crear en Madrid un Consejo Federal. Dentro del partido se distinguían tres tendencias. Los benévolos (su líder Pi y Margall, respetaban la legalidad por lo que no defendían las insurrecciones armadas y abogaban por construir la República Democrática “de arriba abajo”), los intransigentes (su líder José María Orense, apoyaban la insurrección popular y eran partidarios de comenzar la federación “de abajo arriba”) y unitarios (líder Castelar, defendían una república unitaria de carácter conservador).

Elección de un nuevo monarca

Tras aprobar la Constitución, Serrano fue elegido regente y Prim pasó a dirigir el gobierno. Entre sus objetivos se encontraban: anular los partidos políticos que iban contra el sistema, para estabilizar el régimen, emprender el desarrollo legislativo de la Constitución y buscar un candidato adecuado al trono de España.

Tras rechazar a los pretendientes portugués y alemán, quedarse fuera de la pugna Antonio de Orleáns, demasiado cercano a la dinastía depuesta (y otros motivos), y declinar, asimismo, Espartero la oferta de ser rey, se eligió a Amadeo, de la Casa de Saboya, como nuevo monarca para el trono, a tenor del éxito que esta casa había

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